La posición de los comunistas internacionalistas
África se ha convertido en un nuevo desafío para el imperialismo occidental y especialmente para Francia, una potencia colonial decisiva en el continente. Los tambores de una posible intervención armada para derrocar al nuevo Gobierno militar de Níger y salvaguardar los intereses económicos y geoestratégicos de París amenazan con provocar un incendio político en la región y podría desembocar en una enorme ola de movilización popular.
Décadas de intervención colonialista, de saqueo brutal de los recursos naturales, de opresión nacional, pobreza y desigualdad lacerantes han creado un polvorín. Y el avance de las posiciones rusas y chinas en el continente africano está dando un nuevo cauce de expresión a este malestar social agudo.
Cuando el pasado 26 de julio la guardia presidencial anunciaba la detención de Mohamed Bazoum, el corrupto y sanguinario presidente de Níger, y la disolución de su Gobierno, la maquinaria de propaganda occidental se puso en marcha llorando lágrimas de cocodrilo por la suspensión de las "garantías constitucionales" y de la "democracia". Un discurso lleno de mentiras, pues la democracia nigerina patrocinada por Francia y sus aliados no es más que un sistema autoritario, basado en la represión de los oponentes políticos y la opresión de su pueblo para garantizar los privilegios de la élite gobernante y el suministro de materias primas estratégicas a las metrópolis dominantes, Francia y EEUU.
El golpe, dirigido por el Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria (CLSP), fue respaldado rápidamente por el estado mayor del ejército de Níger, pero también por un amplio sector de la población que se lanzó a las calles y ha llenado estadios ondeando banderas rusas y quemando las francesas. Obviamente a nadie se le escapa el papel que en los preparativos del golpe han tenido las embajadas de Rusia y China, y las fuerzas de choque de los mercenarios de Wagner.
Fracaso del imperialismo francés
Níger es un país clave para los intereses del imperialismo francés en la región, especialmente por sus recursos en materias primas estratégicas. Con un 5% de las reservas mundiales de uranio, el país centroafricano es el séptimo productor mundial y principal proveedor de la UE con una cuota del 24,3% en 2021. Posee además reservas de petróleo, oro y otros minerales. El arresto del presidente Bazoum supone además la pérdida del principal aliado de la UE en la región, con quien Francia mantenía acuerdos de cooperación militar en el marco de la operación Berkhane para hacer frente al "terrorismo yihadista" en la zona: más de 1.500 soldados galos desplegados en su territorio, además de otros 1.000 norteamericanos.
El balance de una década de intervención militar francesa en la región, con el pretexto de la lucha antiterrorista, no puede ser más adverso para París. Los golpes precedentes ocurridos en Malí (2020 y 2021) y Burkina Faso (2022) supusieron la retirada de las tropas galas hacia Níger, buscando una última línea de defensa desesperada en la región. Pero con este último golpe se pone encima de la mesa la posibilidad de una salida estrepitosa del imperialismo francés en una de sus áreas vitales de influencia, con la consiguiente pérdida de acceso a las reservas de uranio, explotadas a través de la empresa francesa Orano en exclusividad hasta la irrupción de las empresas mineras chinas.
Esta posible retirada, sumada a la humillante derrota del ejército estadounidense en Afganistán, y el curso desastroso de la contraofensiva ucraniana, componen un cuadro sombrío para los intereses globales de las potencias occidentales.
La operación Berkhane, con un gasto de 2.000 millones de euros, es un claro ejemplo del completo caos en que está sumida la política exterior gala. Además de sus nulos resultados contra el yihadismo, que se ha reforzado notablemente, la expedición militar francesa ha estado constantemente salpicada de denuncias de abusos y atropellos cometidos contra la población civil: según Amnistía Internacional, solo en 2020 se contabilizaron la muerte o desaparición forzosa de al menos 200 personas en el conjunto de los tres países, Malí, Burkina Faso y Níger.
Ag Mohamadoun, miembro de la organización Comisión de la Verdad, la Justicia y la Reconciliación (CVJR), afirma que solo en Malí y durante el año 2020 pereció un 35% de civiles en los ataques militares franceses frente al 24% de los ataques yihadistas y menciona los nombres de Bounti, Talataye o Bana, localidades donde los ejércitos francés y nigerino han acabado con vidas de civiles o abusos como las violaciones de mujeres nigerinas cometidas por efectivos chadianos del G5 Sahel, la coalición liderada por Francia que englobaba a los países de la región.
La propaganda occidental alude insistentemente a las campañas de desinformación rusas como fuente de la inestabilidad en el área, pero lo cierto es que décadas de saqueo de los recursos naturales, de falta de inversiones en beneficio de la población o el fracaso de las operaciones militares explican mejor el profundo sentimiento antifrancés y anticolonial que mostraron las manifestaciones en apoyo de los militares golpistas. Unos acontecimientos que también han vuelto a poner en cuestión el supuesto aislamiento de Rusia que tanto predican los lideres de la UE.
Las amenazas de invasión desencadenan la reacción popular
El golpe militar en Níger ha revelado con toda crudeza el polvorín en que se ha convertido la región del Sahel durante la última década, una de las zonas del mundo más golpeadas por la violencia, las hambrunas o las migraciones forzosas fruto de la opresión imperialista y el cambio climático.
A pesar de sus riquezas naturales, Níger es el tercer país menos desarrollado del mundo, con un 41% de su población bajo el umbral de la pobreza y completamente dependiente de la ayuda exterior, que supone el 40% de su presupuesto.
En este contexto, la amenaza de intervención militar planteada por el Gobierno de Macron utilizando la CEDEAO, organización encabezada por Nigeria y que agrupa a 15 países África Occidental tutelados por el imperialismo occidental, fue respondida con manifestaciones masivas a favor de los militares en Niamey, la capital de Níger, y en las que el ondear de banderas rusas fue llamativo.
La reacción de París, respaldada por Washington, intentando intimidar a los militares nigerinos y a las masas que los respaldan, de momento ha cosechado frutos más que modestos. Una invasión militar, lo saben muy bien en el Palacio del Elíseo y en la Casa Blanca, puede desencadenar levantamientos populares en todo África. Y todo ello en un momento especialmente crítico para las potencias occidentales.
Esto explica que días después de la fecha límite planteada en el ultimátum de la CEDEAO, el 6 de agosto, las posibilidades de una intervención militar rápida parecen flaquear. La apuesta militarista de Macron no está clara. Por el momento, los gobiernos de Nigeria, Benín, Costa de Marfil y Senegal han confirmado la disponibilidad de sus ejércitos para intervenir en territorio nigerino. Por su parte, Malí y Burkina Faso, países gobernados por juntas militares contrarias a Occidente, y también Argelia, se oponen al uso de la fuerza y aseguran que apoyarán a Níger ante cualquier agresión.
A pesar de las presiones de la UE y EEUU, cortando el grifo del dinero destinado a la ayuda humanitaria, o de la suspensión de gran parte del suministro eléctrico por parte de Nigeria, país que proporciona el 70% de la electricidad de Níger, la junta militar, apoyada en la movilización popular y en un discurso anticolonial, ha seguido adelante constituyendo un Gobierno transitorio con 21 ministros, de los cuales 6 son mandos del ejército.
La pugna interimperialista por el control de África
A diferencia de décadas pasadas, cuando el imperialismo norteamericano y la UE hacían y deshacían a su antojo, perpetraban golpes de estado sangrientos o garantizaban su dominación a través de una supuesta “ayuda humanitaria”, los acontecimientos de Níger han señalado ante la opinión pública mundial las enormes dificultades de Occidente para mantener su influencia, mientras que Rusia y China, que no comparten esa criminal herencia colonial, progresan y aparecen como un factor político de estabilidad y de inversiones que pueden redundar en beneficio de las economías nacionales del continente.
Tanto Moscú como Beijing no dudan en recurrir en sus mensajes públicos a una retórica anticolonial cada vez más audaz para aumentar su popularidad. Y, además, otro factor ayuda a ello: China carece de tropas sobre el terreno, y lo máximo a lo que han llegado es a subcontratar a Moscú operaciones militares que organizan, con un éxito aparente, los mercenarios de Wagner.
Como ocurrió en otros momentos cruciales de la lucha anticolonial, la ausencia de partidos revolucionarios de masas con un programa comunista, basado en la independencia de clase y en el internacionalismo, hace que todo tipo de distorsiones puedan expresarse en la lucha de clases dando lugar a fenómenos singulares. Militares de graduación media, vinculados a sectores de la intelectualidad nacionalista, panafricanista o simplemente hartos de la situación caótica y humillante que soportan sus naciones, se ven con la fuerza y el ánimo de dar un paso adelante y desafiar el poder imperialista occidental.
En los años setenta contaban con el ejemplo de los procesos revolucionarios triunfantes en China y en Cuba, y también con la existencia de la URSS. Hoy en día no son estos ejemplos sino la emergencia de un bloque imperialista alternativo, que se presenta como un muro de contención frente a París y Washington, lo que ofrece un asidero para pasar a la acción. Y este asidero, de manera distorsionada, se convierte en un cauce de expresión de las masas populares para enfrentar a los poderes coloniales tradicionales.
Como ha demostrado la guerra de Ucrania, el imperialismo occidental, en franco declive, solo es capaz de mantener su influencia sobre la base de la escalada bélica y el desarrollo de nuevos conflictos. Un retroceso que ha sido aprovechado por Moscú para firmar numerosos acuerdos con gobiernos africanos y para movilizar a los mercenarios de Wagner, con los que el imperialismo ruso sigue contando como punta de lanza en sus operaciones en el continente.
La influencia militar de Rusia es cada día más fuerte: Putin ha culminado importantes tratados de colaboración militar con el Gobierno de Malí y la República Centroafricana del Congo, y mantiene una presencia militar activa en Burkina Faso, Libia, Chad o Sudán. Acuerdos militares que en muchas ocasiones van acompañados de concesiones de explotaciones mineras a cambio de los servicios prestados, como la otorgada a la minera rusa Nordgold Yimiogou SA en la comuna de Korsimoro por el Gobierno burquinés poco después de la salida de las tropas francesas.
Además de ser el principal exportador de armas en la región, con un 26% del total, Rusia cuenta también con la baza de las exportaciones de trigo, aprovechando la dependencia de la mayoría de los países agravada por la guerra en Ucrania. En la reciente cumbre que mantuvo con lideres africanos, Putin prometió el suministro gratuito de entre 25.000 y 50.000 toneladas de cereal a Burkina Faso, Zimbabue, Malí, Somalia, República Centroafricana y Eritrea.
Por su parte China, a través de la Corporación Nacional de Petróleo (CNPC), lidera la construcción de un oleoducto de más de 2.000 kilómetros, desde los pozos de Agadem en Níger, donde Beijing posee una refinería, hasta el puerto de Seme en Benín, también bajo su control. Con una inversión de casi 7.000 millones de dólares, se calcula que Níger pasaría de una producción de 20.000 barriles diarios a 110.000, generando de esta manera el 50% de los ingresos fiscales del país.
En este contexto de pugna interimperialista, cualquier apuesta por una intervención militar occidental podría conllevar una escalada del conflicto a escala regional, difícil de sostener en el tiempo aun contando con el apoyo de una potencia como Nigeria. La despiadada miseria a la que se ve sometida la población africana, agravada por el terrorismo yihadista y la desertificación, es un substrato abonado para la retórica anticolonial y antiimperialista que están empleando los militares antifranceses.
Una intervención militar que enfrentara una resistencia importante en Níger impulsaría el desarrollo de manifestaciones populares en muchos países que, aunque con importantes diferencias respecto a las luchas anticoloniales de los años sesenta y setenta del siglo pasado, pondrían encima de la mesa las enormes y urgentes necesidades de la población y la disputa por el control de los recursos mineros y las riquezas naturales.
Protestas que sacudirían rápidamente a los países intervinientes como Nigeria, que en 2020 vivieron importantes movilizaciones contra la brutalidad policial, encarnada en la Brigada Especial Antirrobo, acusada de cientos de asesinatos extrajudiciales desde su implantación en 1992. Y que también afectarían a la potencia inductora de la intervención, Francia, donde las recientes protestas contra la reforma de las pensiones pusieron contra las cuerdas al Gobierno de Macron.
La revolución socialista es el único camino para la liberación de África
Frente a la propaganda hipócrita de los líderes de la UE, los comunistas revolucionarios señalamos que las políticas expoliadoras y militaristas aplicadas por las antiguas potencias coloniales han causado el actual escenario. Como está demostrando la guerra en Ucrania, las masas africanas no pueden obtener nada bueno de estas potencias ni de su mascarada de democracia capitalista corrupta que esconde la dictadura del gran capital.
Pero de la misma manera los comunistas internacionalistas no podemos atarnos al carro del bloque imperialista liderado por China y Rusia. Pensar que el enemigo de mi enemigo es mi amigo es sustituir el programa del internacionalismo proletario de Marx y Lenin por la realpolitik más burda. Hemos explicado las razones del apoyo popular a la presencia de Rusia y China en muchos de estos países, pero abandonaríamos nuestra posición marxista si simplemente respaldáramos pasivamente esta corriente, sin advertir a los explotados y a los trabajadores de todo el continente de los intereses imperialistas que mueven a los gobiernos capitalistas de Beijing y Moscú.
Corresponde a los oprimidos de África, y a su clase trabajadora, dirigir y protagonizar la batalla contra el imperialismo occidental y hacerlo con el programa del socialismo, expropiando a las multinacionales imperialistas, a la burguesía corrupta, a los latifundistas, y enfrentando sin titubeos a las fuerzas reaccionarias del yihadismo, las mafias paramilitares y los señores de la guerra. El derrocamiento del capitalismo en África, que ha llevado a este callejón sin salida de miseria y violencia, solo será posible utilizando los métodos de lucha de nuestra clase, la huelga general, las ocupaciones de fábricas y tierras, la insurrección y, sin duda, la lucha armada de masas.
Es en estas tareas, y en el combate por estos objetivos, donde los revolucionarios de África y de los países imperialistas nos reconocemos y unimos.
¡No a la intervención imperialista occidental en Níger. Fuera las tropas francesas del Sahel!
¡Por la revolución socialista en África. Por el poder obrero!
¡Por el internacionalismo proletario, ninguna subordinación al imperialismo!