Los rasgos más destacados de las elecciones celebradas en Brasil el pasado 1 de octubre son la clara victoria de la izquierda y una gran polarización política. Si nos centramos en las presidenciales, las de mayor significado político (también hubo elLos rasgos más destacados de las elecciones celebradas en Brasil el pasado 1 de octubre son la clara victoria de la izquierda y una gran polarización política. Si nos centramos en las presidenciales, las de mayor significado político (también hubo elecciones en los estados, municipios, para el senado y para el congreso) el resultado es el siguiente: Lula, candidato del PT, obtiene el 48,61% de los votos; Heloísa Helena, del PSOL, partido escindido del PT por la izquierda, obtiene el 6,85%; Cristovam Buarque, ex ministro del gobierno de Lula y expulsado del PT obtiene el 2,67%. Así, la suma de los votos de la izquierda representa el 58,13% del total, frente al 41,58% obtenido por el candidato de la derecha Alckim, del PSDB.

Con todo, también es evidente que hay una recuperación del voto de la derecha. Si en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 el entonces candidato del PSDB, Serra, el único que se postulaba por la derecha, obtenía tan sólo el 23,2% de los votos y se situaba a más de 20 puntos de distancia de Lula, ahora la diferencia se reduce a 7. En comparación con la histórica y abrumadora victoria de Lula en la segunda vuelta hace cuatro años, con un efecto electrizante en todo el país, todo indica que la probable victoria en la segunda vuelta será ahora más disputada.

En Brasil el voto es obligatorio a partir de los 18 años y voluntario entre 16 y 18. Según varias informaciones periodísticas el índice de abstención ha sido el menor desde 1989. Analizando las diferentes zonas el incremento de la participación ha sido mayor respecto a hace cuatro años allí donde Lula ha ganado más holgadamente, en las zonas más pobres del norte y del nordeste del país.

Ha sido en el estado de Sao Paulo, el más poblado del país, donde la derecha ha obtenido su victoria más decisiva. El cinturón rojo de la ciudad de Sao Paulo es el núcleo más importante del proletariado brasileño y ha sido la cuna de la CUT y del PT; en la megalópolis, sin embargo, se concentra también una amplia masa de capas medias, de donde la derecha saca una buena parte de su apoyo electoral.

Recientemente Lula se quejaba, en una entrevista al periódico Folha de Sao Paulo, de lo desa-gradecidos que eran los ricos del país, que no paraban de atacarle a pesar de que bajo su gobierno los empresarios ganaron más dinero que nunca. Pocos días antes de las elecciones los grandes medios de comunicación ventilaron un caso de corrupción en el que varios cargos del equipo electoral del partido fueron sorprendidos intentando comprar un dossier para acusar al candidato de la derecha de malversación de fondos mientras fue gobernador del estado de Sao Paulo.

Ese episodio desató una intensísima campaña mediática en la que se acusaba al PT y a Lula de corrupción, reeditando el escenario, un tanto superado, de hace más de un año, en el que casi toda la cúpula del partido tuvo que dimitir por corrupción. En perfecta armonía con los medios, el candidato de la derecha se erigió en el adalid de la “ética”. En la medida que el PT acepta la lógica del capitalismo y su sistema es inevitable que la corrupción haya penetrado en su estructura, sobre todo por arriba; sin embargo el llamado “caso dossiergate” tiene toda la pinta de haber sido preparado meticulosamente por la derecha, ansiosos por recuperar la presidencia.

La arrolladora victoria de Lula en 2002 reflejó una amplia y profunda voluntad de cambio social que afectaba a la inmensa mayoría de la sociedad brasileña. Fue la expresión en el terreno electoral de un giro hacia la izquierda que venía afectando al continente latinoamericano durante años y que se sigue produciendo ahora. Tan claro era el sentido del resultado de aquellas elecciones que incluso las numerosas muestras de moderación de los dirigentes del PT y su acentuado giro a la derecha en el programa y en el lenguaje, no fueron suficientes para quitar del todo el miedo de la burguesía a las consecuencias políticas de una victoria tan arrolladora de la izquierda. La prensa estaba rabiosa, los medios financieros intranquilos, los terratenientes furiosos. Una vez en el gobierno Lula se propuso como tarea principal demostrar que él iba a ser más papista que el Papa en la aplicación de una política neoliberal. Ahora el sector financiero está contento, los grandes empresarios también, tienen más beneficios que nunca. ¿Fin de la historia? No.

Es necesario un giro

a la izquierda

Aunque los banqueros y la burguesía le pasen la mano por la espalda para que siga haciendo lo que está haciendo les queda un punto, muy bien fundado, de inquietud. Por supuesto, no por Lula sino por la actitud que puedan tener los sectores sociales que le apoyan —la clase obrera, el campesinado y en general las masas pobres de la ciudad y del campo—en esta segunda legislatura. ¿Hasta cuándo podremos mantener Brasil fuera del escenario revolucionario desencadenado en Venezuela, en Bolivia y en México se preguntarán, mirando con renovado y particular horror lo que está sucediendo en este último país? Y si ese es un destino más o menos inevitable, ¿de qué manera hacerle frente? ¿Cómo preparase para él? Conviene apoyarse en Lula, piensa la burguesía, para que frene a su base de apoyo social pero sin descuidar en absoluto el plan B, es decir, un gobierno con los representantes directos y tradicionales de la burguesía.

Y si la burguesía quiere recuperar la opción a la presidencia, tan severamente dañada en las elecciones de 2002, tiene que hacerlo de alguna manera. ¿Cómo? Agitando a su base de apoyo, sembrando inquietud en las capas medias, histerizándolas con el peligro del chavismo en el continente, con el gas que nos van a quitar los bolivianos por la falta de firmeza de Lula, utilizando de forma intensiva la prensa, la corrupción, etc. Esa es la dinámica. La polarización no es una opción “inteligente”, pero la realidad lleva a ella. En un reciente artículo de The Wall Street Journal se trazaba el siguiente panorama: “El presidente (…) parece encaminado a superar el escándalo de corrupción y ganar cómodamente otro periodo de cuatro años al frente del país latinoamericano con la población y la economía más grande de América Latina. Pero su victoria no saldrá gratis, debido en parte a la estrategia divisoria que el presidente ha elegido para desviar las acusaciones de corrupción y asegurar su reelección, Brasil experimenta un nivel inusitado de polarización entre las clases. (…) En discursos salpicados con una retórica de guerra de clases, el ex obrero (…) ha atacado a la élites, que casi lo obligaron a renunciar durante un escándalo de compra de votos el año pasado”. Y concluye: “Para liberar su potencial los economistas dicen que Brasil necesita aprobar reformas fiscales, laborales y de pensiones, que permitan reducir el tamaño del sector público (…) Pero algunos creen que el tono populista adoptado por el mandatario puede atarlo de manos en su segundo periodo. ‘No sé si logrará las reformas porque no caen bien entre la gente que votará por él’ dice un importante exportador de carne y amigo del presidente, que se presenta a congresista por un partido de derechas”.

A las puertas de un movimiento de masas

Un escenario de movilizaciones generales en un país como Brasil pone los pelos de punta a la burguesía y al imperialismo. No es seguro que Lula sea capaz de evitarlo y en realidad es para lo único que la burguesía y el imperialismo lo quiere. Quizás por eso un sector de la burguesía apuesta por enterrar al PT en una gigantesca montaña de corrupción, ganar las elecciones y así asestar un golpe desmoralizante contra los trabajadores y las masas pobres, en Brasil y en América Latina.

Es completamente lunática la postura de “neutralidad” de la candidata del PSOL, Helena Heloísa, para la segunda vuelta. Pero esa opción tiene también muchos peligros para la clase dominante. Recientemente Ciro Gómez advirtió que sin victoria de Lula en la segunda vuelta habrá tensión social y confrontación política exacerbada. Sugirió calma al gobierno y a la oposición, y que todos deben contribuir a desarmar la “bomba” social. Dijo que “si la población brasileña más pobre siente que, incluso partiendo de las propias instituciones, ha habido una práctica golpista que impide la reelección de Lula, yo temo realmente por el día siguiente que el país vivirá”.

Y lo más significativo: “La clase pobre cree en el camino democrático para superar su miseria. Lula materializó eso. Si pierde las elecciones, es parte del juego. Pero, si las personas creen que ha habido maniobras para derrotarlo, que no quepa ninguna duda que la revuelta y la reacción serán muy grandes”, previó, advirtiendo sobre los peligros del “comportamiento poco escrupuloso de la élite política brasileña”. Pero el hecho es que esa élite es la que hay y es un factor en la ecuación.

La próxima legislatura probablemente será muy inestable. La burguesía quiere que se reanuden las contrarreformas sociales y laborales pendientes. Tienen que seguir con severos planes de ajuste presupuestario para seguir cumpliendo con los compromisos adquiridos con el FMI y el superávit primario. Sin embargo, es muy significativo que parte de estas contrarreformas hayan quedado paralizadas desde el gran movimiento en la calle de los funcionarios públicos, a raíz de la aplicación de la ley de pensiones. Es cierto que el gobierno de Lula ha mantenido la misma política económica que la derecha, que los gobiernos de Cardoso. Pero también es cierto que desde entonces no se ha atrevido a un choque frontal con el movimiento obrero y ha pospuesto medidas más duras para la segunda legislatura. El choque se vislumbra: para millones de trabajadores y campesinos el gobierno de Lula sigue siendo su gobierno. Han tenido paciencia, han esperado cuatro años, pero las mejoras han sido escasas o nulas; a los ricos les ha ido muy bien.

Otra victoria de Lula alejará temporalmente el peligro de una vuelta de la derecha, puede ser el momento de arreglar las cuentas con “su” gobierno y obligarle a poner en práctica los grandes cambios prometidos. En cualquier momento las masas se levantarán, como lo han hecho en Venezuela, en Bolivia, en México. El accidente será lo de menos.


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