Los responsables: el Gobierno fascista de Netanyahu, EEUU y Europa

El territorio palestino de Gaza ha pasado de ser la mayor cárcel a cielo abierto del mundo a convertirse en una fosa común donde se amontonan miles de cadáveres. La matanza de niños y niñas, de hombres y mujeres inocentes a manos de la maquinaria militar sionista en una planificada y sistemática limpieza étnica genocida, se está llevando a cabo con la complicidad del imperialismo estadounidense y europeo. Es difícil valorar que repugna más, si el supremacismo sionista de Netanyahu, o la cínica hipocresía de los gerifaltes occidentales cuando abren la boca para justificar lo injustificable. La humanidad ha descendido un paso más a la barbarie de la mano de unos Gobiernos que tienen la osadía de seguir hablándonos de democracia y derechos humanos.

Las imágenes son dantescas. Los bombardeos israelíes sobre Gaza han lanzado más de 18.000 toneladas de explosivos hasta el momento de escribir esta declaración, el equivalente a 1,5 veces la bomba atómica arrojada en Hiroshima. El saldo provisional deja más de 10.000 muertos, de los cuales 4.000 son niñas y niños, miles más todavía yaciendo bajo los escombros y que no pueden ser rescatados por la falta de maquinaria y combustible; más de 30.000 heridos, miles de mutilados, medio millón de casas destruidas y 1,4 millones de gazatíes desplazados.

Por si esto no fuera suficiente, el ejército sionista sigue atacando hospitales, convoyes de ambulancias, escuelas e incluso instalaciones de la ONU donde se refugiaban cientos de personas, mujeres y niños esperando que dichos espacios fueran aún seguros; de hecho casi 100 de sus empleados han sido asesinados por los ataques sionistas. Washington y Bruselas, que tanto han insistido en el derecho de Israel a defenderse, saben perfectamente que esta agresión contra la población civil no respeta ningún tipo de ley o convención internacional. ¡Pero les da exactamente lo mismo!

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Los bombardeos israelíes sobre Gaza han lanzado más de 18.000 toneladas de explosivos, el equivalente a 1,5 veces la bomba atómica arrojada en Hiroshima. El saldo provisional deja más de 10.000 muertos, de los cuales 4.000 son niñas y niños. 

A todo lo anterior hay que añadir la ejecución de un asedio medieval que impide la entrada de alimentos, medicinas y combustible, que ha cortado de cuajo el suministro eléctrico y las conexiones por telefonía e internet. Más de dos millones de palestinos, ¡el 40% niños y niñas!, están bajo la amenaza de morir de hambre, de sed, o por enfermedades como el cólera. El asedio ha llevado a 16 de los 35 hospitales de Gaza al colapso, y los que todavía mantienen precariamente sus actividades se encuentran en una situación crítica y pueden suspenderlas en cualquier momento. Israel está empleando armamento prohibido, como el fosforo blanco, y diferentes fuentes han denunciado la utilización de gas nervioso en los túneles que sirven a Hamás, es decir, están recurriendo a la guerra química y biológica.

Una solidaridad internacionalista cada vez mayor

Los planes de Netanyahu y de sus aliados occidentales se han topado con un obstáculo no previsto. Acostumbrados durante décadas a perpetrar matanzas contra el pueblo palestino, pensaban que el ataque de Hamás del pasado octubre les daba carta blanca para hacer cualquier cosa. Pero precisamente la pasividad de la llamada “comunidad internacional”, que no es más que complicidad abierta con el genocidio, está provocando una explosión de solidaridad internacionalista de un punto a otro del mundo.

Un levantamiento multitudinario que sacude tanto a los países árabes como a EEUU y Europa, que pone contra las cuerdas a todos los Gobiernos, su hipocresía y colaboración necesaria con la barbarie y que, a pesar de la represión, no ha parado de crecer y extenderse.

Tan solo este pasado fin de semana (4 y 5 de noviembre) marcharon sobre Washington más de 300.000 personas, más de dos millones abarrotaron Yakarta, centenares de miles hicieron lo propio en las principales ciudades del mundo árabe y decenas de miles semana tras semana llevan ocupando las calles de Londres, París, Berlín, Madrid, Barcelona y decenas de ciudades europeas. ¡Este es el camino para frenar la masacre del Estado sionista, y el apoyo a la misma del imperialismo norteamericano y europeo!

Y lo decimos porque la agresión no va a detenerse fácilmente. Tras arrasar Gaza con bombardeos desde el aire, el mar y utilizando la artillería terrestre, la siguiente fase de la operación, la invasión terrestre del norte de la Franja, se ha iniciado con fuerza. Una operación que profundizará la catástrofe humanitaria, organizará una expulsión masiva de los palestinos de sus territorios y reducirá Gaza a la mitad de lo que era.

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Se ha producido un levantamiento multitudinario que sacude a los países árabes, EEUU y Europa, que pone contra las cuerdas a todos los Gobiernos, su hipocresía y colaboración necesaria con la barbarie, y que no ha parado de crecer y extenderse. 

Es absurdo negar el carácter de genocidio a lo que está sucediendo. Para la clase dominante israelí y el aparato del Estado y su Gobierno, la justificación de estas atrocidades es pública y carece de complejos. Miembros del Gabinete de Netanyahu, como el ministro de Patrimonio, Amihai Eliyahu, consideran que no existen civiles en Gaza, solo animales, y defiende la legitimidad de usar la bomba nuclear para aniquilarlos. ¿Qué diferencia hay entre estas afirmaciones y la “solución final” ideada por los nazis para exterminar al pueblo judío? Ninguna.

Las declaraciones en ese mismo tenor de altos cargos israelíes, ministros, diputados, cargos militares, embajadores, médicos, etc., muchos de ellos del Likud y no solo de las organizaciones sionistas más extremistas, no son una anécdota ni ninguna excepción, sino el pan de cada día tanto en la prensa israelí como en la redes sociales, poniendo en evidencia el carácter supremacista, racista y colonialista que recorre las entrañas del Estado de Israel.

La amenaza real del fascismo sionista

Tal y como se está desvelando, uno de los objetivos de esta guerra para gran parte, si no la mayoría, del Gabinete de Netanyahu y del estamento militar es provocar una segunda Nakba, expulsar a los palestinos de Gaza a la península del Sinaí. Así lo ha puesto en evidencia un documento filtrado de la inteligencia israelí[1]. Un plan para el que necesitan la colaboración de la dictadura militar egipcia de Al Sisi, que por ahora no está por la labor, pero al que están intentando tentar con la condonación íntegra de la deuda externa egipcia.

La deriva cada vez más totalitaria del Estado de Israel, con un Gobierno cuyo discurso lo marcan elementos abiertamente fascistas, explica el salto en su deshumanización de la población de Gaza, tal y como hicieron los nazis con los judíos.

Los hechos son contundentes, y sin embargo, Biden, Sunak, Von der Leyen, Borrell, Macron, Scholz o Pedro Sánchez se niegan a mencionar la palabra genocidio, y nos hablan de una supuesta guerra entre Israel y Hamás en la que curiosamente solo una parte, los palestinos, pone las víctimas y solo se destruye Gaza. Nos hablan de la necesidad de que se respete la legislación humanitaria internacional, como si Israel no hubiera ya arrasado con ella, y lo hacen para tener una coartada de cara a sus lucrativas relaciones económicas y militares con el Gobierno fascista de Netanyahu.

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Miembros del Gabinete de Netanyahu, como el ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, considera que no existen civiles en Gaza, solo animales, y defiende la legitimidad de usar la bomba nuclear para aniquilarlos. 

Pero no solo es Gaza. La política chovinista y supremacista del Gobierno y el Estado de Israel ha animado y armado a miles de colonos fanáticos y a sus amigos de extrema derecha para lanzar una campaña de pogromos en Cisjordania, asesinando ya a más de cien palestinos e intensificando las acciones para expulsarles de sus tierras y casas. ¡También aquí quieren provocar una nueva Nabka!

Las fuerzas que dirigen el Gobierno pretenden consolidar Israel como una dictadura teocrática, donde la Torah sea la ley y los derechos democráticos más básicos de sus propios ciudadanos, tanto árabes como judíos, queden completamente suprimidos. El propio Netanyahu, en sus apariciones públicas, justifica la intervención militar como una guerra divina, de la luz contra la oscuridad, citando constantemente a los profetas bíblicos, al tiempo que la represión, incluyendo la amenaza de expulsión del país de los ciudadanos árabes-israelíes, contra cualquiera que se declare pacifista, activista de izquierdas o simplemente alce su voz contra la opresión al pueblo palestino, se ha recrudecido.

Esta deriva autoritaria plagada de fanatismo religioso no ha salido de la nada. La oposición laica y la izquierda socialdemócrata israelí, hoy prácticamente desaparecida, pero que gobernó durante décadas el país a través del Partido Laborista[2], y los sindicatos también, son muy responsables de que se haya llegado hasta este punto. En estos años esta supuesta izquierda ha alimentado e instigado la ideología sionista de la ocupación y un movimiento de colonos cada vez más extremista que ha terminado por convertirse en la espina dorsal y armada de la extrema derecha.

Son los mismos que ahora, a pesar de criticar a Netanyahu y la actuación de los colonos en Cisjordania, asumen y justifican la incursión genocida en Gaza. Esta nefasta política de unidad nacional no hace más que fortalecer a la ultraderecha supremacista sionista, poniendo además en el punto de mira al movimiento de masas que ha ocupado las calles contra la reforma de la justicia y el rumbo totalitario del Gobierno.

Netanyahu y sus aliados se han convertido en la vanguardia militarizada de un mismo fenómeno global del que forman parte Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei…, pero que en Israel se ha hecho más real y tangible. La amenaza de dictaduras bonapartistas con rasgos fascistas acusados, en el caso de Israel tocada de una raíz fanática sionista, no se puede despreciar. No solo pretenden eliminar del mapa al pueblo palestino, quieren aplastar cualquier resistencia y oposición de izquierda proveniente de la juventud y el movimiento obrero.

Pero Netanyahu y los suyos se enfrentan a obstáculos que no han sabido calibrar adecuadamente. En primer lugar, se están topando con una movilización masiva a escala global y, en segundo lugar, con brotes opositores muy importantes dentro de Israel incluso con las operaciones militares en marcha.

La guerra unilateral y genocida que ha lanzado no evitará que la crisis del Gobierno y del Estado sionista continúe profundizándose y que las contradicciones de la sociedad sigan expresándose en líneas de clase.

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Netanyahu y sus aliados se han convertido en la vanguardia militarizada de un mismo fenómeno global, del que forman parte Trump, Bolsonaro, Meloni y Milei… pero que en Israel se ha hecho más real y tangible. 

El cinismo del imperialismo occidental y el gran juego en Oriente Próximo

Esta actuación criminal no sería posible sin el respaldo político, económico y militar de EEUU, la UE y las principales potencias europeas. Un respaldo que, a pesar de la palabrería sobre las leyes humanitarias internacionales, no cesa, tal y como demuestran los 14.300 millones de dólares de ayuda militar a Israel aprobados recientemente por el Congreso y la Administración Biden.

Tras el ataque de Hamás, tanto EEUU como la UE se lanzaron a justificar cualquier actuación israelí bajo la excusa de su “derecho a la legítima defensa”. Así lo hicieron, entre otros, Von der Leyen o el mismo Pedro Sánchez. Pero las duras imágenes de los bombardeos en Gaza, de niñas y niños muertos y heridos, de barrios arrasados, y la actuación despiadada del Estado sionista han despertado la indignación de las masas en todo el mundo, obligando a los Gobiernos occidentales a recular en sus discursos, que no en los hechos.

Las manifestaciones masivas en decenas de ciudades norteamericanas y británicas, en París, en Barcelona o en Madrid, e incluso en Berlín, a pesar de la brutal represión del Gobierno socialdemócrata alemán, de la criminalización de la bandera Palestina y la ilegalización de colectivos de apoyo; la acción directa de la clase obrera ocupando estaciones o aeropuertos, como el de Atenas, bloqueando empresas israelíes o que hacen negocios con la ocupación sionista, o negándose a cargar material militar para la guerra en Gaza, como han planteado los sindicatos belgas, están suponiendo una enorme presión para los Gobiernos imperialistas occidentales.

Ahora, ante el temor por este levantamiento de masas, EEUU y los Gobiernos europeos presionan a Netanyahu para que contenga ¡un poco! su intervención militar, abra corredores humanitarios y considere a los civiles palestinos como seres humanos. Sin embargo, cuando tus aliados son nazis sionistas supremacistas, esos tímidos consejos caen en saco roto, como no podía ser de otra manera.

Ya hemos explicado en anteriores materiales que el ataque de Hamás no se podría haber preparado durante un año y ejecutado sin el conocimiento del Mosad, de la CIA y de la cúpula militar norteamericana e israelí, tal y como han puesto en evidencia los servicios secretos egipcios, que avisaron tanto a Israel como a EEUU. Pero el imperialismo norteamericano, igual que Netanyahu por motivos internos, necesitaba desviar la atención sobre el desastre que enfrenta en Ucrania. Querían dar un golpe sobre la mesa y tratar de recuperar terreno en Oriente Próximo tras haber encajado derrotas muy duras en Afganistán y Siria, de la puñalada que le ha asestado el otrora aliado Arabia Saudí, tras restablecer relaciones con Irán bajo el patrocinio de China, y de los avances evidentes del gigante asiático en la zona.

Pero ahora de nuevo todo parece torcerse. Nada le sale bien al decadente imperialismo norteamericano. No solo se ha cortado el intento de restablecer relaciones entre Israel y Arabia Saudí, una operación de mucho calado, sino que países que ya lo habían hecho a través de los llamados Acuerdos de Abraham, como Emiratos Árabes Unidos o Bahréin, podrían verse obligados a romperlas.

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EEUU y la UE se lanzaron a justificar cualquier actuación israelí bajo la excusa de su “derecho a la legítima defensa”. La indignación de las masas en todo el mundo, está obligando a los Gobiernos occidentales a recular en sus discursos, que no en los hechos. 

Este nuevo estallido en Oriente Próximo, que amenaza con una escalada militar en toda la región, no puede desligarse del cambio de correlación de fuerzas mundial y de la pugna interimperialista que libran EEUU y China por la supremacía. EEUU ha movilizado portaviones y soldados a la región a una escala sin precedentes. Pero no se trata solo de poderío militar, sino de la debilidad política que sacude a la superpotencia estadounidense, agravada por la extrema polarización política y social, y el auge de la lucha de clases en su propio territorio. Su creciente aislamiento internacional, y el de Israel, es innegable, y fue confirmado tras la votación en la ONU a favor de un alto el fuego donde solo arrancaron 14 votos en contra.

EEUU y Europa, campeones del colonialismo y del imperialismo, y de las mayores atrocidades durante el siglo XX y parte del XXI, no pueden dar lecciones a nadie. Pero sería de una ingenuidad absurda confiar en los Gobiernos burgueses árabes que hace ya mucho tiempo traicionaron y abandonaron la causa palestina, o en aquellos que utilizan demagógicamente la lucha del pueblo palestino para promover sus propios intereses imperialistas y geoestratégicos en la zona, como el régimen autoritario de Erdogan en Turquía, que mantiene en la peor de las opresiones al pueblo kurdo, o la dictadura capitalista de los ayatolás en Irán que no ha dejado de masacrar una y otra vez a su clase obrera y de reprimir con violencia brutal los derechos de la mujer y los levantamientos populares de los últimos años.

Estos regímenes reaccionarios y sus sucursales político-militares en la zona, como Hezbolá en Líbano, están cuidándose mucho de no impulsar una escalada contra Israel, negando cualquier vínculo con el ataque de Hamás y reduciendo su solidaridad a discursos retóricos y acciones menores en la frontera. Una decisión condicionada por sus alianzas con el emergente imperialismo chino, y que pone en evidencia que la lucha por la liberación del pueblo palestino no vencerá jamás, si se pliega a los intereses de las potencias regionales y los bandos imperialistas en conflicto.

El pueblo palestino tiene derecho a la resistencia armada, pero para vencer el único camino es la revolución socialista

Desde Izquierda Revolucionaria hemos defendido y defenderemos incondicionalmente el derecho del pueblo palestino a defenderse frente a la brutal agresión del régimen sionista. La lucha armada contra la ocupación y contra la reclusión y el exterminio en Gaza es legítima, igual que lo fue el levantamiento del gueto de Varsovia contra los nazis. Pero para que sea realmente popular y efectiva tiene que ligarse de verdad a la movilización de masas, a los métodos de lucha de la clase obrera, como la huelga general, y debe poner el acento en la solidaridad internacionalista. La causa palestina solo puede vencer, si adopta un programa revolucionario y socialista dirigido contra la clase dominante israelí y su Estado terrorista y también contra la corrupta burguesía árabe, incluida la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que se ha convertido en cipaya del imperialismo norteamericano y subcontratista policial del orden sionista.

Por estas razones, por toda la experiencia histórica acumulada, la izquierda que se reclama revolucionaria, en Palestina e internacionalmente, no puede mantener una actitud de seguidismo acrítico hacia Hamás. El hecho de que esta organización lidere en estos momentos la resistencia armada a Israel no nos debe cerrar los ojos al hecho, muy concreto, de que su política integrista y su sometimiento al Irán de los mulás es un claro obstáculo para construir una Palestina libre y socialista.

Hamás fue financiada en sus orígenes por Israel para combatir las tendencias izquierdistas del movimiento palestino y durante mucho tiempo calificada como un activo por Netanyahu y otros ministros sionistas fascistas como Smotrich[3]. Su oposición al papel colaboracionista con Israel de la ANP y de Al Fatah tras los Acuerdos de Oslo y de Madrid, le granjeó apoyos crecientes entre la juventud más militante y un amplio sector de la población gazatí. Dichos acuerdos no solo no establecieron un Estado palestino, sino que convirtieron a la ANP en un agente económico y policial de Israel para garantizar la seguridad en los territorios palestinos, reprimiendo a su propio pueblo y generando una burguesía palestina que se ha enriquecido fruto de sus negocios con la burguesía sionista y árabe.

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La izquierda que se reclama revolucionaria, no puede mantener una actitud de seguidismo acrítico hacia Hamás. Su política integrista y su sometimiento al Irán de los mulás es un claro obstáculo para construir una Palestina libre y socialista. 

Pero la autoridad de Hamás también se ha visto golpeada allí donde han gobernado, tanto por su incapacidad para resolver los acuciantes problemas de la población como por los niveles de corrupción que ha alentado. En una encuesta realizada en Gaza antes del ataque de Hamás, un 44% planteó no tener ninguna confianza en el Gobierno integrista, y un 23% “no mucha confianza”, mientras el 72% de los encuestados señalaba que existía mucha o bastante corrupción. En el caso de producirse elecciones, que llevan años suspendidas, solo el 24% votaría por Hamás, el 12% lo haría por Abbas y la ANP, mientras que Marwan Barghouti, disidente de izquierdas de Al Fatah encarcelado por Israel desde hace 20 años y figura destacada de la primera y la segunda Intifadas, podría cosechar un gran resultado[4].

Hamás es una organización integrista con un programa extremadamente reaccionario y actúa como correa de transmisión del Gobierno burgués y teocrático de los mulás en Irán. No puede ofrecer, por tanto, un camino efectivo para la liberación social y política del pueblo palestino, salvo que consideremos que los políticos que gobiernan en Teherán son un modelo a imitar.

En importante recordar las consecuencias nefastas de los enfoques “pragmáticos” y “realistas” cuando se habla de la cuestión nacional palestina. La mayoría de la izquierda internacional, la socialdemócrata y una cantidad importante de organizaciones de raíz estalinista o trotskista, se plegó ante Al Fatah y la trampa occidental de los “dos estados”. Hay que ser realistas decían, al tiempo que mostraban una completa desconfianza hacia la capacidad revolucionaria de las masas palestinas.

Pero como los hechos han dejado en evidencia, jamás han existido ni jamás existirán dos estados mientras Israel siga dirigida por una burguesía sionista y colonialista que base su modelo de dominación en el exterminio del pueblo palestino.

La batalla del pueblo palestino por su liberación nacional y la independencia va unida indisolublemente a la liberación social. No se trata de una lucha religiosa, como afirma Hamás, sino de clases. Una Palestina independiente solo será posible con la revolución socialista, y eso implica establecer puentes y vínculos de lucha con los sectores más avanzados de la clase trabajadora israelí, con el movimiento de izquierdas, feminista y democrático que también percibe como una amenaza la deriva totalitaria y fanática del Gobierno de Netanyahu y los colonos. ¡Solo así se podrá vencer la amenaza del fascismo sionista y su política de ocupación y limpieza étnica!

Como la historia ha demostrado en numerosas ocasiones, la lucha militar tan solo es un parte de la ecuación. Los movimientos de liberación nacional en Argelia, en Cuba o en Vietnam enfrentaban una abrumadora inferioridad frente a la maquinaria de guerra francesa o norteamericana. Sin embargo, su carácter revolucionario los convirtió en una referencia para la clase obrera y los oprimidos de todo el mundo, y eso fue clave para construir movimientos masivos y combativos de solidaridad internacionalista, que terminaron siendo fundamentales para la derrota del imperialismo. Así ocurrió también en Palestina con la primera y la segunda Intifada, que puso contra las cuerdas al régimen sionista como nunca antes.

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La batalla del pueblo palestino por su liberación nacional y la independencia va unida indisolublemente a la liberación social. No se trata de una lucha religiosa, sino de clases. Una Palestina independiente solo será posible con la revolución socialista. 

La solidaridad que recorre el mundo es un paso extraordinario, pero debe completarse con la defensa de una alternativa revolucionaria y socialista que ponga sobre la mesa la expropiación de la burguesía colonialista de Israel, la destrucción del Estado sionista y el derrocamiento de las burguesías árabes. Esta es la vía para garantizar efectivamente el derecho de autodeterminación del pueblo palestino, el fin de la colonización y la opresión imperialista, y la vuelta de todos los refugiados. Una Federación Socialista de Oriente Medio es la única opción realista para que las masas palestinas puedan vivir con dignidad y libertad.

Si queremos parar el genocidio, si queremos acabar con la barbarie en todas sus formas, hay que unir a los oprimidos bajo la bandera del socialismo. 

Notas:

[1]Expulsar a todos los palestinos de Gaza, recomienda el Ministerio de Gobierno israelí

[2]El Partido Laborista dominó la política israelí en las tres primeras décadas desde el surgimiento del Estado de Israel, gobernando ininterrumpidamente desde 1948 hasta 1977.

[3]ANTES DE PROMETER ANIQUILAR A HAMAS, LOS FUNCIONARIOS ISRAELÍES LO CONSIDERARON UN ACTIVO

[4] Lo que los Palestinos Realmente Piensan de Hamas


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