Una heroica insurrección se está produciendo en Túnez. Desde el 19 de diciembre miles de estudiantes, trabajadores, y miembros de otros sectores sociales, se echan a la calle en demanda de trabajo digno, de la bajada de los precios de productos básicos, y contra el régimen dictatorial y corrupto de Zine el Abidine ben Alí. Desafían así una represión brutal que ha provocado de momento, según algunas fuentes, 66 muertos. La determinación de las masas para luchar está poniendo contra las cuerdas a la dictadura y obligado a Ben Alí a hacer concesiones. El día 13 anunció que se retiraría en 2014, y prometió eliminar la censura en prensa e internet. También dio orden a la policía de no disparar con bala a los manifestantes. Estas medidas, celebradas por miles de personas en manifestaciones ilegales pero no reprimidas, serán insuficientes para aplacar las ansias y la lucha de las masas.
La inmolación del joven Mohamed Buazizi en Sidi Bouzid fue el detonante. Este licenciado en paro intentó buscarse la vida con un puesto callejero de frutas y verduras, pero su mercancía fue requisada por la policía y su desesperación le encaminó hacia el suicidio. Los jóvenes, que son la mayoría de la población y se sienten acorralados por el alto paro (del 60% entre los licenciados) y el coste de la vida, se vieron inmediatamente reflejados en esta víctima de la crisis y de la soberbia de un régimen tiránico. En el entierro de Mohamed, 5.000 personas clamaron "hoy te lloramos, mañana haremos llorar a quienes te han empujado al suicidio". Durante estas semanas, desde Sidi Bouzid, Kasserine, Thala y Regueb, se han ido extendiendo las manifestaciones ilegales por todo el país.
Las primeras reivindicaciones espontáneas, más centradas en el paro, fueron dando paso a otras más políticas, críticas contra Ben Alí, la corrupción, la represión y el régimen. Consignas como "el trabajo es un derecho, banda de ladrones", "abajo los verdugos del pueblo", "trabajo, libertad, justicia social' o "no a los saqueadores del dinero público". Pero la que se impone ahora por encima de cualquier otra es "Ben Alí, márchate".
La policía ha reprimido con saña. La noche del día 9 de enero y la mañana del 10 provocó decenas de muertos en Kassedine. Las fuerzas represivas ocuparon violentamente la sede regional de la UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos), sitio de referencia de los manifestantes. En Tala tuvieron enfrentamientos con estudiantes de bachillerato, y ocuparon institutos. Ese mismo día, el 10, Ben Alí ordenó el cierre de todos los centros educativos para intentar evitar la protesta estudiantil. Sin embargo, hasta el momento esta criminal represión no sirvió para parar el movimiento, al contrario. La extrema represión desatada en Kassedine y otras localidades entre el 8 y el 10 provocó una mayor movilización, y la incorporación de los barrios obreros de Túnez capital a la revuelta.
La clave para el triunfo de la insurrección es la clase obrera. Correctamente, la población se ha manifestado enfrente y dentro de los locales de la UGTT, ejerciendo presión. La cúpula de este sindicato tradicional (única federación legalizada) ha estado totalmente comprometida con el régimen, sin embargo la presión de su base le ha obligado a convocar huelgas en diferentes localidades, y a la dirección nacional a condenar la represión del Gobierno, e incluso a anunciar una huelga general, aunque en una fecha indeterminada.
Los intereses
del imperialismo
El imperialismo tiene grandes intereses en el país. El acuerdo de asociación Túnez-UE, firmado en 1998, fue un punto de inflexión en el saqueo de las empresas públicas y la ruina de la pequeña producción. También existen intereses estratégicos: el imperialismo necesita en la zona regímenes estables que promuevan sus negocios, y esto sólo es posible con dictaduras. El problema que tiene es que, como demuestra este caso, cada vez es más difícil apuntalar regímenes odiados por las masas, que están perdiendo el miedo, y la rabia recorre todo el Magreb y, también, el principal país árabe: Egipto.
Teniendo en cuenta estos intereses, es difícil sorprenderse de la nula o tibia reacción de los Gobiernos imperialistas ante los acontecimientos. La UE no se pronunció hasta el día 10, en boca de la responsable de Exteriores, Catherine Ashton, que pidió la liberación de los detenidos y "diálogo" (es de imaginar que a las dos partes). Más vomitivo todavía es la declaración de Franco Frattini, el de Exteriores italiano; "condenamos cualquier tipo de violencia, pero respaldamos a los Gobiernos que han tenido la valentía y han pagado con la sangre de sus ciudadanos los ataques del terrorismo". El Gobierno de Zapatero (cuya actuación ya vimos en el Sahara) ha mantenido durante semanas un silencio cómplice, para al final lamentar con su habitual jesuitismo los hechos violentos producidos.
Ante el avance de la lucha, con su extensión a los arrabales obreros de la capital, el régimen, en un intento desesperado por parar a las masas, aislando a los sectores más luchadores del resto, ha combinado concesiones importantes con un paso cualitativo en la represión. El día 12 Ben Alí, por una parte, sacrificaba a su ministro del Interior, y lo más importante: ordenaba la liberación de todos los detenidos. Por otra, decretaba el toque de queda nocturno en Túnez capital, sacando a las tropas a las calles.
Sin embargo, estas maniobras no han tenido éxito. Ni la represión ni concesiones menores van a parar a las masas. Esa misma noche los enfrentamientos se recrudecieron en la misma ciudad, llegando hasta a cuatro kilómetros del Palacio Presidencial. En la localidad minera de Gafsa la policía asesinó a siete manifestantes.
Las concesiones son insuficientes
Las concesiones anunciadas son totalmente insuficientes, las masas, conscientes de su fuerza, no se van a contentar con promesas. Hay que redoblar la lucha. Para garantizar la caída del odiado régimen el movimiento debe dotarse de organización y de un programa. Es imprescindible la creación de comités en cada barrio, fábrica, localidad, elegidos en asamblea, y su coordinación a nivel nacional. Esta iniciativa no es contradictoria con la presión hacia la UGTT para que convoque ya una huelga general indefinida y para exigir la elección democrática de sus cargos y la depuración de los elementos comprometidos con la dictadura. Por otro lado, hay que concretar en un programa las reivindicaciones que son necesarias para el pueblo. Las reivindicaciones democráticas (en primer lugar, la dimisión inmediata de Ben Alí) deben vincularse a las exigencias sociales y económicas populares (salarios dignos, plan de creación de empleo por parte del Estado, bajada radical del precio de los productos básicos, etc.), y a la única alternativa que puede garantizar esto: la expropiación de la camarilla dirigente y de los burgueses, que se han lucrado con la dictadura, y de las multinacionales instaladas en el país. Recuperando los recursos del país, se podría planificar la economía al servicio de la mayoría. Para ello es imprescindible el control obrero y popular, a través de los comités que deben organizar la lucha y ser la base de un auténtico Estado democrático, socialista.
Las primeras reivindicaciones espontáneas, más centradas en el paro, fueron dando paso a otras más políticas, críticas contra Ben Alí, la corrupción, la represión y el régimen. Consignas como "el trabajo es un derecho, banda de ladrones", "abajo los verdugos del pueblo", "trabajo, libertad, justicia social' o "no a los saqueadores del dinero público". Pero la que se impone ahora por encima de cualquier otra es "Ben Alí, márchate".
La policía ha reprimido con saña. La noche del día 9 de enero y la mañana del 10 provocó decenas de muertos en Kassedine. Las fuerzas represivas ocuparon violentamente la sede regional de la UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos), sitio de referencia de los manifestantes. En Tala tuvieron enfrentamientos con estudiantes de bachillerato, y ocuparon institutos. Ese mismo día, el 10, Ben Alí ordenó el cierre de todos los centros educativos para intentar evitar la protesta estudiantil. Sin embargo, hasta el momento esta criminal represión no sirvió para parar el movimiento, al contrario. La extrema represión desatada en Kassedine y otras localidades entre el 8 y el 10 provocó una mayor movilización, y la incorporación de los barrios obreros de Túnez capital a la revuelta.
La clave para el triunfo de la insurrección es la clase obrera. Correctamente, la población se ha manifestado enfrente y dentro de los locales de la UGTT, ejerciendo presión. La cúpula de este sindicato tradicional (única federación legalizada) ha estado totalmente comprometida con el régimen, sin embargo la presión de su base le ha obligado a convocar huelgas en diferentes localidades, y a la dirección nacional a condenar la represión del Gobierno, e incluso a anunciar una huelga general, aunque en una fecha indeterminada.
Los intereses
del imperialismo
El imperialismo tiene grandes intereses en el país. El acuerdo de asociación Túnez-UE, firmado en 1998, fue un punto de inflexión en el saqueo de las empresas públicas y la ruina de la pequeña producción. También existen intereses estratégicos: el imperialismo necesita en la zona regímenes estables que promuevan sus negocios, y esto sólo es posible con dictaduras. El problema que tiene es que, como demuestra este caso, cada vez es más difícil apuntalar regímenes odiados por las masas, que están perdiendo el miedo, y la rabia recorre todo el Magreb y, también, el principal país árabe: Egipto.
Teniendo en cuenta estos intereses, es difícil sorprenderse de la nula o tibia reacción de los Gobiernos imperialistas ante los acontecimientos. La UE no se pronunció hasta el día 10, en boca de la responsable de Exteriores, Catherine Ashton, que pidió la liberación de los detenidos y "diálogo" (es de imaginar que a las dos partes). Más vomitivo todavía es la declaración de Franco Frattini, el de Exteriores italiano; "condenamos cualquier tipo de violencia, pero respaldamos a los Gobiernos que han tenido la valentía y han pagado con la sangre de sus ciudadanos los ataques del terrorismo". El Gobierno de Zapatero (cuya actuación ya vimos en el Sahara) ha mantenido durante semanas un silencio cómplice, para al final lamentar con su habitual jesuitismo los hechos violentos producidos.
Ante el avance de la lucha, con su extensión a los arrabales obreros de la capital, el régimen, en un intento desesperado por parar a las masas, aislando a los sectores más luchadores del resto, ha combinado concesiones importantes con un paso cualitativo en la represión. El día 12 Ben Alí, por una parte, sacrificaba a su ministro del Interior, y lo más importante: ordenaba la liberación de todos los detenidos. Por otra, decretaba el toque de queda nocturno en Túnez capital, sacando a las tropas a las calles.
Sin embargo, estas maniobras no han tenido éxito. Ni la represión ni concesiones menores van a parar a las masas. Esa misma noche los enfrentamientos se recrudecieron en la misma ciudad, llegando hasta a cuatro kilómetros del Palacio Presidencial. En la localidad minera de Gafsa la policía asesinó a siete manifestantes.
Las concesiones son insuficientes
Las concesiones anunciadas son totalmente insuficientes, las masas, conscientes de su fuerza, no se van a contentar con promesas. Hay que redoblar la lucha. Para garantizar la caída del odiado régimen el movimiento debe dotarse de organización y de un programa. Es imprescindible la creación de comités en cada barrio, fábrica, localidad, elegidos en asamblea, y su coordinación a nivel nacional. Esta iniciativa no es contradictoria con la presión hacia la UGTT para que convoque ya una huelga general indefinida y para exigir la elección democrática de sus cargos y la depuración de los elementos comprometidos con la dictadura. Por otro lado, hay que concretar en un programa las reivindicaciones que son necesarias para el pueblo. Las reivindicaciones democráticas (en primer lugar, la dimisión inmediata de Ben Alí) deben vincularse a las exigencias sociales y económicas populares (salarios dignos, plan de creación de empleo por parte del Estado, bajada radical del precio de los productos básicos, etc.), y a la única alternativa que puede garantizar esto: la expropiación de la camarilla dirigente y de los burgueses, que se han lucrado con la dictadura, y de las multinacionales instaladas en el país. Recuperando los recursos del país, se podría planificar la economía al servicio de la mayoría. Para ello es imprescindible el control obrero y popular, a través de los comités que deben organizar la lucha y ser la base de un auténtico Estado democrático, socialista.