Uribe, la oligarquía colombiana y el imperialismo sabotean el acuerdo humanitario
Uribe, la oligarquía colombiana y el imperialismo sabotean el acuerdo humanitario
Según la fórmula presentada por el Presidente Chávez, y aceptada por las FARC y el gobierno colombiano, la entrega de los rehenes se haría a una comisión internacional formada por representantes de varios gobiernos (Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina, Cuba, Perú, Francia y Suiza) y de la Cruz Roja Internacional, en un punto de la geografía colombiana que las FARC darían a conocer a esta comisión internacional pocos momentos antes de la liberación. Posteriormente, la Comisión Internacional, que se había desplazado desde la ciudad venezolana de Guasdalito a la colombiana de Villavicencio en helicópteros cedidos por la Fuerza Armada Venezolana pero identificados con emblemas de la Cruz Roja, trasladaría a los liberados hasta suelo venezolano donde les esperaban sus familiares.
La razón de la complejidad de la operación, y de mantener en secreto las coordenadas del lugar donde habría de realizarse la entrega de los rehenes hasta el último momento, era precisamente el intento de evitar una acción de los paramilitares fascistas que combaten a las FARC, del propio ejército colombiano o de la CIA y los efectivos militares estadounidenses desplazados a Colombia que pudiese abortar la operación. La única condición puesta por las FARC para efectuar la entrega era que la zona en la que se ejecutase la misma estuviese despejada de efectivos militares enemigos, con el fin de poder garantizar tanto la seguridad de los rehenes como el retorno de la patrulla guerrillera encargada de su entrega a un escondite seguro.
Desgraciadamente, tras varios días de incertidumbre, el 31 de diciembre Manuel Marulanda, "Tirofijo", líder de las FARC, dirigía una carta a Hugo Chávez informando de que la liberación resultaba imposible por el momento a causa de que el ejército y el gobierno colombiano habían incumplido la condición puesta por las FARC: el despeje de la zona elegida para la entrega, y que las acciones militares tanto del ejército como de las tropas paramilitares (vinculadas y coordinadas con el ejército) lejos de remitir se estaban intensificando. Pocas horas después, el Presidente colombiano Álvaro Uribe se encargaba de cortar cualquier posibilidad de que se realizase la liberación (al menos en esta etapa) al afirmar que el niño Emmanuel (con cuyo nombre se había bautizado la operación) no estaba en poder de las FARC sino en una institución de beneficencia dedicada a atender los niños en Bogotá.
Aunque el Gobierno colombiano, según declaraciones del propio Uribe, dice tener conocimiento de esa información desde el 29 de Diciembre esperó precisamente al momento más delicado de toda la operación, cuando las FARC denunciaron el incumplimiento del despeje de la zona de entrega por parte del ejército colombiano, para hacerla pública. Uribe intentaba de ese modo desviar la atención de la acusación lanzada por las FARC y echar la responsabilidad de la no liberación obre ésta. Varios ministros colombianos y el supuesto Comisionado para la Paz del gobierno colombiano, Luis Carlos Restrepo (quien ha sido criticado por los familiares de los rehenes en distintas ocasiones por obstaculizar las negociaciones) comenzaron a lanzar los habituales epítetos contra las FARC ("delincuentes", "bandidos", "terroristas", etc.) Su objetivo es presentar ante la opinión pública internacional y colombiana toda la operación como un engaño orquestado por la guerrilla con el apoyo de Chávez.
Inmediatamente, los contrarrevolucionarios venezolanos -que durante varios días se veían obligados a informar cariacontecidos de los preparativos de la operación- se unieron al coro de acusaciones, calumnias y distorsiones fabricado en Washington y Bogotá, conscientes de que la mediación de Chávez y la propuesta de las FARC de liberar unilateralmente a varios rehenes como muestra de buena voluntad habían despertado un apoyo masivo tanto en Venezuela como en Colombia.
¿Quién saboteó la liberación de los rehenes y por qué?
Para cualquier persona que tenga un pensamiento mínimamente independiente la versión del gobierno colombiano y los imperialistas cae por su propio peso. Hay varios hechos indiscutibles. El primero es que quien aborta la operación es la declaración de Uribe y no la carta de Marulanda. Uribe -si hubiese querido la liberación- podría haber salido públicamente ordenando un cese temporal de la actuación del ejército en toda la zona afectada. Ese mismo día, según la web del propio ejército colombiano, un correo que actuaba transmitiendo mensajes de las FARC fue asesinado por el ejército colombiano en el Departamento (Estado) de Arauca, fronterizo con Apure (Venezuela), de dónde partieron los helicópteros con la Comisión Internacional. Pocos días antes, dos mujeres que únicamente transportaban las pruebas de vida de los rehenes enviadas por las FARC a los familiares de estos eran detenidas y actualmente permanecen encarceladas, acusadas de "colaborar con un grupo terrorista" y esperando una condena que podría ascender a varias décadas. ¿Qué sentido tienen estas actuaciones si no es sabotear cualquier posibilidad de avance? El gobierno colombiano no sólo no ha cortado estas actuaciones por parte de sectores de su aparato estatal sino que las ha estimulado y apoyado.
Otro hecho indiscutible es que quien toma la iniciativa de liberar de forma unilateral y sin contrapartidas a tres rehenes y anuncia su identidad es la dirigencia de las FARC. ¿Qué sentido tiene desde un punto de vista no ya no humanitario sino táctico y diplomático anunciar una liberación que granjea las simpatías de la opinión pública internacional para a continuación no efectuarla y arriesgarse a perder esas simpatías? ¿Por qué elegir entre los muchos retenidos en poder de las FARC precisamente a uno que ha estado en sus manos pero ya no lo está? ¿Tiene algún sentido todo esto para alguien que no sea Uribe, Bush o las mentes calenturientas de los "periodistas" de los medios de comunicación contrarrevolucionarios de Colombia y Venezuela? La pregunta decisiva, como en las novelas de intriga detectivesca, es: ¿quién sale ganando?.
¿Quién gana con la no liberación, por ahora, de los rehenes? No son las FARC, que simplemente con anunciar la misma abrieron una brecha en la estrategia del imperialismo y la oligarquía colombiana que pretende aislarles internacionalmente y presentarles como asesinos sedientos de sangre sin objetivos políticos ni principios. Si la liberación de los rehenes se hubiese producido, incluso en el caso de que finalmente Emmanuel no hubiese estado entre ellos, el apoyo al proceso de canje humanitario y las simpatías hacia las FARC habrían aumentado en todo el mundo.
Los que sí ganan con la suspensión de la entrega de rehenes son, en primer lugar, el aparato del estado colombiano (en especial su cúpula militar), los narcos, los paramilitares, y otros sectores decisivos de la oligarquía. Todos estos actores son partidarios de continuar e intensificar la guerra y obtienen cuantiosos beneficios políticos y económicos de ella. La liberación de los rehenes supone un obstáculo en los planes de estos sectores y, de realizarse, agudizaría enormemente la presión que crece día a día en la sociedad colombiana contra las políticas represivas y de terrorismo de estado aplicadas por el gobierno y el ejército.
Otros grandes beneficiados con la no culminación de la Operación Emmanuel son, indudablemente, el imperialismo estadounidense y la oligarquía venezolana que, embarcados desde hace tiempo en una campaña internacional para aislar y desprestigiar a Chávez y a la revolución bolivariana, no podían tolerar que éste se apuntase un tanto diplomático que le da popularidad y simpatías no sólo en Colombia y Venezuela sino en toda Latinoamérica e incluso en otros países. Estos sectores ya utilizaron a su peón Uribe pocos días antes del referéndum de la reforma constitucional venezolana del 2 de diciembre para romper el primer intento de mediación a cargo de Chávez y fabricar un incidente diplomático entre Venezuela y Colombia que poder utilizar para atacar al Presidente venezolano
La cortina de humo de las pruebas de ADN
El anuncio de Uribe acerca de que el niño Emmanuel está en una institución de beneficencia en Bogotá y toda la parafernalia acerca de las pruebas de ADN a los familiares para confirmar este hecho sólo es una cortina de humo que busca desviar la atención de la cuestión fundamental: ¿quién ha impedido hasta el momento el llamado acuerdo humanitario y ha saboteado todos y cada uno de los pasos que se han dado en el sentido de intentar liberar rehenes?
Incluso en el caso de que por cualquier causa- una operación militar, la actuación de los servicios secretos estadounidenses o colombianos, agentes infiltrados dentro de las propias FARC- fuese cierto que las FARC ya no tienen en su poder a Emmanuel, Uribe -si de verdad hubiese tenido el menor interés en la libertad y el bienestar de alguno de los rehenes- podía haber facilitado el despeje, permitir la entrega de rehenes y haber hecho el anuncio posteriormente. Pero eso habría supuesto dejar avanzar un proceso que tanto él como el sector de la clase dominante colombiana al que pertenece rechaza. Desde el principio el Presidente colombiano ha mantenido un doble juego.
La posibilidad de que la liberación unilateral y sin contrapartidas de rehenes anunciada por las FARC pudiese abrir el camino a un acuerdo humanitario que permita intercambiar rehenes secuestrados por las FARC por activistas de esta organización que permanecen encarcelados (en muchas ocasiones vulnerando el derecho internacional, los derechos humanos e incluso las garantías que ofrece la Constitución colombiana) es vista por millares de jóvenes, trabajadores y campesinos colombianos con esperanza, como una luz al final del túnel del conflicto armado que desangra al país desde hace décadas y un primer paso hacia la paz.
Uribe llegó precisamente al poder aprovechando el hastío con el conflicto militar; presentándose como un salvador que iba a lograr la paz mediante una ofensiva contra la guerrilla que obligaría a ésta a abandonar las armas. Seis años después el conflicto armado continúa porque, como hemos explicado en otros artículos (...) no ha sido creado por los guerrilleros (como plantean los medios de comunicación a sueldo del imperialismo) sino que hunde sus raíces en profundas contradicciones sociales, económicas y políticas que devoran la sociedad colombiana..
¿Por qué se mantiene el conflicto armado en Colombia?
El conflicto armado colombiano en realidad empezó con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Gaitán era un dirigente al que seguían con entusiasmo las masas obreras y populares. Tras liderar el ala izquierda del partido Liberal se lanzó a las elecciones presidenciales con un discurso y una propuesta revolucionaria que hizo temblar a la oligarquía ganadera y terrateniente. Sólo pudieron impedir su triunfo matándole. El asesinato provocó el estallido de la insurrección de las masas campesinas y el nacimiento de la guerrilla. En 1964 una parte de esas guerrillas se declaran socialistas y forman las FARC. Además, de las FARC -actualmente el principal grupo insurgente colombiano con entre 15.000 y 20.000 combatientes- otros ejércitos guerrilleros como el M-19 (hoy desaparecido) y el ELN movilizarían decenas de miles de combatientes a lo largo de la historia reciente de Colombia.
Cada vez que estos grupos han intentado una negociación con un sector de la clase dominante la respuesta ha sido masacrarles. En los años 80 las FARC declararon un alto el fuego y constituyeron un partido legal, la Unión Patriótica, con el que intentaron continuar su lucha por la vía legal El resultado fue que el ejército, la policía y los paramilitares organizados por la propia clase dominante asesinaron a más de 3.000 de sus activistas, incluidos varios dirigentes y parlamentarios. Lo mismo ocurrió tras la entrega de sus armas por parte del M-19. Éste recibió un apoyo masivo en las urnas en las primeras elecciones a las que concurrió pero varios de sus principales dirigentes y muchos activistas y militantes fueron asesinados. Cada vez que la clase dominante colombiana ha sentido que existen posibilidades de que una fuerza basada en la clase obrera, los campesinos y los pobres del país llegue al poder ha abortado esa posibilidad de manera sangrienta.
Un conflicto que se prolonga durante varias décadas y que moviliza guerrillas con miles de combatientes que controlan comarcas enteras sólo pude mantenerse porque hay profundas causas sociales que lo han originado y lo siguen alimentando. Como explicamos en otros artículos, la cusa principal es el injusto reparto de la tierra, la opresión de los campesinos y trabajadores y las lacras que genera la decadencia del capitalismo en su fase imperialista: droga, pobreza, miseria, etc. Mientras no se acabe con estas causas sociales y con el sistema que las genera no será posible estabilizar la sociedad y que ésta viva en paz y armonía.
Un sector de la burguesía colombiana ve con preocupación el mantenimiento de conflicto militar. Les gustaría poder llegar a un acuerdo con la guerrilla, siempre y cuando ésta renunciase a intentar cambios decisivos en la economía, la sociedad y la política, para seguir dominando el país y manteniendo sus beneficios sin los riesgos y el coste económico, político y social de un conflicto militar. Sin embargo, ¿si no han podido lograr ese objetivo en épocas donde el capitalismo estaba más boyante cómo hacerlo con un sistema capitalista en decadencia y crisis en todo el mundo?
Los beneficios de las burguesías latinoamericanas salen cada vez más de intensificar la miseria y explotación de las masas. En esa situación, el margen de la burguesía colombiana para poder ofrecer concesiones (por mínimas que sean) a las masas y a los dirigentes guerrilleros es cada vez menor.
A lo largo de toda la historia reciente de Colombia los sectores de la clase dominante que han defendido la negociación con la guerrilla nunca han sido capaces de imponerse -ni siquiera de enfrentarse seriamente- al sector que mantiene el control del estado. A la hora de la verdad ambos obtienen sus beneficios de la explotación de las masas. La organización y movilización de éstas representa para los capitalistas colombianos -independientemente de las intenciones de los dirigentes que las masas tengan al frente en cada momento- una amenaza a sus privilegios. Un ejemplo claro fue lo ocurrido con el M-19. Aunque los principales dirigentes de esta organización aceptaron el capitalismo e intentaron gestionarlo, en la medida en que tenían detrás a centenares d de miles de jóvenes, campesinos y trabajadores que demandaban cambios sociales la oligarquía decidió eliminarles.
Esta situación no ha cambiado. Los paramilitares, que nacieron vinculados a la oligarquía ganadera, para exterminar a la guerrilla y reprimir a los campesinos que la apoyaban se han desplazado cada vez más a las ciudades y son utilizados profusamente para impedir la organización sindical en las fábricas. Es mundialmente conocido como la filial de la Coca Cola en Colombia utiliza a los paracos para asesinar activistas sindicales y desaparecer los sindicatos en las plantas de la multinacional. Lo mismo ocurre en otras muchas empresas.
¿Cual es la conclusión de todo esto? ¿Es imposible la paz en Colombia? ¿Debemos ser pesimistas? No. La conclusión es que la lucha por la paz y la justicia es la únic esperanza para el pueblo colombiano pero para lograr la paz debemos comprender claramente quienes son sus enemigos (los que la atacan abiertamente y los que lo hacen por detrás), porqué lo son y cómo actúan, pero sobre todo el movimiento obrero y popular del país hermano necesita dotarse de un plan de lucha que pueda derrotar a los enemigos de la paz.
El gobierno de Uribe
Aprovechando la ola reaccionaria del 11-S, el cansancio de sectores de la clase media y de las capas más atrasadas de las masas tras décadas de conflicto armado y la creciente separación de la guerrilla de esos sectores como resultado del estancamiento de la lucha , la burguesía colombiana lanzó una poderosa ofensiva militar y propagandística con el apoyo del imperialismo estadounidense. Animada por el Gobierno de los Estados Unidos, decidió romper el proceso de negociación con las FARC abierto a finales de los años 90.
Este proceso en realidad siempre había sido una farsa por su parte. No estaban dispuestos a negociar nada, lo que exigían de la guerrilla era una rendición incondicional. Tras utilizar la negociación para ganar tiempo y el Plan Colombia (organizado bajo la tapadera de la lucha contra el narcotráfico) con el fin de intentar cambiar a su favor la correlación de fuerzas militares sobre el terreno, exigieron a las FARC unas condiciones para seguir negociando (permitir el acceso de inspectores del estado colombiano y de la CIA a sus arsenales, posiciones militares, etc.) que de haber sido aceptadas por los guerrilleros suponían un suicidio. Una vez que las FARC rechazaron esas condiciones imposibles de aceptar, el gobierno colombiano -apoyado por EE.UU.- lanzó una ofensiva militar y propagandística que ha durado hasta hoy y cuyo objetivo fundamental es obligar a las FARC a rendirse.
Uribe llegó al poder con la promesa de que mediante la intensificación de la represión, el gasto militar y la colaboración con los imperialistas acabaría con las FARC. Más de seis años después esta estrategia demuestra su verdadera cara ante sectores crecientes de la población, incluso algunos de los que le creyeron. Como respecto a todas sus demás promesas (empleo, condiciones de vida de las masas, derechos sociales, etc.) la realidad se impone a la propaganda, la demagogia y las mentiras. Es significativo que el propio Uribe, hijo de un terrateniente y paramilitar, terrateniente él mismo y vinculado a los paramilitares (como muestra que varios dirigentes de su propio partido, incluidos destacados miembros del gobierno, portavoces parlamentarios, cargos públicos, etc. hayan sido procesados por pertenecer a organizaciones paramilitares) no pueda proclamar abiertamente sus ideas y objetivos y tenga que intentar engañar a las masas utilizando un doble discurso. Es una confirmación de que, a pesar de todos los intentos de la oligarquía por aplastar al movimiento popular, de la utilización de métodos fascistas con una fachada democrática, etc. no han logrado derrotar la resistencia de las masas ni mucho menos.
La lucha por la paz
El desgaste de la táctica guerrerista de Uribe y los militares frente al conflicto armado es evidente. El creciente apoyo electoral al Polo Democrático Independiente (coalición que agrupa a distintos colectivos de izquierda con sectores de procedencia liberal) es una expresión de que las masas -a pesar de las contradicciones que indudablemente existen en el Programa y composición del Polo- están buscando una alternativa por la izquierda y un camino para cambiar sus condiciones de vida.. El enorme apoyo a la iniciativa del acuerdo humanitario presentada por la diputada del Polo Piedad Córdoba y apoyada por Chávez también lo es, así como las luchas campesinas y obreras que pese a la brutal represión (de cada diez sindicalistas que son asesinados en el mundo, nueve lo son en Colombia, según datos de la OIT) siguen plantando cara a las políticas neoliberales, pro-capitalistas y antisociales del gobierno.
El propio Uribe hace meses, ante el crecimiento de la demanda de paz, intentó una maniobra convocando de manera cínica y demagógica una jornada por la paz y anunciando una supuesta liberación de presos de las FARC que no era tal ya que muchos ni siquiera eran de las FARC y en todo caso no había ningún activista ni militante destacado. Era una simple maniobra mediática para intentar sobreponerse al creciente cuestionamiento de sus políticas, aparecer como un hombre de paz y culpar a las FARC de que no se llegase a ningún acuerdo.
La propuesta del canje humanitario de la senadora Córdoba, la aceptación de la misma por parte de las FARC y la mediación de Chávez, en este contexto de desgaste político de de Uribe, supuso más presión para él. De ahí que públicamente no le quedase más remedio que pronunciarse favorablemente. Al mismo tiempo, por detrás Uribe ha hecho todo lo posible para sabotear cualquier paso en dirección a un acuerdo. El anuncio de las FARC de que liberarían unilateralmente algunos rehenes le complicó aún más a Uribe su juego. No le quedó más remedio que aceptar. ¿Cómo podía negarse? Pero desde el principio él y la cúpula militar se han dividido el trabajo con el objetivo de sabotear todo el proceso. La actuación del 31 de diciembre estaba preparada y ensayada desde hacía tiempo.
¿Y ahora qué?
La iniciativa para liberar a los rehenes debe continuar y debe ser apoyada por todos los revolucionarios. Una liberación exitosa de rehenes fortalecería el ánimo y las esperanzas de las masas y el cuestionamiento a las políticas reaccionarias y los métodos fascistas que está empleando el estado colombiano; y podría ayudar a la lucha por la paz en Colombia con una condición: que los jóvenes, trabajadores y campesinos no tengan ninguna confianza en Uribe ni en ningún sector de la burguesía colombiana sino en sus propias fuerzas y capacidad de movilización..
Es factible que -tal y como ha dicho Chávez- si no se ha logrado por esta vía la liberación de rehenes pueda conseguirse por otra. Incluso no podemos descartar totalmente que, bajo la presión popular, la burguesía colombiana o al menos un sector de ella en algún momento tenga que intentar cambiar de gobierno o buscar nuevamente algún tipo de negociación con la guerrilla. Pero, como ya hemos dicho antes, la burguesía no está dispuesta a ceder en nada fundamental para mejorar las condiciones d de vida de las masas. En cualquier caso la oligarquía colombiana y el imperialismo estadounidense intentarán sabotear una y otra vez cualquier iniciativa que tienda a fortalecer al movimiento obrero y popular en Colombia y ofrecerle mejores condiciones para desarrollar su lucha. Una paz justa y duradera en Colombia sólo se pede conseguir basándose en la organización y movilización desde debajo del propio pueblo colombiano, de los trabajadores en las fábricas, de los vecinos en los barrios. Son necesarios el apoyo internacional y las iniciativas diplomáticas pero sobre todo es necesario construir un frente único de todas las organizaciones obreras y populares revolucionarias y organizar comités contra la guerra en las fábricas, los barrios y los pueblos que coordinen su acción a escala local, departamental y nacional.
Estos comités además de organizar la movilización de las masas desde abajo contra las políticas antisociales y guerreristas del gobierno y luchar por un gobierno que represente la voluntad popular de una transformación revolucionaria que crece en todo el país deberían organizar la autodefensa obrera y popular contra las acciones violentas de los paramilitares y en general las fuerzas de la contrarrevolución burguesa. Sobre todo es necesario comprender y explicar a las masas que la lucha por la paz no debe ir separada de la lucha por transformar la sociedad y acabar con los factores políticos, económicos y sociales que han provocado el conflicto armado. El principal de estos factores es la existencia del sistema capitalista.
Una vez más, la oligarquía colombiana -el llamado establecimiento- y la compleja trama de intereses que vincula a esta oligarquía, el imperialismo estadounidense, los paramilitares y narcos y sectores decisivos del aparato del estado y la cúpula militar ha actuado contra las esperanzas populares y al menos por el momento ha conseguido impedir la liberación de los rehenes. Sin embargo, la última palabra no está dicha y -antes de lo que se imaginan los contrarrevolucionarios- esto podría volverse contra ellos. El ansia de paz, de justicia social y de una vida mejor crecen en el seno del pueblo colombiano y chocan cada vez más claramente con la existencia de un sistema como el capitalista que sólo puede ofrecer guerra, barbarie y violencia. En la lucha por acabar con estas lacras los jóvenes, trabajadores y campesinos más conscientes encontrarán el camino hacia las ideas, los métodos y el programa del marxismo, que son los únicos que pueden ofrecer una vida diferente.