Como hace 50 años durante las jornadas revolucionarias estudiantiles de julio a octubre de 1968, en las últimas semanas hemos sido testigos de la enorme fuerza del movimiento estudiantil en México, un reflejo del ambiente explosivo que existe entre la mayoría del pueblo.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones presidenciales del 1 de julio puso de manifiesto el hartazgo de la mayoría de la sociedad. Haber echado a la derecha del poder y del parlamento nos ha dado confianza en nuestras propias fuerzas, y ahora se expresa en la lucha de la juventud estudiantil por expulsar a los grupos de choque al servicio de las autoridades, los llamados porros, de las escuelas. Lejos de conformarnos con la victoria electoral, miles de jóvenes no queremos esperar ni un minuto más para transformar nuestras vidas.

Un movimiento multitudinario que apunta directamente contra el capitalismo

Lo que comenzó con un ataque de los grupos porriles el 3 de septiembre en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con un saldo de dos víctimas graves y una decena más de estudiantes heridos, se transformó rápidamente en un movimiento de masas contra la violencia sistémica que sufrimos la juventud y las mujeres, pero también con demandas concretas por la democratización de la educación, su gratuidad, por mejorar su calidad y hacerla extensible y accesible a todos y todas.

Hubo paros de 48 horas en decenas de escuelas y facultades de la Ciudad de México, y se celebraron marchas y asambleas multitudinarias. Se han definido pliegos petitorios para cada escuela que reivindican tanto la lucha general como las necesidades específicas de los estudiantes. También se han sucedido las muestras de solidaridad de decenas de organizaciones, movimientos sociales y sindicatos democráticos, pues nuestra lucha representa sus propias aspiraciones.

Los estudiantes no nos hemos aislado, sino que nos hemos vinculado a otros movimientos como el que desde hace años se levanta contra el nuevo aeropuerto en la Ciudad de México, por la justicia hacia los 43 normalistas asesinados por fuerzas de seguridad del Estado y del narco —acontecimiento que conmovió al país y al mundo entero y del que en estos días se cumplen cuatro años— o las grandes movilizaciones del magisterio contra la reforma educativa.

Hemos buscado la unidad y la solidaridad de todos los sectores y esto representa un gran peligro no sólo para las autoridades educativas, también para el régimen en su conjunto. Lo que menos desean es que el movimiento se extienda y se fortalezca, aglutinando demandas más amplias, que atenten directamente contra sus privilegios e intereses.

En estos momentos los políticos del régimen y las autoridades de la UNAM se encuentran divididos. El tsunami electoral ha provocado una crisis interna en los partidos de la derecha, que se refleja también en este conflicto: mientras unos abogan por la mano dura y la desestabilización para mermar al gobierno de AMLO que toma posesión el 1 de diciembre, otros prefieren favorecer una transición de terciopelo y no provocar una escalada de luchas sociales. Las autoridades de la universidad han respondido rápidamente otorgando concesiones, en un intento de desmovilizar: hay 17 porros expulsados, pero difícilmente podrán terminar con una violencia que no se limita a las aulas.

La lucha estudiantil es una muestra relevante de los tiempos turbulentos que vive México y una señal para el gobierno de AMLO de que las masas de la juventud, de la clase obrera y de la población humillada no se conformarán sólo con gestos ni con promesas. Queremos un cambio real, y lo queremos ya.


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