Como venimos explicando en los últimos números de El Militante, la victoria electoral del derechista Mauricio Macri, aunque por la mínima, iba a ser utilizada como punta de lanza por la oligarquía argentina y el imperialismo norteamericano en varios frentes: en el interior, para acabar con las reformas sociales puestas en marcha por los gobiernos kirchneristas y doblegar a la clase obrera, acabando con cualquier conquista de esta década para volver a ser “competitivos” (es decir, trabajar más y cobrar menos); en el exterior, unido a la victoria electoral de la contrarrevolución en Venezuela, para convertir a Macri en una bandera de la derecha latinoamericana que ayude a derrotar la revolución bolivariana.

Desde el mismo día de su toma de posesión esto ha sido así. A pesar de intentar ofrecer una ridícula cara amable, sus “buenas” intenciones se han concretado en decenas de miles de despidos en el sector público (que ya están animando a miles de despidos también en el sector privado), una inflación que se ha disparado hasta el 30% interanual, aumento de precios del transporte, tarifazos en el gas (en torno a un 250%) y especialmente sangrante el caso de la luz, con una subida que llega al 700% en el área metropolitana de Buenos Aires…

El carácter del nuevo gobierno no solo ha quedado claro en el terreno de los recortes y despidos; también ha mostrado su cara en cuanto a los derechos democráticos. A los nombramientos como cargos públicos de personajes ligados a la dictadura y a la liberación de 10 torturadores, se sumó enseguida el rápido cambio en la actuación de la policía en las manifestaciones: en una protesta el 8 de enero contra 4.500 despidos del sector público en La Plata, una mujer recibió nueve impactos de balas de goma en la espalda; ocho días después fue detenida la activista Milagro Sala, por organizar una acampada de protesta. En este marco, el gobierno ha aprobado el conocido como protocolo antipiquetes, para reprimir cualquier intento de utilizar los cortes de vías de comunicación, método de lucha que se ha venido utilizando en los últimos quince años.

Con más de 25.000 despidos sobre la mesa, el sindicato del sector público ATE convocó un paro nacional el 24 de febrero, con una manifestación en la Plaza de Mayo de Buenos Aires que reunió a más de 25.000 trabajadores del sector público, de empresas en lucha, de organizaciones de la izquierda…, en una impresionante demostración de fuerza frente al nuevo gobierno. A pesar de los numerosos cortes en los accesos a la ciudad, el gobierno no pudo estrenar su flamante protocolo. En el resto del país decenas de miles más salieron a la calle en una de las movilizaciones más grandes de los últimos años.

Por otro lado, están en marcha las paritarias (negociación colectiva), en las que los sindicatos han propuesto un aumento del 40% para hacer frente a la inflación. El gobierno está presionando para que se quede en el 20-25%. En la enseñanza, se arrancó el compromiso del Ministerio de una subida del 40%. El propio Macri intervino para advertir que no habría aumentos de más del 25%. En al menos ocho provincias, los profesores están en pie de guerra, con huelgas de hasta 72 horas, y diferentes gobiernos provinciales están ofreciendo subidas salariales de hasta el 34%, sin haber logrado aún frenar la movilización.

Las condiciones para una respuesta unificada están dadas. La disposición a la lucha del movimiento está más que demostrada, ha salido a la calle desde el primer día de ataques de Macri. La izquierda argentina tiene una responsabilidad en estos momentos, en concreto el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). Es fundamental una orientación a las masas obreras que se encuadran en la izquierda peronista y también a los sindicatos, ofreciendo una alternativa de lucha unida para hacer frente a la burocracia sindical, en la que se está basando el gobierno para intentar desactivar las movilizaciones.

Hay que extraer las lecciones de estos últimos quince años de experiencias revolucionarias en América Latina, y también en Argentina, empezando por algo tan cercano como las elecciones que ha ganado Macri, en las que el FIT llamó al voto en blanco planteando que el kirchnerismo y Macri eran lo mismo. Lo equivocado de esta idea es algo que amplias capas de las masas han podido comprobar en pocas semanas. Una oportunidad para dar un paso adelante en este sentido será el próximo 24 de marzo, cuando se celebrará una movilización masiva para conmemorar el 40º aniversario del golpe militar.

La reacción quiere que Macri sea su bandera en Latinoamérica; haciéndole frente, la clase obrera argentina puede convertirse en la punta de lanza del movimiento en todo el continente.


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