La Revolución Árabe, a la que tantos interesados consideraban acabada o al menos domesticada, continúa con más brío, en el país clave, Egipto. Las manifestaciones masivas, las acampadas, los lemas revolucionarios, han vuelto con una enorme fuerza contra el Gobierno contrarrevolucionaria. Los acontecimientos actuales suponen el inicio de una fase superior de la revolución.
Aunque la movilización de las masas egipcias no ha parado en ningún momento (y en especial el movimiento huelguístico), las últimas decisiones de Mohamed Mursi, el presidente islamista, han echado a la calle a los mismos protagonistas del levantamiento que acabó con la dictadura de Mubarak. El motivo inmediato, el decreto presidencial que pretendía blindar sus decisiones futuras frente a cualquier otra instancia; un paso más hacia la concentración de poder en un personaje que, seis meses después de su elección, ha demostrado sobradamente a quién sirve. El islamismo, como en otros procesos revolucionarios (el iraní de 1979), pretende secuestrar la bandera de la revolución para asestarle una puñalada mortal. Es, en estos momentos, la mayor garantía que tiene la clase dominante egipcia (y el imperialismo) de que nada cambie realmente; una garantía que evidentemente no es total ni mucho menos, ya que la revolución dista mucho de estar derrotada y la maniobra contrarrevolucionaria es evidente para un sector importante de la población, determinada a movilizarse ante el peligro que amenaza.
Desde la última semana de noviembre la lona de las tiendas ha vuelto a la plaza Tahrir, de igual forma que las consignas contra el régimen y para echar abajo el dictador. Una enorme pancarta preside la plaza, indicando que ‘Se prohíbe la entrada a los Hermanos Musulmanes’ (la organización de Mursi). También han vuelto las manifestaciones de millones de personas, en El Cairo, Alejandría y el resto de ciudades. En Alejandría fue ocupado el Consejo Local (ayuntamiento), al grito de ‘El poder es nuestro’.
La represión no ha vuelto… porque nunca se fue. Ahora bien, esta vez los brutales ataques a los manifestantes, que han provocado al menos nueve muertos, han sido en gran parte a cargo de las bandas de lúmpenes integristas de la Hermandad Musulmana. El 5 de diciembre estos fascistas mataron a seis manifestantes y provocaron cientos de heridos. El Ejército se ha mantenido en un segundo plano. De hecho, de igual forma que en el levantamiento que acabó con el poder de Mubarak, ha habido escenas de confraternización con soldados. El 7 de diciembre la manifestación rompió sin violencia el cordón de seguridad alrededor del palacio presidencial (alambradas y barricadas), ante la pasividad de las tropas, y algunos soldados subieron a los tanques a saludar a los revolucionarios, mientras éstos gritaban la tradicional consigna ‘soldados y pueblo, una sola mano’.
La actitud militar tiene dos causas que se alimentan. Por un lado, la simpatía que despierta la lucha en un sector importante de la tropa. Por otro, los intereses de la oficialidad, que, aliada al Gobierno islamista en su intento de poner freno a la revolución, intenta no ponerse en el punto de mira de los manifestantes e incluso utilizar la debilidad de Mursi para hacer valer sus prebendas y su poder. De hecho, el presidente, que fue elegido con un discurso demagógico que incluía la limitación del enorme poder militar, la depuración de los elementos comprometidos con la dictadura, y el castigo de la represión militar y policial sufrida después de la caída de Mubarak, ha hecho todo lo contrario. La cúpula militar mantiene su poder económico intacto, la impunidad de la represión y de los cargos que medraron en el mubarakismo, y el jugoso convenio con Estados Unidos que permite al Ejército embolsarse 1.300 millones de dólares anuales. Además, el proyecto de Constitución incluye dos grandes reivindicaciones de los generales: que uno de ellos ocupe la cartera de Defensa, y que sean ellos los que decidan sus propios presupuestos, que lastran el desarrollo del país. Para fortalecer aún más esta alianza de intereses contra la revolución, en plena oleada de manifestaciones, Mursi ha devuelto a los militares el poder de detener a manifestantes.
La maniobra electoral de Mursi
En una huida hacia adelante, intentando ahogar la lucha en la calle con las urnas, el Gobierno convocó un referéndum para los días 15 y 22 de diciembre, sobre su proyecto de Constitución. Una Constitución que mantiene la esencia del régimen mubarakista y que se hace eco de las ideas reaccionarias integristas. Pero la fuerza de la revolución obligó al Gobierno a múltiples escarceos. Intentó ganar tiempo con mesas de diálogo, pero no ha tenido éxito. La oposición política, representada en el Frente Nacional de Salvación de la Revolución, hasta ahora se ha mantenido firme en denunciar esos intentos; aunque este frente es muy heterogéneo y un sector de él hubiera aceptado gustosamente el ofrecimiento de Mursi, traicionando la lucha, el empuje del movimiento impuso la firmeza ante esas maniobras dilatorias. Finalmente, el presidente ha tenido que retirar el decreto motivo inmediato de las protestas.
Sin embargo, el referéndum no ha sido aplazado ni anulado. Los islamistas pretendían demostrar legitimidad ante las masas revolucionarias. Han hecho una campaña intensa, en radio, televisión y mezquitas, llamando a participar en la ‘consolidación de Egipto’, ‘la estabilidad’, etc. También han utilizado las contradicciones de los dirigentes del frente opositor, donde se reúnen grupos burgueses como el de Mohamed el Baradei, colaboracionistas de Mubarak como Amro Musa, el Movimiento Seis de Abril (grupo juvenil protagonista en los primeros compases de la revolución), y la Corriente Popular (la organización del naserista Hamdin Sabahi, tercer candidato en las elecciones presidenciales del verano). El Frente de Salvación ha tenido una postura heterogénea ante el referéndum: mientras el Movimiento Seis de Abril y la Corriente Popular –los dos grupos más conectados al movimiento- llamaban al boicot, otros sectores mantuvieron titubeos hasta el final sobre su participación (votando contra la Constitución) o no.
Los resultados del referéndum no reflejan en absoluto un avance de la base social islamista. Pese a las contradicciones reflejadas en los medios, y a la propaganda oficial (que no da datos de participación), el periódico considerado más serio de Egipto (Al Ahram) considera que la abstención bordea la mitad del censo. Si hacemos caso al Gobierno, el 56,50% de los votantes se ha decantado por el sí. Un apoyo real de poco más de un cuarto de la población con derecho a votar no es gran cosa. Más teniendo en cuenta las numerosas irregularidades, incluyendo la expulsión de la oposición de los recuentos. La oposición ha denunciado 4.000 incidentes de momento, y ha pedido la anulación de la votación. Además, la mayoría de los jueces, enfrentados por sus propios intereses de casta al Gobierno, ha boicoteado el control de la jornada electoral.
Los datos de la Corriente Popular reflejan el triunfo del no en cuatro de diez demarcaciones, arrasando en El Cairo (68%) y en Alejandría (72%). Incluso el Gobierno reconoce la victoria del no en la capital, con un 55%.
La lucha continúa
Teniendo en cuenta todos los datos, es evidente que, pese a todos los medios a su alcance, los integristas de todos los matices, agrupados detrás de Mohamed Mursi, y la reacción en todas sus formas, deseosa de dar carpetazo a la revolución pese a sus contradicciones con los anteriores, no han tenido éxito con su maniobra electoral. El no, y en parte la abstención, reflejan cómo incluso en el terreno más desfavorable para la revolución (las urnas) ésta tiene una base fuerte. Es muy importante para su desarrollo la movilización militante del proletariado, la juventud y otros sectores de El Cairo y Alejandría, que son y serán el motor de la lucha.
La lucha no acabará el 22, tras la segunda vuelta. La lucha en la calle, en la empresa, en el barrio, es el terreno fundamental de la revolución. También la lucha por dotarse de un programa revolucionario. Mientras la oleada huelguística continúa (los 23.000 trabajadores de tabaco acaban de obtener una victoria tras dos días de huelga), los problemas no resueltos también se agudizan. La huelga de inversiones, la recesión del turismo, el aumento del déficit (10% del PIB), tienden a acelerar el paro, la miseria, de amplias masas. Es imprescindible que la lucha contra los recortes en los derechos sociales y políticos, o de la mujer, o contra los prejuicios islamistas, es decir, contra la Constitución, se vincule a la lucha de la clase obrera por la mejora sustancial de su situación, con reivindicaciones concretas en cuanto a creación de empleo, salarios dignos, nacionalización de las grandes empresas bajo control de los trabajadores, ruptura de lazos con el imperialismo. Levantar la bandera del socialismo; construir organizaciones independientes del proletariado, como forma de ganar también a la juventud y otros sectores; denunciar el papel quintacolumnista de los grupos burgueses (que quieren desviar la revolución hacia la vía muerta de una inestable e inconsistente democracia burguesa); fomentar la unificación de las luchas obreras y de las masas revolucionarias contra el Gobierno reaccionario, estimulando la consigna de la huelga general; éstas son las tareas del momento para los revolucionarios.