Para cualquier trabajador consciente el aniversario de un acontecimiento como la revolución cubana es un motivo de celebración. Desde la revolución de 1959, Cuba se convirtió en un símbolo de la lucha antiimperialista y anticapitalista. El hecho de que en Cuba se haya mantenido hasta hoy la economía planificada, después del derrumbe de la ex URSS y de los regímenes del Este, países con los que tenía la inmensa mayoría de sus relaciones comerciales, y a pesar de toda la presión que significaron los años 90 en el sentido de vuelta hacia del capitalismo y medidas privatizadoras en todo el mundo, han reforzado aún más a Cuba como un símbolo de resistencia.
Ha sido la planificación estatal, el carácter no capitalista de la economía lo que ha permitido —pese a las dificultades inherentes de una economía débil y hostigada por el imperialismo mediante un implacable bloqueo económico desde la revolución— que en Cuba se alcanzara en el terreno de la educación, de la sanidad, de la mortalidad infantil, de la alfabetización (el analfabetismo prácticamente desapareció en los primeros años de la revolución), etc. niveles superiores a los países de América Latina, incluso los que tienen una economía más desarrollada como Brasil, Argentina, etc.
Precisamente ese aspecto, el carácter no capitalista de la economía cubana, al mismo tiempo que constituye la base principal de las conquistas sociales de la revolución, lo es también del odio que el imperialismo profesa contra Cuba. Cuando el imperialismo norteamericano habla de la “falta de democracia en Cuba” apesta a hipocresía puesto que en la práctica ha sostenido las más sangrientas dictaduras y golpes de estado cuando le ha convenido, incluyendo el golpe y la dictadura de Batista. Lo que realmente odia el imperialismo norteamericano es la existencia de un país de economía planificada en lo que siempre consideró su patio trasero y en un contexto de ascenso de procesos revolucionarios en toda América Latina.
Sin embargo, la pervivencia de las conquistas sociales de la revolución cubana, lo que equivale a la pervivencia misma de lo que hoy simboliza Cuba para millones de personas, no está garantizado de antemano. Entrar en el debate de las perspectivas y del programa necesario para que Cuba preserve sus conquistas sociales, que en nuestra opinión debe estar basado fundamentalmente en la democracia obrera y en la lucha por la revolución socialista en otros países, es un deber de cualquier revolucionario consecuente. En esta ocasión, sin embargo, nos centraremos en aspectos que consideramos importantes de la propia revolución cubana.
Una burguesía particularmente débil
El triunfo de la revolución cubana en 1959 se dio también en un contexto de gran efervescencia política en América Latina y en los países coloniales y ex coloniales de todo el mundo. Terminada la Segunda Guerra Mundial los procesos revolucionarios adquirieron especial fuerza en los eslabones más débiles del capitalismo, en muchísimos casos bajo la forma de lucha por la independencia nacional. En los países en los que ya se había alcanzado la independencia formal, como era el caso de Cuba y los países de América Latina, el ambiente también era de inestabilidad y el malestar abarcaba a amplias capas sociales: trabajadores, campesinos y sectores de la pequeña burguesía. El crecimiento económico posterior a la Segunda Guerra Mundial no acortaba sino agrandaba el abismo que separaba a los países ricos y pobres; la miseria, la opresión y la dependencia del imperialismo permanecían y se acentuaban a pesar de la independencia formal.
En Cuba se concentraban, y de forma extrema, las características históricas, sociales, económicas y políticas de los países latinoamericanos y eso tuvo una expresión clarísima en el también peculiar desarrollo que tuvo la revolución de 1959. A la burguesía cubana la podríamos considerar paradigmática de la sumisión hacia el imperialismo que ha caracterizado históricamente a todas las burguesías latinoamericanas. De hecho, mientras que a principios del siglo XIX el movimiento por la independencia nacional se extiende a toda América Latina, Cuba constituye una rara excepción. En realidad la incipiente burguesía y a los prósperos terratenientes azucareros del Occidente de la isla no aspiraban siquiera a la independencia formal. Preferían mil veces la dependencia del imperialismo español a la aterradora perspectiva de una rebelión de los esclavos, como había ocurrido en Haití a inicios del siglo. Ese temor determinó su actitud hacia un primer movimiento de independencia (1868-1878) fomentado sobre todo por los productores del Oriente de la isla, que se sentían discriminados por el poder estatal.
El crecimiento de la producción azucarera y la intensificación de las relaciones comerciales con EEUU determinaron la actitud de la clase dominante cubana frente al segundo movimiento de liberación nacional —iniciado en 1895 y encabezado por José Martí, que murió en combate en los primeros enfrentamientos— logrando desviarlo de tal manera que la independencia de España acabó en una dependencia de hecho, y casi de derecho, de EEUU (1).
El desarrollo de la sociedad cubana hasta la revolución de 1959 estuvo determinado en gran medida por el carácter atrasado y sumiso de la burguesía cubana. Ya a finales de la primera década del siglo XX, más del 70% de la producción azucarera provenía de plantaciones de propiedades extranjeras y los pocos propietarios cubanos estaban endeudados con bancos norteamericanos.
Los cubanos con dinero se dedicaron a negocios tan poco productivos como el juego y la prostitución, orientados al floreciente turismo norteamericano de gran poder adquisitivo, simbolizando así el carácter decrépito de la burguesía cubana.
En vísperas de la revolución la situación social del pueblo cubano se caracterizaba por una pobreza y desigualdad extrema. El porcentaje de población sin escolarizar era más alto que el de los años 20. El ingreso per cápita era de 312 dólares, frente a los 829 de Missisippi, el estado más pobre de EEUU. Sin embargo en La Habana circulaban más Cadillac que cualquier otra ciudad del mundo. En el campo 30.000 propietarios poseían el 70% de las tierras agrícolas mientras que el 78,5% de los campesinos se tenían que conformar con el 15% de las mismas. En el caso del cultivo de caña el dominio del latifundio estaba aún más acentuado: 22 grandes propietarios poseían el 70% de las tierras cultivables. Ese es el panorama que ofrecía el capitalismo a los cubanos en la década de los 50.
El PCC y la clase obrera cubana
En la conformación de los diferentes agrupamientos y partidos políticos previos a la revolución cubana influyó de forma decisiva el papel que a lo largo de varias décadas había jugado el Partido Comunista de Cuba (PCC)(2). Paradójicamente, el PCC no jugó un papel determinante en la revolución cubana ni tenía la perspectiva de una revolución de carácter socialista en el país. La razón que explica este hecho no reside en la debilidad del partido, de hecho el PCC era uno de los partidos comunistas más fuertes de América Latina junto con el colombiano. En los años 40 contaba con 80.000 militantes sobre una población de 6 millones, una cifra nada desdeñable si tenemos en cuenta que el Partido Bolchevique, en febrero de 1917 sólo contaba con 8.000 sobre una población de más de 100 millones. Ya a mediados de la década de los 20 las condiciones sociales para una revolución socialista estaban más maduras que en Rusia en 1917: el campesinado era fundamentalmente asalariado, el 57% de la población activa vivía en la ciudad y los obreros constituían el 16,4% de la población activa. En consonancia con su peso social la clase obrera hace sentir su peso en el terreno político. Si los años 20 fue la década de formación del partido comunista y de los sindicatos, los años 30 fueron de revolución, en la que la clase obrera utiliza los métodos clásicos de la huelga, manifestación y la formación de soviets (como así ocurrió en los ingenios azucareros durante la oleada revolucionaria de agosto de 1933). Sin embargo ese período coincide con la degeneración de la III Internacional en líneas burocráticas y estalinistas que, abandonando las tesis de Lenin basadas en el internacionalismo y en la independencia de clase, sumergen a los PCs de América Latina y de todo el mundo en la más absoluta confusión.
La sucesión de giros, vacilaciones y traiciones por parte de los dirigentes que se suponían “herederos de las tradiciones de Octubre” del partido comunista en Cuba también podríamos situarlos como una caso paradigmático del desastre que el estalinismo provocó en el conjunto de América Latina. Después de echar jarrones de agua fría contra el movimiento huelguístico que se inicia en 1932 —con el pretexto de que podía provocar la intervención de EEUU— y que pone contra las cuerdas al demagogo y autoritario general Machado, el partido se ve sorprendido por una maniobra por la que una junta de 5 personas, en las que se encuentra Fulgencio Batista, entonces sargento, se hace con el gobierno. Sintiendo como la oportunidad de rentabilizar la situación se le escapaba de las manos y en un giro repentino de 180º el PCC proclama “todo el poder para los soviets”, sorprendiendo a un movimiento ya a la baja y desconfiado de un partido muy desprestigiado por su tibieza en relación al gobierno de Machado. El PCC paga su error con una brutal oleada represiva, pero la ceremonia de confusión no hacía más que empezar. El VII congreso de la Internacional Comunista inaugura la política de Frente Popular que proclama la alianza de la clase obrera con todo tipo de personajes y partidos que de verdad o de mentira se decían antifascistas. La misma política que llevó a la ruina la revolución española del 36-39 tuvo su plasmación en Cuba. Así escribía Blas Roca, secretario general del PCC en diciembre de 1936:
“La misma burguesía nacional, entrando en contradicción con el capitalismo que la sofoca, acumula energías revolucionarias que no se deben dejar perder (…) Todos los estratos de nuestra población, desde el proletariado a la burguesía nacional pueden y deben formar un amplio frente popular contra el opresor extranjero”. Esa política se concretó en una propuesta de alianza con Grau, del Partido Auténtico, de carácter nacionalista burgués, que no aceptó la alianza.
Mientras tanto Batista era definido como “traidor a la nación y siervo del imperialismo”, calificativos que, sin embargo, duraron poco. Así, en otro giro de 180º, Blas Roca, en julio de 1938 declaraba lo siguiente: “Batista había comenzado a no ser el principal exponente de la reacción, el estallido revolucionario que en septiembre de 1933 le llevó a rebelarse contra el poder no ha dejado de ejercer una presión sobre él”. En 1938, como muestra de agradecimiento, es legalizado el PCC y en las elecciones de 1939 a la Asamblea Constituyente se presentan dos candidaturas: la coalición de Batista con los comunistas y la de los Auténticos con el ABC (otra formación nacionalista de aire más radical). Ganan los Auténticos, pero al año siguiente Batista se hace con la presidencia de forma no muy democrática e incluye a dos comunistas en su gobierno. Pero aún estaba por llegar el momento del redoble de tambores y del “más difícil todavía”: en el segundo congreso del PCC se deja de lado definitivamente la crítica a EEUU. Se aprueba la “colaboración en un programa de economía expansiva que aceptaría pagar intereses razonables para los inversores extranjeros, principalmente ingleses y norteamericanos”. Los sindicatos, que estaban controlados en un 80% por los comunistas, sacan un panfleto titulado “La colaboración de clases entre los empresarios y los obreros”.
La distorsión de un partido que tenía una influencia decisiva en el movimiento obrero cubano y cuya dirección, en nombre del comunismo y de las tradiciones revolucionarias de Octubre, practicaba la más despreciable política menchevique y de colaboración de clases no podía menos que dejar su impronta en la política cubana.
Con esa trayectoria nos podemos hacer una idea de lo difícil que era para los trabajadores y los campesinos cubanos de la época, hacerse una idea de las auténticas ideas del comunismo y de la táctica bolchevique. Las ideas de Marx y de Lenin estaban sepultadas bajo toneladas de distorsiones aberrantes. Para toda una generación de jóvenes que entraron en política bajo en signo de la lucha anti imperialista, los zig-zags del PCC cuanto menos causaba indiferencia, cuando no abierto rechazo. Para muchos, los comunistas eran demasiado “flojos” con el imperialismo americano y para otros, aunque la noción del comunismo y de la Revolución de Octubre era un poderoso atractivo, conocer su auténtico desarrollo y asimilar sus valiosas lecciones era una tarea casi imposible.
La dictadura de Batista
En 1952, después de un largo período de inestabilidad y corrupción generalizada, era probable una victoria electoral de la alianza de los Ortodoxos (3) y del PCC. EEUU apoya sin titubeos el golpe de Estado de Batista, en marzo del mismo año. La oposición al golpe era muy fuerte entre estudiantes e intelectuales. En julio de 1953 un grupo de aproximadamente 120 jóvenes agrupados en torno a Fidel asaltan el cuartel de La Moncada, con el fin de propiciar el fin de la dictadura. Aunque acaba en la muerte y el fusilamiento de la mayoría de sus participantes y en el encarcelamiento de los sobrevivientes, el asalto tuvo un enorme papel propagandístico y la figura de Fidel pasó a ser muy conocida. La fuerte campaña internacional por la liberación de los encarcelados de Moncada obliga al régimen a su liberación.
En el exilio mexicano Fidel agrupa a los que protagonizarían el inicio del movimiento guerrillero en Cuba, entre ellos al Che. Poco menos de 100 personas, en la mítica embarcación Gramma, parten de la ciudad mexicana de Veracruz el 25 de noviembre de 1956 y llegan a la costa cubana el 2 de diciembre. Tras el desembarco, varios encuentros con la policía prácticamente disuelven el grupo y sólo varias semanas después, en Sierra Maestra, se reagrupan y forman el primer núcleo guerrillero.
Si hay algo que no faltaba a esos hombres era valentía. Un acontecimiento político que probablemente marcó a los guerrilleros fue la experiencia de Arbenz en Guatemala, un general progresista que intentó una tímida reforma agraria en un país que en la práctica era propiedad de la multinacional norteamericana United Fruit Company. Che estaba en Guatemala cuando el derrocamiento de Arbenz en 1954, y probablemente esa fuera su primera experiencia política seria. Indignado, no comprendía como el gobierno no repartía armas al pueblo para defenderse de las columnas golpistas que se estaban organizando bajo los auspicios de EEUU y con la colaboración de dictaduras como la de Somoza en Nicaragua. A pesar de que se había apuntado a una milicia para defender al gobierno, esa nunca entró en acción.
Una de las obsesiones de los guerrilleros cubanos es que a ellos no les podía pasar lo mismo que a Arbenz. En realidad, el programa de los guerrilleros, organizados en el movimiento 26 de Julio (4) era radical en la forma, basado en el enfrentamiento armado con el régimen, pero no en el programa. Como diría Fidel en una entrevista a un periodista norteamericano en verano de 1958: “Nunca he sido comunista. Si lo fuese tendría suficiente coraje para proclamarlo”. Si tenemos que hacer honor a la verdad, ni Fidel, que provenía de la rama universitaria de los Ortodoxos, ni el Che tenían en su mente una Cuba socialista. Su lucha estaba alimentada por el afán de justicia social, de democracia y de liberación nacional frente a la asfixiante opresión del gigante del norte. Tuvieron que pasar varios meses después de la toma del poder para que Fidel proclamase el carácter socialista de la revolución en Cuba.
Los guerrilleros, que se asentaron inicialmente en Oriente, la zona más pobre y con tradición de lucha campesina, estaban enfrentados a un régimen aparentemente fuerte pero en realidad completamente corroído y putrefacto. Batista no tenía ningún tipo de apoyo social y sólo se mantenía por la represión y la inercia política. Hay algunos datos que son sorprendentes si lo comparamos con el gigantesco efecto que tuvo el triunfo de la revolución en el mundo y en el desarrollo de la propia sociedad cubana. En primer lugar la guerra duró relativamente poco: 26 meses. En ese período los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército de Batista fueron relativamente escasos. Según el historiador Hugh Thomas, en su Historia Contemporánea de Cuba “en realidad las únicas batallas serias que se libraron en la guerra civil fueron las de Santa Clara y las que provocaron la derrota de la ofensiva [del gobierno] en verano de 1958”. En esos choques mueren 6 y 40 rebeldes respectivamente. H. Thomas estima que aún teniendo en cuenta que en una guerra de guerrillas las batallas campales nos son habituales, los choques armados, en general, fueron escasos. Durante todo el período de guerrilla el ejército de Batista no perdió más de 300 hombres.
El propio tamaño del Ejército Rebelde, da una idea de lo que estamos hablando. A mediados de 1958 estaba compuesto por unos 300 guerrilleros y a finales del mismo año, en la ofensiva final, llegan a 3.000 como mucho. Por supuesto, sin la base de apoyo que la guerrilla tenía entre el campesinado era imposible resistir a la presión del enemigo, pero parece obvio que el derrumbe de la dictadura de Batista entran muchos más factores que el simple choque mecánico de dos fuerzas militares.
Como decía el propio Che, tenía mucha más importancia una entrevista a un periodista que iba a Sierra Maestra, por el efecto político que tenía su publicación , que un triunfo en el terreno militar. El nefasto papel jugado por el PCC en las ciudades, renunciando a una política de independencia de clase y a la perspectiva de la revolución socialista, unido al total descrédito de los dirigentes de los partidos burgueses de uno u otro signo, hacía que los dos referentes políticos en Cuba fueran la guerrilla libertadora de Fidel en Sierra Maestra o la sanguinaria dictadura de Batista. Evidentemente las simpatías de la mayoría del pueblo estaban con la guerrilla.
La decadencia del régimen dictatorial estaba encarnada en la actitud de su máximo exponente, el propio Batista. La brutalidad contra el pueblo y adulación al jefe era la forma de ascender en el ejército del dictador, un elemento que estaba mucho más atento a sus negocios personales que al desarrollo de la guerra. Posteriormente a su caída, un asesor personal de Batista llegó a decir que el principal aliado de Fidel era la canasta, refiriéndose a la afición al juego que tenía Batista, incluso en momentos cruciales del conflicto.
Los avances de la guerrilla unido a su creciente apoyo popular aceleró la descomposición del ejército, las deserciones e incluso el paso de soldados y mandos a la guerrilla se hacían cada vez más frecuentes. Cuando las diferentes frentes guerrilleros entran en las ciudades no hay ningún tipo de resistencia por parte del ejército.
Sin embargo, no todo estaba asegurado. Desde de la huida de Batista, el 1 de enero, hasta el control de la situación en La Habana por parte de la guerrilla, pasó cerca de una semana, hay un período de tiempo crucial en el que un sector del ejército trata de hacer una maniobra de urgencia instaurando un gobierno antiBatista con el objetivo de evitar que los guerrilleros se hiciesen con el poder.
En ese momento es cuando, a pesar de todo, la clase obrera de La Habana, relegada al papel de espectadora durante todo el proceso, juega un papel decisivo en desbaratar la maniobra. Como explica Karol en su libro Guerrilleros al poder “…toda la semana de la huelga general en la capital constituye un elemento decisivo de la situación, impidiendo a cualquiera rellenar el vacío de poder”. Más adelante señala: “El ejército rebelde no es lo suficientemente numeroso como para infligir sólo, sin ese potente movimiento de huelga, el golpe de gracia a las viejas estructuras políticas”.
La victoria de la guerrilla
La victoria de la guerrilla desató en las masas oprimidas enormes expectativas de cambio en sus condiciones de vida. La guerrilla no sólo había derrotado a una dictadura, su triunfo la situaba al frente un gran torrente de presión hacia un cambio social. Además, se había creado una situación particular: el estado burgués, encarnado en el corrupto aparato represivo batistiano, se había disuelto como un terrón de azúcar. Buena parte de la burguesía había huido en estampida, al calor del proceso revolucionario y de las manifestaciones de apoyo popular de la guerrilla. Si además de eso unimos la progresiva hostilidad de EEUU hacia el nuevo régimen, intentando asfixiar a la economía cubana negándose a comprar su cuota azucarera y a refinar el petróleo en sus empresas situadas en la isla, y la oferta de la URSS de suplir al imperialismo como socio comercial, en condiciones mucho más ventajosas, tendremos las claves del carácter socialista que finalmente adquirió el proceso revolucionario en Cuba y del régimen que se configuró. Precisamente, la gran peculiaridad del proceso revolucionario cubano fue el hecho de que sin que los dirigentes guerrilleros tuviesen un programa socialista y sin que la clase obrera participase de forma activa, conciente y organizada en todas las fases del proceso, la revolución acabase nacionalizando los recursos económicos fundamentales de la isla y la instauración una economía planificada. Con todas las distorsiones que estas peculiaridades conllevaron —y que profundizaremos, junto a otros aspectos, en el siguiente capítulo— la abolición del capitalismo en Cuba supuso un paso gigantesco para la sociedad de la isla.
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Notas:
(1). La enmienda Platt, insertada en la constitución de la Cuba independiente, garantizaba la intervención militar del ejército de EEUU en caso de que la situación se desestabilizase.
(2). Más tarde el partido se pasó a llamar Partido Socialista Popular (PSP), aunque en el artículo siempre haremos referencia al PCC. Tampoco debe confundirse con el PCC que después de la revolución vuelve a fundar Castro.
(3). Los llamados Ortodoxos fueron una escisión del Partido Revolucionario Auténtico, desprestigiado y salpicado de corrupción.
(4). En memoria al asalto al cuartel de La Moncada.
En este número del periódico no incluimos el artículo que correspondía a la cuarta parte de la serie “Bolchevismo, el camino a la revolución”.
Continuaremos su publicación en el siguiente número.