En el mes de junio el dirigente de un partido de derechas y socio de Lula en el gobierno denunció prácticas corruptas que afectaban a ministros y dirigentes del PT. Desde entonces hasta ahora, la cuestión de la corrupción en la cúpula del PT ha sidoEn el mes de junio el dirigente de un partido de derechas y socio de Lula en el gobierno denunció prácticas corruptas que afectaban a ministros y dirigentes del PT. Desde entonces hasta ahora, la cuestión de la corrupción en la cúpula del PT ha sido el tema de portada de los periódicos y medios de comunicación brasileños. Todos los días se conocían nuevos implicados de la cúpula del PT en prácticas corruptas, malversando fondos de empresas públicas, maletas repletas de dinero retenidas en los aeropuertos, etc.

La corrupción es parte de la naturaleza del sistema capitalista aunque probablemente Brasil sea uno de los países donde el fenómeno tenga una raigambre más acentuada. Hasta hace muy poco los dirigentes del PT se vanagloriaban de su “ética”, en contraposición a la corruptela, sobradamente conocida, de los partidos burgueses. El caso brasileño es una demostración clara de hasta donde lleva la aceptación del capitalismo como único sistema posible. Se empieza por ahí, pero se acaba inmerso en todas sus prácticas, se acaba tomando como propios todos los códigos de conducta de la clase política burguesa, su corrupción, su hipocresía, etc. Muchos de esos dirigentes reformistas, creyéndose definitivamente aceptados por la clase dominante, después de haber dado tantas pruebas de sumisión, desarrollaron sus tramas de corrupción de la manera más natural, alegre e inocente. Al fin y al cabo, a esos niveles, la corrupción es la norma, y la practica todo el mundo, ¿qué sentido tiene privarse de nada? Se olvidaron de un pequeño detalle: la costumbre de la burguesía de usar y tirar a los dirigentes reformistas.

El fondo político

Es evidente que el estallido de esa crisis hace parte de un plan político de al menos un sector importante de la burguesía brasileña. Sería una ingenuidad total pensar que los medios de comunicación, el aparato del Estado, la clase dominante a la que están ligados, el imperialismo, etc. actúan de la misma manera ante todos los casos de corrupción.

Las consecuencias políticas de todo ese escándalo no tardaron en concretarse. Los principales dirigentes históricos del PT dimiten de sus responsabilidades tanto en el partido como en el gobierno. La de José Dirceu, que ocupaba en el gobierno una responsabilidad parecida a la de primer ministro es la dimisión más significativa. Era el nexo entre el gobierno y el PT y una de las figuras del sector oficialista más enfrentadas a Pallocci, el ministro de Finanzas y principal arquitecto de la política económica neoliberal del gobierno. En un tiempo record caía fulminada la plana mayor del PT.

De momento, no se ha implicado directamente a Lula ni a Pallocci en la trama de corrupción. Un acoso directo a Lula tendría el riesgo de desatar una respuesta social indeseable para la burguesía, pues todavía cuenta con un apoyo popular importante, y Pallocci, es el intocable del mundo financiero. En agosto, un ex colaborador suyo intentó implicarle en un caso de corrupción del periodo en que era alcalde de Ribeirao Preto, pero la respuesta de sectores significativos del mundo empresarial ha sido clara: Pallocci debe seguir en su sitio. El propio Lula ha vinculado su futuro a la continuidad de Pallocci.

Como consecuencia de la crisis la composición ministerial giró aún más a la derecha, con la entrada de más ministros burgueses, hasta el punto de que el PT se ha convertido en un partido minoritario dentro del propio gobierno, con 14 carteras de un total de 30.

A lo largo de la crisis Lula ha hecho varias declaraciones reafirmando su “independencia” del partido. Así, las consecuencias de la crisis a corto plazo han tenido un sesgo político evidente: derechización en el gobierno, debilitamiento del aparato del PT en la toma decisiones. Pero esa maniobra tiene implicaciones y objetivos a medio y largo plazo.

Elecciones en 2006

A un año vista se celebran elecciones presidenciales. El PSDB, el principal partido de la burguesía, al que pertenece el ex presidente Cardoso, ha hecho pública una oferta a Lula: garantizar la estabilidad política hasta octubre de 2006 a cambio de que renuncie a presentarse a las elecciones. Los dirigentes del PSDB, que fueron desalojados del gobierno por la arrolladora victoria de la izquierda en las presidenciales de 2002, se han trazado un plan que prevé una feliz “vuelta a la normalidad”, sin poner en peligro la estabilidad a corto plazo.

A medio plazo, la defenestración de la dirección histórica del PT, sumiendo el partido a una crisis total, tiene por objetivo dificultar la cristalización de una opción que se descuelgue con una política distinta a la dictaminada por el FMI. De hecho, las críticas a una política económica tan descaradamente idéntica a la practicada por los anteriores gobiernos de Cardoso (que favorece casi en exclusiva al sector financiero) y el fiasco de los planes de mejoras sociales (como el famoso y fracasado plan Hambre Cero) al no contar con presupuesto, se empezaban a hacer palpables dentro de los círculos dirigentes del PT e incluso del gobierno.

Esas críticas, mucho más acentuadas entre los dirigentes del movimiento sindical, campesino y de las comunidades, la gran mayoría de ellos ligados directa o indirectamente a las tradiciones del PT, anticipan el escenario de una segunda legislatura del PT, que muy probablemente estaría marcada por la movilización social, en sintonía con lo que está sucediendo en todos los países de América Latina y con el propio significado que tuvo la victoria de Lula en 2002, que no fue otro que el deseo de millones de pobres de cambiar sus condiciones de vida y su perspectiva de futuro. La burguesía teme esa perspectiva de movilizaciones por abajo y divisiones por arriba en el PT y trata de maniobrar a toda costa para evitarla.

Perspectivas

Sin embargo, los procesos históricos son más fuertes que todas las maniobras que se puedan hacer desde arriba. Una victoria de la derecha en las próximas elecciones, que no se puede descartar por el desencanto del electorado de izquierdas, abriría una perspectiva explosiva. Animados por la derrota del PT la derecha aplicaría una política social aún más salvaje y eso podría ser la gota que colmase la paciencia de millones de brasileños que pasarían a la acción después de ver frustrada su perspectiva de cambio por la vía electoral. Otra victoria del PT, que en absoluto se puede descartar, no contaría con la misma benevolencia de las masas de la primera legislatura. No se pueden descartar otras opciones. Quizás Lula no se presente. A corto plazo eso favorecería a los candidatos de la derecha que quizás, desde el gobierno, rescatarían su figura para formar un gobierno de unidad nacional para acabar de exprimir su autoridad ante el movimiento.

En todo caso, todas esas maniobras por arriba no evitan la frustración que se acumula por abajo. Confundiendo sus deseos con la realidad, algunos analistas se apresuran a hablar del fin del PT, de la derrota de la izquierda, etc. con el objetivo de desmoralizar el movimiento obrero tanto en Brasil, como en el resto de América Latina y Europa. En realidad lo que pone de manifiesto los acontecimientos en Brasil es a donde lleva el realismo de la socialdemocracia. ¡Cuanta miopía y estupidez concentrada! Pero su fracaso no es el fracaso del movimiento obrero ni de sus organizaciones. Brasil es el país con la clase obrera más fuerte de toda América Latina, cuenta con un campesinado organizado y combativo. Todo ese potencial emergerá tarde o temprano, decenas de miles de activistas sacarán conclusiones políticas de lo sucedido y todas las cortinas de humo con la que la burguesía intenta confundir y desmoralizar a los trabajadores se disiparán en el próximo e inevitable vendaval revolucionario.


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