¡Alto al genocidio contra el pueblo palestino! Es difícil explicar en pocas palabras la magnitud de la tragedia que está ocurriendo en Palestina. Mientras la prensa progresista, tipo El País, dedica páginas a la polémica sobre las palabras de José Saramago (comparando las zonas de concentración de palestinos con Auschwichtz), sólo refleja tímidamente el horror de lo que pasa en Cisjordania y Gaza. El ejército israelí, el más moderno de Oriente Próximo, la única potencia nuclear de la zona, utiliza su arrolladora fuerza para destruir todas las infraestructuras palestinas (edificios, hospitales, carreteras, campos de cultivo, escuelas...) y asesinar impunemente a centenares de hombres, mujeres y niños, detener a cientos de miles y confinar a la población en el gran campo de concentración en que han transformado los territorios ocupados.

Israel es considerado, entre los Gobiernos de los países capitalistas avanzados (y en la UE), un Estado democrático. Al parecer, lo que está haciendo en Cisjordania y Gaza no es terrorismo, ni racismo, ni ocupación de un país entero. Algunos ministros israelíes defienden públicamente ideas como cortar la luz a las localidades de las que sean originarios los hombres-bomba, matar a sus familiares, expulsar a todos los palestinos de su país, bombardear mercados y comercios palestinos, pero a ningún diplomático europeo o norteamericano se les ocurre llamarles terroristas. En estos momentos, los tanques y los soldados ocupantes campan por sus respetos en las principales ciudades palestinas, y el que se atreve a salir arriesga su vida. En Ramala, ha sido ocupado y posteriormente destruido el Centro Médico de Socorro, sede de la principal ONG palestina; los médicos, enfermeros y enfermos fueron obligados a postrarse con las manos atadas durante seis horas. Poblaciones enteras están cerradas, ni siquieran pueden entrar las ambulancias, que también se arriesgan a ser tiroteadas. Una manifestación de oponentes a la ocupación, en su mayoría europeos, también ha sido tiroteada, con el resultado de varios heridos de bala, sin que la UE y su presidente de turno, Aznar (el Gran Antiterrorista) tomen la más mínima medida. El sábado 30 de marzo, los soldados entraron con perros en el Hospital Rahaie al Arabi, en Ramala. Durante toda la Intifada, los sionistas han arrancado el 50% de los olivos. Los muertos y heridos superan los 47.000. La mitad de la población vive en la pobreza. Así podríamos continuar y continuar...

La excusa de toda esta destrucción son los hombres-bomba. ¡Qué poca memoria se creen que tenemos! ¿Acaso no llevamos 35 años de ocupación, de represión militar, de expropiación de los mejores terrenos para construir asentamientos, etc.? ¿Acaso no empezó esta Intifada con la provocación de Sharon? Por supuesto, no apoyamos los métodos del terrorismo individual, pero es obvio que por cada palestino asesinado surgirán decenas de potenciales suicidas.

La continuación de esta dinámica infernal puede llevar incluso a una guerra en toda la zona, con las gravísimas implicaciones mundiales que tendría. Según un diario saudí, varios cazabombarderos nucleares en la frontera con Siria están en situación de alerta. Los reaccionarios dirigentes árabes quieren evitar esta guerra por todos los medios, pero en determinado momento su poder podría tambalearse, si la situación continúa empeorando y las masas árabes saltan a la lucha de forma generalizada. En estos momentos se suceden las manifestaciones, de Sudán a Kuwait y de Egipto a Bangladesh; las más importantes, con cientos de miles de personas, fueron en Beirut, durante la fracasada reunión de la Liga Árabe, y en Rabat durante la visita de Colin Powell a Marruecos.

Las causas del conflicto

Es normal que cualquier trabajador se pregunte: ¿cómo es posible esto? ¿Cómo dos pueblos que han sufrido tanto a lo largo de la historia no pueden entenderse y vivir en paz? Los marxistas ya advertimos que la creación del Estado de Israel, en 1947, no iba a dar solución a la cuestión judía, puesto que, sobre bases nacionalistas y capitalistas, sólo podía significar el destierro de la población palestina y la estrecha alianza entre la clase dominante israelí y el imperialismo USA. Hoy, ese Estado visto como refugio salvador por millones de judíos es un Estado que necesita el control económico y militar de la zona para disponer de mano de obra y recursos naturales baratos, un Estado militarista (los generales suponen una gran parte de la casta política y de la burguesía), un Estado religioso integrista. El pueblo israelí nunca ha gozado de relaciones normales con sus vecinos árabes, y así será siempre mientras no se desprenda de ese Estado reaccionario y del sistema que lo ha generado, el capitalismo.

A la clase dominante israelí no le interesa la paz. Todos sus sectores (desde Sharon hasta Simón Peres, pasando por el dirigente de la izquierda laborista Slomo ben Ami, partidario de la salida laborista del Gobierno) están de acuerdo en lo fundamental: mantener el régimen sionista. En lo que difieren es cómo: ¿no es mejor continuar esta guerra unilateral, y la ocupación militar, para desviar la atención de los problemas económicos y sociales de la sociedad israelí (la peor crisis económica desde 1953, recortes en los gastos públicos, paro del 10%)? ¿O es preferible aceptar un Estado palestino, siempre y cuando dependa económica y militarmente de Israel, continúe la mayoría de los asentamientos, no puedan volver los refugiados, etc.? La mayoría de los políticos burgueses están de acuerdo en combinar ambas cosas: se trata de machacar lo suficiente al pueblo palestino como para que acepte una negociación a la baja; las diferencias las marcan los métodos y el ritmo.

No obstante, sin una alternativa clara, sectores de la sociedad israelí se movilizan por una paz justa. Muchos jóvenes y trabajadores comprenden que la política de Sharon es una política de terror también para los israelíes, porque abona el terreno para más y más atentados palestinos. Algunos de ellos llegan a la conclusión de que es necesaria la retirada inmediata de Cisjordania y Gaza de las tropas. Reflejando la existencia de este ambiente, unos 250 militares se niegan a participar en operaciones en los territorios ocupados; en un manifiesto declaran que "no continuaremos luchando más allá de las fronteras de 1967 [en los territorios palestinos] para dominar, expulsar, matar de hambre y humillar a todo un pueblo". Es imposible que decenas de soldados y oficiales rompan públicamente la disciplina militar sin que exista una base social para hacerlo. Objetivamente, a la mayoría israelí le interesa vivir en paz, y esto exige una paz justa, pero para ello debe desembarazarse de su propia burguesía.

Los activistas palestinos están dando muestras de enorme heroísmo, sacrificando sus vidas por defender a su pueblo. Ese enorme esfuerzo debe servir para sentar las bases de una Palestina con todos sus derechos nacionales reconocidos, próspera y sin opresión de ningún tipo, tampoco social. Desgraciadamente, ninguna de las direcciones tradicionales de la Intifada explica cómo llegar a ello. Resistir es necesario, pero no suficiente. Los dirigentes integristas de Hamás son socialmente reaccionarios, y demagógicamente defienden la destrucción de Israel, aunque saben que es imposible. Los del FPLP, la izquierda de la OLP, oscilan continuamente entre los fundamentalistas y Al Fatah. La dirección de éste último, el partido de Arafat y el más importante, sólo tiene un programa nacionalista; a los burócratas alrededor de Arafat, los tunecinos, les gustaría vivir como los burgueses de cualquier país árabe, con una buena relación con Estados Unidos, sin meterse en aventuras y utilizando la bandera nacional para enmascarar su dominación de clase. Sólo que eso choca con los planes de los sionistas, que a su vez son el gran aliado del imperialismo USA.

Desde el punto de vista capitalista, una paz justa es imposible. La armonía entre pueblos, las relaciones económicas fraternas, chocan con la existencia del imperialismo, del capitalismo en su fase de podredumbre.

La clave para acabar con la brutal opresión del pueblo palestino es la adopción, por parte de la dirección de la Intifada, de un programa revolucionario, de transformación socialista de la sociedad. Sólo así se podrá minar la base de apoyo que tiene el reaccionario gobierno de Sharon en la población israelí. Tarde o temprano los trabajadores y jóvenes israelíes se darán cuenta que la masacre del pueblo palestino no hará sino profundizar el conflicto y cerrar el paso a la posibilidad de disfrutar de una vida normal. Ese proceso se aceleraría mucho más si, conscientemente, la dirección de la Intifada defendiese una alternativa socialista e internacionalista, materializada en la consigna de una Federación Socialista de Oriente Medio, que dejase meridianamente claro que el enemigo de los palestinos no son los judíos en general sino el criminal gobierno sionista, la burguesía israelí y los regímenes burgueses árabes.

¿Es posible derrotar militarmente al Estado capitalista israelí? La experiencia histórica demuestra que una victoria militar, incluso con la implicación de otros Estados capitalistas árabes, es extremadamente complicada, por no decir imposible. En el caso de una hipotética victoria de los regímenes reaccionarios árabes, la situación de los palestinos no haría sino pasar de la sartén al fuego y la población judía pasaría a ser la oprimida, eternizando otra vez el conflicto.

En realidad, a la burguesía de los países árabes la población palestina le trae sin cuidado. Intentarán por todos los medios evitar un conflicto abierto con Israel, lo único que le importa son sus privilegios y en todo caso utilizar la cuestión palestina como una forma de desviar la atención de sus problemas internos.

Sin embargo, estos regímenes son débiles, podrían ser derrocados si existiese una organización con un programa revolucionario y socialista, lo que daría una perspectiva totalmente distinta al conflicto.

La existencia del capitalismo, y por lo tanto de la burguesía y su aparato estatal, es consustancial al nacionalismo más estrecho, miope y reaccionario. Un programa que trate de resolver el problema palestino en el marco del capitalismo está condenado al más completo fracaso y la prueba es la situación actual, que surge después de años de negociaciones y acuerdos que no han resuelto absolutamente nada a los palestinos.

En realidad, sí existe la posibilidad de derrotar al régimen sionista, pero el hecho de que ningún grupo significativo de la dirección palestina vaya más allá de una solución en el marco capitalista distorsiona completamente la situación. Aboca a la población israelí a cerrar filas con el régimen sionista y a la población palestina a caer en la vía desesperada del terrorismo. En ese contexto la correlación de fuerzas es obviamente favorable al Estado israelí.

Sin embargo, si los palestinos levantaran la bandera de la Federación Socialista de Oriente Medio, apelando a los trabajadores y jóvenes israelíes y de los demás estados árabes a unificar la lucha contra las burguesías israelí y árabe con un programa socialista, la situación podría ser completamente distinta.

Incluso en la hipótesis de que Israel cediese a la formación de un Estado palestino —que obviamente sería una farsa de Estado—, al producirse en el marco del capitalismo, no sería más que la antesala de más conflictos y guerras, y por lo tanto la continuación de la pesadilla que vive la población de la zona.

La legítima aspiración a la formación de un Estado palestino sólo será viable y efectiva en el marco de una Federación Socialista de Oriente Medio. En el marco actual, en el que se produce una guerra abierta y desigual, no faltará quien defienda que este planteamiento es "utópico" y poco "práctico". Sin embargo, como hemos defendido muchas veces, las alternativas aparentemente "realistas", basadas en la "presión diplomática" o las propuestas de paz sin un contenido de clase acaban siendo una trampa y una fuente de violencia y sufrimiento para los oprimidos.

La única paz posible en Oriente Medio vendrá de la mano de la lucha de las masas con un programa socialista e internacionalista. Las otras alternativas "realistas" ya han demostrado su más rotundo fracaso.


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