El primer día de votación la participación no pasó del 15% del censo. Todas las señales de alarma se encendieron a lo largo de ese lunes. Se declaró el martes 27 día festivo para animar a la participación, y la Comisión Electoral amenazó con multas de 50 euros (y recordemos que 34 millones de egipcios viven con dos dólares al día o menos) a quien no votara. Finalmente tuvieron que alargar al miércoles 28 los comicios. No está nada descartado que incluso el nivel de participación final, ese 50%, esté inflado, ¡los militares son tan rigurosos con la limpieza electoral como con el derecho de huelga, de manifestación o cualquier otro!  Por supuesto, y como era de esperar, Al Sisi ha arrasado entre los votantes, llevándose el 93% frente al 5% del otro candidato, el nasserista Hamdin Sabahi. La participación de éste en las elecciones va a determinar probablemente su futuro político, en un sentido negativo para él
Las dificultades del régimen para aparentar apoyo popular se pusieron de manifiesto en la campaña electoral. El mitin central, en principio previsto en el Estadio Internacional de El Cairo, con capacidad para veinte mil personas, fue trasladado a una explanada, a donde apenas cuatro mil acudieron, a pesar de ser acarreados en autobuses desde todos los puntos de Egipto…

Cien mil detenidos, treinta mil manifestantes heridos o muertos…

Considerar éstas unas elecciones democráticas es un chiste macabro. Cien mil personas han pasado por las cárceles desde el golpe de hace diez meses; veinte mil no han salido de ellas. En menos de un año, ha habido treinta mil manifestantes víctimas de la represión policial; al menos 1.400 han sido asesinados. Menos de una hora duró el juicio que condenó a muerte… ¡a setecientos hermanos musulmanes, incluido Morsi!  Pero no se trata sólo de militantes islamistas, como intentan hacernos creer los medios de comunicación burgueses; entre los encarcelados, muertos, heridos, hay periodistas, jóvenes activistas, sindicalistas… El primer día de la votación, un joven fue detenido por fotografiar un colegio electoral vacío. En abril tres gays fueron condenados a ocho años de prisión y otro a tres… Por cierto, mientras Al Sisi intenta vender la imagen de ser el muro de contención ante el islamismo, aplica una política social reaccionaria e islamista. Por supuesto, a los medios del imperialismo no les interesa destacar que Arabia Saudí apoya desde el primer momento el régimen militar (los 18.000 millones de euros de ayuda lo demuestra), y que su tinglado político en Egipto, Al Nur (es decir, los salafistas, el sector más extremo del integrismo) han pedido el voto para Al Sisi…
El propio Movimiento Seis de Abril, el grupo juvenil que simbolizó la resistencia a Mubarak en la plaza Tahrir, fue ilegalizado en abril, acusado de “espionaje” y “difamación del Estado”. La causa inmediata, la publicación de un vídeo llamando a “alzar la voz” contra el régimen. Sus dirigentes ya estaban en la cárcel, por participar en manifestaciones ilegales. Este grupo llamó al boicot de estas elecciones, y el Primero de Mayo hubo manifestaciones de centenares de estudiantes en universidades de todo el país en su apoyo.
Pese a la falta de una alternativa clara por parte de los sindicatos, y de la izquierda (y una alternativa clara sólo puede ser, en este contexto, un programa revolucionario y socialista), las masas, y en especial los sectores más vinculados a la juventud, el movimiento obrero, y la revolución de 2011, han dado la espalda al intento de recuperar el régimen mubarakista por la puerta de atrás.

El apoyo de Estados Unidos no le salvará

Al Sisi cuenta con el apoyo no sólo de Arabia sino de Estados Unidos, que en abril anunció la reanudación completa de la ayuda económica a Egipto, con el envío de diez helicópteros Apache y de 478 millones de euros para seguridad. La filosofía del imperialismo está condensada en las jesuíticas palabras del asesor Cole Bockenfeld (del Democracy in Middle East Project): “Mientras se protejan los intereses de seguridad de Estados Unidos, no tocaremos la cooperación ni usaremos realmente nuestra influencia para asuntos políticos o derechos humanos”.
Al Sisi no se ha dignado presentar un programa, más allá de “acabar con el terrorismo”. Sólo ha hecho una promesa, y a ciencia cierta que se cumplirá; ha augurado “tiempos duros para Egipto”. La situación económica va de mal en peor; el crecimiento económico (del 2% de media, en los últimos tres años) es menor que el demográfico, lo cual equivale a una recesión, y la presión del FMI para eliminar los subsidios a productos básicos, y en especial a la gasolina, aumenta. El propio general reconoce que “el pueblo no tolerará la supresión de las ayudas”. Pero es inevitable. La revolución volverá a rugir. Incluso el periodista Hisham Kassem, partidario del régimen militar, le concede de plazo a Al Sisi un año y medio “para hacer algo”, antes de que el pueblo vuelva a la calle masivamente. ¿Pero qué puede hacer este títere del imperialismo, aparte de reprimir, aplicar los planes del FMI, llamar al retorno de todos los empresarios corruptos que huyeron con la caída de Mubarak —como Hussein Salem, oligarca del gas, condenado por estafa y que negocia su vuelta con el Gobierno—, y atacar al movimiento obrero? No podemos saber el plazo que tienen Al Sisi y su régimen, sólo podemos afirmar que hay fecha de caducidad.


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