Después de destruir ciudades e infraestructuras, de que los muertos se cuenten por cientos de miles y provocar el éxodo de millones de refugiados, EEUU se ha visto obligado a promover un alto el fuego temporal en la guerra de Siria. ¿La razón? el avance de las tropas gubernamentales gracias a los bombardeos de los aviones rusos. La cuestión en cualquier caso es concreta. ¿Se puede consolidar la paz en Siria? ¿Es posible poner fin a la guerra y la destrucción de Oriente Medio?
El alto el fuego, que entraría en vigor el sábado 27 de febrero y se prolongaría por dos semanas, afectaría por un lado a las operaciones del Ejército sirio y sus aliados rusos, iraníes y libaneses (Hezbolá), y por otro a las milicias yihadistas no calificadas de “terroristas” (una ínfima minoría, al quedar excluido el Estado Islámico —Daesh— y otras organizaciones afines). Así mismo, el presidente al Assad ha convocado “elecciones legislativas” para el 13 de abril, lo que no deja de sonar a una broma macabra en un país arrasado por la guerra.
Si tenemos en cuenta los antecedentes, y los intereses reales en juego, es obvio que este “cese de hostilidades” parece destinado al fracaso. Todo aparenta a una huida hacia delante del imperialismo estadounidense, para ganar tiempo y recuperar la iniciativa, en un momento extremadamente difícil para sus intereses. Su debilidad en la región, plasmada en la falta de apoyos sobre el terreno, la pérdida del control sobre los grupos yihadistas que son sostenidos a su vez por sus viejos aliados —Turquía y Arabia Saudí— cuyas agendas difieren cada vez más de los intereses norteamericanos, y la aparición de Rusia como potencia beligerante, ha forzado a la administración Obama a tener que variar su estrategia.
Su planteamiento ahora es negociar una “transición” para Siria, sin considerar como condición necesaria la salida de al Assad del poder, mientras con el alto el fuego y la excusa de ayuda humanitaria impiden que el régimen sirio y sus aliados puedan seguir recuperando territorio, fortaleciendo más su posición de cara a una hipotética negociación. Al tiempo tratan de forjar una alianza con Irán, concretada en la firma del “Pacto Nuclear” y el levantamiento de las sanciones que pesaban sobre el estado persa, para asegurarse así que este colabore con sus objetivos y se comprometa en la estabilización de Oriente Medio.
Rusia e Irán consolidan sus posiciones, y China mira atenta sus intereses
Aprovechando los problemas estadounidenses, Rusia ha pasado a convertirse en un factor clave en el escenario sirio, pero sus intereses van mucho más allá de mantener su posición geoestratégica y proteger su base naval en la ciudad de Tartus. Putin quiere recuperar para Rusia un papel de primer orden en las relaciones internacionales que le permita también una salida favorable en su conflicto con Ucrania y aliviar su complicada situación económica. También Irán aparece, por ahora, como uno de los grandes beneficiarios de la situación que se vive en la zona en general, y en Siria en particular. El pacto con Estados Unidos le permite reforzar su papel de potencia regional y acabar con las sanciones internacionales que estaban golpeando muy duramente su economía.
Tanto Rusia como Irán están dispuestos a negociar, siempre que el resultado final no ponga en peligro sus intereses y les siga garantizando un papel clave en la región. Por supuesto, en este negocio de bucaneros, Moscú y Teherán no tendrían mayor problema con la continuidad o no de al Assad y su régimen, un peón al que sacrificarían en caso de necesidad. Lo que pueda ocurrir en el futuro no es fácil de predecir: el gran juego en Siria y Oriente Medido está lleno de contradicciones y nuevos realineamientos no están descartados. La colaboración entre rusos e iraníes es fundamentalmente coyuntural y responde a sus necesidades actuales, en tanto que Irán pretende seguir estrechando lazos con Estados Unidos, y Rusia busca ampliar sus relaciones con algunos de los grandes rivales de los ayatolás, como es el caso de Arabia Saudí, país con el que recientemente ha firmado un acuerdo para contener la producción de petróleo. También existen rivalidades entre ambas potencias en Iraq y en las repúblicas asiáticas de la extinta URSS, donde se libra otra batalla por el control de sus materias primas y áreas de tránsito comercial.
En cuanto a China, el régimen de Beijing tiene claros intereses imperialistas en Oriente Medio: pretende construir una gran ruta comercial que una el Sudeste de Asia con Europa, pasando por la zona en conflicto, y necesita también de sus recursos energéticos. Ninguno de los pasos que ha dado Putin en los últimos meses podría entenderse sin el apoyo de los imperialistas chinos, interesados en afianzar alianzas en la región para promover sus objetivos en detrimento del imperialismo occidental y concretamente de EEUU. La reciente visita que el presidente Xi Jinping ha realizado a Arabia Saudí, Irán y Egipto, ha sido un recordatorio de que China también es un actor clave para cualquier posible acuerdo en Siria, obviamente acorde con sus planes estratégicos.
La agenda de Turquía y Arabia Saudí
Las oligarquías turca y saudí han sido las grandes promotoras de las fuerzas yihadistas en Siria, incluyendo a Daesh, a través de las cuales esperaban derribar el régimen de al Assad. De esta manera los saudíes golpeaban a Irán, destruyendo a uno de sus principales aliados, en tanto Turquía conseguiría que Siria cayera bajo su influencia lo que le facilitaría además aplastar a los kurdos que habitan y combaten en el área de Rojava, al norte del país. La entrada en escena de Rusia, junto a Irán y Hezbolá, ha dinamitado esta posibilidad permitiendo al Ejército sirio recuperar cada vez más territorio y poner en graves apuros a los aliados de ambos países, las milicias yihadistas.
El cambio de la correlación de fuerzas en el campo de batalla, y también en el diplomático, ha empujado a estas milicias al boicot de unas negociaciones que les serían adversas alentando, incluso, la invasión terrestre por parte de fuerzas militares turcas y saudíes. No hay que olvidar que este nuevo armisticio llega después de que las tropas turcas utilizaran el comienzo de las “negociaciones de paz” en Munich (12 de febrero) para golpear a las milicias kurdas en Siria, y en medio de las insinuaciones vertidas desde Ankara a favor de la partición del país (algo en lo que son expertos los EEUU como demuestran los ejemplos de Iraq, Afganistán o Libia). Aunque tanto el régimen de Riad como el de Ankara niegan ningún preparativo de invasión, es evidente que en sus cálculos no está descartada esta posibilidad, que la vestirían con la falsa excusa de combatir a Daesh, pero que serviría para frenar el avance del Ejército sirio y sus aliados, y ampliar la ofensiva de Erdogan contra los kurdos de Rojava, a pesar de ser los únicos que han luchado de forma real y efectiva contra el Daesh. Una acción de este tipo podría significar el estallido de un conflicto armado todavía a una escala mayor y de consecuencias totalmente impredecibles.
Las potencias imperialistas llevan años confrontando en el tablero sirio, arrastrando al conjunto de Oriente Medio a una situación caótica e irresoluble, de la que el gran beneficiario es un Estado Islámico contra el que ninguna potencia combate realmente. La población que ha sufrido brutalmente esta guerra aniquiladora no puede esperar nada bueno de una “paz” patrocinada por los mismos ladrones que han hundido su país en la barbarie. La paz que ansía el pueblo solo será posible con el derrocamiento del capitalismo y fin del dominio imperialista.