Toda la fuerza destructiva del Ejército israelí (Tsahal), el más poderoso de Oriente Próximo, y toda la influencia de los medios de comunicación, lobbies y políticos pagados del sionismo y de sus aliados imperialistas, a lo largo de todo el mundo, se han puesto en acción este verano para doblegar (o al menos debilitar) la resistencia de un pueblo que no se resigna: el pueblo palestino. Durante 50 días, la marina, aviación, artillería e infantería sionista han estado machacando la Franja de Gaza buscando la desmoralización de la población, la destrucción de las infraestructuras y, en definitiva, el sometimiento total. Sin embargo, a pesar de la brutalidad de la masacre sus objetivos están lejos de haberse cumplido.
La cifra de palestinos asesinados por el Ejército israelí es de 2.138. El 70%, civiles. 484 eran niños. 89 familias han desaparecido íntegramente, y hay 142 que han perdido a tres o más miembros. Los heridos superan los diez mil, entre ellos, un millar de niños que sufren discapacidad permanente, a causa de la gravedad de sus heridas o de la deficiente atención médica posterior; el único centro de rehabilitación que existía hoy son ruinas. ¡Ni más ni menos que 400.000 menores necesitan apoyo sicológico urgente! Estos datos incontestables son el resultado directo del autodenominado “Estado democrático israelí”.
A la brutalidad de estas cifras hay que añadir la destrucción masiva de viviendas, fábricas, cultivos, colegios, hospitales… 17.000 viviendas están totalmente destrozadas, otras 38.000 seriamente dañadas. Los refugiados internos son casi medio millón de palestinos, 300.000 malviven en los colegios de la UNRWA (organización de la ONU para los refugiados); “este dato es seis veces el máximo de desplazados que prevén nuestros planes de contingencia y no tiene precedentes”, afirman. También hay 216 escuelas derruidas, 58 hospitales o centros de salud destruidos total o parcialmente. Hay escasez de cien medicamentos; el 90% de la población no tiene acceso regular al agua potable; la única central eléctrica, que fue bombardeada, necesitará un año para ser reparada(la electricidad es un lujo del que pueden disponer entre 4 y 6 horas al día)… Pero el dato más significativo que refleja la barbarie provocada conscientemente por el sionismo es la cantidad de personas que dependen de la ayuda internacional: eran 80.000 en 2000 (antes del bloqueo), 830.000 antes de la reciente guerra, y 1.100.000 actualmente (el 60% del total).
En definitiva, los terribles efectos de la intervención israelí perdurarán muchos años. Según la ONU, serán necesarios 8.000 millones de euros sólo para “arreglar las carreteras, casas, puentes y otras infraestructuras”, mientras que el presupuesto anual de Gaza es de ¡60 millones! La UNRWA afirma que no habrá ninguna mejoría “en los próximos quince años”. No, por supuesto, salvo que Palestina rompa con la dominación del sionismo y del capitalismo… Claro que el imperialismo internacional organiza para este mes una conferencia de donantes… Todavía no se ha entregado el 40% del dinero comprometido en la conferencia de donantes anterior (en 2009, tras la anterior intervención sionista), ¡pero eso no va a arruinar una buena operación de lavado de imagen!
Las negociaciones que llevaron al alto el fuego
El 26 de agosto se firmó la declaración de alto el fuego indefinido. Previamente se sucedieron diversas treguas, unas rotas y otras prorrogadas, y maratonianas reuniones, en las que el Gobierno sionista de Benjamin Netanyahu y los supuestos intermediarios (la cúpula golpista egipcia, vinculada con miles de lazos a aquel), se toparon con la firmeza de la resistencia del pueblo palestino.
Netanyahu pretendía utilizar los bombardeos como chantaje para doblegar definitivamente el movimiento palestino. Exigía ni más ni menos que el desarme de las milicias. Dicho de otra forma, una rendición incondicional. Sin embargo, la correlación de fuerzas no le permitía imponer esta paz de los cementerios… El factor tiempo corría en contra del Tsahal, que ha pagado un precio mayor que nunca: 66 bajas oficiales (posiblemente un 40% más), frente a las 11 sufridas en los 23 días de la operación de 2008 (que también incluyó invasión de la Franja). De hecho, las tropas sionistas tuvieron que retirarse de Gaza ante el enorme coste de mantenerlas allí; en el momento de la firma del alto el fuego todos los soldados estaban situados detrás de las fronteras. El ambiente chovinista entre la población judía, fomentado hasta lo nauseabundo por el Gobierno, chocaba cada vez más con la realidad: lejos de ser una guerra defensiva o de liberación, se trataba de una intervención imperialista, una masacre para someter a otro pueblo. Se trataba, en definitiva, de matar y morir por los intereses de una oligarquía económico-militar. Existían ya elementos de contestación interna: manifestaciones de miles (a pesar de la impunidad que gozan los grupos fascistas que las atacaban), cartas públicas de estudiantes y de reservistas negándose a participar en la guerra, y una masiva insumisión silenciosa: la incomparecencia de reservistas en sus lugares de destino. Vista la extrema firmeza de la resistencia palestina, la posibilidad de una Intifada en Cisjordania (donde la represión militar de las manifestaciones sumaba 33 muertos), la movilización de la población palestina de Israel (huelga general incluida) y el aumento del descontento entre la judía, mantener mucho tiempo la intervención militar significaba un peligro mayor que firmar un alto el fuego e intentar venderlo como una victoria táctica.
Otro factor para que el sionismo diera marcha atrás han sido las movilizaciones contra esta masacre que se han multiplicado por todo el mundo, incluido EEUU. De nuevo la lucha de masas ha influido para que el imperialismo estadounidense y las potencias europeas, que han apoyado al gobierno sionista inequívocamente, quisieran acabar lo antes posible con la intervención. La perspectiva de desestabilizar aún más Oriente Medio cuando los combates en Siria e Iraq se recrudecen, y la OTAN está enfangada en otro conflicto militar de especial envergadura y trascendencia como es el de Ucrania, también ha pesado.
El sionismo, más débil después de la guerra y del acuerdo
Muy al contrario de las pretensiones de Netanyahu, el acuerdo no ha logrado desarmar a las milicias palestinas, sino que, al menos sobre el papel, reconoce el alivio del bloqueo (entrada desde Israel de material sanitario y de materiales de construcción –hasta ahora tabú para el sionismo-, y apertura del paso de Rafah, que comunica con Egipto). La apertura total de fronteras queda para unas negociaciones a iniciarse a finales de este mes. Por otra parte, los pescadores gacetíes, que hasta ahora sólo podían faenar hasta tres millas fuera (inicialmente eran veinte), podrán hacerlo hasta las seis millas (la pesca es la principal actividad económica del enclave). También se ha planteado someter a negociación la reconstrucción del aeropuerto y puerto bombardeados en su momento por Israel, así como la liberación de presos políticos palestinos y el desbloqueo de los fondos para poder pagar a decenas de miles de funcionarios que llevan sin recibir sus salarios desde finales de 2013. Es cierto que este acuerdo apenas supone un parche para las ingentes necesidades de la población gacetí (por no hablar de la liberación nacional y social palestina). La situación económica y social es mucho peor que antes de la ofensiva israelí, y obviamente también el armamento militar de las milicias ha menguado. También es verdad que el acuerdo que acabó con la anterior intervención militar (hace dos años) era bastante similar, y fue incumplido por Israel… Sin embargo, hay un aspecto tremendamente positivo para el movimiento palestino, y así lo ha visto el 80% de la población gacetí: Toda la destrucción, toda la muerte causada, no han arrodillado a la resistencia del pueblo palestino. Antes al contrario, el sionismo ha tenido que hacer concesiones (cierto que parciales y temporales). Es decir, lejos de fortalecerse, la posición de éste es hoy más débil. El mismo Netanyahu no apareció públicamente hasta dos días después de la firma; el periódico Haaretz tituló Hamás 1, Israel 0, y el Canal 2 de televisión declaraba el fin político de Netanyahu. Muy posiblemente la necesidad de recuperar terreno en su base social es la que le ha llevado a anunciar, cinco días después de la firma del alto el fuego, la expropiación de 400 hectáreas más (la mayor en 30 años), en Cisjordania, para la construcción de casas para nuevos colonos, dificultando así, de paso, la continuidad territorial de Jerusalén Este y el sur de Cisjordania. Toda una provocación. El Gobierno oscila continuamente, mientras dos ministros critican la expropiación otros tres abogaban por continuar la guerra, incluso con la ocupación permanente de Gaza.
El papel de la dirección de Al Fatah y de Hamás
Puesto que en estos momentos utilizar la carta militar abiertamente tiene bastantes complicaciones, Netanyahu, flanqueado por Obama y los golpistas egipcios, intenta cambiar de táctica, presionando a Mahmud Abas y la dirección de Al Fatah (mucho más dúctil). De hecho, una de las condiciones impuestas para la apertura del paso de Rafah es el control de la frontera por parte del Gobierno palestino instalado en Cisjordania. Dicho de otra forma, que quien controle qué pasa o qué no pasa no sea sólo Hamás, sino también Al Fatah.
Al Fatah es obviamente una organización histórica del movimiento palestino, por no decir su referente fundamental. Sin embargo, desde hace mucho tiempo, y más aún tras el fallecimiento de Arafat, su dirección ha abandonado reivindicaciones y posiciones en busca de un entendimiento con el imperialismo estadounidense, que a su vez le permitiera en algún momento una coexistencia pacífica entre algún tipo de Estado palestino y un Estado sionista. Pretensión que la historia ha demostrado utópica y que ha tenido un alto coste para el movimiento palestino, incluyendo la escisión política entre Cisjordania y Gaza. De hecho, la victoria electoral de Hamás (en las últimas elecciones celebradas, hace ocho años) fue resultado de la crítica masiva a la política colaboracionista de la dirección de Al Fatah y no de la aceptación del programa integrista de Hamás (que éste prometió no imponer).
Ahora, Hamás ha salido fortalecido políticamente de esta guerra. Antes de ella los sondeos indicaban ventaja de Al Fatah sobre Hamás (53-41%). Hoy se invierte la situación: el 61% de los palestinos votaría a Hamás y el 32% a Al Fatah. No sólo eso. El 72% apoya emular en Cisjordania la lucha armada realizada en Gaza, lo que refleja bien el descontento social ante el asfixiante control militar israelí de Cisjordania, la expansión de las colonias, el desmembramiento provocado por éstas y por el muro de la vergüenza, y la falta de expectativas.
El apoyo a Hamás, por la resistencia al ataque israelí, no implica sin embargo que la población gacetí les otorgue un cheque en blanco en todo. De hecho, la experiencia de siete años de Gobierno islamista en Gaza muestra que Hamás no tiene ninguna alternativa sólida. A finales de 2013 el 65% de los gacetíes consideraba sus condiciones de vida “malas” o “muy malas”. Y es que en siete años los acuciantes problemas económicos, sociales y nacionales en Gaza no han hecho más que agravarse. El paro es del 40% y la pobreza extrema del 21% (tres veces más que en Cisjordania). Esto obviamente es responsabilidad del bloqueo por parte de Israel y Egipto, y del boicot consciente de Al Fatah, así como de la nueva política de Siria e Irán (que han cortado la financiación), pero tampoco ayuda la falta de alternativas del Gobierno islamista. Es más, los intentos oficiales de imponer un programa social integrista y reaccionario, la corrupción, la represión, contribuyen a agudizar los problemas. El 68% de los palestinos de Gaza cree que hay corrupción en el Gobierno, y sólo el 25% considera que hay libertad para criticar públicamente a Hamás. Como siempre, las mujeres, vetadas en diferentes profesiones, son la principal víctima de los integristas. En junio el ministro del Interior, Fathi Hammad, reafirmó su disposición a “aplicar la ley islámica” y dijo: “no habrá paz con el secularismo”. La policía se dedica a vigilar el cumplimiento de absurdas normas (como que los jóvenes no lleven peinados o estéticas consideradas occidentales).
La impresionante resistencia popular palestina, defender el territorio con decisión, frente a un ejército en ambiente hostil, su capacidad de aguante pese a todo el drama y la destrucción de esos 50 días de infierno, se ha producido a pesar de la política de Hamás y sus dirigentes, no gracias a ellos. Basándose en un programa socialista, laico e internacionalista la resistencia de las masas palestinas tendría un impacto multiplicado en Israel y en los países árabes.
Lucha de masas y programa revolucionario
La lucha del pueblo palestino es una lucha de autodefensa, de reacción frente a una opresión nacional salvaje desde la misma creación del Estado de Israel (en 1948), y sobre todo desde la ocupación de Cisjordania y Gaza, y por tanto es obligación de cualquier activista del movimiento apoyarla y denunciar la extrema hipocresía de los sionistas e imperialistas. Los mismos que hablan de terrorismo, de fanatismo, etc., son los que permiten el sometimiento, no sólo de Palestina, sino de innumerables pueblos del mundo; los que explotan a la mayoría de la humanidad, a la clase trabajadora, sin importarles que se queden por el camino cientos de millones de personas.
Junto a la autodefensa armada, es imprescindible un programa revolucionario, socialista. Es absolutamente utópico un Estado palestino con plenitud de derechos nacionales, y sin opresión social, en el marco de un Oriente Próximo y un mundo capitalistas. La expropiación y control democrático de los principales recursos de la zona es una necesidad vital para el desarrollo económico y el bienestar social de los palestinos. Por eso su lucha por la autodeterminación no puede desligarse de la lucha contra el capitalismo.
Luchar por una Palestina socialista en un Oriente Próximo socialista y un mundo socialista amenazaría directamente los intereses de la clase dominante israelí, que ha hecho bandera del sionismo para poder mantener su dominación de clase dentro de Israel (y por supuesto su dominación imperialista en toda la zona). La reivindicación de una Palestina islámica, donde la única posibilidad para los millones de judíos es el exilio o ser parte de una minoría oprimida, no sólo no sirve para aislar socialmente a los sionistas, sino, muy al contrario, les permite a éstos erigirse en falsos defensores de la supervivencia judía frente a los fanáticos musulmanes. En cambio, el programa de derrocar a la clase dirigente sionista, y a la burguesía árabe (cómplice del imperialismo estadounidense y del mismo sionismo, y que ha demostrado históricamente ser una enorme traba para el desarrollo nacional y social de los pueblos árabes), el programa de nacionalización de los recursos para ponerlos al servicio de las necesidades sociales, ofrece al grueso de la población, a los trabajadores, campesinos y otros sectores, sean árabes, judíos, kurdos…, la posibilidad de convivir pacíficamente con pleno respeto a sus tradiciones culturales y desarrollo nacional. Y, por tanto, es un programa que sería asumido por gran parte de la población trabajadora judía de Israel.
La lucha de clases existe también en Israel, como en cualquier país. Precisamente aquí, las enormes esperanzas existentes cuando la creación del Estado (la posibilidad por fin de un lugar donde desarrollarse pacíficamente como pueblo) se han convertido en una pesadilla, como no podía ser de otra forma. Durante estos 66 años la clase dominante israelí sólo ha podido ofrecer guerras, tensiones internas, militarización de la sociedad, un desarrollo económico lastrado por el enorme peso del presupuesto militar… A esto se añade la crisis del capitalismo mundial. Un sector importante de la población está harto de sus dirigentes sionistas, pero la ausencia de una alternativa socialista hace difícil que se pueda expresar de forma organizada. Las movilizaciones de los indignados hace pocos años en Israel, al calor de la lucha contra Mubarak, del 15-M y de Occupy Wall Street, aunaron a judíos y árabes exigiendo viviendas baratas, mejor sanidad y educación públicas, etc. Ahí se ve el potencial que tiene un programa revolucionario capaz de unir a las masas árabes y judías contra sus opresores.