A pesar de todas las dificultades (entre las que se encontraba la hostilidad paterna a su deseo de estudiar, por lo precario de la economía doméstica), puede asistir a la escuela hasta los catorce años.
De formación autodidacta, lee todo aquello que cae en sus manos y comienza a escribir versos a los dieciséis años.
Tras un fracasado intento de abrirse hueco en el mundo literario de Madrid, durante su primer viaje a esta ciudad en 1931, regresa a Orihuela donde escribe su primer libro, Perito en lunas, que se publica en 1933. Al año siguiente, se traslada de nuevo a Madrid. Su obra empieza a tener el reconocimiento que se merece. Influido por el ambiente revolucionario de la II República y su amistad con Pablo Neruda, Miguel adoptará en lo sucesivo, y hasta el final de su vida, el compromiso con la lucha por la liberación del hombre de todas las miserias materiales y espirituales a que le somete la opresión social.
En 1936 aparece El rayo que no cesa, donde el poeta se expresa ya con voz propia. Cuando estalla la revolución, Miguel Hernández se adhiere al PCE y se alista en el Quinto Regimiento de Milicias Populares. Soldado y comisario de cultura recorrerá los frentes, donde llegando a las mismas trincheras recitara sus poemas a los soldados, suscitando el entusiasmo general.
En 1937 publica Viento del pueblo, auténtica poesía revolucionaria que ha ido surgiendo a lo largo de la guerra. Refiriéndose a su obra, el poeta dirá que "había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma me lo dieron aquel iluminado 18 de julio. Intuí, sentí venir contra mi vida, como un gran aire, la gran tragedia, la tremenda experiencia poética que se avecinaba, y me metí, pueblo adentro, más hondo de lo que estoy metido desde que me parieran, dispuesto a defenderlo firmemente".
Los últimos años de su vida serán tristes para Miguel. Muere su primer hijo y nacerá el segundo al terminar la contienda. A la amargura de la derrota se añade la difícil situación que padecen su mujer y su hijo, mientras recorre diversas cárceles. El 28 de marzo de 1942, Miguel Hernández muere en la cárcel de Alicante a los 32 años, víctima de la tuberculosis. Sus últimas obras, El hombre acecha y Cancionero y Romancero de ausencias, expresan la angustia del poeta en tan difíciles circunstancias, y a pesar de todo, su fe en el hombre.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Miguel Hernández