Casi doscientos años después de la emancipación de las colonias americanas del yugo del imperio español, Latinoamérica sigue sometida a los dictados del imperialismo internacional. La dominación colonial directa fue sustituida por la dependencia queCasi doscientos años después de la emancipación de las colonias americanas del yugo del imperio español, Latinoamérica sigue sometida a los dictados del imperialismo internacional. La dominación colonial directa fue sustituida por la dependencia que el conjunto de América Latina sufre a través del mecanismo del mercado mundial, por la dominación económica, primero a manos del imperialismo británico y posteriormente del imperialismo estadounidense.

La agobiante deuda externa que atenaza al conjunto de las economías latinoamericanas es una úlcera sangrante por la que escapan recursos colosales creados con la sangre, el sudor y las lágrimas de millones de trabajadores y campesinos pobres. Son decenas de miles de millones de dólares los que fluyen anualmente hacia las cuentas privadas de los grandes bancos y multinacionales americanas y europeas.

Cada vez que los trabajadores y campesinos pobres de cualquier país latinoamericano intentaron sacudirse el yugo de la explotación y la opresión (en Argentina, Chile, Nicaragua, Guatemala, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, etc) el imperialismo internacional, en estrecha alianza con las clases dominantes locales, instigó sangrientas represiones y dictaduras militares contra la población trabajadora.

No sorprende, por tanto, que el sentimiento antiimperialista esté tan arraigado en la clase obrera y la juventud latinoamericana. Es éste un hecho que contiene un innegable contenido revolucionario. Y este es el caso también en la Argentina.

En este sentido, no cabe hablar de una auténtica lucha por la emancipación de los pueblos y países oprimidos en Latinoamérica, al igual que en África y en Asia, sin una lucha consecuente e implacable por sacudirse la dominación imperialista.

Dentro de la izquierda y el campo popular existen diferentes formas de encarar la lucha antiimperialista. Entre éstos, hay trabajadores y jóvenes honestos y revolucionarios que buscan una salida “nacional” a la lucha antiimperialista y oponen a la idea de la revolución socialista una especie de revolución “nacional”, o frente a la idea de una Federación Socialista latinoamericana oponen un socialismo “nacional” y específico para la Argentina.

Entre estos compañeros existe la creencia de que, junto a los trabajadores y capas pobres de la ciudad y el campo, existe un sector nacionalista progresista de la burguesía mediana y pequeña (burguesía nacional) supuestamente interesada en escapar de la dominación que el imperialismo ejerce en el país. De lo que se trata para estos compañeros es el de formar una especie de Frente Antiimperialista que englobe a todos estos grupos y clases. En esencia, esto es una reedición de la teoría estalinista de las dos etapas: “primero luchar por la independencia nacional del imperialismo, y después luchar por el socialismo”, que ha demostrado su fracaso en innumerables ocasiones, incluida la Argentina.

Esta postura es el resultado de los análisis que caracterizan a Argentina como un país semicolonial. Normalmente se intenta diferenciar dos sectores dentro de la clase dominante argentina supuestamente enfrentados y con intereses opuestos. Por un lado, la vieja oligarquía agraria y financiera vinculada al imperialismo y por otro lado la burguesía “nacional” industrial supuestamente enfrentada a ellos. Estos análisis ya llevaron a algunos sectores a caracterizar al efímero gobierno burgués liderado por Saá como nacional-popular y mostrar su disposición a darle un margen de confianza y pactar con él.

En realidad, si nos basamos en una análisis científico de la sociedad argentina, no es verdad que ambos sectores de la burguesía formen dos clases diferentes. Son una y misma clase burguesa, capitalista. No hay ninguna diferencia de fondo entre los banqueros nacionales y extranjeros del grupo FIEL (partidarios de la más estricta ortodoxia neoliberal y de la dolarización) y el llamado “Grupo Productivo” o la Unión de Industriales Argentinos —UIA—. En este periodo, los capitales financiero, agropecuario e industrial están cada vez más fusionados entre sí y vinculados más estrechamente sus intereses a los del imperialismo. La inmensa mayoría de las grandes y medianas empresas argentinas pertenecen, dependen o están participadas por el capital bancario o por las multinacionales; a su vez los “industriales” se han beneficiado de la convertibilidad vendiendo sus empresas o participaciones de ellas, y dedicando parte de sus capitales a especular con la deuda o llevándoselos al exterior. Las divisiones dentro de esta oligarquía sólo reflejan diferentes opciones tácticas sobre el mejor modo de seguir dominando e! país y mantener sus beneficios en cada momento sobre la base de la ruina, la miseria y la explotación de los trabajadores, los desocupados y las capas medias. Cualquier ilusión en sectores de la burguesía o en los demócratas pequeñoburgueses, cualquier intento de negociar o pactar con ellos en lugar de impulsar la organización y movilización independiente de las masas trabajadoras, representa en la situación actual una amenaza mortal para las masas argentinas.

El capital bancario actualmente unifica a todos los sectores de la economía capitalista. Hay grandes estancieros que tienen acciones de empresas industriales y hay industriales que poseen extensas haciendas. Esto no quita que a la hora de hacer negocios, diferentes sectores de la clase dominante puedan enfrentarse por asuntos concretos pero que, en realidad, resulta ser una pelea para ver quien se lleva las plusvalías extraídas a los trabajadores, es decir el valor del trabajo no pagado al obrero. Pero ambos sectores de la burguesía demostraron muchas veces en este país que no tienen ningún problema para unirse cuando se trata de enfrentar al movimiento obrero, apoyando todas las medidas antiobreras de los gobiernos de turno si eso supone aumentar sus márgenes de beneficio. Estos mismos explotadores tampoco tuvieron ningún problema en financiar y apoyar todos los golpes militares habidos en nuestro país en los últimos 50 años y que han sido dirigidos, sin excepción, contra la clase obrera.

No hay solución bajo el capitalismo

En política, si dices “A”, debes decir “B”, “C” y “D”. Si no es así, se pueden cometer errores muy serios. El mayor crimen de los estalinistas en Asia, África y América Latina fue llevar al movimiento a conclusiones erróneas a través de la teoría equivocada de “la revolución por etapas”. De acuerdo con esta teoría (en realidad un refrito de las viejas y desacreditadas ideas mencheviques que Lenin siempre combatió), el carácter de la revolución en los países coloniales y subdesarrollados era democrático-burguesa, y por lo tanto el proletariado no debía intentar tomar el poder, sino subordinarse a la dirección de la “burguesía nacional”.

Frente a esta orientación política que se apoya en la colaboración de clases y que tantos desastres provocó a la revolución en Asia, África y América Latina, los socialistas revolucionarios nos basamos en las enseñanzas de la Revolución de Octubre y en la teoría de la “revolución permanente”, formulada por León Trotsky. Aunque no es este el sitio para desarrollar a fondo esta cuestión, baste con decir que en las condiciones modernas la burguesía no es capaz de jugar un papel progresista en ninguna parte. Si se examina la situación de todos aquellos países que consiguieron la independencia formal a partir de 1945, inmediatamente se hace evidente que en ninguno de ellos se solucionaron las tareas de la revolución democrático-burguesa, las más importantes de las cuales son: la independencia del imperialismo, la unificación nacional, la reforma agraria, y conseguir un elevado desarrollo industrial, social y cultural. Y si esto es verdad para los países semicoloniales y semifeudales, aún es más verdad para la Argentina que no pertenece propiamente a esta categoría de países y consiguió su independencia formal hace casi doscientos años.

Tomemos el ejemplo de India. Igual que Argentina, India es un país con un enorme potencial económico. Hace poco más de medio siglo que consiguió la independencia formal, ¿qué ha conseguido la burguesía india? No solucionó la cuestión agraria. Tampoco la cuestión nacional. No eliminó el monstruoso sistema de castas. No modernizó el país. Y lo más importante de todo, cincuenta y cinco años después del final del dominio imperialista directo, India es más dependiente del imperialismo que en cualquier otro momento de su historia. Lo mismo se puede aplicar al resto de países ex coloniales.

La conclusión es evidente: los problemas de la sociedad sólo se pueden solucionar cuando la clase obrera tome el poder en sus manos, cuando ponga fin al dominio de la burguesía y el imperialismo, nacionalizando la tierra, los bancos y las grandes empresas e implementando un plan socialista de producción. En cuanto a las tareas democrático-burguesas, se realizarán al tiempo que el proletariado en el poder acomete la transformación socialista de la sociedad. Pero la tarea central (como en 1917) es el establecimiento del poder obrero.

La experiencia del chavismo en Venezuela

Para los sectores nacionalistas “de izquierda” argentinos, el movimiento bolivariano de Chávez en Venezuela parece ser el modelo a seguir. En Venezuela, como en Argentina, se vive una situación revolucionaria, aunque allá los procesos están más desarrollados que en nuestro país. En parte, ello es debido a que, a diferencia de acá, en Venezuela sí existe una dirección del movimiento en la que confían millones de trabajadores, campesinos pobres y desocupados, liderada por Hugo Chávez.

La idea de Chávez es realizar la revolución “nacional” bolivariana para emancipar el país del control del imperialismo y para utilizar los recursos productivos de la nación en beneficio de la mayoría de la sociedad. Sin embargo, si analizamos la estructura de clases entre los dos campos contendientes observamos que en el campo de Chávez se agrupan todos los sectores oprimidos de la sociedad como señalamos antes, pero en el campo de la contrarrevolución se sitúan sin excepción todos los sectores de la burguesía nacional, e incluso, un sector significativo de la pequeña burguesía venezolana, que conspiran activamente contra el gobierno Chávez en estrecha colaboración con el imperialismo americano.

¿Dónde están, pues, los supuestos sectores “progresistas” de la burguesía nacional dentro del campo chavista? No existen. Todos los sectores de la burguesía nacional venezolana están encuadrados tras las banderas del imperialismo norteamericano. La única manera de conjurar el peligro de la contrarrevolución en Venezuela sería expropiando y nacionalizando las propiedades de los contrarrevolucionarios, incluyendo las multinacionales extranjeras, para evitar que utilicen los recursos productivos del país para sabotear la economía nacional y para financiar sus planes golpistas, como están haciendo. Pero hacer esto significaría despojar al conjunto de la burguesía venezolana y a las empresas extranjeras de sus propiedades, bancos, fábricas y tierras. Efectivamente, sería necesario llevar a la práctica medidas socialistas de expropiación. Pero implementar estas medidas supondría dar el golpe de gracia al capitalismo, y utilizar la riqueza de la sociedad para planificar democráticamente la economía en base a las necesidades de la mayoría. Con lo cual la lucha consecuente contra el imperialismo y contra la oligarquía nacional sólo puede conducir a la lucha por el socialismo. No ver esto es de una miopía extrema.

Lamentablemente, Chávez tiene miedo por ahora de llevar la revolución hasta las últimas consecuencias, negándose a tomar medidas contra la contrarrevolución, lo que resulta peligrosísimo porque da un respiro a ésta que volverá sin dudar a la carga con sus planes golpistas en un futuro inmediato. Ello no quita que ante un nuevo auge revolucionario de las masas Chávez pueda verse obligado a ir más allá de lo que desea en estos momentos, incluso consumando la expropiación de los capitalistas. Pero, a corto plazo, sus intenciones no parecen ir por este camino.

La actitud de Chávez no se explica solamente por la doctrina que le guía en su actividad práctica. Es verdad que Chávez no es un marxista ni un socialista. Chávez y su círculo se mueven dentro del campo ideológico de la pequeña burguesía buscando infructuosamente conciliar intereses de clases opuestos, el de los trabajadores y el de la burguesía. Pero esto es imposible como ya explicamos. Entre otras razones si Chávez no da el paso de nacionalizar la economía, como están exigiendo insistentemente miles de activistas obreros venezolanos, es por su miedo a que la revolución quede aislada en Venezuela, sometida al acoso del imperialismo internacional. Para los dirigentes chavistas esta perspectiva es como asomarse a un abismo. Por esta razón dudan, vacilan, intentan alcanzar acuerdos imposibles con la burguesía y el imperialismo.

El fijar como objetivo la revolución “nacional” es un callejón sin salida, es una trampa mortal, independientemente de los buenos deseos de los que la apoyan. La única lucha antiimperialista consecuente es la lucha por el socialismo, como antes dijimos. Pero la revolución socialista no puede quedar encerrada en las fronteras nacionales de ningún país latinoamericano. Es cuestión de vida o muerte que se extienda, no sólo para resistir con más garantías al imperialismo, sino para que nuestros hermanos de clase latinoamericanos salgan también de su situación de explotación y miseria y alcancen su verdadera emancipación, a la vez que juntamos las riquezas de todos los pueblos latinoamericanos para el común desarrollo de nuestro destino. No cabe duda, además, que la revolución socialista latinoamericana daría un impulso formidable a la revolución socialista mundial, no solamente en Asia y África, sino también en Europa y los EEUU.

Esta es, en esencia, la teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky, que una vez más se ve confirmada en los hechos. Una revolución que comienza en un país atrasado con objetivos democráticos y antiimperialistas se transforma en revolución socialista, y luego se extiende por los países de su entorno hasta desembocar en la revolución internacional. De esta manera la revolución adquiere un carácter ininterrumpido, permanente.

Nacionalismo burgués o internacionalismo proletario

Hace doscientos años, Simón Bolívar planteó la cuestión de la unidad de América Latina. Pero la burguesía latinoamericana demostró ser completamente impotente, podrida y reaccionaria. En lugar de luchar por la verdadera soberanía, su papel es el de chico de los recados del imperialismo. A pesar de toda la retórica “patriótica” e ilusiones de grandeza, la burguesía argentina no es una excepción. Se puso la gorra en la mano para pedir limosna a Washington y le han dado con la puerta en las narices. Al imperialismo le interesa mantener a los países de América Latina débiles y divididos, y las burguesías nacionales lo ayudan. Solamente el proletariado puede triunfar allí donde la burguesía fracasó. Pero para hacer esto, el viejo ondear “patriótico” de banderas que durante tanto tiempo confundió y desorientó a los trabajadores debe dejar paso a una comprensión de clase y a una perspectiva revolucionaria internacionalista.

¿Qué significa esto? El trabajador argentino está orgulloso de su país y apenado al verlo reducido a la actual situación de pobreza humillante. Por instinto siente que se podría recuperar el colosal potencial productivo de la Argentina, si el país no estuviese dirigido por esa pandilla de parásitos y explotadores. Este “patriotismo” de la clase obrera argentina tiene un contenido de clase revolucionario y progresista, sobre él nos debemos basar. Pero es necesario decir a la clase obrera la verdad. La única forma de resolver sus problemas es con la expropiación de la propiedad de los banqueros y capitalistas argentinos, y después unirse con el resto de los trabajadores y campesinos de América Latina en una federación socialista.

Combinando los colosales recursos del continente sería posible no sólo eliminar las causas de la desocupación y la pobreza, también sería posible encaminarse rápidamente en dirección al socialismo y a una vasta revolución cultural y social. En estas circunstancias, el imperialismo estadounidense se quedaría paralizado e incapaz de intervenir. Al contrario, los imperialistas estadounidenses se enfrentarían a una revolución en los propios EEUU.


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