En el primer núcleo de países latinoamericanos citados esta tradición tenía su origen en la debilidad política y la falta de enraizamiento de los partidos obreros entre las masas de la clase obrera, por un lado, y por otro, por el peso aplastante del campesinado en la composición de la población.
No obstante, y a pesar de la persistencia del atraso y subdesarrollo económico, la clase obrera se ha fortalecido numérica y socialmente en el conjunto de los países latinoamericanos en las últimas décadas. Las tareas revolucionarias a desarrollar en todos los países latinoamericanos ya fueron expuestas en un apartado anterior, y no son otras que las de la revolución socialista, encabezadas por la clase obrera de las ciudades con el apoyo del resto de clases y capas oprimidas de la sociedad, comenzando por el campesinado pobre.
Para cualquier socialista revolucionario es abecé la necesidad de construir un partido obrero revolucionario. Sin una clase obrera organizada y dirigida por un partido revolucionario de masas no hay ni puede haber un triunfo de la revolución socialista. Es verdad que, por las condiciones materiales de vida y trabajo que crea el capitalismo en las masas de la clase obrera, condiciones de explotación y opresión física y espiritual, en un primer momento es inevitable que el partido agrupe solamente a los elementos más avanzados y conscientes de la clase, la vanguardia de la clase, que resulta ser una minoría en una época “normal” del capitalismo e, incluso, en las primeras etapas del proceso revolucionario.
Ahora bien, un auténtico partido revolucionario debe aspirar a ser un partido de masas, formado por decenas y centenares de miles de miembros, y con un apoyo consciente de millones. Lanzarse prematuramente a la conquista del poder sin haber conquistado previamente el apoyo de las masas de la clase obrera es puro aventurerismo y conduciría directamente a una sangrienta derrota.
La construcción del partido presupone un proceso más o menos largo de explicación y agitación paciente entre las masas de trabajadores para el que hay que dotarse del programa, las ideas y los métodos de trabajo correctos para influir sobre la masas y fusionarse con ellas. La virtud de un proceso revolucionario es que las masas aprenden y elevan muy rápidamente su nivel de conciencia, y un partido relativamente pequeño con ideas, programa, tácticas y consignas correctas, interviniendo audazmente puede desarrollarse rápidamente.
¿Es el guerrillerismo un método correcto de lucha?
La clase obrera es el producto más genuino del sistema capitalista. El resto de clases oprimidas oscilan entre la burguesía y la clase obrera o están condenadas a desaparecer en el transcurso del desarrollo de la economía capitalista. El marxismo sitúa a la clase obrera, a los trabajadores asalariados, como el sujeto revolucionario que debe liderar la revolución socialista. Sus particulares condiciones de vida y trabajo, su papel en la sociedad y en la economía capitalista, generan en ella una mentalidad colectiva, una capacidad de lucha y de organización infinitamente superior a la de cualquier otra clase o capa oprimida de la sociedad. Ninguna otra clase, ninguna otra capa social puede sustituir a la clase obrera en esta tarea sin provocar graves distorsiones en el proceso revolucionario.
Por sus particulares condiciones de vida y trabajo la clase obrera desarrolló históricamente unos métodos de lucha y organización propios, diferentes a los del resto de capas y clases oprimidas. Estos métodos de lucha son: la lucha de masas (huelgas, marchas, ocupaciones de fábricas, etc), la organización en partidos y sindicatos, la insurrección y la creación de órganos de poder obrero (asambleas, comités, coordinadoras) en el período revolucionario previo a la toma del poder que se convertirán en los nuevos organismos de poder obrero, una vez superado el capitalismo.
Es en este contexto que los marxistas debemos analizar si el método de lucha guerrillero es el más conveniente para la revolución socialista, si es el que se adecúa a las condiciones de vida y a los métodos de lucha de los trabajadores, incluso en los países más atrasados donde predomina el campesinado.
El marxismo siempre consideró la guerra de guerrillas como un método de lucha secundario y subordinado a la acción protagonista de la clase obrera. Y esto no sólo por una cuestión de “efectividad”. Es verdad que se han producido victorias guerrilleras, como en Cuba, China y otras partes. Pero no hay que olvidar que estas victorias se produjeron en países atrasados, con un estado burgués débil y semidescompuesto y con una población mayoritariamente compuesta por campesinos. Pero ni siquiera nuestras reservas a utilizar los métodos guerrilleros se derivan del carácter del capitalismo del país de que se trate, ya sea más avanzado o más atrasado. No hay que olvidar que la victoria de la revolución en Rusia también se dio en un país muy atrasado. Y esta victoria se dio, sin embargo, con los métodos de lucha clásicos del proletariado: lucha e insurrección de masas en las ciudades, organismos de poder obrero (Soviets), etc. Nuestra oposición también se deriva de una cuestión política de principios.
La revolución debe ser obra consciente de la clase obrera, o como decía Marx: “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”. Millones de trabajadores participando conscientemente en huelgas generales, marchas, en discusiones, partidos, sindicatos, asambleas populares, comités o coordinadoras obreras, mítines, estableciendo el control obrero, participando en insurrecciones. Este es el método de la revolución proletaria. Un método de lucha que implica directamente a millones de trabajadores. En cambio, el método guerrillero rebaja el papel consciente de la clase obrera. Si el peso fundamental de la lucha revolucionaria descansa en un ejército guerrillero, manteniendo a los trabajadores de las ciudades al margen de la lucha revolucionaria o como simpatizantes activos, los trabajadores verán relegado su papel a un segundo plano, no viendo la necesidad de organizarse en partidos o sindicatos ni de crear sus propios órganos de poder obrero, lo que estimula una actitud pasiva durante la lucha revolucionaria.
Bastarían entonces varios cientos o miles de hombres y mujeres decididos para combatir con el ejército en las zonas rurales o en las montañas para iniciar la lucha revolucionaria, mientras que las masas de los trabajadores permanecerían en las ciudades con los brazos cruzados esperando a ver qué ejército gana, si el guerrillero o el burgués, independientemente de que simpaticen con el primero. En estas condiciones ¿para qué se necesita un partido formado por decena de miles de jóvenes y trabajadores? ¿Para qué los sindicatos? ¿Para qué las huelgas? La clase obrera y sus organizaciones aparecen de esta manera como meros auxiliares de la guerrilla.
Desde el punto de vista de la táctica revolucionaria en un país atrasado y campesino con tradición activa de guerrillas, los marxistas defenderíamos que la lucha guerrillera actuara como un auxiliar, un complemento, de la lucha obrera en las ciudades, y siempre bajo la dirección del partido revolucionario y de la clase obrera. Nunca al revés.
Todas estas consideraciones tienen más importancia de lo que parece. El nuevo estado surgido directamente de una victoria guerrillera no sería un auténtico estado obrero sano y con una democracia obrera saludable, como en Rusia antes de la degeneración estalinista, donde los trabajadores y campesinos participaban en el control y la gestión a través de los soviets o consejo obreros. Los trabajadores al no haber organizado sus propios órganos de control y de poder obrero en las fábricas, barrios y pueblos, como consecuencia de su papel subordinado en la revolución, carecerían de mecanismos propios y democráticos para participar en el control y la gestión de la economía y la sociedad. En el caso del triunfo de la guerrilla, ésta podría llevar a cabo la expropiación de los capitalistas y terratenientes, pero al no existir los mecanismos para que se desarrolle una verdadera democracia obrera, sería la jerarquía inherente a cualquier ejército guerrillero la que pasaría a ocupar el vacío dejado por la desaparición de las estructuras del Estado burgués, introduciendo tendencias burocráticas en el seno de la sociedad, independientemente de los deseos e intenciones subjetivas de los dirigentes guerrilleros.
Esto llevaría aparejado todo tipo de deficiencias y distorsiones que introducirían nuevas contradicciones. No tendríamos un Estado obrero sano sino un estado obrero con deformaciones burocráticas. El surgimiento de elementos de autoritarismo, de diferencias sociales y desigualdades sería inevitable. En esas condiciones, la sociedad estaría obligada a padecer innumerables contradicciones hasta que la clase obrera reuniera la experiencia suficiente para conseguir reinstaurar una auténtica democracia obrera en el seno de la misma.
La experiencia de los montoneros y el PRT-ERP
En la Argentina, la actividad de montoneros y el PRT-ERP en el período 1970-1976 marcó a toda una generación de jóvenes revolucionarios que vieron en ellos un alternativa revolucionaria en la lucha por el socialismo. Constituye una obligación de la nueva generación de revolucionarios de nuestro país estudiar esta experiencia y sacar todas las lecciones de las mismas.
Montoneros y el PRT-ERP nacieron al final de la odiada dictadura de Onganía, al calor del período revolucionario que se iniciaba en aquella época, y fuertemente impactados por el ejemplo de la revolución cubana. Montoneros nació en el seno de la juventud peronista y al cabo de unos años evolucionó a posturas radicales e izquierdistas. El PRT-ERP por su parte nació al margen del peronismo y se consideraba a sí misma una organización marxista. Además de estos grupos principales, también existían otros, como las FAP, FAR y otros, pero más pequeños y marginales.
Ambos grupos optaron por el denominado “guerrillerismo urbano” y desarrollaron una actividad muy intensa, particularmente en el período 1973-75 en el punto más álgido de los acontecimientos revolucionarios que estaban sacudiendo a la Argentina.
Por su actividad, numerosos militantes de montoneros y del PRT-ERP cayeron asesinados por las balas de la policía y de la represión terrorista del Estado y las bandas fascistas, antes y después del golpe militar del 76. Pero toda nuestra solidaridad y recuerdo hacia estos jóvenes luchadores, que eran auténticos revolucionarios sacrificados y abnegados, no nos puede impedir ver lo profundamente equivocadas y erróneas que resultaron estas tácticas de lucha en aquellos años.
Si consideramos equivocado el método de lucha guerrillero para la lucha por el socialismo, el error de montoneros y del PRT-ERP fue aún mayor al pretender trasladar mecánicamente la experiencia de la guerrilla cubana a la Argentina, un país industrializado, con una poderosa clase obrera y con un campesinado muy pequeño.
Una de las tácticas equivocadas que empleaban era la de sacar a los obreros jóvenes de las fábricas, separándolo de la lucha revolucionaria de su clase, para que recibieran instrucción militar en las zonas despobladas para incorporarlos al grupo guerrillero.
De esta manera la energía revolucionaria de miles de jóvenes estudiantes y obreros revolucionarios fue inútilmente malgastada en combates y enfrentamientos con la policía y unidades del ejército, que los masacró por centenares.
Para Santucho, dirigente del PRT-ERP y asesinado cobardemente a los pocos meses del golpe del 76, de lo que se trataba era de crear “focos” revolucionarios, “zonas liberadas”, en diferentes lugares del país donde organizar una base para la actividad de la guerrilla y librar pequeñas guerras con el ejército en la perspectiva de extender las zonas liberadas en un radio geográfico cada vez mayor, hasta el momento de una insurrección general.
Esta táctica se demostró completamente equivocada. La actividad de pequeños grupos guerrilleros dispersos y sin vinculación con las grandes masas, los aisló socialmente y fueron fácilmente derrotados.
En vez de orientar el entusiasmo revolucionario y la abnegación de sus militantes para organizar a las masas y ganarlas para el programa de la revolución socialista, con los métodos proletarios que ya explicamos anteriormente, consiguieron todo lo contrario.
En realidad, la burguesía argentina jamás se sintió amenazada por la actividad de las acciones guerrilleras. A quien sí temía mortalmente era a las masas de la clase obrera. Las tendencias clasistas ganaban cada vez más apoyo dentro de la CGT, arrebatando a la burocracia sindical la dirección de gremios importantes; la formación y la actividad de las “coordinadoras obreras” en los grandes centros industriales, al margen de la burocracia sindical, alumbraba cada vez más la perspectiva de un levantamiento revolucionario de la clase obrera, a pesar de los fuertes puntos de apoyo que todavía mantenía el peronismo entre la mayor parte de los trabajadores, apoyo que comenzaba a diluirse y a generar escisiones y enfrentamientos internos en la medida que los gobiernos peronistas, primero con Perón y sobre todo, posteriormente, con “Isabelita” y López Rega, se posicionaban cada vez más abiertamente con la reacción burguesa.
La burguesía argentina utilizó convenientemente las actividades de montoneros y del PRT-ERP para desviar la atención de los trabajadores de la lucha revolucionaria, para justificar cada vez más medidas represivas y la utilización del terrorismo de Estado para asesinar a activistas obreros y juveniles, la mayoría de ellos sin relación con los “montos” ni con el ERP.
La clase dominante utilizó la prensa y los púlpitos de las iglesias para denunciar el “caos”. Cada acción guerrillera y cada atentado terrorista era amplificado por mil canales que introducían el desconcierto entre las filas de la clase obrera y, particularmente, entre la pequeña burguesía.
En la práctica, el método del llamado guerrillerismo urbano no es sino una variante del método del “terrorismo individual”, que consiste en la eliminación física de miembros del aparato represivo, del gobierno o de la clase dominante. Estos métodos siempre fueron rechazados y combatidos implacablemente por el marxismo y los dirigentes históricos del socialismo: Marx, Engels, Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburgo. Estos métodos juegan el papel más nefasto, y además de rebajar el papel de la clase obrera, dan todas las excusas a la reacción y a la burguesía para acentuar la represión contra el conjunto de la clase obrera y para ganarse el apoyo de la pequeña burguesía y de los sectores más atrasados de lo trabajadores para sus planes de “mano dura” y de golpes militares.
Como decía Trotsky: “Una huelga, incluso una modesta, tiene consecuencias sociales: fortalecimiento de la confianza en sí mismos de los obreros, crecimiento del sindicato …. El asesinato del dueño de la fábrica provoca efectos policíacos solamente, o un cambio de propietario desprovisto de toda significación social”. El asesinato de un ministro o de un general puede crear confusión entre la clase dominante en un primer momento, pero ésta no va a tener problemas para colocar a otras personas en su lugar. El mecanismo del Estado burgués permanece intacto y en funcionamiento. Y como añade Trotsky: “ Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho más profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una piostola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? … Si tiene sentido aterrorizar a altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones …? “Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y vuelve sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir con su misión”.
Considerando que la derrota del proceso revolucionario en nuestro país se debió a la ausencia de una dirección revolucionaria y por el papel paralizante que ejercieron los dirigentes sindicales peronistas cuya concepción interclasista llevó a los trabajadores peronistas (mayoritarios entre la clase obrera en aquellos momentos) a un callejón sin salida, es también bastante claro que las actividades del ERP y Montoneros, independientemente de la entrega y sacrificio de sus mejores militantes, facilitaron la estrategia golpista de la burguesía argentina de ganar para sus planes a los sectores más inertes, pasivos y atrasados de la población, particularmente a la pequeña burguesía, en una situación donde aparentemente nadie ofrecía una salida. De esta manera fue cómo la clase dominante consiguió descarrilar el proceso revolucionario en los años 70.
No caer en las provocaciones de la clase dominante
La burguesía argentina mira el futuro con temor, preocupación y pesimismo. Realmente, está suspendida en el aire sin ninguna base social de apoyo. El drama es que los trabajadores argentinos, por ahora, no son plenamente conscientes de la fuerza que tienen y carecen de un partido propio con influencia y raíces que les oriente ante los acontecimientos. Pero la burguesía recurrirá a todo tipo de maniobras para mantenerse y conjurar el peligro de la revolución.
Hasta ahora la burguesía se estuvo enfrentando a un movimiento de masas por parte de trabajadores, piqueteros, jóvenes y clases medias. Pero la burguesía se está preparando concienzudamente para provocar a los sectores más impacientes de la juventud y del movimiento piquetero con el objetivo que algún grupo dé el salto y se implique en actividades de “lucha armada”; es decir, en el método del terrorismo individual. Por lo general, la impaciencia y la desesperación tienen los efectos más perniciosos en la lucha de clases. Es justamente eso lo que necesita la burguesía para poder descarrilar el proceso revolucionario, como hizo en los 70.
Hasta el momento lo intentaron sin éxito, a pesar de haber recurrido al asesinato de jóvenes y piqueteros y a la introducción de provocadores dentro del movimiento. La clase dominante y el gobierno calcularon mal con la represión del 26 de junio en el puente de Avellaneda y el asesinato de los compañeros Darío y Maxi. No se esperaban la respuesta de indignación que barrió todo a su paso, como se puso de manifiesto en las impresionantes marchas que se convocaron a lo largo y ancho del país. Ellos pensaban que la respuesta a los asesinatos sería la desmoralización y la criminalización del movimiento piquetero, pudiéndolos presentar así como un movimiento de “terroristas” y “desclasados” . De esa manera esperaban que esto llevara a un sector del mismo, desesperado, a armarse de fierros e itakas para iniciar algún tipo de actividad “armada”. Esto se avendría perfectamente a sus planes para quebrar la respuesta popular.
Igual que en los 70 empezarían a poner el grito en el cielo contra la “anarquía”, las actividades “terroristas”, el “caos”, etc para ganarse a sus planes represivos y contrarrevolucionarios a un sector de la sociedad.
Por esta razón, los activistas obreros y juveniles no pueden caer en la provocación que nos tiende la clase dominante. Responder con actividades de “terror individual” a la justa indignación causada por las provocaciones conscientemente ejecutadas de la policía y de la SIDE sería un desastre para el proceso revolucionario que está en marcha. La trágica experiencia de los 70’s debe servir de lección a los revolucionarios argentinos. Sustituir la evaluación científica de las fuerzas sociales que actúan en la sociedad capitalista por el “sentimentalismo” revolucionario es un grave error.
Hay que responder a cada provocación, a cada asesinato, maltrato o encarcelamiento de un activista obrero o juvenil con la acción de masas, igual que hicimos tras los acontecimientos de Avellaneda. Este tipo de respuesta sí que alarma a la clase dominante, sí que debilita a las fuerzas represivas, sí que despierta a la actividad revolucionaria a nuevos activistas, sí que hace consciente a los trabajadores y jóvenes revolucionarios de su poder y fuerza. Este tipo de respuesta sí que nos acerca más al triunfo decisivo.