Si hay algo que destaca de la situación política en Brasil es el tremendo descrédito del gobierno y de todos los partidos y personajes políticos que han apoyado el proceso de privatizaciones y recortes de los gastos sociales, que se aceleraron signifSi hay algo que destaca de la situación política en Brasil es el tremendo descrédito del gobierno y de todos los partidos y personajes políticos que han apoyado el proceso de privatizaciones y recortes de los gastos sociales, que se aceleraron significativamente desde que Cardoso accediera a la presidencia del país en 1994. Las encuestas de cara a las elecciones presidencias de octubre, realizadas el 9 de septiembre, son muy gráficas: Lula, el candidato del Partido de los Trabajadores, obtendría el 39% de los votos frente al 19% del candidato del gobierno, Serra. No deja de ser ilustrativo que el tercer colocado, Ciro Gomes, del Partido Popular Socialista, que ha dado una imagen antisistema en la campaña, tratando de competir con Lula, tenga el 15% de intención de voto.

La ventaja de Lula es un claro reflejo del enorme malestar social entre la población brasileña, la inmensa mayoría pobre.

Al más que probable vuelco en el terreno electoral se suma una situación económica extremadamente volátil. En los últimos días de julio cundió el pánico en el llamado mundo de las finanzas. Brasil corría el riesgo de deslizarse rápidamente por el mismo agujero que la economía argentina. En un solo mes el real había perdido el 22% de su valor y se habían retirado capitales de los fondos de inversión por un valor de 5.300 millones euros, totalizando un total de 14.000 millones de euros en lo que iba de año. En agosto la deuda de las empresas privadas de Brasil frente los acreedores extranjeros ascendía a 1.700 millones de dólares y El País diagnosticaba que "las dificultades que estas empresas encuentran para negociar plazos y condiciones rondan lo imposible". El rumor de que en breve Brasil no podría hacer frente a los pagos de la deuda externa se extendía como la pólvora. Se ha visto la poca consistencia que tenían aquellos análisis según los cuales Brasil "no tiene nada que ver" con Argentina.

El rápido hundimiento de la economía brasileña sigue estando implícito en la situación y lo que más preocupa a la burguesía y al imperialismo son las consecuencias políticas que esto acarrearía, sobre todo después de la experiencia argentina y teniendo el cuenta el efecto social y político que tendría una victoria del PT.

Para salir de paso y evitar un mal mayor el FMI finalmente se inclinó por conceder un nuevo préstamo a Brasil de 30.000 millones de dólares. Sin embargo sólo 6.000 millones serán pagados este año; el resto, 24.000 millones, serán desembolsados el año que viene y están estrictamente condicionados al cumplimiento de unas metas fiscales durísimas, que están cuantificadas y se revisarán trimestralmente.

La jugada es evidente: condicionar la política económica brasileña de un futuro gobierno del PT cuya base de apoyo social son los trabajadores, los campesinos sin tierra y en general los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

Pero si la burguesía nacional y el imperialismo temen una victoria del PT en un contexto de gran descontento social, de crisis económica y de enorme inestabilidad en todos los países de América Latina, los propios dirigentes de esa formación, surgida al calor de la lucha de los metalúrgicos contra la dictadura a finales de los 70, no parecen quedarse atrás. Su campaña electoral se ha caracterizado por echar jarrones de agua fría a cualquier expectativa de cambio social profundo, a evitar en lo posible que una victoria del PT sea interpretada como el inicio de una amplia movilización social para poner fin a décadas de miseria, de injusticia, de desigualdad y de represión, algo que efectivamente sería posible basándose en un programa socialista y la enorme fuerza de la clase obrera y del campesinado brasileño.

Según el comité electoral del PT la fase final de la campaña consistirá en tranquilizar a los enemigos tradicionales de la izquierda, los empresarios, los terratenientes, etc... En esa orientación juega un papel destacado el candidato a vicepresidente de Lula, un empresario del sector el Partido Liberal.

Veremos qué ocurre finalmente en las elecciones. Es muy probable una victoria del PT. Incluso sectores de la oligarquía, dando esa perspectiva como inevitable, han optado por apoyar a Lula como una forma de incrementar aún más la presión sobre el futuro gobierno. Tal es el caso de José Sarney, expresidente en la transición y un político de peso de la burguesía brasileña relacionado con los terratenientes.

Sin embargo, es inevitable, pese a que todos lo quieren eludir, una confrontación social en Brasil. Incluso antes de las elecciones el malestar en la base del PT es palpable. Lula ya ha sido contestado por su promesa de "acabar con las ocupaciones de tierra" hecha a los terratenientes. Los dirigentes del Movimiento de los Sin Tierra (MST) han declarado que el fin de las ocupaciones acabará cuando todas las familias que necesiten tierra estén asentadas. Lula cree que podrá conciliar intereses en el país más desigual de la Tierra, actuando como un gran "estadista", pero si llega al gobierno, la fuerza de los acontecimientos le obligará a optar entre los capitalistas y los trabajadores de la ciudad y del campo.


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