La insurrección que vive Perú desde el 7 diciembre, con centenares de miles de trabajadores, campesinos y estudiantes tomando las calles contra el golpe de Estado de la oligarquía y el imperialismo estadounidense, desafiando una brutal represión que ya se ha cobrado más de 70 muertes y centenares de heridos y detenidos, muestra la enorme fuerza y voluntad de los oprimidos por cambiar la sociedad. Perú es el ejemplo más reciente, pero desde 2018 varios países latinoamericanos han vivido crisis revolucionarias o grandes movilizaciones de masas que han desembocado en la formación de Gobiernos de izquierda en la mayoría de ellos.
América Latina es una de las regiones más desiguales y golpeadas. El 10% más rico del continente acumula el 77% de la riqueza mientras el 50% más pobre recibe solo el 1%[1]. Aunque la población latinoamericana representa el 8% de la mundial, concentró el 32% de muertes por Covid 19. La pobreza y pobreza extrema se han disparado a los mayores niveles en tres décadas: 86 y 201 millones de personas respectivamente (el 13,1% y el 32,1% de la población total)[2].
El golpe en Perú y el intento de golpe en Brasil del 7 de enero señalan claramente que las oligarquías latinoamericanas y las multinacionales imperialistas están dispuestas a todo. Si los Gobiernos de izquierda no muestran la misma decisión, tomando medidas revolucionarias para romper con el capitalismo y transformar las condiciones de vida de las masas, la clase dominante impondrá su dominación a sangre y fuego.
Expropiar a los capitalistas o ceder a su presión, no hay terceras vías
En Chile (2019), Colombia (2021), o ahora en Perú, las huelgas generales, las movilizaciones masivas y auténticas insurrecciones pusieron en jaque a los Gobiernos capitalistas. Las masas crearon mediante su acción directa embriones de poder obrero: asambleas populares, comités de lucha, cabildos, primeras líneas de autodefensa... Era el momento para que las organizaciones de la clase obrera con más influencia hubieran planteado unificar esos embriones con una estrategia para tomar el poder y un programa socialista. Todas las condiciones objetivas y la correlación de fuerzas entre las clases estaban maduras para dar un vuelco espectacular y conquistar una salida revolucionaria. Pero los dirigentes de la izquierda reformista sabotearon la lucha, desviándola hacia el terreno electoral y parlamentario, y otorgaron un margen de maniobra precioso a la burguesía y el imperialismo para retomar la iniciativa.
Durante año y medio las masas peruanas se batieron el cobre a favor de Pedro Castillo, pero también exigiéndole medidas drásticas contra el bloqueo de los capitalistas y el Parlamento controlado por la derecha y ultraderecha a cualquier medida progresiva. La renuncia de Castillo a expropiar a la oligarquía y a cumplir sus promesas, y las innumerables maniobras negociadoras con los poderes fácticos de siempre, sirvieron al imperialismo estadounidense y la oligarquía para preparar el golpe en mejores circunstancias. De planificar un golpe “blando”, se pasó inmediatamente a una ofensiva sangrienta una vez que el pueblo manifestó su espíritu de resistencia.
En Colombia, tras una fuerte insurrección popular en 2021 y la llegada a la presidencia de la república del candidato de izquierdas Gustavo Petro, la burguesía ha dejado muy claro que no permitirá ningún cambio por mínimo que sea. La respuesta histérica de los jueces, el poder económico y los propios “aliados” burgueses que incluyó en su Gobierno, ante las tímidas reformas propuestas en terrenos como la salud o los salarios y derechos laborales, son una seria advertencia.
En definitiva, no es posible cuadrar el círculo, no hay terceras vías. O se levanta una alternativa socialista para transformar aquí y ahora las condiciones de vida de la mayoría de la población expropiando los bancos, la tierra y los grandes monopolios, o cualquier acuerdo con la burguesía solo servirá para desmoralizar a las masas y propiciar una derrota estrepitosa.
El error trágico de la Asamblea Constituyente
Este es el papel objetivo que desempeña la consigna de Asamblea Constituyente, defendida de forma casi unánime y acrítica por todos los dirigentes de la izquierda latinoamericana, incluidos sectores que se declaran anticapitalistas y marxistas. La Constituyente, otra forma de parlamentarismo burgués que mantiene intacto el poder económico y político de los capitalistas, ha sido utilizada por la burguesía chilena para ganar tiempo, dividir a las masas, y descarrilar el proceso revolucionario.
La presidencia de Gabriel Boric, que demuestra el profundo giro a la izquierda que vivió Chile, puede saldarse con una nueva frustración de graves consecuencias. Tres años de debate sobre la nueva Constitución sin que se concrete ningún cambio real y sustantivo, y concesiones constantes del Gobierno del Frente Amplio y los partidos socialista y comunista a los capitalistas han recortado su apoyo del 60% al 26,9. Amplios sectores de las capas medias que apoyaron la revolución, desmoralizados, han oscilado violentamente a la derecha.
La consigna de Asamblea Constituyente en Perú y su aplicación como un cliché a todo el continente está teniendo consecuencias nefastas: implica la renuncia a una política socialista y revolucionaria, a la vez que fomenta ilusiones en que es posible un cambio gradual y por etapas, primero la democracia y luego para un tiempo indeterminado la lucha por el socialismo. Pensar en que utilizando los mecanismos de la democracia burguesa en esta fase de descomposición capitalista, se pueden resolver los problemas de las masas obreras, es volver a las viejas ideas del gradualismo reformista o del etapismo defendido por el estalinismo. No tiene nada que ver con la política de independencia de clase por la que siempre ha abogado el marxismo revolucionario,
Es más, estas posiciones de colaboración de clases en todas sus formas y variantes programáticas y tácticas, son lo que asfalta el camino a las tendencias autoritarias y golpistas de la clase dominante. Un sector apuesta por los Bolsonaro, Trump… para aplastar brutalmente a las masas. Otro, temiendo no tener fuerza suficiente en este momento y provocar un estallido revolucionario, presiona a los dirigentes reformistas con la amenaza golpista para que contengan a las masas, incluyendo el recurso a la Asamblea Constituyente, y estabilizar la situación en su beneficio.
Lucha de clases y lucha interimperialista
La revolución y la contrarrevolución se combinan con la pugna entre los imperialistas estadounidenses y chinos por la hegemonía continental y mundial. Consciente de su decadencia frente a China, EEUU está interviniendo cada vez más agresivamente en toda América Latina, que tiene reservas claves de materias primas y minerales, considerado su patio trasero y donde China ha tomado claramente la delantera durante la última década. “Combatiremos junto a nuestros aliados la influencia maligna de China y Rusia”, “El hemisferio occidental nos pertenece y a nadie más”, declaraban en reuniones recientes con militares latinoamericanos Laura Richardson, jefa del Comando Sur, y Mark Miley, jefe del Estado mayor conjunto estadounidense.
Ante la decadencia del imperialismo estadounidense, dirigentes reformistas como Lula, Petro o AMLO han planteado utilizar esta pugna entre el bloque liderado por China y los EEUU para negociar con ambos y atraer inversiones y créditos en mejores condiciones. Pero esto es otro camino al desastre. La experiencia de las últimas dos décadas demuestra que bajo el capitalismo y la dominación de las multinacionales imperialistas (sean estadounidenses, europeas, chinas o rusas) es imposible avanzar medio milímetro y los pueblos latinoamericanos solo pueden esperar un futuro de pesadilla.
Las masas latinoamericanas están dando un ejemplo estremecedor de instinto, combatividad y conciencia. Lo único que les impide vencer, por ahora, es la ausencia de una izquierda revolucionaria con un programa y una estrategia que les permita desplegar toda su fuerza y tomar el poder. Esa es la contradicción fundamental que hay que resolver.
Notas:
[1]Desigualdad y baja movilidad social en América Latina y el Caribe
[2]Las tasas de pobreza en América Latina se mantienen en 2022 por encima de los niveles prepandemia, alerta la CEPAL