Incluso en el mejor de los casos —que la consigna de la asamblea constituyente sea simplemente una irrelevancia— seguiría siendo una desviación innecesaria de las tareas más imperiosas de la revolución.Incluso en el mejor de los casos —que la consigna de la asamblea constituyente sea simplemente una irrelevancia— seguiría siendo una desviación innecesaria de las tareas más imperiosas de la revolución.

¿Cuáles son estas tareas? Sobre todo, la tarea principal es ganar a la mayoría de la clase obrera, empezando por su capa más activa. La cuestión decisiva acá son los sindicatos. En la Argentina no es posible ninguna revolución socialista a menos que se gane a un sector decisivo de los sindicatos. Como el principal sindicato (la CGT) todavía está controlado por los peronistas, la actitud de la vanguardia hacia esta capa adquiere una importancia decisiva. En su intento por controlar el movimiento de masas, la burguesía llevó a los peronistas al gobierno. Quiere que hagan el trabajo sucio al Capital. Al hacer esto, la burguesía está proporcionando a los trabajadores peronistas una excelente lección de cuál es la realidad del peronismo hoy. No es el periodo de los años 40 y 50, cuando Perón pudo subir los salarios de los trabajadores industriales un 47%, introducir pensiones para todos, el pago del aguinaldo, y además de llevar a cabo toda una serie de reformas generalizadas. En ese momento, el capitalismo argentino se había beneficiado de la enorme demanda existente de carne de vaca y trigo en la Europa de la posguerra. Ahora Argentina es un país en bancarrota y con una economía en ruinas.

‘¡Explicar pacientemente!’

En la primera etapa de la revolución (en Argentina estamos en esta etapa) existirá la tendencia entre los sectores más militantes de ir un poco “más allá” que el resto de la clase. Esto fue el caso en Rusia en las Jornadas de Julio de 1917. Los trabajadores y marineros más avanzados de Petrogrado sentían que el poder estaba en sus manos e intentaron pasar a la ofensiva, y fueron contenidos por la acción enérgica del Partido Bolchevique, lo que impidió una derrota sangrienta.

En realidad los trabajadores de Petrogrado podrían haber tomado el poder en julio, pero la dirección bolchevique sabía que sería aplastada por las provincias más atrasadas, que todavía tenían ilusiones en los eseristas y mencheviques.

En ese caso, la revolución rusa habría sufrido el mismo destino que la Comuna de París y entrado en los anales de la historia como otra derrota gloriosa, y no como la primera revolución socialista triunfante del mundo.

Antes de tomar el poder, fue necesario ganar a las capas más atrasadas. Eso requirió tiempo y un trabajo paciente en las fábricas, barracones del ejército, sindicatos y sóviets. Sin esto, la victoria resultaba imposible. En Argentina también es necesario explicar a los trabajadores más avanzados la necesidad de ganar a las capas políticamente más atrasadas de la clase. Sin esto el éxito de la revolución está descartado. Por eso Lenin insistía en la consigna “¡Explicar pacientemente!”. Este es un buen consejo para la vanguardia del movimiento obrero de nuestro país.

En la vanguardia existe un fuerte sentimiento de hostilidad hacia el peronismo. Y es bastante comprensible. Pero para romper la influencia que tiene el peronismo en la clase obrera no basta con denunciarlo y quejarse. En necesario ver las contradicciones internas que existen dentro del peronismo y que tarde o temprano van a provocar escisiones en líneas de clase. Debemos distinguir cuidadosamente entre los gángsteres burgueses que están en la dirección y los trabajadores honrados que votan a los peronistas y que participan en la CGT.

La primera necesidad es organizar y construir la vanguardia, asegurar que tiene métodos correctos e ideas correctas. Pero esto no es suficiente. Es necesario encontrar el camino a las masas. Esta no es una tarea sencilla. El mayor error sería imaginar que las masas ven las cosas como nosotros las vemos. Esto está muy lejos de la verdad. Si ese fuese el caso, ya estaríamos viviendo en el socialismo hace mucho tiempo y la tarea de construir el partido sería algo completamente innecesario.

Es fácil para nosotros comprender el papel reaccionario del peronismo. Pero las cosas son diferentes cuando llegamos a las masas de trabajadores organizados (por no hablar de los desorganizados). Durante décadas, la clase obrera argentina estuvo paralizada por el grillete del peronismo, que todavía tiene fuerza dentro de los sindicatos. Es verdad que su fuerza se fue debilitando en la medida que sectores de la clase obrera y la juventud están organizados fuera de sus estructuras (CTA, piqueteros, etc) y que, después de la amarga experiencia de Ménem, muchos antiguos votantes peronistas están desilusionados. Sin embargo, llegar a la conclusión que el peronismo está muerto es una idea completamente equivocada.

La principal debilidad de la situación es la ausencia de un movimiento generalizado de la clase obrera. A pesar de ocho huelgas generales combativas en los últimos tres años, la clase obrera todavía no participó como una fuerza independiente en los acontecimientos revolucionarios que se iniciaron los días 19 y 20 de diciembre. La mayoría de los trabajadores organizados están bajo el control de la CGT oficial. La burocracia sindical está haciendo todo lo posible para controlar a los trabajadores. El aparato de la CGT tiene un considerable poder y enormes recursos. Cuenta con el respaldo de la burguesía y el estado. En realidad, la burguesía argentina no podría mantener su dominio durante 24 horas sin su apoyo.

Los sindicatos

Por lo tanto, la cuestión de los sindicatos en general, y de la CGT en particular, ocupa un papel central en el proceso revolucionario.

En el pasado, el peronismo sufrió divisiones y escisiones. En la actualidad, el gobierno peronista está aplicando la política del FMI, lo que va a provoca serias divisiones dentro de la CGT. Debemos encontrar un camino hacia los trabajadores de base de la CGT y ganarlos para la vía revolucionaria a través de una cuidadosa aplicación de la táctica del frente único.

Es probable que parte de la izquierda en Argentina tenga objeciones a esta propuesta argumentando que la CGT está aplicando una política reaccionaria, está aliada con el gobierno y otras cosas por el estilo. Pero en primer lugar, estos argumentos se deben aplicar, no a los trabajadores organizados en la CGT, sino a la dirección de la CGT. Y en segundo lugar, en las condiciones actuales de crisis, despidos y colapso del nivel de vida, los dirigentes de la CGT, a pesar de ellos mismos, pueden verse obligados a una situación de semi-oposición, o incluso, a una oposición abierta al gobierno. En realidad, la CGT “rebelde” de Moyano ya está hablando de movilizaciones contra el gobierno, e incluso la CGT oficial de Daer ha advertido que el impago de los salarios a los funcionarios podría provocar una “explosión social”. Obviamente, la intención de esto burócratas es intentar ponerse a la cabeza del movimiento, cuando ya no puedan evitarlo, para garantizar que pueden traicionarlo.

La cuestión de los sindicatos es un asunto de vida y muerte para la revolución argentina. Una postura equivocada en esta cuestión tendrá consecuencias más serias para el movimiento que un error sobre la consigna de la asamblea constituyente.

Generalmente, los sindicatos tienen tendencia a ir rezagados en la revolución. Siempre existe un elemento de rutina conservadora, incluso entre los activistas, por no hablar del aparato. En contraste, órganos como las asambleas populares reflejan más fielmente el cambio de ambiente entre las masas. Están más cerca de los sectores más oprimidos, y son más abiertos a las ideas revolucionarias y la acción militante. Lo mismo ocurre con el movimiento de “piqueteros” que está formado principalmente por desocupados.

La vanguardia revolucionaria recibe una mejor respuesta con sus consignas y propuestas de acción en esta capa, que en la actualidad está en la línea del frente del movimiento. Utilizando una analogía militar, es como la caballería ligera que se mueve rápidamente a la línea del frente e inicia escaramuzas con el enemigo, probando su resolución y buscando el punto débil de sus defensas.

Pero ninguna guerra se puede ganar sólo con la caballería ligera. Para infligir una derrota decisiva al enemigo se necesitan los batallones pesados. Estos tienen unos movimientos más lentos y pesados, tardan un poco más de tiempo en alcanzar a la vanguardia. Pero al final su participación activa es decisiva para la resolución del conflicto. Cualquier idea de enfrentarse al enemigo de frente sin estas fuerzas es una invitación al desastre.

En la guerra de Crimea a mediados del siglo XIX, debido a un error de los comandantes británicos, enviaron a la caballería ligera a cargar contra los cañones rusos, provocando una terrible masacre. Un general francés que observaba asombrado la carga desde una cumbre comentó a sus compañeros: “¡C’est magnifique. Mais ce n’est pas la guerre!” (“¡Es magnífico. Pero eso no es la guerra!”). Los soldados británicos desplegaron un gran coraje frente al enemigo. Pero su acción llevó a una catástrofe. En última instancia, el motivo de la catástrofe fue una mala dirección.

La guerra de clases tiene muchas analogías con la guerra entre las naciones. Y una de las reglas de oro es que la vanguardia no puede separarse de las masas. Esa fue la postura de Lenin en 1917, cuando dedicaba nueve décimas partes de las energías de los bolcheviques a ganar a las masas de trabajadores y soldados que todavía, en vísperas de la insurrección, seguían la dirección de los mencheviques y SRs, y en algunos casos, incluso después de la insurrección.

Aunque los bolcheviques tenían como consigna central “¡Todo el poder a los soviets!”, también prestaban mucha atención al trabajo sistemático en los sindicatos. La mayoría de los sindicatos estaban controlados por los mencheviques y muchos todavía estaban controlados por los antiguos dirigentes, incluso después de Octubre. El sindicato de ferrocarriles, en particular, creó muchos problemas al nuevo régimen. Pero esto no hizo que los bolcheviques abandonaran su determinación a realizar un trabajo revolucionario en los sindicatos, por que este trabajo era un elemento clave de su estrategia.

Después de la revolución, cuando Lenin intentaba explicar a los nuevos e inexpertos partidos de la Internacional Comunista los principios básicos de las tácticas comunistas, explicaba (en La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo) cómo los bolcheviques bajo el zarismo trabajaban en los sindicatos más reaccionarios y atrasados, incluso en los sindicatos amarillos que creaba la policía para organizar a los trabajadores (los sindicatos Zubatov). Este trabajo es absolutamente indispensable en cualquier condición. Pero en el curso la revolución adquiere una importancia ardiente.

El carácter reaccionario de la burocracia de la CGT no necesita explicación. Es una cuestión de abecé para los marxistas. Pero lo que es evidente para nosotros, no necesariamente es obvio para las masas. Los trabajadores tienen un instinto de unidad poderoso, y en una revolución este instinto no se debilita, se fortalece. En unas condiciones de crisis terrible, desocupación y caída de los niveles de vida, los trabajadores organizados se agarran más tenazmente a su sindicato.

Los burócratas utilizan y abusan de este sentido de lealtad tradicional entre los trabajadores, para mantener sus propias posiciones. Ellos reflejan las presiones de la burguesía dentro el momento obrero. Actúan como una fuerza policial dentro del movimiento sindical, intentando controlar y disciplinar a los trabajadores en interés de la “paz social”. En Argentina, esta noción, normalmente, va mezclada con la demagogia “patriótica”.

La vanguardia y la clase

Es absolutamente necesario vincular firmemente la vanguardia con las masas, y comprender que las diferentes capas sacan conclusiones desiguales a ritmos diferentes. La vanguardia, activa en las asambleas populares y organizaciones piqueteras, está la primera línea de lucha. Son las tropas de choque de la revolución. Pero los batallones pesados de la clase obrera todavía no han entrado decisivamente en la acción. Llegarán, pero mientras lo hacen es necesario evitar alejarse demasiado de las masas.

No se trata de plantear la toma del poder como una consigna inmediata. La tarea inmediata no es la conquista del poder, sino la conquista de las masas. Pero esta cuestión va inseparablemente unida a la cuestión de los sindicatos.

Como ya señalamos, la principal debilidad de las asambleas populares es que todavía no están suficientemente relacionadas con los trabajadores organizados en las fábricas. En la situación actual, la creación y extensión de los comités de fábrica es una demanda fundamental.

Esta demanda no es en absoluto abstracta, parte de las necesidades objetivas de la situación. La defensa del empleo y asegurar el pago de los salarios obligará a entrar en la lucha a cada vez más sectores de los trabajadores. Los maestros y bancarios han convocado varias huelgas nacionales, y los funcionarios de todo el país están participando en batallas por el pago de los salarios. La profundización de la crisis ya destruyó miles de empleos en todos los sectores (textil, construcción, automóvil, etc.,) y amenaza a miles de trabajadores más. En este contexto la reivindicación, defendidas por las organizaciones piqueteras y aprobadas en las asambleas populares en la que se exige la nacionalización, bajo control obrero, de toda las fábricas que se declaran en bancarrota o que despiden trabajadores, debería ser la consigna central en la batalla destinada a implicar en el movimiento a la clase trabajadora industrial.

Las direcciones de las dos CGT están cada día más desprestigiadas. Hay rumores de una posible reconciliación de los sectores de Moyano y Daer. Su colaboración con el gobierno Duhalde y sus políticas antiobreras les pasará factura, tarde o temprano. Ellos están utilizando la aguda crisis económica y el miedo que existe entre los trabajadores a la desocupación para mantener maniatados a los batallones pesados de la clase obrera de la industria y el transporte.

Es comprensible, por otro lado, el miedo que sienten millones de trabajadores a caer en la desocupación, lo que equivale a saltar directamente a la miseria. Ni mucho menos esta actitud “pasiva” que se observa entre los trabajadores significa complacencia con sus dirigentes ni con Duhalde. Ellos padecen también los efectos de la crisis capitalista. Este sector de la clase obrera necesita acumular algo más de experiencia antes de lanzarse a la lucha y presionar masivamente a sus dirigentes para que encabecen las mismas, o a sobrepasarlos desde la base.

Este cambio entre la clase va a llegar, bien como resultado de una crisis hiperinflacionaria que se coma rápidamente los salarios, bien por un reanimamiento momentáneo de la economía que estimule la lucha reivindicativa, o por algún otro hecho que sacuda bruscamente sus conciencias, pero es inevitable que suceda. También es verdad que la perspectiva de un nuevo presidente y una renovación parcial del parlamento como resultado de las elecciones hace pensar a muchos trabajadores que quizás pueda haber una posibilidad de cambio: “bueno, aguantemos unos meses más, y a ver qué pasa”.

Pero cuando las esperanzas depositadas en un cambio real en las condiciones de vida y trabajo de millones de trabajadores no se concreten con el nuevo gobierno, toda la amargura, rabia y frustración acumuladas va a salir a la superficie con gran virulencia, y toda la situación sufrirá una transformación, situando a los sectores decisivos de la clase obrera a la cabeza de las demandas populares. El proceso revolucionario argentino se situará en una etapa superior. Es importante que los activistas obreros y de la izquierda tengan esta perspectiva en mente para no caer en el pesimismo o en la impaciencia.

La CTA

La CTA está jugando un protagonismo cada vez mayor dentro del movimiento obrero argentino. Si bien es verdad que los batallones pesados de la clase obrera del país, los obreros de la industria y el transporte, están encuadrados dentro de las CGT, a la CTA se han incorporado algunos sindicatos importantes de la CGT en el último año, entre ellos algunas seccionales de la UOM y otros.

Conviene recordar aquí que durante los primeros cinco meses del gobierno Duhalde, la actitud de la dirección de la CTA fue de estrecha colaboración con el mismo. Pero el deterioro de la situación social, los acontecimientos acaecidos en los últimos meses, en concreto los relacionados con la represión policial (Avellaneda, etc) y, particularmente, la creciente presión de sus bases llevó a la dirección de la CTA, primero, a una semioposición al gobierno Duhalde y, actualmente, a una oposición frontal al mismo.

En los últimos meses la CTA convocó huelgas y marchas contra el gobierno Duhalde. También se enfrentó a un proceso creciente de contestación interna a su dirección, en el que se ha destacado la organización juvenil del sindicato.

En el borrador de documento elaborado por la Mesa Nacional de la CTA de cara a su congreso de Diciembre se plantean toda una serie de ideas que suenan muy radicales, como son la crítica a las políticas amparadas por el FMI, al neoliberalismo, a las privatizaciones, etc. Esto es muy positivo. Sin embargo, la actual dirección de la CTA no se cuestiona el llamado sistema de “libre mercado”, el sistema capitalista. Pero ellos deben explicar a la base de la militancia qué es lo que los trabajadores hemos ganado bajo el sistema capitalista en la Argentina y qué futuro nos ofrece.

El apoyo que prestan al ARI y otras formaciones pequeñoburguesas destacados dirigentes del sindicato no hace sino desorientar a los trabajadores que buscan en la CTA una expresión más combativa en el frente sindical. La dirección de la CTA se negó reiteradamente a convocar a sus afiliados a las diferentes marchas convocadas por la izquierda en los últimos tiempos por miedo al contacto de su base con los sectores más combativos de los trabajadores, jóvenes y piqueteros. Pero esta política está alcanzando sus límites conforme la base de la CTA comienza a presionar a sus dirigentes desde abajo para que abandonen esta política, que es lo que está comenzando a suceder. En particular la juventud de la CTA llamó a que De Gennaro, Secretario General de la CTA, rompa sus vínculos con Carrió. Esto es totalmente correcto.

La nueva situación abre un fértil campo de trabajo a los activistas obreros de la izquierda dentro de esta organización, que hay que aprovechar. Al igual que en relación a la CGT la tarea de los socialistas revolucionarios es ganar para las ideas del socialismo a la mayoría decisiva de la militancia del sindicato, y en ese sentido corregir cualquier tendencia ultraizquierdista hacia la CTA que pueda provocar el aislamiento de la vanguardia en una situación crítica.

¿Crear nuevos sindicatos?

Como marxistas nos oponemos a la política escisionista dentro de los sindicatos, tanto en la CGT como en la CTA. Normalmente la idea de escindir los sindicatos es planteada por aquellos compañeros que se dejan llevar por la impaciencia o por las provocaciones de la burocracia sindical. Los trabajadores debemos fortalecer nuestra organizaciones de clase, en primer lugar los sindicatos. La unidad de los trabajadores en organizaciones comunes es lo que nos hace fuertes. Separados y dispersos los trabajadores se convierten en simple carne de explotación, como explicaba Marx.

Cualquier intento de separar a los obreros más avanzados de aquellos más atrasados constituye un gravísimo error. La idea de formar sindicatos “puros”, sin burocracia, etc., no resuelve la tarea de ganar a la mayoría de los trabajadores para la revolución socialista, la evita. En las condiciones actuales una escisión de la CGT o la CTA por parte de los elementos más avanzados no sería seguida por la mayoría de la militancia de los sindicatos. La clase así no se encontraría más unida, al contrario. Pero las direcciones burocráticas verán ese hecho con gran regocijo, al desembarazarse de los elementos más conscientes y luchadores dentro del sindicato. Con lo que así se consigue lo contrario de lo que se perseguía. La burocracia sindical lejos de debilitarse se fortalece todavía más, al quedarse el sindicato sin una oposición organizada que haga frente a la vieja dirección. La burocracia mantendría aún más férreamente su control sobre el conjunto de la militancia.

Hay compañeros que justifican sus posturas escisionistas diciendo que no se puede hacer nada dentro del sindicato frente a la “todopoderosa” burocracia. Es verdad que la burocracia puede recurrir durante un tiempo a expulsiones, persecuciones, despidos, etc contra los militantes más combativos para frenar la oposición a su política de pactos y consensos con la patronal y el gobierno.

En el fondo, la fortaleza aparente de la burocracia sindical no proviene sólo de la utilización desvergonzada del aparato para disciplinar a la base, eliminando los mecanismo de democracia interna del sindicato. Esto es así en parte y puede obstaculizar temporalmente la actividad de los elementos más avanzados en su lucha contra las direcciones burocráticas. Pero, lo que es innegable es que la fortaleza de la burocracia también proviene en gran medida de que la mayoría de los trabajadores del sindicato todavía no perdieron completamente sus ilusiones en los dirigentes, y éstos mantienen en mayor o menor grado cierta autoridad que la propia experiencia va a ir disipando conforme la paciencia y las ilusiones de los trabajadores en los mismos se vayan agotando y aquéllos se muestren totalmente incapaces de ofrecer una alternativa a los trabajadores.

Al final, las condiciones objetivas empujarán inevitablemente a los trabajadores a la lucha. En esas condiciones, los viejos dirigentes no tendrán sino una sola alternativa: o se ponen a la cabeza de las luchas para no perder totalmente el control o se verán superados por las bases, creando las condiciones para el surgimiento de una nueva dirección más combativa que gane la confianza de las mismas. No entender esto significa no comprender cómo funciona la psicología de los trabajadores. El que los elementos más avanzados, opuestos a las políticas de la burocracia sindical permanezcan dentro del sindicato resulta vital de cara al próximo futuro porque, en una nueva situación pueden emerger dentro del sindicato con la fuerza suficiente como para que el resto de los trabajadores los apoyen como una alternativa a la burocracia sindical.

La propia experiencia del movimiento obrero de nuestro país nos muestra también el desarrollo de los procesos futuros. A finales de los 60 y en los 70 la CGT fue sacudida por los acontecimientos revolucionarios de aquellos años. Surgieron tendencias clasistas y combativas dentro de la CGT que, en algunos momentos llegaron a agrupar a centenares de miles de trabajadores. Así vimos el surgimiento de la CGT de los Argentinos, un agrupamiento clasista combativo dirigido por Raimundo Ongaro, Secretario General del sindicato Gráfico, que fue capaz de ganar la dirección de la CGT al grupo de Vandor, que se caracterizó por su colaboración con la dictadura de Onganía. Obreros revolucionarios, como Agustín Tosco, Secretario General del sindicato Luz y Fuerza de Córdoba, o René Salamanca del SMATA de Córdoba, fueron líderes sindicales que surgieron de la base de la CGT en aquellos años, y se convirtieron en dirigentes de masas. Fuimos testigos también del surgimiento de las Coordinadoras obreras en multitud de fábricas del país que dirigieron ocupaciones de fábricas y huelgas muy combativas, y todas ellas surgieron también en la base de sindicatos de fábrica y seccionales de la CGT, al margen de la burocracia oficial. Lamentablemente este proceso de recomposición sindical no pudo completarse porque, ante la ausencia de un partido obrero revolucionario con influencia entre las masas, se vino el golpe militar cortando este proceso.

El movimiento piquetero

Uno de los hechos más significativos del movimiento obrero argentino fue el surgimiento y desarrollo del movimiento piquetero, que agrupa a trabajadores despedidos de sus empresas y a jóvenes desocupados mediante asambleas y movilizaciones masivas al margen del control del aparato sindical peronista y con una orientación y propuestas que recuperan métodos y tradiciones revolucionarias de la clase obrera.

El movimiento de los trabajadores desocupados agrupados en las organizaciones piqueteras, ha demostrado una capacidad de lucha, heroísmo y sacrificio que los situó a la vanguardia del proceso revolucionario, en la medida que la burocracia sindical todavía puede contener y paralizar temporalmente a la mayor parte de los obreros de la industria y el transporte. Los piqueteros, con su ejemplo y determinación, están señalando las tareas al conjunto de la clase obrera y los sectores más combativos de la juventud.

La vanguardia piquetera (surgida en muchos casos en zonas con tradición de lucha en torno a trabajadores de grandes empresas industriales desmanteladas) logró agrupar a decenas de miles de desocupados a través de piquetes masivos y cortes de ruta que bloqueaban el sistema productivo y la actividad de industrias, mercados, puertos, etc., exigiendo trabajo genuino, planes de empleo, comida y otras medidas sociales. La organización de estas luchas ha estado controlada por asambleas masivas que han llegado a obligar a los representantes de la administración central o administraciones provinciales y municipales a negociar bajo la supervisión de la asamblea para evitar corruptelas, intentos de dividir al movimiento y demás. Las luchas y huelgas generales de los últimos años sirvieron para mantener y reforzar la unidad en la lucha entre los piqueteros y otros sectores de la clase obrera y los sectores más combativos dentro de los sindicatos.

El movimiento piquetero surgió a mediados de los 90, e incluso antes con estallidos sociales como el Santiagueñazo (1993). A partir de 1996-97 estos estallidos, que hasta entonces tendían a permanecer aislados y adquirir el carácter de explosiones espontáneas de rabia, toman una mayor extensión, organización y conciencia de su fuerza y objetivos. Paralelamente asistimos a una sucesión de puebladas, en las que vecinos de todo un pueblo o barrio se echaban a la calle y cortan las rutas, paralizando la actividad económica —como si se tratara de una huelga— en exigencia de empleo, comida y otras demandas sociales. Así es cómo aconteció el Cutralcazo y otras explosiones parecidas en distintas provincias.

Un punto de inflexión tuvo lugar con el movimiento insurreccional en junio del 2001 en General Mosconi. A diferencia de otros estallidos anteriores en que las masas tras movilizarse “dejaban” que fuesen comisiones formadas por los distintos partidos o los representantes municipales quienes negociasen la creación de empleos o el envío de comida y medicinas, en esta ocasión el movimiento expulsó a la policía y a las autoridades oficiales de la ciudad y creó formas de poder popular controladas por asambleas. General Mosconi no hay Estado” reconocía el entonces ministro frepasista Cafiero.

La lucha piquetera dio pasos adelantes en su organización, coordinación y estructuración nacional con la celebración de las asambleas nacionales piqueteras en los meses previos a la caída del gobierno de De la Rúa, donde se aprobaban planes de lucha unificados en todo el país.

Lamentablemente, fue a partir de aquí, que un sector importante del movimiento se separó para iniciar una política de pactos y componendas con el gobierno Duhalde, que continúa hasta hoy. Así, a diferencia del Bloque Nacional Piquetero y el Movimiento de Trabajadores Desocupados “Aníbal Verón” y otros agrupamientos piqueteros combativos y anticapitalistas, que pelean para impulsar el proceso revolucionario en marcha, dos de los grupos piqueteros más importantes, como la Corriente Clasista Combativa (CCC) o la FTV-CTA, que habían ganado una autoridad y respeto entre las masas agrupando a sectores combativos de los trabajadores desocupados, optaron por practicar una política de conciliación con el gobierno Duhalde, entrando a formar parte de los Consejos Consultivos con la administración y negándose al mismo tiempo a convocar y participar en la Asamblea Nacional de Trabajadores de Febrero pasado convocada por el resto de organizaciones piqueteras y en los planes de lucha impulsados por el resto de organizaciones piqueteras.

Esta política está llevando a crisis y escisiones en el seno de estas organizaciones, en la medida que un sector de sus bases se niega a seguir siendo utilizada por los dirigentes para sus componendas y acuerdos. Esta situación dio un salto cualitativo con la brutal represión policial en el corte del Puente Pueyrredón en Avellaneda el pasado 26 de junio, acción que fue boicoteada por la CCC y la FTV-CTA. El asesinato de los dos compañeros de la CTD “Aníbal Verón” a manos de la policía y las declaraciones del dirigente de la FTV-CTA, D’Elía, que casi llegó a justificar la represión y la criminalización del movimiento piquetero combativo provocaron una repulsión generalizada, aislándolos del ambiente general, que se expresó masivamente en marchas multitudinarias los días 27 de junio, y 3 y 9 de julio por todo el país.

Fruto de su política oportunista y equivocada, la CCC fue perdiendo algunos de sus efectivos que se han incorporado a los grupos piqueteros más combativos. En la FTV-CTA por su parte, se produjo la escisión del grupo Barrios de Pie, que sigue dentro de la CTA, y una contestación interna muy fuerte contra D’Elía entre la juventud de la CTA que llegó a pedir su expulsión del sindicato.

A pesar de la energía desplegada y su combatividad, debemos ser conscientes de que, aisladamente, los objetivos del movimiento piquetero resultan imposibles de alcanzar. Por ello, el movimiento piquetero debería utilizar su fuerza y organización para hacer mil y un intentos de ligarse a los trabajadores ocupados para acelerar el proceso de toma de conciencia de los mismos en la perspectiva de incorporarlos decisivamente a la lucha. Además de los cortes de rutas, deberían ir directamente a las fábricas a repartir volantes, hacer asambleas conjuntas con los obreros ocupados, hacer votar resoluciones y participar conjuntamente con ellos en toda huelga o protesta que organicen; deberían, allí donde fuera posible, establecer organismos de coordinación y organización de la lucha, como coordinadoras o comités donde participen sindicatos, comisiones internas y cuerpos de delgados de empresas, representantes de los trabajadores de las fábricas ocupadas y asambleas populares, como se está haciendo en Neuquén y otros sitios.


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