La constante represión de los derechos democráticos en Siria, así como el empobrecimiento de amplios sectores de las masas víctimas de las políticas del FMI, preparaban las condiciones para que el país se uniera a la oleada de lucha revolucionaria que sacude todo el mundo árabe. Desde el 15 de marzo las masas sirias se han enfrentado a la dictadura policiaco-militar con gran valor y sacrificio. Su lucha es digna de admiración en todo el mundo. Hoy en día, zonas enteras del país están fuera del control del gobierno. Fuentes de Damasco han reconocido que se ven obligados a intervenir una y otra vez en las ciudades rebeldes incapaces de extinguir la protesta. El gobierno ha ofrecido reformas democráticas y liberar presos políticos pero nadie se lo cree. Al-Asad ha tratado desde el principio de combinar el palo y la zanahoria para ahogar en sangre la rebelión, sin embargo ha fracasado estrepitosamente.
En diciembre, por ejemplo, ante la llegada de los observadores de la Liga Árabe, las masas organizaron la “Huelga por la Dignidad”, que logró paralizar durante varios días gran parte del país, con manifestación en decenas de ciudades incluidas Damasco y Alepo, las dos principales ciudades de Siria que hasta entonces se habían mantenido muy alejadas del movimientos revolucionario. Sin embargo, el conflicto puede derivar en un escenario de guerra civil, sin descartar que finalmente intervenga el imperialismo de manera directa.
Quién es quién
Al calor de la lucha, las masas conformaron sus propias organizaciones de lucha y de combate, como por ejemplo los Comités de Coordinación Locales (CCL). Sin embargo, al no contar la revolución en Siria con una organización revolucionaria con raíces en el movimiento, inevitablemente las masas han puesto en un primer momento al frente de la lucha y de sus incipientes organizaciones a toda una capa de intelectuales, personalidades destacadas e incluso clérigos que habían mostrado en el pasado su rechazo al gobierno. Por supuesto estos elementos solo introducen confusión política, prejuicios y sectarismo. Son los mismos sectores sociales que en Libia entregaron la revolución a las manos del imperialismo.Además, en el exterior, el imperialismo rápidamente ha conformado un Consejo Nacional Sirio (CNS), autoerigido como dirección de la revolución. El CNS, controlado política y financieramente por Arabia Saudí y el imperialismo norteamericano tiene como principal integrante a los Hermanos Musulmanes junto a las figuras del exilio sirio más vinculadas al capital financiero. Los Hermanos Musulmanes —fundamentalistas sunitas— se han convertido en Egipto en la principal herramienta contrarrevolucionaria del imperialismo. El CNS habla abiertamente de propiciar la “internacionalización” del conflicto, viendo con buenos ojos la intervención militar, sino de la OTAN, al menos de una fuerza “árabe”. Es significativo que Libia haya sido el primer país en reconocer la autoridad del CNS. Arabia Saudí también lo apoya y es probable que Túnez, Francia y Reino Unido también lo reconozcan en las próximas semanas.
El CNS no es la única fuerza opositora en el exilio pero sí es la que más proyección pública está consiguiendo. También se ha conformado el Comité Nacional por el Cambio Democrático (CNCD). A diferencia del CNS está compuesto fundamentalmente por antiguos militantes de partidos comunistas y nacionalistas. También parece contar con el apoyo de un sector de la minoría kurda (aunque éstos tienen sus propias organizaciones y reivindicaciones operando desde la zona kurda de Iraq). Sin embargo, no sólo también participan en el mismo clérigos reaccionarios, sino que llegó a coquetear con la CNS para formar una alianza, reconociendo la necesidad de una intervención militar “árabe”. El CNCD ha perdido apoyo en el interior porque basa su línea de acción en conseguir un acuerdo con Al-Asad para democratizar el país.
En el interior, además de los CCL destaca el Ejército Sirio Libre (ESL). Surgió en otoño a partir de la deserción de oficiales y soldados del ejército, sobre todo de origen sunita. Sus mandos dicen contar con 40.000 efectivos en aumento, aunque todo el mundo coincide en que se trata de una exageración propagandística. Aunque la deserción masiva es indicativa del estado de efervescencia revolucionaria del país, los mandos del ESL están controlados por el imperialismo: Reciben armas e instrucción militar de Turquía y han llegado a un acuerdo de colaboración con el CNS. Aunque el movimiento revolucionario les ha exigido repetidas veces que se limiten a proteger a los manifestantes y huelguistas de las bandas armadas del gobierno, han realizado ataques militares y guerrilleros y pretenden establecer “zonas liberadas” emulando a las milicias libias (y así forzar la intervención del imperialismo).
La debilidad política de la dirección del movimiento revolucionario es aprovechada por el gobierno. En el interior, la mayoría de los opositores rechazan la intervención imperialista en Siria y están en contra de cualquier división en líneas sectarias. Hasta ahora Al-Asad ha utilizado la intervención imperialista y la guerra civil en Libia para mantener una base de apoyo en las principales minorías del país: los alauitas, chiitas, drusos y cristianos. Cuando Al-Asad acusó a Al-Qaeda de los atentados terroristas en Damasco a finales de diciembre, sabía muy bien lo que hacía: aunque muy probablemente fueron atentados perpetrados por las propias fuerzas de seguridad del gobierno, el miedo al fundamentalismo sunita tiene una amplia base en un país de larga tradición laica y muy fragmentando en líneas religiosas y étnicas. Según encuestas patrocinadas por la Liga Árabe (y por tanto nada partidarias de Al-Asad), el apoyo al gobierno en diciembre se situaba en un 55% de la población.
No es la división religiosa de Siria lo que dificulta la caída de Al-Asad (como han señalado algunos medios de comunicación occidentales), sino la debilidad política del movimiento revolucionario. Si sus dirigentes fomentan las divisiones sectarias religiosas o étnicas o exigen la intervención del imperialismo, el gobierno de Al-Asad se fortalecerá.
Siria en el cruce de las potencias imperialistas
En Siria converge la revolución del mundo árabe con las crecientes fricciones interimperialistas que sacuden Oriente Próximo. Siria ha sido el principal aliado de Irán en Oriente Medio y también es un soporte fundamental de Hezbolá en Líbano. Por otro lado, a la burguesía sionista, que ha sufrido en su interior en verano movilizaciones de masas muy influenciadas por la revolución egipcia, no le importa que Siria se desangre en una guerra sectaria mientras sus fronteras se mantengan intactas. Israel ha utilizado tradicionalmente las acciones militares para desviar la atención de los problemas internos.
EEUU no tiene especial interés en intervenir directamente en Siria. De hecho Obama ya ha proclamado que, con el ascenso de China y la derrota de EEUU en Iraq y Afganistán el principal campo de actuación norteamericano tiene que ser el Pacífico. Si EEUU dirigió la invasión de Libia, fue más bien obligado por sus aliados franceses y británicos. Son estas dos potencias de segundo orden las que, en este contexto de crisis y contracción de los mercados, tratan con desesperación de aprovecharse de la “primavera árabe” para recuperar antiguas áreas de influencia.
En todo caso todos los escenarios están abiertos: el Pentágono es consciente de que una intervención de la OTAN en Siria podría terminar de reventar los equilibrios de poderes en Oriente Medio, pero también le preocupa que la influencia iraní sigua extendiéndose por Iraq y Líbano. Por eso, por boca de sus aliados de Jordania, Arabia Saudí y Qatar se ha propuesto una intervención de fuerzas “árabes”. No deja de ser curioso que el rey de Arabia Saudí ahora califique de asesino a Al-Asad, cuando no tuvo ningún empacho en reprimir a sus propios súbditos o en enviar tropas al vecino Bahrein para aplastar el movimiento de masas que allí se había originado.
En todo caso, el gobierno de Al-Asad está muy debilitado y su situación económica es cada vez más angustiosa. Irán y Rusia están participando activamente en su sostén, vendiéndole armas y enviando asesores militares y de espionaje. El apoyo de Rusia a Siria no se debe tan solo a la tradicional alianza entre ambos paises o al retroceso de la influencia rusa en el mundo, el miedo del Kremlin a que la revolución se extienda al Cáucaso o a la propia Rusia es un poderoso factor. No hace tanto tiempo de las movilizaciones en Irán contra el régimen de los ayatolás, y estos temen como al demonio que la revolución árabe se pueda extender a su país. Por eso no está descartado que pueda haber algún golpe de Estado en la cúpula —organizado con el concurso de Moscú y Teherán— para apartar a la familia Asad y comenzar a negociar con un sector de la oposición. Pero también podría darse un escenario de resistencia por parte del actual gobierno (a lo Gadafi) que pudiera desencadenar una guerra civil abierta donde las maniobras del imperialismo y el veneno sectario serían moneda de cambio.
Desde luego tampoco podemos descartar que, pese a la debilidad política de sus dirigentes, sean, finalmente, las propias masas las que terminen por derrocar a Al-Asad. En todo caso, cualquiera que sea la forma en que caiga, su defenestración es producto de las movilizaciones de masas. Pero no conviene perder de vista que incluso aunque Al-Asad caiga por la acción directa del pueblo sirio, eso no significa que la revolución esté a salvo: Como demuestran los casos de Túnez y Egipto, la burguesía y el imperialismo no dejarían de intrigar para frenar el avance de la revolución.
Por una política de independencia de clase
Como más arriba señalamos, muchos jóvenes y trabajadores sirios rechazan la intervención imperialista y están en contra de cualquier enfrentamiento sectario entre religiones o etnias. Precisamente por eso es necesaria una política de independencia de clase:
· Ninguna confianza con el imperialismo, ruptura con los elementos proimperialistas y reaccionarios. Rechazo absoluto de una intervención imperialista.
· No se puede confiar en los mandos corruptos del antiguo ejército. Trabajo organizado en la tropa del ejército para favorecer su organización, pierdan el miedo y se rebelen contra sus mandos.
· Para defenderse de la represión: Milicias Obreras, controladas por Comités de barrio y fábrica.
· Los miembros de estos Comités deben ser elegidos y revocados por la comunidad, coordinarán las movilizaciones y no pueden llegar a acuerdos a espaldas de la comunidad.
· Para unir a los trabajadores, campesinos y jóvenes de toda Siria, un programa que vincule la lucha por los derechos democráticos con las conquistas sociales:
· Reconocimiento de todos los derechos de asociación, reunión, expresión, libertad religiosa, etcétera. Derecho de autodeterminación para los kurdos.
· Ocupación, expropiación y control democrático de las empresas pertenecientes a la familia Asad y sus cómplices, así como de los bancos, las multinacionales y los terratenientes. Se pondrían a producir para satisfacer las necesidades sociales de los sirios.
· Por un Estado laico y democrático verdaderamente socialista, es decir, basado en comités y comunas democráticas y no en una dictadura burocrática.
Un programa de estas características disolvería la base de apoyo que aún conserva Al-Asad.
Sea cual sea el escenario que se dé en Siria, la revolución no está ni mucho menos sentenciada. Las masas no sólo tienen enfrente la máquina represiva del gobierno, también tienen que organizarse y enfrentarse a todos los que en nombre de la revolución pretenden secuestrarla. Está siendo un duro aprendizaje en todo el mundo árabe, pero es el precio a pagar por la inexistencia de organizaciones revolucionarias enraizadas en las masas. La revolución siria forma parte de un proceso mundial al que, lejos de mitigarse, no dejan de incorporarse nuevas zonas del planeta. Realmente estamos tan sólo en el inicio.