Las lágrimas de cocodrilo vertidas por los gobiernos capitalistas ante el terrorismo yihadista son puro cinismo. De hecho, el surgimiento del yihadismo como un factor a nivel global se remonta a la guerra sucia de Estados Unidos contra el régimen prosoviético de Afganistán. Los imperialistas organizaron y armaron a diferentes bandas armadas que utilizaban retóricas islamistas, y animaron a sectores desclasados, mercenarios y elementos atrasados de todo el mundo musulmán (100.000 afganos y 35.000 extranjeros) a luchar en tierra afgana en una yihad contra el comunismo ateo. La Operación Ciclón, organizada por el expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter en 1978, tenía como objetivo arrastrar a la URSS a la intervención militar, en defensa de su régimen aliado, y convertir Afganistán en el “Vietnam soviético”. Estados Unidos, como reconoce el exgeneral estadounidense Wesley Clark, pidió a Arabia Saudí una gran parte de la financiación.
El papel de Arabia Saudí
Es bien conocida la implicación del reaccionario régimen saudí (un engendro híbrido de régimen medieval y salvaje capitalismo moderno) en el surgimiento y extensión de los grupos yihadistas. El wahabismo, la versión islámica extremadamente retrógrada difundida mundialmente por el clan Saud, que domina el país, es la base filosófica de todas esas bandas. Muchas han tenido apoyo y financiación de diferentes sectores dentro de la familia real saudí, buscando expandir su prestigio (y beneficios) frente a sus rivales, especialmente Irán. Son también conocidas las vinculaciones de Arabia con las principales potencias imperialistas, que hacen la vista gorda ante la salvaje represión del régimen y que han dado cobertura política a la destrucción que su intervención bélica está provocando en Yemen.
Capitalistas de todo el mundo están unidos con miles de lazos con la familia Saud. Incluyendo españoles. El Estado español es el tercer suministrador de armas, muchas de ellas utilizadas para bombardear Yemen; de 2009 a 2016 el negocio bélico se ha incrementado ¡un 2.900%! De octubre de 2016 al mes pasado la empresa zaragozana Instalaza, cuyo representante fue Pedro Morenés (exministro de Defensa de Rajoy), ha exportado a Arabia 10.000 toneladas de armas. Desde 2013 ha habido diez viajes oficiales al país, incluyendo al propio Morenés como ministro. El rey Felipe VI viajó en 2015 con ocasión del fallecimiento del anterior rey saudí Abdalá, que tuvo con Juan Carlos I una relación que definía como de “profunda y estrecha amistad”. Éste es el trato con un régimen que, según un informe de la CIA en 2001, estaba implicado en el ataque del 11-S…
El sectarismo es un arma del imperialismo
Desde los años 70, diferentes grupos integristas han sido utilizados por el imperialismo para desestabilizar regímenes hostiles. Más recientemente, tras el movimiento revolucionario que sacudió el mundo árabe a partir de 2011, los países imperialistas, empezando por EEUU, Francia y Gran Bretaña, introdujeron con todos los medios a su alcance —financiación, armamento y cobertura propagandística— el veneno del sectarismo, estimulando diferentes grupos integristas y levantando, con el terror, una muralla entre diferentes comunidades religiosas.
El caos y la barbarie consecuencia de la invasión estadounidense de Iraq fue y es el caldo de cultivo del terrorismo, del sectarismo chií o suní, alentado desde arriba, pero también provocó en 2010 una oleada de movilizaciones masivas, por encima de las diferencias religiosas contra el intento de división del país, contra las brutales condiciones de vida, y contra el gobierno títere impuesto por EEUU. Unas movilizaciones animadas después por la primavera árabe, pero reprimidas con bala por el gobierno iraquí. El llamado triángulo suní, zona central del país con mayoría de este sector, fue especialmente castigado, y los llamados escuadrones de la muerte (organizados por el gobierno con el apoyo de Estados Unidos e Irán) contra la población suní estimularon la dinámica de confrontación sectaria. Sin la represión de esas manifestaciones, la opresión salvaje de los suníes, y la devastación en todo Iraq, es imposible entender el rápido apoyo al Estado Islámico (EI) en el triángulo suní, a partir de 2013, y su rápida expansión territorial por el noroeste iraquí. De igual forma, en Siria o Libia los diferentes países imperialistas avivaron el enfrentamiento sectario como el mejor método para abortar el incipiente proceso revolucionario.
Turquía y el Estado Islámico
La participación de agentes de Turquía en las reuniones que dieron origen al EI parece bastante evidente, y es coherente con la intensa colaboración del Estado turco con el llamado Califato, ya que la nada discreta compraventa de petróleo (uno de los principales métodos de financiación de los yihadistas) necesita de la complicidad policial en las vigiladas fronteras turcas. El diario turco Cumhuriyet, continuamente hostigado por Erdogan (nueve periodistas fueron acusados en noviembre de terrorismo), denunció los convoyes de petróleo, de combatientes heridos (que son atendidos en hospitales turcos), escoltados por el servicio de inteligencia turco, así como los negocios del propio hijo de Erdogan con el Estado Islámico (suministraba los camiones para el contrabando y lavaba los beneficios). El gobierno turco ha utilizado los buenos servicios de elementos vinculados al EI, que han sembrado el terror en suelo turco, para criminalizar a los kurdos, imponer un control policíaco-militar y desviar la atención del masivo descontento hacia su política. Por otra parte, el apoyo turco a los yihadistas le permitía controlar a los kurdos sirios y ganar peso en el tablero sirio. Muy al tanto del EI estaban también los agentes de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, deseosos de apoyar cualquier movimiento que pudiera debilitar al gobierno sirio ante las limitaciones del Ejército Libre Sirio, y a la vez de utilizar todas las fechorías de los yihadistas para una implicación mayor en Siria.
Más allá de las hipócritas lamentaciones de Rajoy, Merkel, Macron, Trump, o Theresa May, los gobiernos imperialistas sacan buena cuenta de todos estos grupos. Desvían la atención de los problemas sociales y de las luchas contra su política, fomentan el racismo y la islamofobia, intentando debilitar a la clase obrera, y justifican la adopción de medidas de vigilancia policial, de estados de emergencia que ya hoy se utiliza contra las luchas sociales.
La barbarie del capitalismo
Por supuesto, la expansión del yihadismo no se explica sólo por el apoyo material de diferentes facciones o potencias imperialistas, sino también por la barbarie que éstas imponen en amplias zonas del globo. Millones de personas huyen de sus hogares, o son víctimas de las guerras y del lucrativo negocio armamentístico (un 10% del comercio mundial), o son sometidos a una opresión constante. Incluso, en Europa occidental o EEUU, millones de jóvenes sufren en guetos las mismas condiciones de hacinamiento, violencia, paro masivo, que otros millones de oprimidos, pero suman el agravante de su origen, o el de sus padres o abuelos, lo que significa por ejemplo el continuo acoso policial o la imposibilidad casi automática de un contrato legal. Ante el callejón sin salida de este sistema muchos elementos desesperados y desclasados pueden ser atraídos al yihadismo, como en los 30 eran atraídos hacia el fascismo.
El precipicio al que nos arrastra este sistema capitalista en crisis también es rico en guerras, enfrentamientos sectarios espoleados desde arriba, destrucción y terrorismo. De hecho, el imperialismo es el mayor agente terrorista, culpable de masacres nucleares (como la de Hiroshima y Nagasaki), de la devastación de todo Oriente Medio, del genocidio en Ruanda, de la destrucción actual en Yemen (donde hay 500.000 víctimas del cólera, causa directa del bombardeo criminal de ese país desde Arabia y otros países, con bombas españolas). Es el imperialismo quien impuso dictaduras salvajes en América Latina, quien defiende regímenes reaccionarios y criminales, como los de Arabia, Israel, Marruecos, y quien reprime a los millones que huyen de la devastación… La lucha contra el capitalismo es también la lucha contra el terrorismo, el sectarismo y todo tipo de división artificial de los oprimidos; una lucha unida, organizada, de la gran mayoría de oprimidos del mundo por encima de etnia, país o religión.