El nuevo gobierno en ciernes, la “gran coalición” entre la derecha y la izquierda (CDU/CSU-SPD), comenzaba a perfilar su programa electoral. Sus planes pasan por llevar acabo el mayor recorte de gasto público de la historia del país: 30.000 millones de euros al año. A este plan se han ido sumando otras propuestas, entre las que destaca el aumento progresivo de la edad de jubilación hasta los 67 años.
La burguesía pone encima de la mesa una montaña de datos y cifras para demostrar que el ajuste económico es inevitable: cada año, el gobierno gasta 50.000 millones de euros más de lo que ingresa. Esto ha provocado un endeudamiento público de 1,5 billones de euros, que tiene como consecuencia que el pago de los intereses de la deuda se coma una parte fundamental de los presupuestos. Tan sólo para pagar las pensiones de jubilación del mes de noviembre, el Gobierno deberá pedir un nuevo crédito, por valor de 600 millones de euros. Para completar este sombrío cuadro, las previsiones económicas para el 2005 han vuelto a corregirse a la baja, pasando del 1% al 0,8%. La argumentación es impecable, pero por extraño que parezca, los trabajadores no alcanzan a comprenderla.
Crisis de gobierno
antes de formarse
Mientras la burguesía y sus representantes políticos, con la ayuda inestimable de la dirección socialdemócrata del SPD, hacían estos planes, el 31 de octubre estallaba en el seno del SPD una batalla interna de consecuencias imprevisibles. Müntefering, el presidente del SPD, días antes del congreso del partido, presentaba su renuncia a la reelección a la presidencia tras ser derrotado su candidato a la secretaria general del partido de forma contundente (23 votos contra 14) ante una candidata de la izquierda del partido, Andrea Nahles, que públicamente ha criticado los recortes sociales llevados a cabo por el gobierno de Schröder y que ha hecho su carrera política bajo la influencia de Lafontaine, dirigente del nuevo Partido de la Izquierda y ex presidente del SPD.
Ante esta situación, calificada por la prensa burguesa alemana —no sin razón— de “la mayor crisis de la socialdemocracia desde el final de la guerra”, los sectores más a la derecha del partido están tratando de poner orden y, según El País del 3 de noviembre, parece que presentarán en el congreso como candidato a la presidencia del partido a Matthias Platezck, del que se dice no estar identificado con la derecha ni con la izquierda del partido, pero que en realidad ha apoyado todos los ataques contra los trabajadores alemanes (quienes le recibieron con huevos hace poco más de un año). Su autoridad tanto dentro como fuera del partido está más que en entredicho. Las presiones por parte de la derecha del SPD sumadas a la ausencia de una alternativa sólida por la izquierda de Nahles —basada en la movilización de los trabajadores para dar la batalla contra la derecha del partido— han hecho que finalmente Nahles recule y retire su candidatura. El nuevo candidato (Hubertus Heil, 33 años) será un intento de lavar la cara del SPD con un cambio generacional pero descafeinando la crítica a la actual política de la dirección.
Crisis de la socialdemocracia
y nerviosismo de
la burguesía
En el fondo, lo que está reflejando esta crisis son las contradicciones existentes en la socialdemocracia alemana, con un sector decidido a llevar adelante los planes de la burguesía y otro sector, que con discursos que, sin cuestionarse el capitalismo, como el de Nahles: “Tenemos que ser un socio fiable para la gente. Esto significa: extraer las consecuencias de la crítica al capitalismo. Queremos que la educación para todos se pueda financiar. No queremos desmantelar el Estado social” (El País, 1/11/05), se dan cuenta de que este camino les lleva al desastre ya que dinamita a su base social natural, los trabajadores y la juventud obrera, y pretenden dar un giro a la izquierda.
Esto último, tendría consecuencias rápidamente en el estado de ánimo de los trabajadores alemanes, una clase obrera que ha sido objeto de un chantaje permanente por parte de la patronal, quien ha amenazado con llevarse las empresas si los trabajadores no aceptaban retrocesos en sus condiciones laborales. Una clase obrera cuya jornada laboral ha aumentado y cuyos salarios han perdido poder adquisitivo, 0,9% entre 1995 y 2004. Tan sólo en 2004 la inflación provocó una pérdida media de un punto porcentual en el poder adquisitivo (El País, 31/10/2005) y 2005 fue el año, de los últimos 10, que menor aumento registraron los salarios. Los trabajadores alemanes están viendo como todas las conquistas que lograron en el pasado son ahora desmanteladas. Sin embargo, la asunción por parte de los dirigentes sindicales de estos ataques, aceptándolos como “el mal menor”, ha privado a los obreros de una alternativa de lucha, de forma que, salvo excepciones, han apretado los dientes y se han resignado a la pérdida de derechos laborales. Esto no va a ser así siempre y un gesto hacia la izquierda por parte de algún dirigente, en este contexto, puede desatar la caja de los truenos: la entrada en escena de la poderosa clase obrera alemana.
El nerviosismo e histerismo de una burguesía, ya de por sí llena de problemas, se refleja en los titulares aparecidos en la prensa alemana: “Días de caos en Berlín”, “¿Os habéis vuelto locos los políticos? Müntefering tira la toalla. Stoiber no quiere seguir. ¿Es el fin de la gran coalición? Ninguno piensa en nuestro país” (Bild Zeitung, 1/11/05). Y es que con la dimisión de Müntefering, Stoiber el dirigente de la CSU, el otro socio de gobierno de Angela Merkel, anunció su renuncia a entrar en el gobierno. Y es que, nadie quiere pringarse en algo que todavía no se sabe como puede terminar.
Todo esto ha causado un verdadero terremoto político: el futuro del gobierno alemán se encuentra en el aire, la posibilidad de nuevas elecciones en los próximos meses, ni mucho menos se puede descartar y muestra la tremenda debilidad política de la burguesía, como pusieron de manifiesto unos resultados electorales que le impidieron gobernar en solitario.