Ahmed Rashid es un periodista paquistaní especializado en Asia central. Sus artículos y en particular su libro Los Talibán resultan bastante útiles para entender lo que está ocurriendo en esa zona, empezando por comprender los intereses que hay detrás de la guerra de Afganistán.
La primera parte del libro describe los orígenes, el vertiginoso ascenso, estructura interna, composición e ideología de los talibanes. Rashid explica como los fundamentalistas islámicos paquistaníes, apoyados por los servicios secretos de este mismo país y los jeques reaccionarios saudíes, organizan en plena guerra fría una red masiva de escuelas islámicas (madrazas) para luchar contra el comunismo y desviar a los sectores más desesperados y lumpenizados de la juventud hacia las ideas reaccionarias del fundamentalismo religioso.
Rashid acierta al situar como principales factores que permiten este desarrollo la derrota del estalinismo (que él, como suelen hacer los analistas burgueses, denomina comunismo) y la incapacidad de la coalición de líderes religiosos y tribales reaccionarios, que emerge vencedora de la guerra contra la URSS y los estalinistas afganos, para unificar y estabilizar el país. Cada uno de estos señores de la guerra intenta dominar su área de influencia para beneficiarse del control de las rutas comerciales, el contrabando y la producción y tráfico de droga.
La responsabilidad del imperialismo
Buena parte del libro está dedicada a desvelar la red de intereses imperialistas que Rashid llama el nuevo Gran Juego, siguiendo los zigzags estadounidenses (desde su apoyo inicial a los talibanes hasta la intervención militar contra ellos) y relacionándolos con sus objetivos estratégicos en la zona: el debilitamiento de Rusia, el aislamiento de Irán y el intento de diversificar la obtención de petróleo para depender menos de un aliado cada vez más inestable como Arabia Saudí
El éxito inicial de los talibanes en dominar el sur de Afganistán hace que Pakistán, Arabia Saudí y EEUU apuesten por ellos como interlocutores para sus planes comerciales, políticos y militares, pensando que será relativamente fácil mantenerles bajo control. Pero el fanatismo de los dirigentes talibanes (que intensifican enormemente la represión nacional y religiosa), la desesperada situación social y económica y la intervención de las distintas potencias interesadas, prolongan la guerra y generan aún más inestabilidad, motivando un cambio en la actitud del imperialismo estadounidense hacia sus protegidos.
Rashid, además de analizar esta evolución de la política estadounidense, dedica varios capítulos a la lucha entre multinacionales petrolíferas por establecerse en la zona y a los objetivos saudíes e iraníes en el conflicto, así como a la trampa que ha supuesto la política afgana de la burguesía paquistaní, que amenaza con contagiar la descomposición social y el fundamentalismo a su propio país.
La revolución de 1978
De lo que carece el libro es de un análisis de la revolución saur de 1978, protagonizada por sectores de la cúpula militar y la intelectualidad que se consideraban marxistas y simpatizaban con la URSS. Fue el fracaso de esta revolución —que no se extendió al resto de países de la zona y degeneró en un régimen estalinista incapaz de elevar suficientemente el nivel de vida de las masas y resolver el problema nacional y religioso— lo que condujo a la invasión del ejército ruso, permitiendo que los sectores más reaccionarios de la sociedad afgana disfrazasen la contrarrevolución como una yihad (guerra santa) en defensa de una supuesta independencia nacional, tradiciones y religión amenazadas.
Otra carencia del libro es su conclusión y la alternativa que ofrece: que esos mismos poderes imperialistas que han hundido a Afganistán en la barbarie lleguen a un acuerdo mediante el cual cada uno renuncie a parte de sus intereses y, una vez pacificado el país, presionen a los distintos bandos afganos a los que apoyan para constituir un gobierno amplio. La realidad es que bajo el capitalismo es imposible unificar nacionalmente Afganistán y pacificar Asia Central, ya que la búsqueda del máximo beneficio por parte de las multinacionales y la lucha por los mercados y áreas de influencia entre las distintas burguesías que causan la guerra e inestabilidad en la zona seguirán existiendo.
Sólo la unidad de los campesinos y trabajadores de las distintas etnias afganas y del resto de la zona, para luchar contra su propia clase dominante y contra el imperialismo y para construir una sociedad sin clases, podrá traer la paz.