Cada etapa de desarrollo del capitalismo crea sus hombres. En una fase de decadencia orgánica y de dominio del capital monopolista, el gobierno de la única superpotencia mundial esta controlado por reaccionarios sin complejos que proclaman abiertamente sus objetivos contrarrevolucionarios. La tendencia que marca la administración Bush no es sólo privativa de los EEUU. Por mucho que se empeñen algunos teóricos del “multilateralismo” y del “neokeynesianismo” económico, también en Europa la política económica aplicada por la burguesía sigue los pasos de sus mentores estadounidenses. Recientemente la administración Bush ha presentado los presupuestos económicos para 2005. A la vez que las grandes corporaciones se frotan las manos ante la perspectiva de incrementar sus dividendos y plusvalías, algunos economistas burguesas se preguntan sí con esta política la administración Bush podrá contener el déficit presupuestario o, por el contrario, lo alimentara acentuando aún más los desequilibrios que pueden llevar a una recesión económica con pocos precedentes.
El presupuesto presentado por Bush asciende a 2,5 billones de dólares (más de tres veces el PIB del Estado español). El objetivo proclamado en él es la reducción del déficit presupuestario de los más de 410.000 millones de dólares que registra en la actualidad, a 233.000 millones de dólares para 2009. Para lograrlo, la administración republicana pretende eliminar más de 150 programas sociales, educativos, medioambientales y de salud: los presupuestos recortan 587 millones de dólares en subsidios agropecuarios; 1.100 millones en fondos para los cupones de alimentos para pobres; una reducción del 11,5% en los fondos del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano; un recorte del 4,5% en el programa Medicaid de subsidios de gastos médicos para pobres, y del 4,5% de los programas de desarrollo comunitario.
Simultáneamente, Bush y su equipo pretende llevar a cabo a una privatización abierta de la seguridad social por que su sostenimiento, como señalan los neocons, apelativo de los neoconservadores que dominan la Casa Blanca, supone “una carga insostenible para las finanzas públicas norteamericanas”.
No esta mal como objetivo. Pero hay más. Al tiempo que se ataca soberbiamente a los trabajadores y sus familias, Bush y sus asesores llenan los bolsillos de la industria armamentista, pieza básica de la estrategia exterior de los republicanos, y ponen en marcha paralelamente un programa de incentivos fiscales que liberara grandes recursos para las grandes compañías.
El presupuesto del Pentágono se incrementa un cinco por ciento hasta los 420.000 millones de dólares. El Departamento de Seguridad Nacional (dedicado a la represión interior) se beneficia de un crecimiento del siete por ciento hasta alcanzar los 34.000 millones de dólares. Pero en estos gastos no se incluyen los fabulosos recursos que se están dedicando a la guerra de Iraq y Afganistán. El Congreso ya ha aprobado dedicar en 2005, fuera de presupuestos, la cantidad de 25.000 millones de dólares para estas dos guerras imperialistas. En la actualidad estas guerras suponen una inversión diaria de 5.000 millones de dólares. Y aquí se plantea uno de los interrogantes que se hacen algunos economistas burgueses con una visión a más largo plazo: ¿Es posible que con este gasto militar, y la agresiva política de recortes impositivos a los ricos, se pueda hablar seriamente de reducción del déficit presupuestario? Economistas de Concord, un lobby de Washington formado por responsables económicos de la anterior administración Clinton, afirman que el coste de la guerra puede añadir 500.000 millones más de déficit en los próximos cinco años. Marx afirmó hace mucho tiempo que no es posible encontrar un comportamiento racional en los movimientos económicos del capital. Mientras las grandes corporaciones de la industria militar se llenan los bolsillos, ¿Qué importancia tiene el déficit, si además se puede atacar hasta el hueso las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias?.
Ser rico es bueno,
ser muy rico es aún mejor
El otro gran eje de la política de Bush son los recortes de los ingresos tributarios de los millonarios y las grandes corporaciones. En los últimos cuatro años se han producido recortes de impuestos por valor de dos billones de dólares. Ahora la administración republicana quiere seguir adelante con la eliminación del impuesto sobre dividendos, plusvalías, herencias, intereses y sociedades. Según Concorde, estas vacaciones fiscales permanentes supondrán otra caída de un billón de dólares en la recaudación impositiva para los próximos años. En esencia se trata de ofrecer a las grandes multinacionales más dinero en efectivo para repartir dividendos y financiar nuevas compras y fusiones.
Antes de la presentación de los presupuestos, el Senado aprobó un proyecto de reforma fiscal con el nombre de American Jobs Creation Act que establece una reducción fiscal de 143.000 millones de dólares en un periodo de diez años. Lo significativo es que detrás de esta ley se encontraban las corporaciones capitalistas más influyentes. En la sección 965 de la ley llamada Internal Revenue Code (Código de Ingresos Internos) se establece un período de vacaciones fiscales de un año para las empresas norteamericanas que operan en el extranjero, de tal manera que si repatrían beneficios a EEUU disfrutarán de una rebaja de impuestos sobre esas ganancias de un 35% a un 5,25%.¡No esta nada mal!
La ley ya ha tenido sus efectos. La multinacional Johnson & Johnson informó que de los 14.500 millones de beneficios obtenidos en el extranjero iban a repatriar 11.000 millones lo que le proporcionaría una exención fiscal de 3.300 millones de dólares. Hewlett-Packard ha declarado que repatriará 14.500 millones de dólares, Apple 3.500 millones y Schering-Plough otros 9.000 millones.
El señuelo demagógico de la ley ha sido que con este capital se incrementará la contratación, pero en realidad se trata de ampliar el margen de beneficios de las grandes compañías y disponer de efectivo para realizar nuevas adquisiciones. En definitiva que los ricos se hagan muy, muy ricos.
Privatización de la seguridad social: todo vale contra los trabajadores
El otro eje de la estrategia económica de Bush para este ejercicio es la privatización de la Seguridad Social. Como siempre el argumento central de la burguesía se basa en la incapacidad de sostener con finanzas públicas el sistema de jubilaciones. En este caso Bush miente descaradamente, como mienten en Europa todos los que apuestan por precarizar y privatizar el sistema de jubilaciones. Es importante volver a recordar que las jubilaciones son cubiertas con las aportaciones que los trabajadores hacen a lo largo de su vida activa, no son pues ningún regalo de los empresarios.
En el caso de los EEUU, el sistema público de la seguridad social esta muy lejos de la quiebra: en la actualidad registra un excedente, con unos ingresos de 632.000 millones de dólares (475.000 millones de euros) y unos pagos de 471.000 millones de dólares (354.000 millones de euros). De lo que se trata con los planes de la administración Bush es de otra cosa: hacer de las jubilaciones un fabuloso negocio para los grandes bancos y firmas bursátiles que podrían embolsar beneficios multimillonarios de la gestión privada de los fondos de pensiones.
Algo es obvio: si en estos momentos destinas una parte de ese superávit público de la seguridad social a fondos privados, se eliminará una parte decisiva de ese excedente que actúa como colchón para el futuro. Además hay que señalar que el sistema se ha mantenido no gracias a las cuotas patronales, sino al incremento continuo de las aportaciones de los trabajadores. Cuando Franklin D. Roosevelt creo en 1935, al calor del New Deal, el sistema básico de la Seguridad Social norteamericana, el tipo de contribución de los trabajadores era del 2% de sus salarios. Con Reagan la cuota obrera era ya del 10,2% pero esta se amplió bajo su mandato al 12,4%.
¿Qué se hacían con estos gigantescos recursos que crecían todos los años durante el periodo de boom económico? La Seguridad Social colocaba lo recaudado en un fondo invertido en bonos que en algunos momentos equivalía al total del déficit público. Pero estos fondos estaban afectados por las fluctuaciones de cotización de los bonos y, lo más importante, fueron utilizados para la política de gasto y déficit presupuestario de los gobiernos de Bush. En otras palabras con los recursos de la seguridad social se han financiado los programas militares y de defensa interior así como las agresiones imperialistas a Iraq, y por supuesto la política de exenciones fiscales a los ricos.
Ahora la administración Bush está lanzando toda sus baterías mediáticas emplazando a las nuevas generaciones de trabajadores a asumir más sacrificios. El argumento es que los trabajadores se convertirán en “propietarios de sus propias acciones” si invierten el dinero en fondos privados. Además de esta manera podrían recibir en concepto de pensiones más dinero de lo que obtendrían de la Seguridad Social. El truco esta claro: gracias al mercado, que es lo mejor del mundo, el dinero invertido en fondos gestionados por las firmas de bolsa y los grandes bancos se revalorizara en el futuro. Lo que no dice la administración Bush es que las comisiones por gestión de esos fondos privados se comerán buena parte de la rentabilidad, por no hablar de las fluctuaciones bursátiles que pueden poner en peligro el valor de los depósitos de los trabajadores, como ya ocurrió con la quiebra del fondo de pensiones de Enron.
Los beneficiarios fundamentales de este plan estratégico serían las grandes compañías de servicios financieros que podría obtener, según informes de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago, hasta 940.000 millones de dólares (707.000 millones de euros), en comisiones y cargas administrativas de todo tipo por gestionar estos fondos.
Es decir se trataría de desviar miles de millones del bolsillo de los trabajadores a las arcas de los grandes monopolios, una tajada muy atractiva para el capital norteamericano. El anuncio del plan de privatización de la Seguridad Social y de los presupuestos Bush tuvo efectos inmediatos: El índice Dow Jones subió más de 300 puntos.
Viene de la página anterior
Esta política de clase contra clase provocará los mismos efectos que la gasolina inyectada en un incendio. La clase obrera norteamericana está soportando un empeoramiento inconcebible de sus condiciones de vida en un periodo que en teoría es de crecimiento económico. Bush terminó su primer mandato presidencial con una destrucción neta de 250.000 puestos de trabajo. En cualquier caso el empleo creado en los dos últimos años no ha compensado los dos millones de empleos destruidos en la recesión de 2000-2001, la mayoría empleo industrial y manufacturero. Ahora se trata fundamentalmente de empleos en el sector servicios, precarios y mal pagados. Según el último informe del Departamento de Trabajo, en 2004 el número de personas que tienen más de un empleo ha pasado de 574.000 a ¡¡7,8 millones!! ¿Qué significa esto? Que para los trabajadores norteamericanos es imposible vivir y mantener a una familia con el salario de un solo empleo. Además los ingresos de las familias trabajadoras han pasado de una media anual de 44.750 dólares en 2001 a una de 32.310 en 2003. Una bomba de relojería, en un país donde la deuda total alcanza los 24,4 billones de dólares, la mitad del PIB mundial, de los que aproximadamente 10 billones corresponden a las deudas de las familias, una cantidad equivalente al 90% del PIB de EEUU.
Las grasas históricas del capitalismo norteamericano se están consumiendo en esta fase de crecimiento de beneficios a costa de la expropiación económica de millones de familias norteamericanas. Igual ocurre en el resto del mundo. Este es el substrato que determina los cambios profundos en la conciencia de millones de hombres, mujeres y jóvenes. Toda una época histórica de auge en la lucha de clases, de polarización social y crisis del capitalismo esta emergiendo con fuerza. También en el corazón del Imperio, y este escenario es el que marca las grandes oportunidades del futuro para las fuerzas de la revolución socialista.