Publicamos a continuación el extracto de una entrevista publicada en el periódico italiano Il Manifesto a un inmigrante latinoamericano que se alistó en el ejército estadounidense ante la promesa de un pasaporte y nacionalidad. Esta entrevista demuestra gráficamente el carácter y la composición del ejército más poderoso del mundo.
El soldado de infantería Carlos, nicaragüense de 28 años, vive en EEUU con la carta verde. Forma parte del cuerpo del ejército estadounidense (39.000 hombres) al que el Pentágono prometió acelerar los trámites para conseguir la ciudadanía estadounidense en tres años, en lugar de los cinco o más requeridos. Tiene una hija de tres años. (...) Fueron los primeros elegidos por el Pentágono, en marzo, para ser enviados a Iraq, sin saber que iban a combatir en una guerra. Las misiones que se les reservan son las más peligrosas y de primera línea —“carne de cañón”, declara Carlos—. Está en contra de la guerra en Iraq. A su regreso a EEUU decidió desertar del ejército. Desde el 15 de octubre pasado vive en clandestinidad, se le busca por ‘abandono del deber’. Contra él hay una orden de busca y captura. Esta es su primera entrevista desde que vive en la clandestinidad, Carlos no es su verdadero nombre.
(...) He estado en contra de esta guerra desde el principio, incluso antes de ser enviado al frente. Es una guerra inmoral. No trato de evitar el servicio militar. Intento evitar esta guerra. Tal vez el Pentágono me considere un desertor pero yo no creo que, por haber firmado un contrato con el servicio militar, tenga que verme obligado a hacer cosas que van en contra de mis principios morales (...) Aunque mi decisión suponga la cárcel.
(...) Nos prometieron papeles a 39.000 no ciudadanos estadounidenses, procedentes de Haití, Centroamérica, Méjico y otros países de Latinoamérica (...) Estaba a punto de acabar los estudios, me faltaban tres semanas para acabar. Muchos jóvenes deciden alistarse para poder estudiar y tener un sueldo.
(...) Ha sido una experiencia horrorosa. Traumática (...) He visto morir a mucha gente. Jóvenes civiles y militares. Hemos matado a mucha gente (...) incluso a niños.
(...) Sé que dispare, (...) Me esfuerzo en pensar que no era mía la bala que mató a hombres, mujeres y niños. Es una forma de buscar un sentido de culpa colectivo. Prefiero pensar que es así. En esos momentos no se piensa. Hay miedo, angustia, frustración. El adiestramiento impartido en las bases militares para las operaciones de guerra no tiene nada que ver con la realidad que se vive luego en el campo de batalla. No te adiestran para tener emociones, solamente para ejecutar órdenes.
(...) Muchos militares se volvieron locos. Algunos, al regresar de las “misiones militares” se quedaban durante días sin poder hablar y con la mirada fija en la pared. Todo esto se cubre con un velo de silencio por parte de los mandos superiores, sobre todo en los casos de intento de suicidio.
(...) Nos dijeron que estábamos allí para encontrar las armas de destrucción masiva, pero no han podido probarlo. A muchos de nosotros nos parece que las motivaciones aducidas para esta guerra son falsas. Fuimos enviados a miles de kilómetros de distancia, lejos de nuestras casas, de nuestras familias, para luchar una guerra en Iraq y los interrogantes que circulan en el ejército son: ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué matamos a tanta gente? ¿Por qué nos disparan?
(...) No he tenido nunca la sensación de ser ‘liberadores’ para la población iraquí (...) Ya han pasado meses y meses. Estamos todavía allí. No hay electricidad, la gente muere de hambre, no tiene seguridad. Aquellas mismas personas que nos mostraban amistad al principio, ahora ya no nos saludan. Ya no quieren que estemos en su casa. ¿Qué clase de libertad les llevamos?