La victoria de Alvaro Uribe en las elecciones presidenciales colombianas del 26 de mayo supone un paso más en la intensificación de la guerra civil en el país latinoamericano. Uribe ha llegado al poder prometiendo mano dura contra la guerrilla, aumentar el presupuesto militar y el poder del ejército e incluso hablado de crear un cuerpo masivo de civiles apoyado por el estado cuyo objetivo sería combatir a las guerrillas de las FARC y el ELN. La ruptura de las negociaciones de paz por parte del gobierno conservador de Pastrana y su decisión de ocupar militarmente la zona de distensión creada al principio de las conversaciones ya había situado a Colombia ante la perspectiva de una escalada militar. Los planes de Uribe intensificarán esta escalada y podrían incluso llevar a una guerra civil abierta.

Para entender porqué los sectores decisivos de la burguesía colombiana que abrieron en 1998 la negociación han decidido ahora romperla es preciso partir de las raíces del conflicto colombiano y de su desarrollo a lo largo de estos últimos cuatro años, así como de la agudización de la crisis del capitalismo y la lucha de clases en toda América Latina en el periodo reciente.

La pesadilla colombiana

El origen del conflicto armado que sufre Colombia desde hace décadas reside en primer lugar en la estructura agraria del país, una de las más injustas del planeta. De 10 millones de hectáreas del territorio colombiano consideradas adecuadas para la agricultura sólo se cultivan 4 millones, el resto se mantienen improductivas en manos de los ganaderos y terratenientes. En todo el país existen 30 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería extensiva o a los llamados narcolatifundios. Un 1,5 % de latifundistas y narcotraficantes posee el 80 % de la tierra y el 85% de la población rural vive en la pobreza. La única alternativa que le queda a millares de campesinos colombianos para poder subsistir con esta distribución de la tierra absolutamente injusta, a la que se une el hundimiento de los precios de los productos agrarios en el mercado mundial a causa de las políticas expoliadoras de las multinacionales, es recurrir al cultivo de pequeñísimas plantaciones de hoja de coca para su venta a los narcos. O trabajar como jornaleros para estos en condiciones infrahumanas.[1]

El parasitismo y debilidad del capitalismo colombiano se refleja en la resistencia de la oligarquía dominante (el llamado establecimiento, formado por la fusión de intereses entre esta burguesía agrícola y ganadera del campo y la gran burguesía financiera e industrial de las ciudades) a ceder siquiera una mínima parte de su poder y privilegios. Este sigue siendo hoy el factor decisivo que explica el conflicto armado e impide la paz.

El dominio del establecimiento se ha expresado durante décadas en el terreno político en la alternancia en el poder de los dos grandes partidos burgueses, Liberales y Conservadores. Como decía ironicamente un ex presidente colombiano, la única diferencia entre estos dos partidos es la hora a la que van a misa. En el terreno social este dominio significa que todos los movimientos susceptibles de amenazar siquiera una parte del poder y privilegios de la oligarquía son brutalmente reprimidos con el asesinato y el terrorismo de estado. Desde la escisión populista de masas del Partido Liberal liderada por Jorge Eliezer Gaitán en los años 40 ,contestada con el asesinato de este abogado apoyado por las masas obreras y campesinas (lo que provocó una insurrección popular ahogada en sangre y el estallido de la guerra civil) hasta los avances de la la Unión Patriótica -el frente legal impulsado por el Partico Comunista y las FARC tras declarar una tregua durante los años 80-, frenados con el asesinato de más de 4.000 de sus militantes a manos de los paramilitares y los escuadrones de la muerte integrados por policías y militares, la respuesta de la oligarquía ha sido siempre la misma.

Las posibilidades de hacer concesiones por parte de la clase dominante, que siempre han sido escasas, se ven actualmente cada vez más limitadas por la crisis económica y la creciente dependencia del imperialismo. Los distnitos gobiernos han aplicado todas las políticas de ajuste y privatización exigidas por las multinacionales para aumentar la explotación de los jóvenes, trabajadores y campesinos. Las medidas impuestas por el FMI (apertura y desregulación del mercado interno, recortes de los gastos sociales, precarización laboral,...) agravan hasta extremos intolerables la situación de los campesinos, los trabajadores asalariados y las masas semiproletarias llegadas a los barrios más pobres de las ciudades huyendo de la guerra en el campo y la pobreza.

En un país con un agricultura rica como Colombia las importaciones de alimentos han crecido en los últimos años un 700%. El resultado de este sometimiento del mercado interno colombiano a los intereses imperialistas ha sido que la superficie de tierra sembrada en los latifundios se haya reducido en un 77% y en el caso de las pequeñas explotaciones agrícolas lo haya hecho en un 35%. Esto ,no hace falta decirlo, condena a millares de campesinos y trabajadores colombianos a la ruina y la miseria. La introducción de avances tecnológicos en la producción agroindustrial ,en este contexto, lejos de traducirse en una reducción de las horas de trabajo o en unas mejores condiciones está suponiendo reducción de empleo y más pobreza para obreros y campesinos. “Las cadenas agroindustriales de caña papelera producen con el trabajo de 11 asalariados durante una semana lo que tradicionalmente con trapiches caseros producían 700 familias campesinas durante un año”.[2]

El conflicto militar creado y alimentado por esta situación económica se ve agravado por factores políticos y sociales como la existencia de los paramilitares, estrechamente vinculados a la oligarquía ganadera y terrateniente, y la complicada red de intereses ligados al narcotrafico y a la propia guerra que décadas de prolongación de la misma han creado. Los paramilitares son cuerpos de civiles armados financiados por los terratenientes y ganaderos e integrados basicamente por sectores desclasados y lumpenizados de la pequeña burguesía rural convertidos en mercenarios por el miedo, la degradación económica y en algunos casos el odio o deseo de venganza contra la guerrilla.

Ya en los años 40 la guerra civil contra las guerrillas organizadas por los campesinos que seguían a Gaitán era utilizada por los terratenientes y ganaderos para imponer un régimen de terror en el campo y expulsar en masa a los pequeños propietarios campesinos de sus tierras. De este modo ampliaban sus latifundios y condenaban a los campesinos que se quedaban en ellas a trabajar en condiciones de semiesclavitud. Esta práctica nunca ha sido abandonada sino que se ha ido adaptando a nuevos intereses y objetivos económicos en cada momento: actualmente existen en Colombia dos millones de desplazados, entre 1966 y 1988 hubo 29.000 asesinados y sólo entre 1999 y 2001 la cifra de muertes alcanzó la escalofriante cifra de 5.800.

Los intereses de los terratenientes estan estrechamente unidos a los de los jefes paramilitares (a veces incluso son las mismas personas) y a sectores del aparato del estado. El terror paramilitar sigue siendo utilizado para obtener a bajo precio o gratis tierras que dedicar a explotaciones agropecuarias o que vender a las multinacionales para realizar excavaciones petrolíferas,etc. Los paramilitares siguen imponiendo, asimismo, a los campesinos y jornaleros que se quedan en esas tierras un régimen de terror y unas condiciones practicamente de semiesclavitud que permiten a la oligarquía seguir acumulando sus beneficios manchados de sangre

La apertura de la negociación

Es esta situación de opresión y miseria la que ha alimentado durante décadas la existencia de una poderosa guerrilla que, a pesar de la brutal represión, ha resistido la acción concertada del ejército regular burgués y de los paramilitares. Esto contesta a los que tachan a los guerrilleros colombianos de “simples terroristas” o “asesinos”. Si la guerrilla no tuviese ninguna base social no habría podido resistir durante tiempo los embates del ejército regular burgués y las bandas mercenarias financiadas por los terretenientes con el apoyo del imperialismo yanqui.

La guerrilla colombiana, en particular las FARC, tiene una posición bastante mas fuerte que otros grupos guerrilleros que finalmente se vieron obligados a abandonar las armas. Se calcula que las FARC pueden agrupar entre 15.000 y 20.000 combatientes y controlan aproximadamente un 40% del territorio nacional (aunque el porcentaje de población que habita esos territorios es muy inferior)

De todos modos, la prolongación de la guerra durante décadas sin conseguir derrotar al estado burgués también ha provocado cierta sensación de estancamiento y tiene un efecto sobre la guerrilla colombiana. Esta mantiene un apoyo importante en zonas que controla pero la ausencia de un programa y métodos marxistas, y la campaña militar y política de la burguesía (fortalecimiento del ejercito por el Plan Colombia, paramilitares, utilización demagógica de los atentados de la guerrilla para presentarla como principal responsable de la violencia,...), crea numerosos problemas para extender su apoyo, especialmente a las ciudades.

En parte por los desplazamientos ocasionados por la guerra y en parte debido a la industrialización, el 70% de la población colombiana vive en grandes núcleos urbanos. Como siempre ha explicado el marxismo, los métodos guerrilleros pueden obtener en el mejor de los casos la simpatía y el apoyo pasivo de los trabajadores de las ciudades pero tienden a convertir a estos en un apéndice de la guerrilla y no en la dirección de la lucha, en la clase que por su papel en la producción puede llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad.[3] La prolongación durante décadas del conflicto ha generado una perdida de apoyo de la guerrilla y un escepticismo y cansancio crecientes en las ciudades, en primer lugar entre la pequeña burguesía urbana pero también entre sectores de los trabajadores. La dinámica de la lucha militar ha llevado, además, a los dirigentes guerrilleros a recurrir cda vez más a métodos desesperados como secuestros masivos e indiscriminados y atentados a instalaciones de multinacionales o infraestructuras publicas que han generado el rechazo de sectores importantes de las masas. Como ya hemos señalado, la burguesía intenta utilizar esta situación con fines propagandísticos.

Negociando sobre un polvorían

Pero la guerra también tiene un coste político, social y económico cada vez mayor para la clase dominante y su continuidad representa un peligro. El cansancio y el miedo empezaban a transformarse en movilizaciones masivas de sectores de la población pidiendo paz. La inestabilidad política y el conflicto militar afecta al comercio y la llegada de inversiones. Todas estas razones empujaron a la oligarquía, o al menos a un sector mayoritario de ella, a abrir la negociación en 1998. A diferencia de otros procesos similares, el estado burgués incluso concedió a las FARC una zona del tamaño de Extremadura bajo su control (la zona de distensión) donde se celebrarían las negociaciones.

Esto revelaba el equilibrio de fuerzas existente. Al mismo tiempo, la burguesía, consciente del peligro que representa la existencia de una guerrilla poderosa que controla una parte del país, intentaba reforzar su posición militar y debilitar la de las FARC con el objetivo de forzarles a negociar a la baja. La negociación se mantenía en l zona de distensión mientras en el resto del país continuaban, e incluso se recrudecían por momentos, los enfrentamientos militares Probablemente pensaban que, en un contexto donde todavía pesaban las derrotas de los años anteriores, las ilusiones creadas por otras negociaciones de paz (Salvador, Guatemala,...) y el giro a la derecha de los años 90 (tras la caída del estalinismo y la derrota sandinista), esa combinación de negociación y presión militar acabaría forzando a los guerrilleros en no mucho tiempo a dejar las armas sin exigir demasiadas contrapartidas.

Pero tras cuatro años esta táctica no ha dado los frutos apetecidos y siguen sin poder imponer sus condiciones a los guerrilleros. En el contexto actual de crisis económica aguda, desigualdades sociales y descontento popular creciente a escala nacional y en toda Latinoamérica la existencia del punto de referencia que supone la guerrilla (a pesar de sus métodos incorrectos y su programa insuficiente) es un peligro cada vez más inaceptable para los capitalistas colombianos y el imperialismo que ,además, puede verse reforzado por procesos como los de Argentina y sobre todo Venezuela.

Esa es la razón fundamental de la impaciencia de los militares y de que un sector cada vez más numeroso de la burguesía se haya cuestionado la táctica del último período y decidiese lanzar un ultimátum inaceptable para los guerrilleros. Piensan que con el apoyo estadounidense (y más en la coyuntura internacional abierta tras los atentados del 11-S) aumentan las posibilidades de debilitar seriamente la posición militar de las FARC y el ELN en caso de recrudecimiento del conflicto e incluso derrotarles totalmente. El imperialismo estadounidense, en plena euforia militar y preocupado por los vientos revolucionarios que soplan por el continente, anima a ello.

El Plan Colombia y la intervención imperialista

Como explicábamos los marxistas cuando se inició la negociación, lo único que la oligarquía colombiana está dispuesta a ofrecer a la guerrilla, y más en un contexto de crisis económica y social como el que vive toda América Latina, es negociar las condiciones de la rendición. El objetivo más inmediato del Plan Colombia era, precisamente, obligar a ello. Desde un punto de vista mas general este plan obedece a la necesidad del imperialismo estadounidense de intensificar la presencia militar en su patio trasero (paralelamente a la económica: ALCA, etc.) e intervenir contra cualquier amenaza a sus intereses precisamente cuando el horizonte se les llena de nubes negras.

Mientras puedan, debido a los efectos políticos internos y externos que tendría, con el trauma de Vietnam aun presente, una implicación más directa del ejercito yanqui, intentaran utilizar ejércitos burgueses de la zona: Colombia, Ecuador (donde ya han establecido bases militares), Perú, etc. EE.UU. ofrecerá sus “asesores” y “apoyo logístico”. Pero la intensificación del conflicto colombiano, y en general de la lucha de clases en todos estos países, podría obligarles a implicarse cada vez mas (ya lo hemos visto en el golpe contrarrevolucionario de abril contra Chávez). Esto crea una dinámica propia y podría escapárseles de las manos, como ocurriera en Vietnam. Una situación semejante podría tener consecuencias políticas y sociales revolucionarias en todo el continente incluido Estados Unidos.

No se puede descartar que haya nuevas tentativas de negociación e incluso que en la dirección de las FARC en un contexto determinado (por ejemplo, en una situación militar complicada) pudiese encontrar apoyo la idea de declarar una tregua e intentar volver a la vía negociadora. Muchos dirigentes guerrilleros ven muy lejana la posibilidad de una victoria militar y este factor podría predisponerles en teoría a negociar la posibilidad de abandonar las armas a cambio de reconocimiento legal (como hicieron los lideres guerrilleros guatemaltecos o salvadoreños en los 90). Pero todos los factores que hemos citado , y que ya impidieron esto en la última negociación, siguen existiendo y tienden a aumentar su peso. El primero y más decisivo ,como ya hemos dicho, la crisis del capitalismo colombiano que hace imposible para este ofrecer concesiones significativas y duraderas a las masas e incluso garantías políticas a los dirigentes guerrilleros para su inserción definitiva y en condiciones aceptables en la vida política. Las demandas sociales y el poder político y militar que mantienen en una parte del campo colombiano los guerrilleros son totalmente inaceptables para los terratenientes y paramilitares y el sector del estado ligado a ellos. Las posibilidades de que cualquier gobierno burgués pueda siquiera plantearse la opción de enfrentarse a estos sectores de su propia clase para ofrecer garantías suficientes a los guerrilleros son nulas.

Por otra parte, la correlación de fuerzas actual dista mucho de obligar a los dirigentes guerrilleros a renunciar a las armas. Si lo hiciesen, tampoco tienen ninguna garantía de que no se repitiese una masacre como la que sufrieron a finales de los 80 cuando 4.000 activistas del PC y la Unión Patriótica fueron brutalmente asesinados.Todos estos factores hacen probable que los dirigentes guerrilleros (o al menos la mayoría de ellos) consideren que vale mas seguir como hasta ahora que tomar el camino incierto –y lleno de peligros- de abandonar las armas. Un elemento decisivo es que ,además, la crisis económica y la recuperación de la lucha popular en el continente tienden a darles mayor margen y posibilidades de incrementar su apoyo.

Bajo el capitalismo, el pueblo colombiano, independientemente de las tentativas coyunturales de diálogo (que tendrán más de engaño por parte de la clase dominante que de negociación real), sólo puede esperar una intensificación de la guerra y la barbarie.

Las elecciones

La burguesía colombiana y el imperialismo lo comprenden y se preparan para esta perspectiva. Por eso hicieron a las FARC una oferta que sólo podían rechazar. El gobierno conservador de Pastrana exigió una tregua incondicional y la aceptación de controles militares en la zona de distensión para seguir negociando. Para los guerrilleros resultaba imposible aceptar estas condiciones, de hacerlo el ejército burgués habría ganado tiempo para fortalecer su posición militar sobre el terreno gracias al Plan Colombia y utilizaría los controles para debilitar y cercar militarmente de forma paulatina a las FARC. Esta negativa ha sido utilizada para responsabilizar a los guerrilleros del fracaso de la negociación y justificar una ofensiva militar inmediata y más abierta.

La burguesía siempre ha utilizado la guerra y las imágenes de los muertos en televisión para desviar la atención de las causas de fondo del conflicto militar y de qué medidas podrían solucionar este (reforma agraria, justicia social, democratización, independencia del imperialismo...) centrando el debate en la violencia , en si se puede seguir negociando mientras la guerrilla no abandone las armas y otros subterfugios por el estilo.

Durante la campaña electoral lo hemos vuelto a ver. Alvaro Uribe, el nuevo presidente colombiano salido de estas elecciones, ha hecho del fracaso de la negociación y la exigencia de romper la misma si continuaban las acciones guerrilleras su principal bandera. Este candidato burgués utilizó además habilmente el enorme desprestigio y rechazo hacia los dos patidos burgueses tradicionales, que han visto como el descontento popular contra ellos causado por el deterioro económico y la continuidad de la violencia crece espectacularmente. Uribe escenificó publicamente su ruptura con la desacreditada y corrupta casta política oficial (a la que en realidad sigue perteneciendo),abandonando el partido liberal y utilizando un discurso que de cara a la galería mezclaba habilmente la crítica a la corrupción, la promesa –siempre inconcreta- de mejoras sociales y la demagogia sobre la inseguridad y la violencia.

El sostén inicial de Uribe han sido los terratenientes y los paramilitares. Como llegó a decir su rival, el candidato liberal Horacio Serpa, “no todos los uribistas son paramilitares pero practicamente todos los paramilitares son uribistas”. Las conexiones del nuevo presidente con los terratenientes y paramilitares datan de antiguo: él mismo proviene de una familia de terratenientes, su padre fue un político burgúes asesinado por la guerrilla y acusado de narcotráfico y durante su etapa como gobernador liberal del estado de Antioquía Uribe fomentó el armamento de civiles para luchar contra la guerrilla, auspiciando el surgimiento de un grupo paramilitar (CONVIVIR).

Es evidente que los votos que mediante el miedo y las redes de clientelismo controlan los terratenientes en muchas zonas rurales han ido a parar a Uribe. Pero, además, la demagogia de este y la táctica de suavizar su imagen en las últimas semanas de campaña, marcando mayores distancias publicamente con los paras le ha permitido captar el voto de sectores atrasados, muy confusos y poco conscientes políticamente de la población hartos de guerra. Probablemente, una parte de los que votaron al actual presidente conservador, Pastrana, en 1997 debido a su promesa de traer la paz mediante la negociación han votado ahora a Uribe confiando en su promesa de que desde una posición militar de fuerza obligaría a la guerrilla a declarar una tregua. Al mismo tiempo, sectores de la burguesía que en principio no apostaron por Uribe, a medida que veían crecer su apoyo frente al de los candidatos de los partidos tradicionales, han visto en él al hombre fuerte capaz de poder llevar a cabo la ofensiva contra la guerrilla (y también contra las condiciones de vida de los trabajadores) que necesitan.

Pero el 53% de votos recogido por Uribe no refleja en absoluto un apoyo consciente, sólido y estable de una parte de la sociedad colombiana a la represión, ya no digamos a su programa reaccionario y antipopular. Lo que muestran sobre todo las elecciones colombianas es una polarización social y un descontento popular en aumento.

Más del 50% de la población se ha abstenido, reflejando su hastío y asco hacia los partidos políticos oficiales y su desconfianza hacia el sistema y todo lo que lo represente. Por otro lado esta abstención masiva también evidencia la dramática ausencia de una alternativa que diese la sensación de poder cambiar las cosas ya en estos momentos. Un dato muy destacable es que el candidato de la coalición de izquierdas Polo Democrático, el ex líder de la principal central sindical colombiana, Lucho Garzón, ha obtenido cerca de 700.000 votos, más del 6% de los sufragios emitidos, un resultado histórico. El Polo está integrado por sectores diversos de la izquierda, desde colectivos y militantes de base revolucionarios y que se reclaman marxistas hasta dirigentes reformistas. Para seguir avanzando es fundamental que el Polo se dote de un programa socialista. Los llamamientos abstractos a la paz y a reanudar el diálogo al gobierno y guerrilla, tan habituales en los dirigentes socialdemócratas, sirven de bien poco, lo que hace falta es defender una alternativa que denuncie inequívocamente la responsabilidad de la oligarquía capitalista en la guerra y la necesidad de acabar con su dominación para conseguir la paz y una vida digna.

El apoyo al Polo Democrático (al igual que los resultados obtenidos en las elecciones legislativas de hace unos meses por candidatos identificados con la izquierda como el ex guerrillero del M-19 Antonio Navarro Wolf) muestra el potencial que existe en la sociedad colombiana para una alternativa de izquierdas.

Por una alternativa marxista

Este potencial se verá aumentado con las políticas que va a aplicar la clase dominante. La intensificación de la represión militar, lejos de acabar con la guerra, probablemente la agravará y hará crecer el descontento popular. Ello, unido a las políticas antisociales y de ajuste que las exigencias de las multinacionales imperialistas y de los burgueses colombianos impondrán a Uribe (por mucho que por el momento se ponga la piel de cordero y hable de redistribuir la riqueza y ampliar la solidaridad), crearán las condiciones para un movimiento masivo hacia la izquierda. En estos momentos el paro ya afecta al 20% de la población y el 55% vive por debajo del umbral de la pobreza. Todas las promesas y engaños de Uribe van a convertirse en muy poco tiempo en una realidad todavía más amarga de la que hoy padece el pueblo. El resultado será un aumento aun mayor del malestar que incluso podría provocar una explosión social.

En ese contexto una organización revolucionaria firmemente enraizada en el movimiento obrero, organizada en las fábricas y en la base de los sindicatos, podría encontrar un eco sin precedentes y desarrollarse muy rapidamente. De hecho, si hoy las FARC tuviesen un programa socialista y se orientasen a ganar el apoyo masivo de la población de las ciudades con métodos basados en la lucha y organización de las masas para su autodefensa contra el estado burgués y los paramilitares podrían aumentar rapidamente su apoyo y llegar a tomar el poder. Si la formación de este referente revolucionario de masas que aglutine al movimiento obrero y los campesinos pobres se retrasa y estos sólo pueden elegir entre la burguesía y el reformismo o la guerrilla el proceso será seguramente más prolongado, tortuoso y contradictorio. Ni siquiera es descartable que ,sobre todo en una situación de crisis social extrema, las FARC -incluso con el programa que mantienen actualmente- pudiesen llegar al poder, aunque sus métodos y alternativas actuales dificultan enormemente este objetivo.

Que Uribe haya podido alcanzar la presidencia muestra las desastrosas consecuencias de los métodos desesperados utilizados últimamente por los dirigentes guerrilleros. Por otra parte el programa defendido por estos se limita a exigir un gobierno popular y está imbuido de la teoría estalinista de las dos etapas. No plantean que el conflicto colombiano no tiene solución bajo el capitalismo y que el objetivo es construir un estado obrero que avance hacia el socialismo sino que defienden el objetivo de democratizar Colombia bajo este sistema a través de un gobierno pluripartidista democrático y popular. La lucha por el socialismo quedaría así postergada para una etapa posterior e indefinida.

El problema es que cualquiera de las reivindicaciones democráticas fundamentales (reforma agraria, independencia del imperialismo, democratización de la vida política, justicia social,...) es imposible de arrancar y consolidar bajo el capitalismo. Ya hemos explicado como la burguesía y los terratenientes, estos y los paramilitares, y todos ellos y el imperialismo, están absolutamente vinculados a través de los hilos de las inversiones conjuntas, el capital financiero y el comercio mundial. Toda la experiencia histórica de Colombia ,y del resto de Latinoamérica, nos demuestra que -en cuanto la clase dominante vea minimamente amenazado su dominio- recurrirá a la más brutal represión. El propio ejemplo de la revolución bolivariana en la vecina Venezuela lo está demostrando.

La clase obrera colombiana responderá antes o después a nuevos ataques y ello creará condiciones mucho más favorables para poder agrupar a todos los oprimidos bajo su bandera. La principal tarea para los revolucionarios colombianos en estos momentos es explicar pacientemente estas ideas y defender incansablemente un programa que a las reivindicaciones democráticas antes citadas una la nacionalización de la banca y la expropiación de las multinacionales y los latifundios bajo control de los trabajadores y campesinos, el no pago de la deuda externa y la lucha por el socialismo. Para que estas ideas ganen el apoyo de los trabajadores es imprescindible que todos los que las comparten se unan para forjar una organización revolucionaria que defienda el programa del marxismo y los métodos de la lucha revolucionaria de masas. Al mismo tiempo, es vital que los trabajadores y campesinos organicen una respuesta masiva contra los asesinatos de los paramilitares y el estado burgués, que intentan extender el terror que ya vienen ejerciendo en el campo al movimiento obrero.

Cada tres días en Colombia es asesinado un sindicalista. Las manifestaciones masivas contra la violencia son un primer paso pero no pueden limitarse a reclamar investigación y castigo a los culpables por parte de unas autoridades que a menudo son cómplices de esos crímenes, como plantean en ocasiones algunas ONGs o determinados dirigentes reformistas. Es preciso formar comités obreros de autodefensa en las fábricas, barrios y pueblos y milicias armadas sometidas al control de asambleas obreras y campesinas para fortalecer la confianza de las masas trabajadoras en sus propias fuerzas.

La clase obrera colombiana (que ya ha protagonizado huelgas generales y luchas importantes) debe ponerse al frente de la situación y ofrecer una alternativa revolucionaria que gane el apoyo masivo de los campesinos, incluidos los guerrilleros de las FARC y del ELN. Con este programa sería posible unir a lps obreros y campesinos colombianos y avanzar hacia la transformación revolucionaria de la sociedad. Una revolución triunfante en cualquier país latinoamericano estimularía a todo el continente y necesitaría extenderse al resto de América y del mundo para seguir avanzando y triunfar definitivamente.


[1] “Colombia: Neoliberalismo, cuestión agraria y conflicto social” Asociación campesina del valle del Río Cimitarra. Publicado en Viento Sur. La mayor parte de los datos de este artículo ,especialmente sobe la cuestión agraria, están extraídos de este trabajo.

[2] Op. Cit.

[3] Sobre la lucha de guerrillas: “América Latina. La lucha de clases llama a la puerta” MH nº6 “El marxismo y la lucha de guerrillas”. EM nº98 y EM nº9


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