En septiembre del año pasado, un minúsculo porcentaje de crecimiento del
PIB alemán y francés, por debajo del 1%, se convirtió en el dato
necesario para desatar la famosa euforia de los brotes verdes. Los
tambores de la propaganda mediática de la burguesía golpearon con fuerza
anunciando el final del túnel. Incluso Zapatero se venía arriba
asegurando que la economía española también sufría de un sarpullido
primaveral anticipado. Poco tiempo después, a principios de este año,
eran las cifras oficiales de la economía estadounidense las que daban el
impulso para lanzar las campanas al vuelo: la recuperación económica en
los EEUU era un fenómeno irreversible, afirmaban con confianza el
presidente Obama y su colega Bernake, el también presidente de la
Reserva Federal (FED). Y, sin embargo, en el quinto mes del año, Europa
se convirtió en el epicentro de una crisis que puso en cuestión el
futuro de la UE, y "el mundo estuvo al borde del colapso" en palabras de
un alto funcionario del FMI.
Fracaso del G-20 en Toronto
La reunión de las grandes potencias de la economía mundial (G-20)
celebrada los pasados 26 y 27 de junio en la ciudad de Toronto (Canadá),
reflejó, más que ninguna de las anteriores, el calado y la profundidad
de la crisis. El enfrentamiento entre los EEUU y la UE ante las
estrategias de salida de la recesión puso aún más de relieve, si cabe,
las enormes dificultades para una coordinación efectiva de las políticas
económicas. También se dejó en suspenso, por enésima vez, el quimérico
plan -propaganda de la mala en realidad-, para regular o aplicar tasas o
impuestos al sector financiero.
Los medios de comunicación han destacado que el enfrentamiento
respondía, supuestamente, a un pulso entre los que defienden mantener
los estímulos públicos para reactivar la economía (EEUU), y los que
apuestan con vehemencia por los planes de ajuste y austeridad para
reducir el déficit y la deuda pública (UE). Hemos subrayado la palabra
supuesta pues, como en cualquier aspecto que enfrenta a las potencias
capitalistas, las apariencias de los discursos oficiales suelen ocultar
intereses mucho más mundanos. Decir que Obama es un defensor de la
inversión pública, en sentido coloquial para entendernos, es lisa y
llanamente mentira, tal como los hechos se están encargando de
demostrar. La administración demócrata ha aprobado planes de ayuda
estatales por valor de varios billones de dólares que han sido
destinados, en su mayor parte, a salvar al sistema financiero
estadounidense, sostener a los grandes monopolios de la automoción
(gracias a las subvenciones a fondo perdido otorgadas generosamente por
Obama, por ejemplo a General Motors), subsidiar la venta de casas, y
continuar con los gastos multimillonarios en materia de defensa militar
(las guerras de Iraq y Afganistán) y seguridad interior, entre otros.
Pero las inversiones productivas, en infraestructuras, en obra pública,
en sanidad, en educación, para crear empleo y estimular el consumo, han
brillado por su ausencia. Más bien habría que señalar que los ataques a
los gastos sociales, a las pensiones, a los empleados públicos (en las
administraciones de los estados y en los ayuntamientos se han destruido
69.000 y 247.000 puestos de trabajo respectivamente desde agosto de
2008), a la sanidad y la educación, también se suceden a buen ritmo en
los EEUU. Las ventajas fiscales para los ricos y los beneficios
estratosféricos que los grandes bancos están obteniendo, son parte del
panorama económico estadounidense igual que en Europa o Japón.
Basta recordar que hace pocos meses, en mayo, justo cuando estalló la
crisis europea y el euro estuvo bajo un intenso fuego de los
"especuladores" (es decir, de los grandes bancos y las grandes
multinacionales, en una parte considerable de matriz estadounidense), el
presidente norteamericano telefoneó a Zapatero, al primer ministro
griego Papandreu, al primer ministro portugués Sócrates, por no decir a
Merkel y Brown (todavía había un gobierno laborista en Gran Bretaña),
para presionarles y exigirles que pusieran en marcha cuanto antes los
planes de ajuste y austeridad, el recorte del déficit y la ofensiva
contra la clase obrera. Obama, como portavoz político de los grandes
negocios estadounidenses, de los grandes bancos y las grandes
corporaciones, igual que lo fueron otros presidentes estadounidenses en
los que se inspira, como Wilson o Roossevelt, no hacía más que asegurar
que estos grandes consorcios capitalistas recibieran puntualmente el
pago de sus intereses y la devolución de sus préstamos, que pudieran
continuar con sus sabrosos negocios especulativos a costa de la sangre,
el sudor y las lágrimas de la clase obrera europea.
Presentar a Obama como el defensor de otro modelo económico es demagogia
barata. En realidad, la causa del enfrentamiento entre los EEUU y la
UE, también del enfrentamiento con China, no es otro que la lucha
bestial por el mercado mundial. EEUU, que atraviesa una fase depresiva
en su consumo, no puede convertirse en el destinatario de las mercancías
baratas de todo el mundo y hundir aún más sus industrias
manufactureras. Esto va directamente en contra de los beneficios del
capital norteamericano. Al contrario, la burguesía estadounidense
necesita resituarse en el mercado mundial, incrementar el volumen de sus
exportaciones para salir de una crisis que se prolonga y vender mucho
más en el exterior. En el pico del anterior boom económico, el consumo
doméstico de los EEUU aportaba el 75% de su PIB, y el 15% del PIB
mundial, pero esas cifras se fueron como la primavera. No volverán a
medio plazo.
Lo que puso de manifiesto la reunión del G-20 en Toronto, es que una
perspectiva de enfrentamientos comerciales, devaluaciones competitivas
(mucho más después de lo ocurrido este último trimestre con la caída del
euro y el crecimiento exponencial de las exportaciones alemanas) e
incrementos de los aranceles está a la vuelta de la esquina. Algo que
confirma la propia prensa capitalista, aunque tenga que recurrir al
lenguaje indirecto: "Las soluciones nacionales se abren paso ante la
crisis", titulaba El País la crónica sobre el G-20 el pasado 27 de
junio.1
Pesimismo en EEUU
Los fundamentos de la economía mundial están golpeados por una tremenda
crisis de sobreproducción.2# La media de utilización de la capacidad
productiva instalada de las principales economías del mundo en este año
(EEUU, UE, Japón, exceptuando China), está por debajo del 75%, lo que
señala con rotundidad que el mercado mundial es incapaz de asimilar las
mercancías, los bienes y los servicios que es capaz de producir con la
base económica existente. Los datos son concluyentes: en 2009 la caída
de la inversión directa extranjera fue de -29,2% en la UE, en las
economías avanzadas alcanzó un -41,2%, y en el conjunto del mundo un
-38,7% de media, según los datos de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
Lo que demuestra el carácter senil y decadente del capitalismo es que en
la fase más aguda de la crisis, la especulación bursátil y financiera
vuelve a arreciar con fuerza: nuevas fortunas multimillonarias se crean
en todo el mundo chupando los recursos públicos a través de la compra de
deuda pública. Los gobiernos capitalistas a su vez, obtienen los
recursos para mantener esta sangría rebajando los salarios de los
empleados públicos, recortando los gastos sociales y desmantelando los
servicios públicos. Increíble pero cierto. Pero la adopción de los
planes de ajuste para contentar a las grandes finanzas tendrán otros
efectos: deprimirán aún más la demanda interna haciendo mucho más
difícil la recuperación general de la economía. Y sobre todo, aseguran
un futuro de bajo salarios, precariedad y paro masivo. En términos
políticos esto es una receta acabada para la explosión de la lucha de
clases.
Las perspectivas económicas se han vuelto a enturbiar después de
conocerse los últimos datos de la economía estadounidense. La exposición
del sector financiero estadounidense a la crisis inmobiliaria -que se
mantiene vigorosa tras caer la venta de viviendas de segunda mano un 27%
en el primer trimestre-, ha sido subrayado por el Fondo de Garantías de
Depósito de los EEUU, que calcula en 552 las entidades financieras que
pueden quebrar en los próximos dos años (lo que significaría una pérdida
de 250.000 millones de dólares). A la incertidumbre por nuevas recaídas
del sistema financiero se suma el gran problema de la economía
norteamericana: el crecimiento del paro, en tasas históricas y sin
ningún síntoma de remitir. Según los estudios de Goldman Sachs, la
economía de EEUU necesitaría crecer durante los próximos cinco años a
una tasa anualizada del 5% para lograr que el empleo volviese a la
situación previa a la crisis. Eso significa crecer el doble de lo que la
FED ha previsto para el segundo trimestre de este año, pero que no se
cumplirá con casi toda seguridad.
La perspectiva de un nuevo descenso a los infiernos para la economía
norteamericana no es ningún invento. El corresponsal de El País en EEUU,
Sandro Pozzi, lo fundamentaba así en un artículo del pasado 28 de
agosto: "El que iba a ser el verano de la esperanza se está convirtiendo
en el del miedo a que EEUU tropiece, vuelva a caer en la recesión y se
lleve por delante la recuperación en todo el mundo. Ante tanta
incertidumbre, el cónclave en Jackson Hole (Wyoming, EEUU) de
economistas y banqueros centrales internacionales ha cobrado especial
relevancia, con un mensaje de nubes y claros. ‘Esta crisis durará casi
10 años en los países más endeudados -tanto EEUU como España están entre
ellos-, y apenas llevamos tres desde que estalló', explicó en una
entrevista con este diario Carmen Reinhart, de la Universidad de
Maryland (...) En la calle, con 14,6 millones de parados y otros 2,4
millones que ni siquiera buscan empleo en la situación actual, la
respuesta parece ser afirmativa. En EEUU hay también 8,5 millones de
personas que no tienen más remedio que trabajar a tiempo parcial, lo que
se traduce en menos ingresos. Y 40 millones de personas con bajos
recursos que acuden a las ayudas públicas para poder comer, a los
conocidos food stamps: para todos ellos, la vida es una especie de
depresión contenida. Tampoco hay buenas noticias para las empresas, que
ven cómo la demanda vuelve a bajar. Ni en el sector de la vivienda,
donde las ventas avanzan al menor ritmo en cinco décadas...".
La situación es tan grave que Obama se ha precipitado a presentar un
nuevo plan de "estímulo" de la economía, con 50.000 millones de dólares
de inversión en infraestructuras públicas, y ayudas fiscales a las
empresas. Pero esto es 16 veces menos que su plan de hace un año y
medio, un plan que ha fracasado a la hora de sacar a la economía del
agujero. Economistas como Krugman exigen más ambición y un plan de
estímulo mayor, pero ¿para invertir en qué y de dónde saldrá el dinero?
Si se aumenta la inversión pública de algún sitio tienen que salir los
recursos. ¿De los impuestos a los ricos? Sería una alternativa... pero
Obama, presionado por un numerosos grupo de congresistas demócratas, ha
decidido ampliar las exenciones fiscales a las grandes fortunas que
aprobó Bush y que vencían en diciembre de este año, todo un escándalo.
Su argumento es el mismo que el que utiliza su colega Zapatero, que
después de amagar con aumentar la fiscalidad a las grandes fortunas ha
reculado vergonzosamente aduciendo que eso podría provocar fugas de
capitales y empeorar la situación. Así es la lógica implacable del
capitalismo, incluso para sus feligreses más piadosos y
bienintencionados.
Incertidumbre y estancamiento en Europa y Japón
La situación de EEUU es adversa, pero las perspectivas para Europa no
son mejores. Después del terremoto de mayo, del hundimiento de la
economía griega, de los planes de auxilio al sistema financiero, poco se
ha resuelto. La jerga oficial habla ya de una Europa a dos velocidades,
en todo, y lo peor es que a pesar de poner en marcha un plan de ajuste y
austeridad de caballo, las posibilidades de que arranque la
recuperación son cada vez más inciertas. Como ocurre en EEUU, las tasas
de desempleo en la UE están en cotas históricas: según las cifras de
Eurostat, la zona euro se situó en el mes de julio en el 10%, un máximo
de los últimos 12 años. Casi 16 millones de personas no encuentran
trabajo en la eurozona.
La economía francesa está en encefalograma plano, la inglesa sigue
descendiendo, y la alemana, que ha crecido un significativo 2,2% en el
segundo trimestre, tiene enormes desequilibrios y zonas oscuras que
puede arrastrar al conjunto de Europa, empezando por la situación nada
fiable que atraviesa su sistema bancario. El crecimiento se ha basado en
sus exportaciones, que se benefician de la debilidad del euro, de la
caída de los salarios, de la precariedad creciente del mundo laboral
alemán y, una razón de mucho peso, de la pujanza de la economía china y
los planes de inversión estatal de su gobierno, que ha aumentado
significativamente las importaciones de maquinaria y tecnología alemana.
Una dinámica que tiene sus consecuencias. En primer lugar, no está
claro que un crecimiento semejante pueda mantenerse por mucho tiempo. El
corresponsal de La Vanguardia en Alemania advertía de ello: "El nivel
de dependencia exterior de Alemania es la clave de su éxito y también su
talón de Aquiles. Su cuota de exportación supera el 40% en sectores
como el del automóvil y la máquina herramienta, y el 50% o 60% en la
industria electrónica o farmacéutica. Alemania depende como pocos de la
coyuntura internacional, algo que se parece a unas arenas movedizas,
porque el panorama general está dominado por la incertidumbre...".3
çEl crecimiento de las exportaciones alemanas, que ya representan el 50%
de su PIB, también tiene otra cara: aumenta las tensiones con sus
supuestos socios europeos y, sobre todo, agudiza el enfrentamiento con
los EEUU. Como señalábamos al principio del artículo, los
norteamericanos claman contra la política exportadora germana, y por
ende contra Europa, que se ha beneficiado notablemente de la caída del
euro -en el segundo trimestre la moneda única perdió más de un 6,5% en
su cambio frente al dólar-. Una situación que de mantenerse acelerará el
enfrentamiento comercial, y la posibilidad de una espiral de
devaluaciones competitivas.4
El otro punto débil sigue localizado en el sector financiero. Tan sólo
hace unos meses que se hicieron los test de estress para evaluar la
solvencia de los principales bancos europeos y calmar a los mercados.
Los bancos españoles salieron aparentemente airosos, a pesar de que
llevan años incorporando a sus balances, como si fueran activos, todo el
pasivo de la crisis inmobiliaria, que tienen préstamos concedidos al
sector por valor de 600.000 millones, y una morosidad que supera los
100.000 millones de euros. El resultado de las pruebas permitió a
Zapatero sacar pecho, pero el 9 de septiembre el gobernador del Banco de
España volvió a advertir de posibles quiebras bancarias. De todas
formas, recientemente han aparecido informes sobre las características
técnicas de estos test. Y han confirmado que quien hace la ley hace la
trampa. Si un gobierno como el griego puede falsificar sus cuentas
públicas para pasar el examen de la UE, los bancos europeos, y sobre
todo los alemanes, pueden presionar para que la realidad quede
oportunamente enmascarada y ocultar convenientemente su exposición a la
deuda griega. La metodología de las pruebas de resistencia de la banca
europea apenas penalizaba la posesión de deuda griega. Para justificar
una decisión así se argumentó que tras la creación del fondo de rescate
del euro ya "no se contempla la hipótesis de un impago por parte de
ningún país europeo". Del análisis fueron también excluidas las
inversiones en deuda rusa. Como han señalado The Wall Street Journal
poniendo el dedo en la llaga: las maniobras técnicas han servido para
ocultar la enorme exposición de los bancos europeos, su gran pasivo
acumulado y que puede ser muy difícil recuperar (en los últimos días se
ha hecho público que los grandes bancos alemanes necesitarán más de
100.000 millones de euros para cumplir con las nuevas regulaciones).
El pesimismo económico dibujado en otoño se ha completado con los datos
de Japón. Sumergido en una situación de deflación, con un yen más fuerte
que nunca que afecta muy negativamente a sus exportaciones, el gobierno
japonés intenta de nueva insuflar vida en el organismo económico a
través de nuevas inyecciones públicas. Pero lo más significativo es que
el estancamiento de la economía japonesa ha llevado las cifras del paro a
sus mayores índices desde el final de la Segunda Guerra Mundial: una
tasa de paro superior al 5%, que oculta así mismo la generalización de
la precariedad del empleo, los salarios basura y la creciente brecha
entre ricos y pobres: "Los miles de jóvenes que pernoctan en los
cibercafés porque no pueden permitirse pagar un alquiler o los ancianos
obligados a sobrevivir con pensiones míseras inflan cada vez más las
filas de los pobres de Japón. Este año, el Gobierno hizo públicas las
cifras de este colectivo por primera vez en la historia del país. Hablan
de 19 millones de pobres, uno de cada seis japoneses. Lo peor es que
esos datos son de 2007, antes de la crisis".5
A pesar de que los datos de crecimiento del comercio mundial serán
positivos este año en relación al año 2009, el mayor incremento se
centra en los países emergentes y exportadores de materias primas. Y
este aspecto, el aumento del precio de las materias primas, tampoco es
una buena noticia para la recuperación, pues aumenta los costes de
producción en las grandes potencias. La perspectiva por tanto es clara:
un largo periodo de estancamiento económico en términos macroeconómicos
-aunque para la mayoría de la población de planeta en nada se diferencia
de una recesión profunda-, sin descartar una nueva recaída en la
depresión, tal como ocurrió en 1937 durante el gran crack económico de
los EEUU.
Ruptura del equilibrio capitalista
Cuando Obama fue elegido Presidente de los EEUU, inmediatamente se puso
manos a la obra en su particular cruzada mundial para refundar el
capitalismo sobre bases "humanas". Sus planes cautivaron a la
socialdemocracia mundial. Parecía que la crisis, a pesar de su
profundidad y ferocidad, podría ser la oportunidad que se necesitaba
para sacar las conclusiones pertinentes de los errores pasados e
introducir cordura y racionalidad en los mercados. Dos años después ¿Qué
queda de estos planes? ¿Qué queda de los grandes mensajes, de las
grandes ambiciones?
Queda un fracaso completo a la hora de poner el cepo a los grandes
especuladores. Queda una herida abierta en canal que enfrenta por cada
palmo del mercado mundial a las grandes potencias internacionales. Queda
la continuidad de la crisis, lastrada por una deuda pública
estratosférica y, en la mejor de las previsiones, una prolongada fase de
estancamiento con tasas masivas de desempleo que se pueden prolongar
durante los próximos diez años. La racionalidad que pretendían
introducir en el sistema capitalista sus salvadores "democráticos", se
está traduciendo en caos y descomposición: miles de millones de euros se
dilapidan para pagar los intereses de la deuda pública a la gran banca,
un ingente volumen de capital que no se dedica a la inversión
productiva, a crear industrias y empleo.
La gran recesión de la economía ha sido el ariete para que el equilibrio
capitalista se rompa en todos los planos y, por supuesto, en el
político. Una gran parte de los fundamentos que daban credibilidad a la
democracia burguesa también están en cuestión. La experiencia de estos
años ha desvelado la brutal dictadura del capital financiero que domina
el mundo. No, no es democracia, es una dictadura ejercida por individuos
que nadie ha elegido, que nadie ha votado, pero que tienen la capacidad
para poner de rodillas a todos los gobiernos que aceptan la lógica del
capitalismo.
Las recetas capitalistas para enfrentar la crisis han acabado con las
viejas certidumbres. Y las consecuencias se dejarán notar en diferentes
planos. Para empezar, la inestabilidad política será la constante en los
próximos años, donde las dificultades de la burguesía y de sus aparatos
políticos por mantener cohesionada a su base social van a aumentar. La
crisis del gobierno de Sarkozy y del entramado político liderado por
Berlusconi son síntomas de lo que está por venir. Pero sobre todo, la
ofensiva que supone la aplicación de los planes de austeridad anuncian
una nueva era de lucha de clases, muy dura y radicalizada. Estamos en el
comienzo, pero vaya comienzo: huelgas generales en Grecia, en Francia,
en Italia, en el Estado español, movilizaciones de masas en Portugal, en
Dinamarca, en Alemania, movimientos revolucionarios del proletariado en
Centroamérica, América Latina, el subcontinente indio...
Este auge de la lucha de masas, con sus flujos y reflujos, tendrá
efectos demoledores sobre el modelo sindical reformista y de paz social
que ha dominado el panorama de los últimos años. El mayor pilar con el
que ha contado la burguesía para garantizar sus grandes negocios y la
estabilidad de su sistema en los últimos treinta años, esto es, la
colaboración de los dirigentes de los sindicatos y los partidos de la
izquierda, se agrietará por la presión de la clase obrera. Las ideas del
socialismo revolucionario, del marxismo, volverán a convertirse en el
programa de millones de oprimidos en todo el mundo
NOTAS
1. Esta perspectiva, por muy sorprendente que parezca, es animada y
estimulada incluso por aquellos que se hacen pasar por keynesianos
ortodoxos (es decir, liberales simpáticos, que aparentan ser muy
críticos, en el papel, con la derecha). El caso más emblemático es del
profesor Krugman que atiza el nacionalismo económico estadounidense y
llama a la guerra santa (en términos económicos claro) contra China y
Alemania. Krugman escribió un artículo que tituló La tomadura de pelo
del yuan (El País, 26/06/10). Citaremos algunos renglones: "La semana
pasada, China anunció un cambio en su política monetaria, una jugada
claramente destinada a quitarse de encima la presión de Estados Unidos y
otros países en la cumbre del G-20 de este fin de semana.
Desafortunadamente, la nueva política no hace frente al problema real,
que es que China ha estado fomentando sus exportaciones a costa del
resto del mundo (...) De hecho, lejos de suponer un paso en la dirección
correcta, el comunicado chino fue un acto de mala fe, un intento de
aprovecharse de la moderación de EEUU (...) Está claro que el Gobierno
chino trata de tomarnos el pelo a todos los demás, (...) China tiene que
dejar de darnos largas e imponer un cambio de verdad. Y si se niega a
hacerlo, habrá llegado la hora de hablar de sanciones comerciales." Más
claro el agua.
2. El Militante ha publicado una gran cantidad de materiales de análisis
sobre la crisis económica mundial. Se pueden consultar en
http://www.elmilitante.net/content/view/5058/1/
3. Rafael Poch, La Vanguardia 06/09/2010
4. Como en el caso de China, Paul Krugman también emite su veredicto en
una entrevista a El País del pasado 11 de julio: "Alemania está jugando
un papel realmente destructivo. Está empujándose a sí misma y al resto
de Europa por la vía de la autodestrucción".
5. El País, 05/09/10