La revolución venezolana en un momento decisivo
La intervención por parte del gobierno venezolano de varias cadenas de distribución de electrodomésticos y otros productos que especulaban salvajemente con los precios ha hecho que los medios de comunicación burgueses de todo el mundo pongan de nuevo el grito en el cielo. Una vez más hemos escuchado la habitual retahíla de acusaciones: “dictadura”, “autoritarismo”, “intervencionismo”, etc. Lo que no explican estos “defensores del derecho a la información” es que las cadenas intervenidas se dedicaban a cosas como vender una lavadora que debía tener un precio de 5.000 bolívares a 38.000.
En varios casos fueron decomisados televisores porque eran vendidos al doble de su precio anterior. En algún caso se llegaban a vender productos a un 1.000% del coste que había tenido su importación. Todo ello con dólares suministrados por el Estado a un precio diez veces inferior al de mercado.
Las medidas del gobierno y su efecto sobre las masas
La decisión de obligar a algunas grandes tiendas a vender a un precio fijado por el gobierno para cortar la especulación ha generado algunas expectativas en sectores de las masas, aunque entre otras capas hará falta mucho más para recuperar el apoyo a la revolución. Como explicaba un volante editado por la Unión Nacional de Trabajadores (UNETE) de Anzoátegui, dirigida por los marxistas de la Corriente Marxista Revolucionaria, “saludamos la decisión del presidente Nicolás Maduro de intervenir varias cadenas de electrodomésticos y llamamos a extender esta intervención a otros sectores y llevarla hasta el final expropiando y nacionalizando bajo control de los propios trabajadores y el pueblo todas las empresas que especulan y sabotean la revolución. (…) el gobierno bolivariano debe aprovechar las expectativas que ha despertado la intervención de Daka, Imeca y otros comercios para llamar (como ya lo hiciera el presidente Chávez) a los trabajadores a tomar todas las empresas que se dedican a especular (…) Si nos quedamos a medias, si hoy se interviene contra los capitalistas pero se les deja que sigan teniendo el control de la producción y la distribución, utilizarán su poder para hacer desaparecer los productos, culpar al gobierno y al socialismo de la escasez”.
Esto ya ha empezado a ocurrir. Los capitalistas ocultan productos, muestran sus comercios vacíos pasados unos días de la intervención estatal para responsabilizar al gobierno o provocan enormes colas para acceder a los productos distribuidos a precio regulado. El problema es el mismo que hemos sufrido durante estos años de revolución. El gobierno bolivariano ha tomado medidas como el control de cambios, el control de precios o la intervención e incluso expropiación de algunas empresas. Inicialmente estas medidas supusieron el mantenimiento de los puestos de trabajo en empresas abandonadas o cerradas por los empresarios, el mantenimiento de los precios de algunos productos básicos durante un tiempo o ciertos obstáculos a la fuga de divisas. Pero, como explicamos los marxistas, el capitalismo no se puede controlar ni regular. Al seguir los principales bancos y empresas en manos privadas cada medida parcial acaba convirtiéndose en un boomerang contra la revolución. Los empresarios boicotean la producción (según sus propios datos sólo utilizan un 50% de la capacidad productiva instalada), esconden productos y especulan con ellos. En estos momentos el negocio más rentable para los empresarios es especular en el mercado paralelo con los dólares o euros que les suministra el propio Estado para importar. Los empresarios compran al Estado dólares por 6,30 bolívares para luego venderlos a 60 e incluso 70 bolívares en el mercado paralelo. Un negocio redondo.
La imposibilidad de controlar el capitalismo y las perspectivas electorales
La política del gobierno bolivariano hasta ahora ha sido denunciar la guerra económica organizada por los empresarios, llamar a los supuestos sectores “progresistas” o “patriotas” (un sector de la burguesía que nunca nadie ha visto en ninguna parte por la sencilla razón de que no existe) a portarse bien e invertir en el país, y desarrollar una política de intervención del Estado en la economía que intenta cuadrar el círculo: mantener los gastos sociales y el empleo en las empresas públicas sin acabar con la propiedad capitalista de los medios de producción y la estructura burguesa del Estado.
El resultado ha sido incrementar el endeudamiento con potencias imperialistas como China o Rusia (que son presentadas como aliados antiimperialistas) e incrementar espectacularmente la inflación, un factor que golpea duramente la moral de las masas. Productos básicos como una docena de huevos que a principios de año costaba 18 bolívares se venden a 50; un kilo de tomates ha pasado de 18 o 20 a 45; las cebollas de 20 a 80, en pocos meses. Lo mismo ocurre con los distintos tipos de carne y queso, la harina pan (imprescindible para la popular arepa), aceite, etc. Los productos cuyo precio está regulado han desaparecido de los anaqueles. Los empresarios recurren a maniobras como vender productos similares bajo otro formato al doble o triple de precio. Otro problema que ya existía pero se ha agravado enormemente es el desabastecimiento de productos de primera necesidad como leche, azúcar y otros.
Esta situación resulta insostenible para las masas. Tras un año denunciando desde el gobierno que “hay una guerra económica por parte de los capitalistas para minar la moral del pueblo y sabotear la revolución” (lo cual es cierto), el que no se tome ninguna medida decisiva que acabe con ello genera un malestar y escepticismo creciente entre las masas. En las últimas elecciones presidenciales este escepticismo ya se reflejó. Sectores importantes que en anteriores elecciones votaron por Chávez se abstuvieron y alrededor de 700.000 votantes apoyaron a la oposición contrarrevolucionaria. Es bastante probable que esta tendencia se vuelva a manifestar en las elecciones municipales del 8 de diciembre.
No hay terceras vías
Si queremos recuperar el apoyo electoral y salvar la revolución no basta con medidas parciales. Hay que nacionalizar la banca y las principales empresas bajo control obrero y social y desmantelar el actual Estado, que mantiene su estructura burguesa y se ve dominado por el burocratismo y la corrupción, sustituyéndolo por la administración obrera de la industria nacionalizada a través de consejos de trabajadores y vecinos formados por delegados elegibles y revocables en todo momento.
Otra medida clave debe ser el monopolio estatal del comercio exterior. En estos momentos el gobierno venezolano ya tiene el monopolio de las divisas pero, como hemos señalado más arriba, se las concede a los empresarios al precio oficial o mediante subastas a precios preferenciales, para que realicen importaciones. El resultado es una sangría de dólares hacia el mercado paralelo y la especulación pura y dura.
El gobierno ha anunciado la creación de dos corporaciones para incrementar el control, pero lo único que puede resolver este problema es que sea el propio Estado quien realice directamente todas las exportaciones e importaciones y distribuya los productos a precios asequibles, al mismo tiempo que estatiza las grandes empresas y bancos bajo control obrero para desarrollar un plan de industrialización y producción que reduzca las importaciones. Todo ello sólo puede hacerse bajo un Estado dirigido por los trabajadores y el pueblo. Si se hace manteniendo el capitalismo o bajo un Estado dirigido por burócratas a los que nadie controla el resultado será más problemas y corrupción.
Existe una gran inquietud entre los sectores más radicalizados del pueblo y de los trabajadores que perciben que la revolución está en peligro. La clave para salvarla es que la clase obrera se ponga al frente de la misma con un programa que rompa con el capitalismo definitivamente. La UNETE y la CSBT (las dos centrales sindicales chavistas) deben romper con la división que actualmente existe en las luchas y desarrollar un frente único de acción en torno a un programa que plantee las ideas antes expuestas. La unidad en la lucha del movimiento obrero es posible, como ha mostrado en Anzoátegui el llamado de los marxistas de la UNETE a la CSBT a luchar juntos contra la especulación. Se han organizado unitariamente ruedas de prensa y un acto del candidato del PSUV a la alcaldía de Barcelona con los trabajadores para presentarle sus propuestas de cómo completar la revolución. Hay que proponer públicamente este mismo plan al presidente Maduro, al gobierno, a la dirección del PSUV y al conjunto de las bases revolucionarias. Al mismo tiempo hay que llamar a no ceder a la presión de los sectores que desde las filas del mismo PSUV llaman al pacto con la derecha y a la negociación.
Llevar hasta el final la revolución
El llamado de dirigentes como el exvicepresidente José Vicente Rangel a indultar a reconocidos golpistas de 2002 por motivos humanitarios ha sido contestado justamente por muchos revolucionarios. Incluso, el llamado del propio presidente Maduro a un diálogo nacional, lejos de clarificar cuáles son las tareas tras las elecciones, contribuye a crear desorientación y preocupación. ¿Acaso vamos a aceptar ahora argumentos como que el problema de Venezuela es que falta diálogo entre gobierno y oposición? ¡Cada vez que la dirigencia bolivariana ha intentado dialogar ellos aprovecharon para ganar tiempo, sabotear y organizar golpes de Estado y planes de intervención imperialista contra la revolución!
El único modo de impedir el avance contrarrevolucionario y salvar la revolución es solucionando los problemas concretos que tienen las masas: subidas de precios, desabastecimiento, inseguridad, informalidad, desigualdad, corrupción… Ello sólo se puede hacer expropiando a los capitalistas y construyendo un Estado revolucionario dirigido por los trabajadores y el pueblo. Si lo hacemos, los millones de jóvenes, trabajadores atrasados y sectores de las capas medias que, desesperados y manipulados, han empezado a escuchar la demagogia de la oposición serán recuperados. Cualquier diálogo con los dirigentes burgueses, golpistas y contrarrevolucionarios de la oposición sólo será una nueva trampa y un enorme peligro para la revolución.