El 23 de enero de 2019 el Gobierno imperialista de Donald Trump lanzaba una ofensiva golpista de gran calado en Venezuela. Apoyándose en la oposición de derecha y ultraderecha y en los gobiernos más reaccionarios del continente (Bolsonaro, Piñera, Duque...), declaraba ilegítimo el Ejecutivo de Nicolás Maduro, elegido en las elecciones presidenciales de mayo de 2018, proclamando “presidente encargado” de Venezuela al ultraderechista Juan Guaidó. En pocos días, 60 gobiernos, incluidos prácticamente todos los de la Unión Europea, reconocían a Guaidó como “presidente legítimo” de Venezuela.
Un año después, el fracaso de este golpe de Estado no puede ser más evidente. Guaidó está completamente desprestigiado y las fuerzas que le apoyan tan divididas y desmoralizadas por la falta de respaldo popular que no han sido capaces de organizar ninguna manifestación en territorio venezolano desde hace meses.
El fracaso del golpe de Estado
Inicialmente, Guaidó consiguió movilizar a sectores significativos de las masas aprovechando el descontento ante el colapso económico que sufre Venezuela. En mayo de 2019, tras cuatro años sin publicar datos, el Banco Central de Venezuela (BCV) reconocía una caída del PIB del 52% en los últimos cinco años y una inflación del 100.060%, cifra que se ha incrementado desde entonces. Otras fuentes hablan de un desplome incluso más dramático.
El malestar social acumulado por el tremendo retroceso de los niveles de vida y la hiperinflación se vio espoleado por los efectos de las medidas de ajuste aplicadas por el Gobierno de Nicolás Maduro, especialmente tras la presentación el 30 de agosto de 2018 del llamado “Plan de Reactivación Económica”. Estas políticas del Gobierno del PSUV han dinamitado todos los avances sociales conquistados por los trabajadores y el pueblo venezolano bajo los gobiernos de Hugo Chávez.
Sin embargo, tras el éxito inicial de la manifestación convocada por la oposición el 23 de enero de 2019, quedó en evidencia que Guaidó actuaba como una marioneta de Donald Trump, llegando a defender una intervención militar estadounidense en el país, sin importarle las vidas humanas y la destrucción que ello pueda costar. Tampoco dudó en vincularse a los narcoparamilitares fascistas colombianos, y su equipo protagonizó sonoros escándalos de corrupción, entre los que se encuentra hacer suculentos negocios con la supuesta “ayuda humanitaria” para Venezuela. Los acontecimientos mostraron el abismo que separa a este oligarca reaccionario de los intereses y necesidades populares.
A la caída de apoyo popular al líder golpista, se sumó el contexto de crisis profunda del capitalismo latinoamericano, con prácticamente todos los gobiernos que la oposición venezolana presenta como modelo (Chile, Colombia, Argentina, Brasil, Ecuador) enfrentando protestas masivas, insurrecciones o huelgas generales.
Los objetivos de Trump y la debilidad del imperialismo estadounidense
El fiasco de la ofensiva golpista en Venezuela –junto a los de Afganistán, Siria, Iraq y el resto de Oriente Medio– pone en evidencia el fracaso de la estrategia de la administración Trump y la decadencia del imperialismo estadounidense. El objetivo de la Casa Blanca era recuperar el control directo de Venezuela, el país con las mayores reservas comprobadas de petróleo del mundo, y al mismo tiempo enviar un mensaje de fuerza tanto a las masas y los pueblos en lucha de Latinoamérica y del resto del mundo, como a sus rivales imperialistas chinos y rusos.
En Venezuela el movimiento revolucionario de las masas llegó muy lejos. El Gobierno de Hugo Chávez expropió varias empresas y latifundios para responder a la movilización de obreros y campesinos y recuperó –por primera vez en décadas– la idea de una revolución socialista. Pero Chávez se quedó a medio camino: nunca expropió a los capitalistas ni acabó con el Estado burgués promoviendo la instauración de Estado obrero socialista basado en el control y la gestión democrática de los trabajadores.
Esto permitió a la burguesía mantener su poder económico y a la burocracia que se desarrolló dentro de las empresas públicas, del aparato del Estado y el Ejército descarrilar el proceso revolucionario. A pesar de ello, el ejemplo de las expropiaciones en Venezuela, y sobre todo de lucha y resistencia contra los planes imperialistas que dio el pueblo venezolano –derrotando en las urnas 17 veces a la derecha y parando varios golpes de Estado y ofensivas de las bandas fascistas y terroristas lideradas por dirigentes de la oligarquía como Guaidó y otros– se convirtió en un punto de referencia para las masas oprimidas en el continente. Un objetivo del imperialismo estadounidense y las burguesías latinoamericanas es borrar totalmente ese punto de referencia, desacreditando al máximo la idea del socialismo.
A pesar de que Nicolás Maduro y el resto de dirigentes del PSUV están liquidando todas las medidas progresistas tomadas bajo los gobiernos de Chávez, la administración Trump sigue viendo en Venezuela un enemigo.
El Gobierno de Maduro se ha convertido en uno de los principales aliados en el continente del imperialismo ruso y chino, llegando a numerosos acuerdos con ellos con el objetivo de atraer inversiones y créditos de estos países y establecer un régimen de capitalismo de Estado. Un objetivo esencial del golpe impulsado por EEUU era desalojar a chinos y rusos de Venezuela y recuperar el control de lo que considera su patio trasero.
Ninguno de estos objetivos ha sido conseguido. De hecho, la reciente y patética gira de Guaidó por Latinoamérica y distintos países europeos lejos de fortalecer a la oposición venezolana se ha convertido en un reconocimiento de su debilidad y, con ello, de la del propio imperialismo estadounidense. Todos los llamamientos de la derecha venezolana a una intervención militar en Venezuela se han estrellado con la evidencia de que si Trump intentase tal cosa en este momento, se produciría un levantamiento de masas en toda América Latina y un rechazo masivo entre la propia población estadounidense. En los EEUU se vive una polarización política sin precedentes, con las políticas imperialistas del conjunto de la clase dominante cada vez más cuestionadas, y un candidato demócrata como Bernie Sanders, que se declara socialista, creciendo en todas las encuestas.
La política del Gobierno de Maduro
El fracaso de la ofensiva golpista y el debilitamiento de la derecha venezolana se ha vuelto a reflejar a comienzos de este año en la patética lucha por el control de la Asamblea Nacional, que domina la oposición desde su victoria en las elecciones legislativas de 2016. El Gobierno ha utilizado las divisiones generadas por el fracaso del golpe para apoyarse en una fracción de estos corruptos reaccionarios, la liderada por el diputado Luis Parra, contra la encabezada por Guaidó.
Mientras esta lucha por arriba se produce, las masas se mantienen completamente al margen, predominando el escepticismo y la indiferencia política. Y no solo hacia las acciones de la oposición de derecha y ultraderecha, también hacia el Gobierno. Todas las manifestaciones convocadas por este contra el golpismo y la intervención imperialista han estado a años luz de la masividad y entusiasmo que caracterizaban las movilizaciones durante los gobiernos de Chávez o, incluso, las del primer año y medio de Gobierno de Maduro.
La causa de esta caída espectacular no es difícil de entender. Aunque sigan hablando en sus discursos de “socialismo”, “revolución”, mencionando a Chávez cada dos por tres e inundando el país con sus retratos, los dirigentes del PSUV han decidido dar un giro de 180º a la derecha y liquidar todas las medidas progresistas y antiimperialistas tomadas bajo los gobiernos de Chávez.
El Gobierno actual ha establecido acuerdos con distintos sectores de la burguesía, intentando demostrar que puede gestionar mejor el capitalismo que sus opositores, y ha incrementado cada vez más su dependencia y sometimiento a los imperialistas chinos y rusos. Maduro –que hace un año denunciaba como “capitalista” y “contraria a la Constitución bolivariana” la dolarización de la economía– está aplicando buena parte de las medidas que vienen exigiendo los capitalistas venezolanos y extranjeros desde hace años, empezando por impulsar y extender en la práctica la dicha dolarización. “Ese proceso que llaman de dolarización puede servir para la recuperación y despliegue de las fuerzas productivas (…) Es una válvula de escape, gracias a Dios existe”, afirmaba recientemente.
Vinculado a todo lo anterior, el Gobierno ha respondido a la ofensiva golpista reforzando aún más el poder de la cúpula militar, concediéndole el control de empresas y sectores económicos clave para mantener y consolidar su apoyo. Este respaldo ha sido clave para el sostenimiento del Gobierno, pero ha acentuado las tendencias bonapartistas y autoritarias del régimen, sobre todo contra los sectores de la clase obrera que por la izquierda tratan de resistir este giro a la derecha y han sido duramente reprimidos.
Los planes imperialistas tenían por objetivo convencer a un sector de la cúpula militar para que derrocase a Maduro y apoyase a Guaidó. Pero los altos mandos militares, ante el escaso apoyo social a los golpistas, desconfían de las promesas imperialistas mientras puedan continuar haciendo buenos negocios y mantener su poder e influencia bajo la protección de los Gobiernos de China y Rusia
Los efectos de la dolarización y las recetas capitalistas
La dolarización, unida a otras concesiones y ayudas gubernamentales, ha abierto un abanico de oportunidades al capital nacional y extranjero, convirtiendo Venezuela en un inesperado paraíso fiscal. Esta es también una de las razones de que un sector de capitalistas no se sumase al golpe de Guaidó con la unanimidad y decisión que mostraron en 2002 contra Chávez. Entonces organizaron varios paros patronales y llegaron a cerrar las empresas mientras seguían pagando sus nóminas a muchos trabajadores, intentando provocar un colapso económico total.
A los pactos ya comentados con sectores de la burguesía tradicional se une una política consciente por parte del Gobierno Maduro de favorecer el desarrollo de una nueva burguesía surgida de las propias filas de la burocracia, que se está beneficiando de todo tipo de concesiones gubernamentales y ayudas públicas. En ambos casos, el de la burguesía tradicional y la llamada “boliburguesía”, su carácter parásito y reaccionario no puede ser más evidente, y están respondiendo a las concesiones del Gobierno de Nicolás Maduro como han hecho siempre: saqueando el ingreso petrolero y llenándose los bolsillos, sin revertir ni siquiera una mínima parte de esos beneficios a la inversión productiva.
Aunque el Estado les ha otorgado desde 2008 la mayor asignación de recursos desde los años 70, la formación bruta de capital fijo –que mide la inversión productiva– no ha hecho sino caer año tras año. Los inversionistas privados extranjeros se han llevado del país 275.000 millones de dólares, 4,8 veces más de lo que invirtieron entre 1976 y 2018. Si mañana, como ocurrió en Bolivia en 2019 con el Gobierno de Evo Morales, estos empresarios “aliados” considerasen más rentable y factible derrocar a Maduro y apoyar a la derecha buena parte de ellos no dudaría en hacerlo.
Esto último también es válido para las pretensiones chinas y rusas. Recientemente, Putin anunciaba la creación de un equipo de asesores ruso para ayudar a desarrollar políticas que “reactiven la economía” y hagan “rentable” la gestión de PDVSA y otras empresas públicas. Las declaraciones del ministro de Finanzas ruso, Sergei Storchak, sugiriendo “revisar” y “corregir” los “errores cometidos durante la nacionalización petrolera”, impulsada durante los Gobiernos de Chávez, abriendo la puerta a la privatización de PDVSA, dejan muy claro cuáles son los objetivos y consejos que cabe esperar de los Gobiernos burgueses de Putin y Xi Jinping. La “revisión” y “corrección” de estas nacionalizaciones solo significará cierres de empresas, reducciones de empleo y precarización de las condiciones de trabajo para la clase obrera venezolana, tal como están sufriendo los trabajadores rusos y chinos.
Los capitalistas chinos y rusos quieren proteger sus inversiones en Venezuela y garantizar la recuperación de sus préstamos (bastante limitados pese a todo) en el menor tiempo y con el mayor beneficio posible. Si mantienen este apoyo al régimen de Maduro es porque se trata de permanecer en un país clave de América Latina y arrebatar al imperialismo estadounidense un mercado fundamental. La defensa del “socialismo” no juega ningún papel en esta estrategia.
Reconstruir la izquierda política y sindical con un programa revolucionario
A corto plazo, la dolarización, unida a la salida de millones de personas del país y la llegada de remesas, ha dado un balón de oxígeno al Gobierno, pero su resultado ya está incrementando espectacularmente las desigualdades sociales. El otro efecto de este proceso general es desestructurar, dividir y desmoralizar a la clase obrera y al pueblo.
El factor decisivo que condiciona toda la situación en Venezuela es el tremendo colapso económico, que obliga a millones de personas a anteponer la lucha por la supervivencia a cualquier otro aspecto. Unido al profundo sentimiento de amargura por el abandono de cualquier perspectiva revolucionaria y a las políticas capitalistas del Gobierno de Maduro, la consecuencia ha sido un reflujo profundo en la moral y participación política de las masas, extendiendo el escepticismo y la indiferencia.
Para millones de trabajadores el salario ha dejado de ser la fuente principal de ingresos, teniendo que recurrir masivamente al “resuelve”: venta ambulante, distintas formas de economía informal, con la descomposición social y desmoralización que ello acarrea. A todos estos factores se une la burocratización de las direcciones sindicales, con los dirigentes de la central mayoritaria, CSBT, cooptados por el Gobierno y sectores minoritarios de la burocracia sindical en brazos de la derecha.
El único modo de resolver la catastrófica situación que sufre el pueblo venezolano es expropiando los bancos, las grandes empresas y la tierra, poniendo toda esa riqueza –producida por los trabajadores pero que hoy saquean los capitalistas y burócratas– bajo gestión directa de la clase obrera y el conjunto de los oprimidos para planificar democráticamente la economía. Pero este programa está en las antípodas de lo que defienden el Gobierno, los dirigentes del PSUV y la burocracia sindical.
El único camino para las organizaciones obreras y populares de Venezuela es construir un frente único que levante un programa de clase, verdaderamente socialista e internacionalista, que se proponga derrotar al imperialismo estadounidense y la ultraderecha, explicando al mismo tiempo que para acabar con ellos definitivamente hay que luchar contra las políticas capitalistas y burocráticas que está aplicando el Gobierno.
Un programa que defienda los derechos laborales y sociales, exija salarios equiparables al incremento constante de la cesta básica, combata el deterioro de los servicios y empresas públicas, el desempleo, las concesiones a los capitalistas, el asesinato de líderes obreros y campesinos, la criminalización de las luchas, la discriminación de la mujer y la destrucción ambiental. Solo así será posible reconstruir el movimiento obrero organizado y la izquierda, dotándolo de una dirección revolucionaria y militante, vinculando la lucha de los oprimidos en Venezuela a las revoluciones en marcha, movimientos de masas y levantamientos que en este momento protagonizan los jóvenes, trabajadores y campesinos de otros países del continente como Chile, Colombia, Ecuador…
¡Solo el pueblo salva al pueblo!
¡Únete a Izquierda Revolucionaria para reconstruir la izquierda y el movimiento obrero en Venezuela con un programa socialista e internacionalista!