Construir comités de resistencia y acción antifascista en cada fábrica, barrio y centro de estudio. Levantar una izquierda revolucionaria de masas

La victoria contundente del ultraderechista Jair Bolsonaro no sólo marca un antes y un después en el desarrollo de la lucha de clases en Brasil y en Latinoamérica, representa una grave amenaza para la clase obrera, la juventud y el pueblo brasileño. Ningún llamamiento hueco a favor de la “democracia” y de pactos con las fuerzas del sistema podrá conjurarla. Sólo con un programa revolucionario, basado en la lucha masiva en las calles, la clase obrera brasileña podrá vencer a la reacción.

Bolsonaro consigue 57.797.423 votos (55,13%) frente a los 47.040.574 (44,87%) de Fernando Haddad,  candidato del Partido de los Trabajadores (PT), concentra claramente el apoyo que las formaciones de la derecha tradicional lograron en las presidenciales de 2014 (51.041.155 votos), y logra dar un bocado importante al PT arrebatándole millones de papeletas. Su Partido Social Liberal pasa de no tener representación parlamentaria a segunda fuerza, con 52 diputados. Además, los candidatos aliados a Bolsonaro vencen en 12 de las 27 elecciones a Gobernador de Estado, entre las que destacan Sao Paulo, Minas Gerais, Rio de Janeiro y Rio Grande do Sul, que constituyen los mayores colegios electorales del país.

A pesar de que estas cifras muestran una victoria clara, hay que señalar que millones de personas se movilizaron a última hora para acortar la diferencia de 20 puntos que anunciaban las encuestas. Pero el rechazo al PT y su candidato, que fue ministro de Educación entre 2005-2012 y Gobernador de Sao Paulo (2013-2018),  han dominado la situación. En las encuestas para la segunda vuelta suscitaba más rechazo que Bolsonaro y esto se ha reflejado en los resultados: el partido de Lula pierde 7.460.544 votos respecto a 2014, mientras la abstención alcanza el 21% y 10 millones de electores (9,57%) votaron nulo o blanco.

Las fuerzas que respaldan a Bolsonaro

Sería un error minimizar la amenaza que representa el gobierno de este ex capitán del ejército de ideas filofascistas, machistas, racistas y homófobas, y un partido que reúne, junto a aventureros y carreristas, a elementos abiertamente fascistas y numerosos ex policías y ex militares que reivindican la brutal dictadura militar que gobernó Brasil de 1964 a 1985. El nuevo vicepresidente, Hamilton Mourao, dirige el Club Militar de Sao Paulo, muchos de cuyos socios son altos oficiales que participaron de los crímenes de la dictadura y nunca fueron depurados de sus posiciones.

La gran burguesía y la oligarquía tradicional se han situado detrás de Bolsonaro, destacando especialmente el apoyo de los terratenientes que han amasado beneficios estratosféricos con la deforestacion de la selva amazónica y expoliando otras zonas rurales, y organizando milicias de sicarios para expulsar a decenas de miles de campesinos y a los pueblos indígenas de sus tierras. Según la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), en 2015 fueron asesinados 50 activistas campesinos, en 2016, 61 y, en 2017, 65. Bolsonaro se ha comprometido con los grandes latifundistas y las multinacionales agroalimentarias a extenderles un cheque en blanco.

Otro apoyo clave para Bolsonaro han sido las Iglesias evangélicas, con 42,3 millones de fieles (22% de la población), en su gran mayoría pertenecientes a la población más pobre. Los gobiernos petistas se acercaron a los líderes evangélicos, renunciando a la batalla política contra los prejuicios reaccionarios, machistas y homófobos que fomentan, permitiéndoles adueñarse de medios de comunicación y otros negocios. Brasil es el país del mundo con más agresiones contra el movimiento feminista y asesinatos por LGBTBIfobia: 445 en 2017, incrementándose un 30% respecto a 2016. Finalmente, los mercaderes del templo tienen claros sus intereses y no han dudado en pedir al voto a Bolsonaro.

El fracaso de Lula y el PT

Bolsonaro vence aprovechando la indignación y desesperación de millones de personas, especialmente amplios sectores de las capas medias que han girado virulentamente a la derecha respaldando su discurso de “ley y orden”. También de sectores desmoralizados de trabajadores y muchos de los 12 millones de parados sin expectativa de encontrar empleo. Los efectos brutales de la crisis económica, la decepción con las políticas pro-capitalistas del PT y los múltiples casos de corrupción que salpican a éste, han creado un terreno fértil para la demagogia de la ultraderecha.

Cuando el PT ganó por primera vez la presidencia (2003), el 71% de la población creía que su gobierno sería “excelente o bueno”. Los primeros gobiernos de Lula se beneficiaron del boom de las materias primas, y desarrollaron programas asistenciales que paliaron parcialmente la pobreza más extrema. Pero la esencia de los 12 años de petismo fue la renuncia a medidas socialistas, los pactos con la derecha y las constantes concesiones al FMI, aplicando recortes y políticas en beneficio de los grandes monopolios y la oligarquía financiera.

Los resultados electorales no pueden desvincularse de la crisis devastadora que atraviesa la economía brasileña. El PIB se desplomó un 3,8% en 2015 y otro 3,6% en 2016, un auténtico shock para millones de personas, particularmente sectores de la clase media. En 2015, 55 millones de brasileños (37% de la población adulta) acumulaban impagos en sus tarjetas de crédito. Mientras millones se empobrecían, los dirigentes del PT se veían envueltos en los mayores escándalos de corrupción de la década.

El efecto ha sido demoledor y la derecha lo ha utilizado a fondo. Trotsky analizaba este fenómeno en la Europa de los años treinta refiriéndose al fascismo y las capas medias: “(...) Es precisamente esta desilusión de la pequeña burguesía, su impaciencia, su desesperación, lo que explota el fascismo. Sus agitadores estigmatizan y maldicen a la democracia parlamentaria (…). Estos demagogos blanden el puño en dirección a los banqueros, los grandes comerciantes, los capitalistas. Esas palabras y gestos responden plenamente a los sentimientos de los pequeños propietarios, caídos en una situación sin salida. Los fascistas muestran audacia, salen a la calle, enfrentan a la policía, intentan barrer el parlamento por la fuerza. Esto impresiona al pequeño burgués sumido en la desesperación (…) La democracia no es más que una forma política. La pequeña burguesía no se preocupa por la cáscara de la nuez sino por su fruto. Busca salvarse de la miseria y la ruina. ¿Que la democracia se muestra impotente? ¡Al diablo con la democracia! Así razona o siente todo pequeñoburgués”.

La crisis económica también ha afectado duramente a la clase obrera. De 2014 a 2016 se destruyeron más de 2 millones de empleos según las estadísticas oficiales, con un hundimiento dramático de los niveles de vida de los trabajadores. La profundidad de la recesión agravó lacras como la violencia, el narcotráfico, las ejecuciones sumarias de jóvenes por policías y ejército... “La violencia en Brasil produce tantas muertes como en países en guerra”, afirma la socióloga Samira Bueno. En 2017 hubo 63.880 homicidios, 175 por día, 7,2 por hora. Bolsonaro ha captado el voto de  millones de personas desesperadas con esta situación planteando la toma de los barrios por el ejército. Pero fueron el PT y sus aliados quienes iniciaron la estrategia de militarizar las favelas, en lugar de aplicar políticas socialistas que combatieran la desigualdad y la pobreza.

El colapso venezolano y su influencia

En una encuesta reciente preguntaban a los seguidores de Bolsonaro cuál era su principal temor. La respuesta más repetida fue  “que la izquierda convierta Brasil en otra Venezuela”.

Los avances de la revolución bolivariana en 2002 provocaron un giro a la izquierda en el continente. La  victoria de Lula en 2003 se produjo en ese contexto. Pero Lula y los dirigentes del PT sólo querían gestionar el capitalismo limando sus aspectos peores. La burguesía y el imperialismo les utilizaron como dique de contención contra el avance de la revolución en líneas socialistas tanto en Venezuela como en otros países del continente. Lula presionó a Chávez para que moderase su discurso y acciones,  presentándose como adalid de una izquierda respetuosa con la economía de mercado.

Si la revolución hubiese llegado hasta el final, expropiando a los capitalistas, poniendo el poder en manos de los trabajadores y el pueblo —como las bases del chavismo demandaban—, podría haberse evitado la catástrofe que sufre hoy Venezuela. Nacionalizando la banca, los grandes monopolios y la tierra bajo control democrático, hubiera sido posible la planificación socialista de la economía resolviendo las necesidades sociales fundamentales. Una Venezuela genuinamente socialista habría sido un polo de atracción para la población brasileña, incluidas las capas medias.

Pero Chávez se quedó a medio camino. Tras su muerte, Maduro y la burocracia están liquidando las conquistas del periodo anterior, aplicando duras contrarreformas capitalistas mientras hablan de socialismo. El resultado es un desastre social superior aún al brasileño. Las imágenes de decenas de miles de personas huyendo de Venezuela han dado munición a Bolsonaro.

Construir la izquierda revolucionaria y responder con la movilización de masas

El potencial para levantar una izquierda revolucionaria que plante cara a la extrema derecha existe. Tras destituir antidemocráticamente a Dilma Rousseff (PT), los ataques del derechista Temer fueron respondidos por millones de jóvenes y trabajadores con la huelga general del 28 de abril de 2017. Pero los dirigentes sindicales, vinculados al petismo, renunciaron a continuar y endurecer la movilización y permitieron que el gobierno, que estaba contra las cuerdas, se recuperase. La lucha acabó derrotada.

Sectores de la burguesía que inicialmente apostaban por otros candidatos han visto en Bolsonaro una oportunidad de oro para infringir una derrota decisiva al movimiento obrero y popular. Hasta dónde pueden llegar los elementos fascistas y pseudofascistas que le apoyan no está determinado de antemano. Dependerá de la resistencia que el movimiento obrero y la juventud ofrezcan, pero más temprano que tarde el conflicto estallará con toda su crudeza. El programa de Bolsonaro supone golpear a millones de trabajadores, campesinos y jornaleros, pero también a pequeños comerciantes, autónomos, funcionarios, pensionistas, estudiantes…que incluyen a una parte importante de sus votantes.

La lucha de clases en Brasil entra en una nueva fase marcada por la extrema polarización y la violencia que la clase dominante pretende ejercer contra los oprimidos. La base de Bolsonaro no es tan firme como aparenta: su apoyo electoral tiene un componente superficial y episódico, no comparable al movimiento de masas del fascismo europeo en los años treinta. Bolsonaro es un bonapartista de extrema derecha, respaldado por los sectores más reaccionarios del aparato del Estado, la oligarquía tradicional y las capas medias  más visceralmente de derechas. Su victoria ha sido posible por la bancarrota de la izquierda petista, reformista y vacilante, siempre dispuesta a rendirse ante la burguesía.

Durante la campaña electoral se han producido movilizaciones importantes contra Bolsonaro. Millones de jóvenes y trabajadores comprenden el peligro que representa y están dispuestos a luchar y resistir. Pero enfrentar la ofensiva reaccionaría pasa, en primer lugar, por sacar las lecciones de los graves errores cometidos por la dirección del PT.

La tarea de la izquierda que lucha (PSOL, PCB, PSTU, LSR…), los sindicatos de clase, el MST y MTST, colectivos LGTBI, organizaciones feministas, incluyendo a la base petista, es levantar un gran Frente Único e impulsar comités de acción en cada empresa, cada barrio y centro de estudio. Estos comités de acción tienen que defender un programa contra los recortes y la austeridad, organizar la autodefensa frente a los ataques fascistas y preparar movilizaciones de masas que confluyan en una gran huelga general contra Bolsonaro. Al mismo tiempo es fundamental llamar a los trabajadores y jóvenes latinoamericanos y del mundo a sumarse a esta batalla.

Esta es la estrategia que impulsan nuestros camaradas de LSR (Liberdade, Socialismo e Revoluçao), la sección brasileña del Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT/CWI), que intervienen dentro del movimiento obrero y juvenil por construir una izquierda revolucionaria y socialista.

La clase obrera brasileña es la más poderosa del continente, tiene tradiciones revolucionarias y capacidad para levantar organizaciones de combate. Y, más temprano que tarde, entrará en la escena con toda su fuerza.


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