¡Por una huelga general de trabajadores israelíes y palestinos contra el intento de golpe parlamentario!
El Estado de Israel está viviendo las mayores protestas sociales desde su creación hace 75 años. Centenares de miles de personas han desfilado por las principales ciudades del país en once jornadas de lucha (llamadas “días de resistencia a la dictadura”), respondiendo con furia a las medidas del Gobierno de coalición del Likud y la extrema derecha sionista, que suponen de hecho un golpe de Estado parlamentario.
El primer ministro Netanyahu continúa y desarrolla la agenda reaccionaria de Trump, Bolsonaro y la ultraderecha populista y nacionalista en todo el mundo.
Las leyes que pretende aprobar Netanyahu pasan por dar al Gobierno la influencia decisiva en la elección de jueces, suprimir la capacidad de la Corte Suprema para fallar contra el Ejecutivo con una mayoría simple o anular la legislación aprobada por el Gobierno o el Parlamento si se considera inconstitucional. Con esta nueva legislación la Knéset, Parlamento israelí, también podría anular fallos del Supremo. La ley, hecha a la medida del primer ministro ya que impide que el alto tribunal pueda declarar incapacitado para ejercer cargo ministerial a personas condenadas penalmente, permitiría a Netanyahu evadir cualquier condena o en su caso que sea desestimada. En la actualidad está imputado a espera de juicio por cargos de soborno, fraude y abuso de confianza.
En definitiva, este cambio legislativo pretende consolidar un Gobierno bonapartista encabezado por Netanyahu y sostenido por la extrema derecha religiosa, y pone en evidencia que ni siquiera la institucionalidad creada por el propio sionismo durante décadas, y que ha amparado y justificado la cruel opresión de las masas palestinas y el expansionismo israelí, es suficiente ahora para garantizar la dominación burguesa.
Divisiones en la clase dominante
Netanyahu fue reelegido en las elecciones del 1 de noviembre de 2022 tras pasar doce meses en la oposición. En su sexto mandato como primer ministro (de un total de quince años en el Gobierno) está apoyado por una coalición de partidos religiosos de extrema derecha, que consiguió 64 escaños de los 120 del parlamento. La coalición gobernante agrupa a Likud; Sionismo Religioso, que duplicó sus votos y consiguió su mejor resultado de la historia con 14 diputados; Shas, con 11 escaños, y Judaísmo Unido de la Torá, con 7 escaños.
El laborismo, que durante décadas fue la clave de bóveda del Estado sionista israelí, solo obtuvo 4 escaños y el Meretz no consiguió representación parlamentaria por primera vez en su historia, al no superar el 3,5 % de los votos. Netanyahu incluyó en el Gobierno a Itamar Ben-Gvir, líder del partido ultranacionalista Poder Judío, como ministro de Seguridad Nacional, encargado de la policía de Israel y de la Cisjordania ocupada, lo que se ha traducido en un incremento brutal de los ataques y la represión contra el pueblo palestino.
Pero la explosión social que está sacudiendo el país de arriba abajo, mostrando una polarización que no deja de profundizarse, no cae de un cielo azul. Durante los últimos años se han producido movilizaciones ciudadanas muy importantes ya sea contra las incursiones militares en territorio palestino, o contra las medidas represivas adoptadas durante el periodo de Pandemia. La crisis económica está dejando un poso de descontento social muy grande también, y todo ello alienta las divisiones dentro de la clase dominante que se agudizan aún más por las sacudidas que están sufriendo las alianzas geoestratégica en Oriente Medio al calor de la guerra imperialista en Ucrania.
Por ahora, las movilizaciones están siendo dirigidas por un sector de la burguesía opuesta a los planes del nuevo Ejecutivo. Los mítines de la oposición han sido encabezados por exministros, muchos de los cuales han servido bajo Netanyahu en el pasado, así como por generales retirados y jefes de inteligencia. Pero la polarización se extiende por todos los sectores, como en el ejército, donde muchos reservistas, columna vertebral del ejército israelí, han amenazado con negarse a prestar el servicio militar como forma de mostrar su oposición. Todos los excomandantes vivos de la fuerza aérea israelí escribieron una carta pidiendo que se detenga la reforma judicial.
La división ha llegado a tal extremo que se habla abiertamente de guerra civil. El presidente israelí, Isaac Herzog, advirtió: “Quien piense que una guerra civil es algo a lo que no llegaremos no sabe de lo que está hablando. Ahora estamos llegando al 75º aniversario de Israel, el país está al borde del abismo. Una guerra civil es una línea roja y no permitiré que eso ocurra”.
En la misma línea se expresaba Benny Gantz, exministro de Defensa en el anterior Ejecutivo: “la violencia comienza a estallar y una guerra fratricida está a las puertas”. Esta advertencia se producía tras las manifestaciones del sábado 18 de marzo, en las que a la violencia policial contra los manifestantes se unieron una serie de ataques de las bandas fascistas de Netanyahu.
Palestina e Irán para desviar la atención
Ante la presión interna y el descontento generalizado, el Gobierno israelí está aumentando sus provocaciones con el fin de galvanizar a la población contra una supuesta amenaza externa.
Netanyahu ha mantenido cinco conversaciones secretas, con conocimiento de EEUU, en las que decidió elevar el nivel de preparación para un ataque sobre las instalaciones nucleares iraníes. Según este reaccionario, “si el mundo no actúa contra Irán, Israel se verá obligado a actuar y no dudará en hacerlo”, recogiendo los supuestos informes que apuntan que Irán ha enriquecido uranio a un nivel de 84%, solo un 6% por debajo del nivel de enriquecimiento requerido para una bomba nuclear.
Pero donde se está cebando, dando carta blanca a la jauría de terroristas sionistas que ha incluido en el Gobierno es con el enemigo más débil que puede golpear: la población palestina. En la línea de provocación máxima, el 4 de enero el ministro de Seguridad Ben-Gvir visitó la Explanada de las Mezquitas sin contar con la aprobación de la Waqf, la fundación islámica que gestiona el lugar según los acuerdos de 1967. En el nuevo paquete de leyes propuesto por Netanyahu también se prevé ampliar los asentamientos en Cisjordania.
El 26 de febrero una turba de varios cientos de colonos asaltó la aldea de Huwara. Esta localidad es cruce de caminos para moverse al sur y al norte de la Cisjordania ocupada, con lo que es una zona de conflictos recurrentes. En respuesta a la muerte de dos hermanos colonos a manos de palestinos, la turba fascista asaltó la aldea y pasó varias horas aterrorizando a los habitantes locales, saqueando e incendiando casa y automóviles. Un palestino fue asesinado a tiros y cien más fueron heridos. Numerosos vídeos muestran que los soldados y la policía se mantenían al margen o ayudaban a los colonos. El año 2023 está siendo el más mortífero para los palestinos en dos décadas. En lo que llevamos de año más de 80 trabajadores palestinos han muerto a manos del Estado israelí y sus bandas armadas de colonos.
Ante estos hechos, el ministro de Finanzas de Israel, un auténtico fascista llamado Bezalel Smotrich, a quien Netanyahu también ha dado plenos poderes para dirigir la ocupación, saludó el ataque a Huwara y defendió que la ciudad fuera “aniquilada”: “Dios no quiera que lo hagan particulares. Creo que la aldea de Huwara debería ser aniquilada, y que el Estado de Israel debería hacerlo”.
La bancarrota política del laborismo y del Meretz, su colaboración en los hechos con el colonialismo y el racismo sionista, junto a la política de paz social y desmovilización de Histadrut —la principal central sindical del país cuyos dirigentes son parte de la institucionalidad sionista y están corrompidos hasta la médula—, han sido factores decisivos para permitir a la reacción avanzar electoralmente. Particularmente escandaloso es que Histadrut se haya negado a convocar ninguna huelga contra esta ofensiva reaccionaria. Todo lo contrario, la dirección de esta central, como buenos lacayos de la burguesía israelí —con una inflación del 5,4% y ante el temor de una explosión social— firmó un acuerdo de subida salarial del 11% para los próximos siete años que afectará a los 350.000 empleados públicos del país. Todo ello cuando un 26,4% de la población es incapaz de cubrir sus gastos mensuales y un tercio se considera pobre.
La situación política israelí muestra también la hipocresía del imperialismo norteamericano que, al igual que en Ucrania, obvia el carácter reaccionario de los Gobiernos que apoya. La Administración Biden emite cínicos comunicados en los que muestra su “preocupación” ante los acontecimientos en Israel, pero mantiene el gigantesco apoyo que lleva décadas proporcionando al Estado sionista.
La división en el seno de la clase dominante junto a la amenaza de la reacción está empujando a la clase obrera a una lucha decisiva a pesar de las direcciones reformistas y sionistas. Israel es el ejemplo vivo de cómo una nación que oprime a otra no puede ser libre. Ante el callejón sin salida del capitalismo israelí, la burguesía tiene que apostar cada vez más fuerte la baza de la opresión nacional contra los palestinos. Al mismo tiempo el colapso del reformismo y el giro a la derecha de todo un sector de la clase media ha permitido este paso adelante de la reacción.
¡Por una huelga general contra el golpe fascista parlamentario!
Si los fascistas ganan, la clase obrera israelí pagará duramente las consecuencias. Es necesaria más que nunca la lucha unificada de todos los trabajadores contra este intento de golpe de Estado parlamentario, convocando ya una huelga general contra el mismo, conformando comités desde la base para dirigirla por los propios trabajadores y no permitir que este movimiento sea cooptado por un sector de la burguesía sionista, que busca solo su propio beneficio, sino por los propios trabajadores unidos al margen de su nacionalidad o religión.
Hoy se dan las condiciones para una huelga en estas líneas de una manera que no ocurría en las últimas décadas. Desde el comienzo de estas movilizaciones, la denuncia de lo que está ocurriendo en los territorios ocupados ha estado presente. De la misma forma, trabajadores y jóvenes judíos han acudido a enfrentarse a los soldados y colonos en varios de los ataques a los palestinos de estas semanas. La idea de que solo a través de la lucha unida de la clase obrera, sea cual sea su origen, se puede resolver la cuestión palestina y a la vez derrotar al capitalismo sionista tendrá sin duda un eco en este movimiento.
También es necesario que el movimiento obrero israelí abandere la lucha por los plenos derechos para el pueblo palestino —incluyendo su derecho a formar un Estado independiente—, uniendo esa tarea al derrocamiento revolucionario de la clase capitalista israelí y de los regímenes capitalistas árabes que rodean al país luchando por el socialismo en Israel y en todo Oriente Medio. Este es el único camino para salvarse de la barbarie.