La revolución “democrática” de 1945, dirigida por los socialdemócratas adecos, que derrocó al general Medina Angarita y luego trató de impulsar durante tres años la instalación de una democracia liberal en Venezuela, había sido la consecuencia del rápido desarrollo que tuvieron las fuerzas productivas luego de la implantación del capitalismo a partir de los años 20. Como ya vimos, este proceso fue llevado adelante por la dictadura gomecista, la cual, aunque respaldó la transformación de la estructura económica y sentó las bases del Estado burgués, mantuvo un férreo control sobre éste último y no acompañó el cambio estructural con el cambio político, postergando indefinidamente el establecimiento de un sistema de libertadas democráticas a las que aspiraba la sociedad naciente.
Esto generó una conflictividad social que se continuó luego de la muerte del dictador en los gobiernos de los generales gomecistas López Contreras y Medina Angarita, los cuales, a pesar que se desarrollaron bajo un formalismo pseudo democrático, en la realidad no fueron más que la continuidad del régimen anterior, manteniendo, e incluso exacerbando, la lucha de clases entre el novel y creciente proletariado venezolano y los capitalistas.
Los adecos se aprovecharon de esta situación de descontento social acumulado, que ya se había manifestado durante el año 1936, para hacerse con el gobierno. Sin embargo, aunque su proyecto reformista sólo pretendía el establecimiento de una democracia liberal, las reivindicaciones que planteó la socialdemocracia fueron suficientes para hacer soñar a las masas con la posibilidad de ir más lejos y, en el otro extremo, a los capitalistas, de adentro y de afuera, a considerar que por el contrario ya se había ido demasiado lejos. Este conflicto de intereses se resolvió con el golpe militar de 1948, fomentado por la burguesía, que abortó la revolución democrática y postergó una vez más todas sus demandas. Los diez años de dictadura sólo sirvieron para continuar polarizando la sociedad y agudizando las contradicciones entre un proletariado y unas masas cada vez más pobres y excluidas y una burguesía cada vez más rica. Era el ambiente ideal para que las aspiraciones democráticas resurgieran con mayor fuerza y la revolución volviera a estar a la orden del día.
La resistencia a la dictadura fue llevada adelante, básicamente, por AD y el PCV. Los primeros con una dirección que tuvo que rehacerse luego del golpe de 1948 a partir de los cuadros jóvenes de la organización que trajeron un aire fresco a la socialdemocracia y rescataron algunas de las posiciones cercanas al marxismo que supo tener en sus orígenes. Sin embargo, desgraciadamente, también adoptarían métodos de lucha basados en la acción individual que los terminarían desconectando de las masas. Por su parte, la vieja dirigencia, con Rómulo Betancourt a la cabeza, en su mayoría había salido al exilio y desde allí cortejaba al capitalismo norteamericano para que apoyara su eventual regreso al poder. Era una auténtica división en líneas de clase que se había producido en la socialdemocracia luego del golpe de Estado, que se mantendría y profundizaría a los largo de los diez años de dictadura y que finalmente llevarían a la división formal del partido una vez caído el régimen militar. En su primera etapa, la lucha clandestina de AD estaría comandada por Leonardo Ruiz Pineda, el cual desarrollaría una estrategia basada en obtener un apoyo entre sectores descontentos del ejército para salir de Pérez Jiménez a través de un contragolpe putschista. Luego de su asesinato por los servicios de seguridad del Estado, tomaría las riendas de la organización Alberto Carnevalli, posiblemente el dirigente más revolucionario con que haya contado nunca este partido. Le dio un giro a la estrategia de su antecesor y centró el eje de la lucha en la preparación de una insurrección popular. En ese camino trató de unificar las fuerzas de la resistencia planteándole la unidad de acción a comunistas y urredistas, aún en contra de Betancourt que en el escenario de la Guerra Fría ya había tomado partido por el imperialismo yanqui y no quería saber nada con sus antiguos camaradas estalinistas. Desafortunadamente, también Carnevalli caería en manos de la dictadura y fallecería poco después. Sería un golpe del cual la socialdemocracia en la clandestinidad ya no podría reponerse. Como muy bien lo describe Domingo Alberto Rangel, un testigo de lujo de aquellos acontecimientos, “La resistencia va reduciéndose a círculos pequeños donde la voluntad de lucha llega a las magníficas alturas de la obstinación. En las sombras aparece —cuando todos los dirigentes adecos andan en las cárceles o en el exilio— el aleteo de una nueva generación. Ha brotado de los Liceos y de las Universidades y llega al Partido —la circunstancia es fundamental para el futuro de Acción Democrática— atraída por ideas radicalmente distintas a las que determinaron el ingreso a sus filas de las generaciones anteriores… Pero ya el Partido atraviesa en esos años —el dato objetivo es aquí indispensable— por un período de reflujo y de alejamiento de las masas. La mayoría de los profesionales universitarios que quedan en el país están dedicados a sus bufetes y a sus clínicas. Son adecos de ocasión que han sucumbido a la prosperidad desatada por la racha petrolera. Algunos pasarán de inquilinos de pensión a millonarios de quinta en ‘Prados del Este’ entre 1953 y 1957. El movimiento sindical del Partido se ha disgregado bajo la porra del asalto policial… Acción Democrática se reduce, en esos años, a la vanguardia estudiantil y a aislados grupos obreros. La resistencia cambia cualitativamente” (1).
La otra pata de la resistencia fue el PCV. Aunque para el momento del golpe militar de 1948 partió en una situación de desventaja con respecto a AD, que era gobierno y tenía el control de la mayoría del movimiento obrero, la lucha clandestina le permitió a los estalinistas recuperar posiciones y constituirse en un punto de referencia, no sólo para la clase obrera sino también para los estudiantes y los nuevos sectores de pobres urbanos que se fueron incorporando a la lucha. Bajo la batuta de Pompeyo Márquez, principal dirigente comunista de la clandestinidad, el PCV logrará ubicarse en 1957 como el principal partido de los obreros y la fuerza política mejor organizada y con mayor influencia dentro de las masas. “Cuando fenezca el gobierno de Pérez Jiménez, los comunistas tendrán sólidos vínculos con esferas fundamentales de la población trabajadora. Han dejado de ser un club político o una secta para convertirse, con plena suficiencia, en un Partido. A ellos corresponderá, en los años decisivos de 1956 y 1957, ofrecer las tesis de unidad democrática, acción de masas y aislamiento progresivo de los núcleos más zafios de la dictadura que en definitiva prepararán la insurgencia del 23 de enero” (2).
Para 1957 el régimen bonapartista ya no le servía a nadie sino así mismo, hasta Eisenhower lo había dejado de querer y miraba ahora con cariño a Betancourt, el elegido por el capitalismo norteamericano para encabezar una transición “democrática” que maquillara su control del país. A partir de ahí el gobierno de Pérez Jiménez se comenzaría a desmoronar como un castillo de arena. En mayo perdería la bendición de la iglesia, que haría pública una carta pastoral criticando al régimen, y del imperio que disminuiría la cantidad de petróleo que le estaba comprando. El mes siguiente se crea, bajo el patrocino del PCV, esa especie de frente popular que fue la Junta Patriótica, una coalición entre el “partido del proletariado” y los partidos de la burguesía, donde participaban, además de los comunistas, URD, AD y el clerical COPEI. Como no podía ser de otra forma por tratarse de una obra del estalinismo, el programa de la Junta Patriótica era muy elemental y, prácticamente, no pasaba de la búsqueda del derrocamiento de la dictadura militar y su sustitución por una tradicional democracia liberal. En medio de una creciente agitación estudiantil en las calles y del aislamiento internacional, la dictadura lanzará un último manotazo de ahogado convocando a unas elecciones presidenciales para finales de año, las cuales serían “ganadas” por el propio Pérez Jiménez con el 81% del total de votos. Este categórico “triunfo” sería la gota que rebasaría el vaso y determinaría el resquebrajamiento final del régimen. Como suele ocurrir en los momentos previos a un estallido revolucionario, el primero en dividirse fue el ejército, uno de cuyos sectores opositores a la fracción gobernante se alzó y trató de derrocarlo el primero de enero de 1958. Al ejército lo seguiría la clase que había fomentado el golpe de 1948 y hasta ese momento le había brindado el principal apoyo social a la dictadura: la burguesía. “En una insurrección hay otros dos factores fundamentales: la división del régimen imperante y de las clases que lo sostienen y la neutralización de sus Fuerzas Armadas. Durante la lucha callejera del 21 de enero, ambos factores obrarían constantemente en favor de los insurrectos. La burguesía integrada en grandes monopolios —principal destacamento de las clases dirigentes— estaba ya ese día decidida a expulsar a Pérez Jiménez del Poder. De sus bancos y oficinas salieron muchos de los papeles que crearon el clima insurgente. Sus periódicos fueron a la huelga y hasta en más de una fábrica los patronos iniciaron el paro. El sostén de clase de la dictadura desaparecía así irrevocablemente. Aquellos burgueses del más alto escalafón económico no aspiraban ya a modificar la dictadura. Su propósito era derrocarla desde que a mediados de enero sus hombres firmaron manifiestos muy irrespetuosos para el régimen. Durante la batalla entre las masas y la policía, Pérez Jiménez no contó con los recursos de desorientación y de maniobra que le habrían brindado los medios de comunicación de masas que detenta la burguesía. Ni periódicos ni emisoras de radio o televisión estaban en las manos de la dictadura. Los magnates insurgentes se las habían arrebatado” (3).
El 21 de enero estallaría por fin la insurrección popular en el marco de la huelga general declarada para ese mismo día, era el inicio de la revolución democrática que trataba de atar el hilo de la historia roto en 1948. Como ha ocurrido siempre en la historia de las revoluciones el peso de la batalla lo llevarían los oprimidos, en nuestro caso los trabajadores y los pobres urbanos, y en la primera fila sus hijos: los estudiantes, que se lanzaron al combate por la obtención de libertades civiles y políticas pero, sobre todo, por una mejor distribución de la renta petrolera que también los tuviera en cuenta a ellos. Por desgracia, como quedaría luego demostrado en los hechos, el proletariado llegaba otra vez a esta nueva situación revolucionaria con una dirección no revolucionaria que, como en el caso del febrero ruso, tenía una “concepción menchevique de la revolución democrática” (4). Los combates callejeros comenzaron en el centro de Caracas y rápidamente se extendieron a toda la ciudad, principalmente a sus barriadas y sectores populares. “Los estudiantes universitarios y liceístas fueron el combustible más enérgico en los momentos del choque inicial. A ellos correspondió darle a la manifestación de ‘El Silencio’ —aurora de la huelga— el carácter combativo que aquel acto asumió frente a la brutalidad policial. Fueron estudiantes los que generalizaron en Caracas la destrucción de los autobuses y el apedreo a los locales comerciales. Esas dos medidas eran indispensables para impartirle unanimidad a la huelga… El estudiantado actuó como motor y guía, como organizador y estratega en los combates callejeros de los dos días de huelga. Esa vanguardia, la más aguerrida que haya dado Venezuela en mucho tiempo, tuvo su bautismo de fuego bajo los apremios de la insurrección. El proletariado y la población flotante alcanzaron las cumbres del heroísmo en las cuarenta y ocho horas de batalla. Los contingentes más numerosos salieron de las fábricas y de ese mundo del acoso donde se agitan los hombres sin empleo o con empleo precario. Ellos cerraron las fábricas, tomaron los cerros, recogieron las piedras y sometieron a la policía al desgaste de una guerrilla permanente. Sin ese brazo poderoso, repartido en toda la ciudad, habría sido inútil el coraje de las vanguardias y la abnegación de los dirigentes. Porque Caracas se convirtió en teatro de batalla y ningún cerro dio cuartel al régimen, aquella dictadura se derrumbó en medio del estrépito insurreccional” (5). El 23 de enero el régimen bonapartista encabezado por Marcos Pérez Jiménez caería finalmente. Como suele ocurrir en estos casos, un grupo de altos oficiales, que hasta unas horas antes había apoyado al tirano, se pasó “oportunamente” al bando vencedor y asumió el control del gobierno para, entre otras cosas, garantizarle al dictador derrocado una tranquila huida en el avión presidencial cargando su botín.
Una dirección no revolucionaria
A partir de este momento comenzará el verdadero drama de los explotados que se alzaron contra la dictadura militar impuesta por la burguesía en 1948, que vertieron su sangre generosamente en las jornadas insurreccionales, que vencieron en el campo de batalla y al final del día se retiraron con las manos vacías. Hasta en esto se parece la revolución del 23 de Enero a tantas otras revoluciones a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. La principal responsabilidad de esta tragedia del proletariado venezolano, que tuvo todo a su favor para haber tomado el poder el 23 de Enero de 1958 y sin embargo no lo hizo, fue de la direcciones socialdemócratas y estalinistas que estuvieron al frente del mismo, que luego de obtener la victoria en el terreno le entregó el poder a la burguesía en bandeja de plata. Mientras el pueblo festejaba en las calles, la burguesía, que había apoyado y se había beneficiado de la dictadura durante diez años y sólo se había plegado a la revolución una semana antes, se preparaba en Miraflores para tomar el poder. Así relataría aquel momento Domingo Alberto Rangel: “Sus hombres [de la burguesía, NdA] no se alzan, como lo hicieron el 21 de enero, para solazarse después en la corriente del frenesí. El mejoramiento de su posición —cuando ha sido quebrantada— sólo se logra por conducto de un aparato social llamado el Poder. Copar las alturas desde donde se dirige la economía —mediante la política fiscal y monetaria— es el propósito de sus cabecillas. El derrocamiento de un gobierno que ya no sirve es el primer episodio importantísimo pero no suficiente. Instalar un gobierno susceptible a sus intereses constituye el segundo y premioso ciclo… la burguesía caraqueña cayó a Miraflores en la madrugada del 23 de enero. Mientras los hombres de la resistencia sucumbían al júbilo y pensaban en los periódicos o en las emisoras de radio, los capitanes de la industria y la banca marchaban al Palacio Presidencial donde reside el Poder en Venezuela. Detrás del contra-almirante Larrazábal y de los coroneles Casanova y Romero Villate, cruzan las claveteadas puertas del domicilio de Joaquín Crespo, en la misma madrugada del 23 de enero, algunos prohombres de la burguesía. Allí se va a formar el gobierno que sucederá a la dictadura. Y el Poder del dinero no quiere estar ausente. Espadas y millones se mezclan en su solo tintineo. Los altos oficiales, que ya descartaron a los tenientes, departen ahora con los jefes de una economía que e un capital bancario e industrial contabilizado en columnas de nueve cifras… Los burgueses por el contrario tienen ideas claras, propósitos inconfundibles y seguridad exacta… Se constituye la Junta, con oficiales de los distintos Ejércitos y el gabinete ejecutivo. Es en este último cuerpo —base y frontispicio del Poder al mismo tiempo— donde la burguesía coloca a sus hombres con mano maestra. Para la cartera de Hacienda —clave en un país enfrentado a problemas fiscales y monetarios— se escoge al doctor Arturo Sosa, joven técnico que lleva diez años trabajando al servicio del grupo Mendoza-Vollmer. El Ministerio de Relaciones Exteriores —vital para una Nación endeudada con empresarios del extranjero— corresponde al doctor Oscar García Velutini, ligado por vínculos de sangre e interés a la oligarquía financiera que ya existe en Venezuela. Otro Oscar-Palacios Herrera-… asume el despacho de Fomento que será crítico en una colectividad donde ya el crecimiento hacia afuera ha agotado sus posibilidades y es necesario ensayar el proteccionismo. En Agricultura se coloca al doctor Eduardo Galavis, miembro de esa burguesía agraria… Y en Minas al doctor Pérez de la Cova que lleva años en Washington, adscrito a la Embajada de Venezuela. Eso para notificarle a los círculos del extranjero que no hay propósito de quebrantar sus pertenencias en el país. Posiblemente ese nombre lo sugirió el doctor José Giacopini Zárraga, político de gran simpatía personal, Ministro postrero de Hacienda en el gobierno de Pérez Jiménez y alto funcionario de la Shell. Los demás Ministros se los adjudicaron a amigos de los militares victoriosos o a burócratas de vieja travesía en los rangos de la Administración. En ellos no tenía tanto interés el gran capital criollo… Todo el mundo, menos la resistencia, estuvo en la madrugada del Palacio… Todo el mundo está presente. Pero hay una gran ausente, la resistencia. Ella es la olvidada, la que no traspone los umbrales con sus zapatos llenos de barro mártir, la que no asoma en los conciliábulos, la que no tiene voz para hacerse oír ni manos para gesticular. El Poder se constituye a sus espaldas. Mientras se forman la Junta y el Gabinete Ejecutivo, la resistencia anda en las calles cediendo a la algarabía de la ciudad… Así se da la paradoja de que la Junta y el Gabinete surgidos del 23 de enero no ostentan a ninguno de los dirigentes que han agonizado por Venezuela a lo largo de una década” (6). Pero si lo anterior ya es de por sí increíble y demuestra mejor que nada el papel lamentable del estalinismo durante el 23 de Enero, permitiendo que la burguesía tomara el poder sin ningún esfuerzo, como escribiera Trotsky: “cabalgando sobre la espalda de los obreros y campesinos que realizaron la labor ingrata” (7), ¿qué decir de ir a rogarle a un burgués como Eugenio Mendoza para que se hiciera cargo del poder que se le estaba entregando? “La burguesía —es ya el ala moderada de la insurrección triunfante— continúa Rangel –presenta sus candidatos, llenando el vacío al cual profesan horror las sociedades lo mismo que la naturaleza. Eugenio Mendoza y Blas Lamberti —empleado suyo— son nombres que se barajan desde el atardecer del 23 de enero. Y el país ve en los días siguientes el insólito caso de dirigentes de Acción Democrática —todos jóvenes y muy radicales— y del Partido Comunista pugnando porque Eugenio Mendoza aceptara la posición que se le entregaba. En casa del doctor Pedro Pérez Velásquez sostuvimos los líderes de Acción Democrática una reunión para considerar el asunto. Y todos votamos por la designación de Eugenio Mendoza y consideramos como calamidad nacional que el acaudalado magnate rehusara el cargo. Alguien sugirió llamar a Rómulo Betancourt que estaba en Nueva York para que él convenciera a Mendoza, de tránsito también en la metrópoli yanqui, de la necesidad de ‘sacrificarse por la patria’. Y la patria mestiza trajo a don Eugenio hasta el solio del Poder donde se hacen tantos sacrificios por Venezuela.- Y finaliza Rangel –Por vez primera desde comienzos de siglo una burguesía ya integrada asumía la dirección del país. El gran capital criollo, vertebrado por la banca y las casas financieras y aferrado a la industria y a la agricultura., desplazaba a la resistencia en la lucha por orientar la revolución triunfante” [el resaltado es nuestro, NdA] (8). Cuesta imaginarse a Marx negociando con algún burgués de su época o a Lenin suplicándole al industrial Guchkov para que se hiciera cargo de algún comisariato luego de la Revolución de Octubre, sin embargo, la dirección del PCV, por alguna razón misteriosa y desconocida, decía representar sus ideas.
Aunque la Internacional Comunista había sido disuelta por Stalin en 1943, luego de haberla estado arrastrado por el barro durante 15 años, en un acto de sinceridad, ya que ¿para qué necesitaba un instrumento para la revolución mundial alguien que no creía y NO QUERIA una revolución mundial?, su programa continuó aplicándose por los distintos partidos comunistas nacionales. Luego de la muerte de Lenin en 1924, la fracción burocrática del Partido Comunista de la URSS, encabezada por Stalin, comenzó a desechar muchos de los principios revolucionarios del marxismo, principalmente los que le permitieron al bolchevismo triunfar en la Revolución de octubre de 1917, y los reemplazó por concepciones reformistas como la “evolucionista y reaccionaria” teoría del etapismo. Esta posición no era nueva para Stalin ya que junto con la “vieja guardia” bolchevique, de la que formaba parte, había defendido esta teoría menchevique (socialdemócrata) de las etapas en 1917 en contraposición con lo planteado por Lenin en sus “Tesis de Abril”. Según dicha teoría antimarxista, después de la revolución democrática debía darse una primera etapa en la cual se aplicaría un programa mínimo de reformas mientras la burguesía desarrollaba las fuerzas productivas durante un tiempo indefinidamente extenso que prepararía el terreno para una segunda etapa en la cual se implementaría el socialismo anunciado en el programa máximo. El principal problema del etapismo es la visión dogmática y formal que tiene del desarrollo de la revolución, ya que plantea, de una manera “evolucionista vulgar”, que no se puede avanzar hasta la siguiente etapa sin haber agotado la anterior, algo totalmente antidialéctico. Al respecto, Trotsky decía lo siguiente: “Distinguir la revolución burguesa de la proletaria es el abecé. Pero al abecé sigue el deletreo; esto es, la combinación de las letras. La historia ha efectuado precisamente esta combinación de las letras más importantes del alfabeto burgués con las primeras letras del alfabeto socialista… Es absurdo sostener que, en general, no se pueda saltar por arriba de una etapa. A través de las ‘etapas’ que se derivan de la división teórica del proceso de desarrollo enfocado en su conjunto, esto es, en su máxima plenitud, el proceso histórico vivo efectúa siempre saltos, y exige lo mismo de la política revolucionaria en los momentos críticos. Se puede decir que lo que mejor distingue al revolucionario del evolucionista vulgar consiste precisamente en su talento para adivinar estos momentos y utilizarlos… La dialéctica de las ‘etapas históricas’ se percibe de un modo relativamente fácil en los períodos de impulso revolucionario. Los períodos reaccionarios, por el contrario, se convierten de un modo lógico en tiempos de evolucionismo banal. El estalinismo, esa vulgaridad ideológica concentrada, digna criatura de la reacción dentro del partido, ha creado una especie de culto del movimiento por etapas como envoltura del ‘seguidismo’ y de la pusilanimidad” (el resaltado es nuestro, NdA) (9). En el caso que nos compete, si en lugar de aplicar rígidamente los pasos y los tiempos establecidos en el programa estalinista de la Internacional Comunista, la dirección del PCV hubiera tratado de impulsar un desarrollo dialéctico de la revolución, “estableciendo una continuidad revolucionaria entre el programa mínimo y el programa máximo”, seguramente otro gallo hubiese cantado el 23 de enero de 1958. Como ya había ocurrido anteriormente en otros países con revoluciones en las cuales los estalinistas habían tenido un papel importante como en China en 1925 y en España en 1936, entre otras, el proletariado y las masas venezolanas participaron en la revolución bajo una dirección que no sólo no defendió sus intereses sino que, por el contrario, los subordinó a los intereses de la burguesía. Trotsky le planteó a los trabajadores franceses en 1935 que “adoptar el programa de la Internacional Comunista significaba hacer descarrilar el tren de la revolución internacional” (10), con este mismo programa el PCV hizo descarrilar en 1958 el vagón venezolano de ese tren de la revolución internacional.
Posteriormente, cuando ya el tren de la revolución había pasado, las masas habían regresado con toda su frustración a sus casas y la burguesía se encontraba plácidamente instalada en Miraflores, tanto socialdemócratas como estalinistas saldrían a reconocer su deplorable actuación en aquella jornada. El ya mencionado Domingo Alberto Rangel, diría: “Cuando aflore la crisis del 23 de enero, los equipos de la resistencia, el núcleo mejor organizado y el más sólido del país, no verían la derrota de la dictadura como una oportunidad para el ejercicio del Poder sino como una coyuntura para la recuperación de su libertad” (11). Lo que será confirmado por otros testimonios: “El 23 de enero de 1958, cuando ocurre la caída de Pérez Jiménez, el PCV actúa de acuerdo a su real saber y entender. Este partido ni siquiera pensaba en socialismo o revolución. Su política estaba dirigida a contribuir a tumbar a Pérez Jiménez y nada más… En adelante, tanto esta organización como el MIR son simplemente arrastrados por las circunstancias. Apenas logra improvisar caminos, elaborar líneas sin mayor fundamentación, trazar posibilidades sin base real, dar rienda suelta al aventurerismo; en síntesis, ir a la zaga de los acontecimientos, siempre detrás de la lucidez con la cual actuaban las clases dominantes. Y fue precisamente la izquierda venezolana la que primero gritó unidad al margen de toda consideración clasista. Y de este modo las clases dominantes lograron un mejor acomodo” (12). Por su parte, el dirigente comunista Pompeyo Márquez afirmará en el transcurso de una entrevista que “No, no ha variado mi pensamiento en cuanto al 23 de enero. No he variado en cuanto a esta conclusión fundamental: el error básico del 23 de enero fue la carencia de un objetivo de poder. Ahí está todo. Lo demás deriva de este error. Si nosotros hubiéramos tenido una clara concepción de poder, muchos de los errores que criticamos al 23 de enero no se hubieran producido… Si hubiéramos tenido una visión distinta de cómo ha debido hacerse la organización de masas, la historia hubiera sido otra” (13). A confesión de parte, relevo de pruebas, suelen decir los abogados. Pero no sólo les faltó una concepción de poder a los estalinistas en 1958, les faltó, sobre todo, un programa revolucionario, algo que sólo es posible elaborar a partir de una concepción marxista y leninista de la revolución, es decir, de una concepción dialéctica. ¿Por qué ocurrió esto? Dejemos que sea el propio Trotsky el que responda: “El aparato estalinista es capaz de explotar una revolución victoriosa, pero es orgánicamente incapaz de asegurar la victoria de una nueva revolución. Es conservador hasta la médula de los huesos” (14).
De esta forma, la dirección de la revolución “democrática” de 1958 quedaría en manos de la burguesía y sus operadores, de acuerdo a lo que establecía el programa estalinista y en contradicción con lo que siempre ha formulado el marxismo revolucionario, que“Ni una sola de las tareas de la revolución ‘burguesa’ puede realizarse en los países atrasados bajo la dirección de la burguesía ‘nacional’, porque ésta, desde su nacimiento, surge con apoyo foráneo como clase ajena u hostil al pueblo. Cada etapa de su desarrollo la liga más estrechamente al capital financiero foráneo del cual es, en esencia, agente” (15). Lo anterior, contrariamente a lo que creen los estalinistas, y también creían los mencheviques, convierte a la burguesía de estos países en contrarrevolucionaria, tal como quedará nuevamente ratificado en Venezuela.
NOTAS:
- La revolución de las fantasías, Domingo Alberto Rangel, Ediciones Ofidi, Caracas 1966, pág. 20 y 21
- Ibídem, pág. 25
- Ibídem, pág. 111 y 112
- Tareas y peligros de la revolución en la India, La teoría de la revolución permanente, compilación, León Trotsky, CEIP LT, BsAs, 2006, pág. 542
- La revolución de las fantasías, Domingo Alberto Rangel, Ediciones Ofidi, Caracas 1966, pág. 110
- Ibídem, pág. 114 a 119
- La revolución permanente, La teoría de la revolución permanente, compilación, León Trotsky, CEIP LT, BsAs, 2006, pág. 463
- La revolución de las fantasías, Domingo Alberto Rangel, Ediciones Ofidi, Caracas 1966, pág. 121
- Más adelante, sin embargo, Trotsky advertía contra la tentación muy común, sobre todo entre los ultraizquierdistas, de eludir las etapas reales, las que son necesarias para la propia evolución dialéctica de las masas. “Toda tentativa de saltar por alto las etapas reales, esto es, objetivamente condicionadas en el desarrollo de las masas, significa aventurerismo político. Mientras la masa obrera crea en su mayoría en los socialdemócratas… no podremos plantear ante ella el derrocamiento inmediato del poder burgués; para esto hay que prepararla. Esta preparación puede ser una ‘etapa muy larga’”. La revolución permanente, La teoría de la revolución permanente, compilación, León Trotsky, CEIP LT, BsAs, 2006, pág. 490, 491 y 492
- ¿A dónde va Francia?, León Trotsky, FFE, pág. 119
- La revolución de las fantasías, Domingo Alberto Rangel, Ediciones Ofidi, Caracas 1966, pág. 26
- Venezuela 1958, otra derrota popular, Agustín Blanco Muñoz, Fundación “Cátedra Pío Tamayo”, UCV, Caracas 1991, pág. 20 y 21
- La lucha armada: hablan 5 jefes, Agustín Blanco Muñoz, UCV-FACES, Caracas 1980, pág. 83.
- ¿A dónde va Francia?, León Trotsky, FFE, pág. 117
- La Revolución China, La teoría de la revolución permanente, compilación, León Trotsky, CEIP LT, BsAs, 2006, pág. 528