No es casualidad que Zapatero, en su discurso como invitado estrella al mitin de cierre de la campaña electoral, recordara a Willy Brandt, canciller en los 70 y principal figura de la socialdemocracia internacional. Zapatero intentaba resucitar el inmenso prestigio que los reformistas cosecharon décadas atrás, en la época del reformismo con reformas, de un capitalismo de rostro humano, en el que se podía vivir con comodidad. Esta autoridad política se construyó sobre la base material del auge capitalista de 1948-74, caracterizado por la abundancia de mercados, el pleno empleo y tasas de crecimiento del 5-6% anual en los países desarrollados. Por supuesto, los avances que se produjeron en aquel periodo no hubieran sido posibles sin la presión de los trabajadores. Pero, ni la mejor oratoria de Zapatero puede ocultar que las cosas han cambiado y mucho. El PIB de la zona euro creció un mísero 0,9%, 0,5% y 1,8% en el 2002, 2003 y 2004 respectivamente, y Alemania ni siquiera ha podido llegar a la media europea, creciendo un 0,2, –0,1 y un 1% en el mismo período.
Ante este nuevo escenario económico la dirección del SPD ha optado por cargar todo el peso de la crisis sobre la espalda de los trabajadores. La llamada Agenda 2010 del gobierno supone toda una batería de ataques y recortes en sanidad, subsidios y pensiones. A ella se suma un plan de reducción fiscal que permite un trasvase de riqueza de los bolsillos de los trabajadores a los capitalistas de 6.000 millones de euros. Es más, cuando los asalariados alemanes se ven angustiados por un crecimiento vertiginoso del paro, que afecta ya a 5.000.000 de trabajadores, situación desconocida desde los años 30, no sólo se encuentran con que el gobierno Schröder responde con un drástico recorte del subsidio de desempleo, sino que se ven sometidos al chantaje de los capitalistas. La burguesía no quiere desperdiciar este ambiente de pánico a la pérdida del empleo y exige recortes salariales “a cambio” de empleo. Esta situación, combinada con la colaboración activa con los planes patronales por parte de la mayoría de los dirigentes sindicales, nos ayuda a entender por qué 103.000 trabajadores de Volkswagen se han visto obligados a aceptar congelar sus salarios durante 28 meses, o que 20.000 trabajadores de Siemens trabajen más por menos dinero, situación extensible a la Opel, Mercedes, etc.
La socialdemocracia
más poderosa de Europa en crisis
El temor a una nueva derrota en las elecciones regionales de Renania del Norte - Westfalia, que se puede convertir además en la antesala de una derrota en las próximas generales, hizo que destacados dirigentes socialdemócratas intentaran mostrar una cara más de izquierdas. Así, Schröder denunció que las 30 empresas del índice Dax doblaron en 2004 sus ganancias y sin embargo recortaron 35.000 empleos. Franz Müntefering, presidente del SPD, fue incluso más allá, declarando días antes de las elecciones que determinados inversores y empresarios son como “plagas de langostas”.
Evidentemente, después de años de una constante política derechista, los trabajadores interpretaron estas declaraciones como una maniobra y las previsiones electorales de derrota se confirmaron. Sin embargo, no deja de ser un síntoma interesante, y no el único, que Oskar Lafontaine, hasta 1999 presidente del SPD, ante la convocatoria de elecciones anticipadas, abandone el partido y sopese presentarse el próximo septiembre junto al PDS, heredero político del antiguo Partido Comunista y el WASG, un partido recién fundado por socialdemócratas desencantados y sindicalistas.
Hacia un escenario francés
Estas divisiones en la dirección, estos guiños verbales de crítica al “capitalismo salvaje”, están reflejando procesos más profundos en la sociedad. Los dirigentes reformistas expresan, con retraso, a regañadientes y de forma distorsionada, el cambio que se está produciendo en la conciencia de la clase obrera y la juventud alemana, que cada día comprueba en carne propia como el capitalismo ha transformado su rostro humano en explotación, paro y precariedad.
El pasado 13 de mayo, a propósito de la situación en el SPD, la prestigiosa revista burguesa The Economist escribía lo siguiente: “Al iniciar un acalorado debate sobre el capitalismo, ha desencadenado una reacción anti-reforma que puede ser muy difícil de detener... Atacar a los capitalistas puede darles una oportunidad de movilizar a inveterados votantes socialdemócratas. Sin embargo, la intensidad del debate demuestra que Müntefering ha tocado una fibra sensible de los alemanes, a quienes nunca les ha entusiasmado la Agenda 2010 del canciller Schröder”.
Es evidente, tanto para los marxistas como para The Economist, que ni Schröder ni Müntefering, ni tan siquiera Lafontaine, se han vuelto revolucionarios o anticapitalistas. Sin embargo, lo importante de estas declaraciones no son las intenciones políticas de quienes las formulan, sino los efectos políticos entre quienes las escuchan. No es de extrañar el reproche de la prensa burguesa a los dirigentes reformistas alemanes: les advierten de que están avivando el fuego de la conflictividad entre las clases, acercando la perspectiva de una polarización social como la francesa.