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Documento de perspectivas mundiales aprobado en el III congreso de Izquierda Revolucionaria Internacional
La catástrofe capitalista y cómo combatirla


El rasgo esencial de cualquier periodo revolucionario, y el Estado español había llegado a uno de ellos en 1931 con la caída de la monarquía y la llegada de la república, es la irrupción de las masas en la escena de la historia. Al contrario, en losp El rasgo esencial de cualquier periodo revolucionario, y el Estado español había llegado a uno de ellos en 1931 con la caída de la monarquía y la llegada de la república, es la irrupción de las masas en la escena de la historia. Al contrario, en los períodos históricos “normales”, las masas dejan en manos de los “grandes” hombres (los políticos que dirigen las instituciones del Estado burgués, los líderes obreros...) el destino de sus vidas. Pero cuando el orden social se vuelve insostenible para ellas toman el timón de su futuro en sus propias manos.

Otra característica fundamental de un periodo revolucionario es que la clase dominante no abandona nunca pacíficamente la escena de la historia. La burguesía defenderá con uñas y dientes su posición privilegiada de mando en la sociedad y su derecho a explotar a los oprimidos.

Por eso revolución y contrarrevolución van unidas de la mano inseparablemente y después de un periodo temporal, en el que ni una ni otra se atreven a tomar el poder abiertamente, se tiene que dar irremediablemente el desenlace: o la victoria de la revolución que se expresaría necesariamente en la construcción de la sociedad socialista, o de la contrarrevolución burguesa que llevaría a la barbarie fascista. En esta clave se dirimían en los años treinta los acontecimientos en el Estado español.

Ahora bien como explicaría León Trotsky: “Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la nueva sociedad, sino con un sentimiento claro de imposibilidad de seguir soportando la vieja sociedad”. Al contrario, la burguesía sí tiene un plan concebido, por eso lucha de una manera más eficaz y despiadada.

Así lo demostraron en este caso los obreros en el Estado español y, particularmente, la clase obrera asturiana durante la insurrección de 1934. Esta experiencia nos enseña que no sólo basta con luchar hasta el final para vencer a nuestros enemigos de clase, si bien esto es imprescindible.

Los planes y preparativos

de la insurrección

En noviembre de 1933 la reacción toma el poder tras ganar las elecciones. Los planes de Gil Robles, líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), ganadora de los comicios electorales, eran organizar un movimiento fascista que tuviera un apoyo de masas para, desde la “legalidad”, al igual que hicieron Hitler y Mussolini en Alemania e Italia respectivamente (eran los modelos en los que se basaba Gil Robles para llevar a cabo su plan), declarar ilegales a las organizaciones obreras, perseguir, encarcelar y asesinar a los líderes obreros. Estos eran y continúan siendo los métodos del fascismo. A estos métodos criminales tuvo que recurrir la burguesía para garantizar la supervivencia de su sistema.

Por eso, el triunfo de la revolución española en los años treinta iba unido inseparablemente al éxito de la lucha contra el fascismo. Esto era entendido instintivamente por las masas que se movilizaron una y otra vez con éxito, abortando cuantas concentraciones y manifestaciones los fascistas osaban convocar para demostrar su fuerza.

En este contexto de auge de la clase obrera y presionados por ella, Largo Caballero y los líderes de la Izquierda Socialista no se cansaron de repetir que la entrada de la CEDA en el gobierno desencadenaría la revolución. Correctamente, las masas identificaban a la CEDA con los fascistas ¡Hasta Prieto, dirigente del ala reformista del PSOE, industrial vizcaíno y abiertamente defensor del sistema, prometió públicamente en las Cortes que cualquier intento de establecer un régimen fascista sería combatido por la revolución armada!

La clase obrera española, armada con las experiencias del fascismo en Italia, Alemania y Austria, lucharía hasta el final contra el intento de la burguesía de imponerles un régimen fascista en el Estado español. Esto también fue entendido por los estrategas de la burguesía y los terratenientes de entonces y por eso llegaron al compromiso con Gil Robles de que no entraría la CEDA en el gobierno tras ganar las elecciones de noviembre de 1933.

El método conspirativo

Pero, a diferencia de los bolcheviques, Largo Caballero y los demás líderes de la Izquierda Socialista y de la UGT tenían una visión conspirativa de la preparación de la insurrección, que nada tenía que ver con el método marxista.

El ala izquierda del PSOE no dedicó sus esfuerzos a construir el instrumento indispensable para la insurrección: los consejos obreros (sóviets), constituidos por delegados de todos los partidos y sindicatos obreros, de los tajos, fábricas y barrios obreros. Las Alianzas Obreras (AO) podían haber cumplido este cometido y no fue así debido a los análisis teóricos equivocados que sobre el tema de la insurrección tenían los dirigentes del ala caballerista del PSOE. De hecho, el PSOE sólo impulsó las AO en las localidades y zonas del Estado español en las que no ostentaba la hegemonía obrera sobre las masas. Así fue por ejemplo en Catalunya.

No era fácil, por tanto, para Caballero superar la tradición burocrática. Su visión de la insurrección estaba muy cerca del blanquismo (una visión putchista), es decir, la sustitución de la actividad del partido revolucionario y de las masas por las acciones de un puñado de conspiradores secretos, sin tener en cuenta la situación concreta necesaria para el triunfo de la insurrección. Desgraciadamente, los líderes socialistas no parecían entender el papel que jugaron las masas y su partido revolucionario dirigente, el bolchevique, en la revolución de Octubre de 1917.

Increíblemente, no consideraron necesario construir un aparato militar, una milicia obrera dependiente de las AO, al no ser vistas como órganos que representaban a las masas sino a las organizaciones obreras. Además dejaron los preparativos militares en manos de un comité presidido por Indalecio Prieto. Este comité, en lugar de orientarse a la tropa, se orientaba a la oficialidad del ejército. De esta forma se perdió la oportunidad de adiestrar militarmente a las masas.

Las consecuencias de la derrota de la huelga campesina de julio de 1934

Existen semejanzas entre la revolución rusa de 1917 y la revolución española de los años treinta. El triunfo del bolchevismo en 1917 sólo fue posible por la combinación de dos factores dialécticamente contradictorios, producto del atraso del desarrollo capitalista de la Rusia de 1917: por una parte la insurrección campesina, elemento característico de las revoluciones burguesas, un siglo atrás; por otra parte, la insurrección proletaria propia del ocaso capitalista.

Una conclusión importantísima de esta experiencia es que sólo podría triunfar la revolución socialista en el Estado español, en donde el 70% de la población era campesina, si el proletariado industrial radicado en las ciudades convencía al campesinado de que el único camino para solucionar sus míseras condiciones de vida pasaba por luchar por el socialismo y el régimen de democracia obrera, en el cual se les daría tierra a los millones de familias campesinas hambrientas, una vez abolido revolucionariamente el latifundismo. Esto fue lo que hicieron los bolcheviques en 1917.

Largo Caballero se negó a unificar la lucha campesina que se estaba llevando a cabo en julio de 1934 con la de la ciudad, con el argumento de que el objetivo principal era centrarse en la preparación de la insurrección.

La derrota de la huelga campesina trajo como consecuencia que el campesinado y los trabajadores del campo, éstos últimos con una conciencia de clase más débil que la del proletariado industrial, estaban tan golpeados que no jugaron ningún papel en la insurrección de octubre, siendo ésta ya de antemano una de las claves de su derrota.

Octubre de 1934

Otra de las consecuencias de la derrota campesina fue que alentó a la CEDA a conquistar definitivamente el poder. La burguesía no podía esperar más. A pesar de la derrota de los campesinos, la desunión de la clase obrera iba desapareciendo lenta, pero eficazmente.

A pesar del juego de Lerroux de favorecer a la CNT, para reforzar los elementos apolíticos que planteaban que todos los gobiernos y partidos políticos eran igual de malos, las propuestas de los socialistas de luchar unidos comenzaban a ser aceptadas. En varias huelgas la CNT cooperó con la UGT y en varios lugares, sobre todo en Asturias, los anarquistas se habían integrado en las AO.

También el PCE fue forzado a integrarse por la presión de las masas y de su propia base. Tiempo atrás, en el número 33 de diciembre de 1933 de Catalunya Roja, órgano del Partit Comunista de Catalunya, tratan a las AO de la siguiente manera: “La Alianza Obrera es una maniobra de traidores [...] que divide a los obreros y fortalece el bloque de toda la reacción”.

Era la conclusión que se derivaba de la línea política estalinista que dominaba en aquel momento la Internacional Comunista —la famosa teoría del “Tercer Periodo” del socialfascismo que identificaba a los socialdemócratas con los fascistas—. Esta política ultrasectaria tuvo consecuencias nefastas, permitiendo la división del movimiento obrero. En Alemania la política del KPD (Partido Comunista Alemán), negándose a llegar a ningún acuerdo de lucha con el SPD (Partido Socialdemócrata) para combatir a los nazis, favoreció decisivamente la estrategia de éstos. La teoría del socialfascismo de Stalin estaba justamente en el extremo contrario de las ideas del “frente único” desarrolladas por Lenin en los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista.

En junio de 1934, cuando los fascistas asesinaron en Madrid a la socialista Juanita Rico, el PCE tuvo que aceptar la invitación socialista a participar en el funeral. No obstante, el 12 de julio rechazó una invitación socialista para unificar la acción y entrar en las AO y declaró: “Nuestra táctica correcta con respecto al frente unitario nos permite frustrar los planes contrarrevolucionarios de las Alianzas Obreras”.

Alrededor de septiembre de 1933 la presión era irresistible en las filas del PCE y sus delegados se integran en las AO. Si el exponente principal de la teoría del socialfascismo se había integrado al frente unitario proletario, pronto los obreros de la CNT también entrarían.

Ante el fortalecimiento de la oposición obrera, Gil Robles contraataca introduciendo a tres de sus hombres en el gobierno Lerroux. La contrarrevolución pone toda la carne en el asador. Ya no podía esperar más, aún cuando su movimiento fascista no tenía una base de masas. Sin embargo, la reacción tuvo un error de cálculo clarísimo al sobrevalorar el efecto de la desmoralización que tuvo sobre las masas la derrota de la huelga campesina.

Largo Caballero durante algún tiempo había insistido en el anuncio de que si la CEDA entraba en el gobierno, el PSOE y la UGT, y por tanto las AO, se verían obligadas a desencadenar la revolución. La radicalización de sus posturas, al menos en palabras, no deja lugar a dudas: “Ya no es cuestión ahora de partidos intermedios situados entre la clase trabajadora y la burguesía […] o bien pasa el poder a manos de las derechas o bien a las nuestras. Y como las derechas necesitan para sostenerse su dictadura, la clase trabajadora una vez logrado el poder ha de implantar también la suya, la dictadura del proletariado. La hora de los choques decisivos se va acercando. El movimiento obrero ha de prepararse para la revolución” (Adelante, febrero de 1934).

En la medianoche del 4 de octubre de 1934, seis horas después de la entrada de la CEDA en el gobierno, las AO, la UGT y el PSOE llaman a la huelga general.

Pero sin estado mayor y sin una estrategia revolucionaria unificada a escala estatal, la insurrección se convirtió en una huelga general rápidamente sofocada. En Asturias la insurrección triunfó y en el resto del estado, con el campesinado derrotado desde julio, el movimiento se diluyó con rapidez.

Madrid

La convocatoria de la huelga general fue recibida por la clase trabajadora positivamente invadiendo las calles y esperando de la dirección planes, consignas y armas. El pánico del gobierno era tan grande que en unas pocas horas se vio suspendido en el aire sin ninguna autoridad y sumido bajo el desconcierto, pues no sabía qué hacer. El ejército que patrullaba por las calles no se atrevía a registrar a los grupos de revolucionarios, que esperaban armas que no iban a llegar nunca, aunque iban de parte a parte de Madrid buscándolas.

Incluso guarniciones, como la de Cuatro Caminos, se pasaban al bando de la revolución esperando órdenes de la dirección socialista para saber qué hacer.

Cuando se llega a una insurrección, cada minuto que pasa es decisivo. La rapidez de reflejos de la dirección de las masas se vuelve decisiva. Si se pierde una oportunidad, la gana el enemigo. Así, ante las vacilaciones de la dirección socialista, el gobierno fue envalentonándose. El PSOE se opuso decididamente a la insurrección el día 5 de octubre. A partir de ese día optaron por acciones aisladas contra edificios como el de Telefónica, Capitanía General, Gobernación. Eran acciones que protagonizaban grupos de militantes de las JJSS, al margen de las masas.

La huelga general acabó sin pena ni gloria el 13 de octubre cuando los socialistas llamaron al trabajo.

Catalunya

Catanlunya era en la época, y es ahora en la actualidad, una de las zonas más importantes para la revolución española. En los años treinta era el centro del proletariado español, pues allí se concentraba la mayoría de la clase obrera española. La organización hegemónica del proletariado catalán era el sindicato anarquista CNT. Hasta tal punto era mayoritaria, que la UGT en comparación con la CNT en Catalunya era un pequeño grupo. Además el movimiento socialista en su conjunto no tenía mucha fuerza en Catalunya. Por eso la AO catalana era más independiente del aparato socialista que en Madrid. La debilidad de los partidos y sindicatos hacía que tuvieran que unirse para competir con la CNT.

Pero una de las claves para el éxito de la insurrección en Catalunya y el resto del Estado español era la actitud de la CNT. Uno de los puntos débiles del ideario anarquista es su apoliticismo. En estos prejuicios de los líderes de la CNT se apoyó la reacción para aplastar la insurrección de Octubre. Además, los líderes anarquistas consideraban que la “dictadura fascista” era igual de mala que la “dictadura del proletariado”.

Por tanto, era fundamental arrancar de la influencia de la dirección anarcosindicalista a los obreros que la seguían.

La represión, tanto del gobierno central como del de la Generalitat, a la CNT y la presión unitaria de su base provocaron crisis constantes en la dirección anarcosindicalista. Desgraciadamente en Catalunya, como en el resto del Estado, las crisis de la CNT no eran aprovechadas por nadie. El Bloque Obrero y Campesino (BOC) de Maurín no planteaba la cuestión en términos de sindicalismo de clase, garantizar la unidad y el fortalecimiento del sindicato. Al mismo tiempo que se combatían los prejuicios de la dirección anarquista, intentaba aprovechar la crisis de la CNT para acabar con ella y construir su propia organización sindical. Esta era la misma táctica del PCE.

Estas tácticas, unidas a la falta de una lucha firme tanto del BOC como de la izquierda caballerista contra la represión que el gobierno de la Ezquerra Republicana de Catalunya ejercía contra la CNT, posibilitó el triunfo de las tesis sectarias de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La FAI metió en el mismo saco a la AO, a la izquierda caballerista del PSOE y al gobierno de la Generalitat.

Estas disensiones pro-vocaron la división del proletariado catalán que en octubre luchó dividido, con la CNT oponiéndose a la huelga general y llamando al trabajo.

Otro factor que hay que tener en cuenta para entender la evolución de la revolución e insurrección en Catalunya era el problema nacional. Efectivamente, la existencia de un poderoso sentimiento nacional en Catalunya contenía una enorme carga revolucionaria. Esto sería así únicamente si el proletariado hubiera podido organizar bajo su bandera a la pequeña burguesía, tanto contra la burguesía centralista como contra la clase dominante catalana.

En lugar de hacer esto, el BOC de Maurín y el resto de las AO catalanas supeditaron desde el principio los intereses del proletariado a los de la Generalitat. En lugar de organizar a la pequeña burguesía catalana bajo la dirección el proletariado lo hicieron al revés.

Abandonaron toda consigna de clase y el intento de unir el movimiento catalán al del resto del Estado. Así su principal demanda era la supervivencia de la Generalitat.

En vez de orientarse de una forma revolucionaria hacia los soldados, y así con su ayuda obtener las armas necesarias para tomar el poder, Maurín y las AO se orientaron hacia la Generalitat para pedirle armas. Como era de esperar, Companys, el presidente de la Generalitat, intentó una insurrección simbólica proclamando el Estado Catalán Independiente para después rendirse sin disparar una sola bala.

La Comuna asturiana

Asturias fue la única región del Estado en la que triunfó la insurrección. No en vano, los preparativos de la insurrección asturiana, al contrario que en el resto de las zonas del Estado español, se hicieron de forma correcta.

La existencia de dos organizaciones fuertes: UGT y CNT (ésta con 31.000 afiliados en 1931) impedía la preponderancia de una de ellas e imponía en muchas ocasiones la necesidad de ir unidas para obtener la victoria en las luchas.

Hay que tener en cuenta que Asturias sufrió muy duramente las consecuencias de la depresión económica. La caída de las inversiones y del precio del carbón produjo cierres patronales y paro masivo. Entre 1933 y 1936, Asturias alcanzó el primer lugar en Europa en el número de conflictos laborales. A lo largo de 1934 se declararon 8 huelgas políticas, desde la de febrero en solidaridad con los socialdemócratas austriacos hasta la de septiembre en contra de la concentración cedista en Covadonga.

Además, la CNT asturiana entró en la AO debido al impulso unitario en la base y a que la UGT asturiana condenó en diciembre de 1933 la represión que sufrió y apoyó en enero de 1934 las huelgas convocadas en Construcción y Pesca por los cenetistas. La represión policial ayudaba en el proceso unitario contra el fascismo.

La cláusula de no exclusión de los partidos políticos en la Alianza Obrera de Asturias significaba una ruptura de hecho de los cenetistas asturianos con el apoliticismo de la CNT. Por otra parte, la sección de la CNT de Asturias mantenía una posición distinta a la de la CNT estatal, por ejemplo en cuanto a las relaciones con las organizaciones políticas. Esto fue debido a las diferentes conclusiones que sacaron de las acciones de la CNT durante el bienio 1931-33. La CNT asturiana, al cabo del fracaso de las insurrecciones anarquistas, sobre todo la de enero de 1933 (Casas Viejas) y la de diciembre de 1930, llegó a la conclusión de que la CNT sola no podía triunfar y era necesaria la unidad con otras organizaciones obreras, sobre todo con la UGT, para incluso evitar así la autodestrucción del sindicato debido a las tácticas aventureras —en diciembre de 1933 la actividad del sindicato estaba paralizada a nivel confederal por la represión sufrida—.

El acuerdo UGT-CNT dio lugar al acuerdo de la AO asturiana, al que más tarde se sumaron PSOE, BOC, IC y, en octubre, el PCE. El acuerdo era muy avanzado: Unidad de la clase obrera sobre la base de la independencia de clase, constitución de una Alianza Obrera nacional y la conquista del poder político y económico por parte de la clase obrera.

En la preparación de la insurrección en Asturias tuvieron un papel decisivo los jóvenes socialistas y, en menor medida, los comunistas. Las JJSS crecieron de 3.000 a 21.000 miembros desde 1931 a 1934. Tomaron un papel muy activo en la organización de las AO locales y, en especial, en la construcción de un aparato militar dependiente de las mismas. Los jóvenes socialistas, habiendo hecho una prioridad del adiestramiento militar, utilizaban los días festivos para entrenarse y desfilar por las localidades de la región. Estos hechos permiten afirmar que sin ninguna duda el grado de preparación adquirió en Asturias un nivel superior al del resto de las zonas del Estado.

Cuando se declaró la huelga general en octubre, en Asturias se expresó en la forma de insurrección armada. Según Manuel Grossa, vicepresidente del Comité Ejecutivo Provincial de la AO, representando al BOC, fueron 30.000 los combatientes y 50.000 los movilizados.

En Gijón y Oviedo, las dos ciudades de Asturias más grandes, los acontecimientos siguieron el mismo cariz que a nivel estatal, pero la marcha de miles de mineros sobre ellas transformó la situación.

Durante quince días la clase obrera asturiana controlaba el poder y la situación. Los comités desempeñaron las tareas de la organización militar y de aprovisionamiento de medios de subsistencia. Estructuraron una red sanitaria y el mantenimiento de las minas. Se formó una Guardia Roja para mantener el nuevo orden. EN suma, se realizaron tareas soviéticas. Sólo el asilamiento asturiano explica su posterior aplastamiento por las tropas moras y mercenarias de África encabezadas por Franco.

Además, el papel de la CNT al no secundar la convocatoria de la huelga general por considerarla política, en particular su sector ferroviario, facilitó el transporte por ferrocarril a las huestes contrarrevolucionarias del ejército fascista.

A pesar del acuerdo con el general Ochoa del Comité Provincial de las AO, que se vieron obligadas a retroceder por inferioridad de fuerzas militares, al día siguiente del 18 de octubre las fuerzas gubernamentales desataban el terror blanco: más de 3.000 muertos, 7.000 heridos y 30.000 presos, mujeres violadas, etc.

La necesidad de

una dirección marxista

Quien posibilitó la victoria de la reacción no fue la clase obrera. Al contrario los trabajadores mostraron en todo momento su disposición a la lucha. Quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias fueron los líderes obreros. Faltó una dirección marxista. La existencia de ésta fue la clave del triunfo de Octubre del 17 en Rusia.

Como dijo Munis, delegado de Izquierda Comunista en la Alianza Obrera de Madrid: “(...) El arma superior a todas es una política revolucionaria completa, inequívoca e impetuosa en los movimientos de lucha (...), las condiciones objetivas que faltaban en octubre —órganos democráticos de poder, milicia obrera, cohesión a escala nacional, un programa preciso y concreto para la toma del poder— dependían todas del factor subjetivo...”.

La clase obrera escribió una página heroica en octubre de 1934 que luego repetiría y ampliaría en la guerra civil. Pero no pudo improvisar un partido marxista. Esto hoy es tarea de las jóvenes generaciones y de los activistas del movimiento, recuperar nuestros partidos tradicionales y dotarles de un programa auténticamente socialista para transformar la sociedad.

Como manifestaba la última frase del último comunicado del Comité Revolucionario cuando planteaba la inevitabilidad de la retirada ante el avance arrollador de la reacción: “...Al proletariado se le puede derrotar, pero jamás vencer. ¡Todos al trabajo y a continuar luchando por el futuro!”.


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