Los cierres de fábrica no sólo dejan un legado de pobreza en recursos materiales, en bienes de consumo y en utilidades para el conjunto de la sociedad sino que vienen acompañados con el despido de centenares de miles de trabajadores que quedan sin otro sustento para alimentar a sus familias, agravando la penuria y la miseria que se extiende por toda la sociedad.
Los cierres de fábricas y la desocupación que llevan aparejadas supone negar el futuro a millones de familias trabajadoras que se ven arrojadas al lodo social, a una vida de humillación, de degradación y sin esperanzas. Por esta razón los cierres de fábrica y la desocupación constituye no sólo una tragedia y una condena de este sistema, constituye también un crimen contra la clase obrera y contra la humanidad.
Nuevamente vemos cómo la propiedad privada de los capitalistas entra en contradicción con las necesidades de la mayoría de la sociedad.
Posteriormente al estallido popular de diciembre, e incluso meses antes, presenciamos la aparición de un fenómeno enormemente inspirador para todos los trabajadores, como es la ocupación por parte de los trabajadores de un gran número de fábricas abandonadas o cerradas por sus patronos.
Los ejemplos más emblemáticos hasta la fecha fueron las ocupaciones de fábrica llevadas a cabo por los obreros de la cerámica Zanón, en Neuquen, y por las obreras de la textil Brukman, en Buenos Aires. El hecho más significativo es que estos trabajadores no sólo no se conformaron con mantener ocupadas las fábrica sino que las están haciendo producir bajo el control de los propios trabajadores. Después de esto tuvieron lugar nuevas ocupaciones como las protagonizadas por los trabajadores de la Clínica Junín, en Córdoba, la Panificadora El Aguante (antes Panificadora Cinco) en Capital, la metalúrgica La Baskonia en La Matanza, Grissinópolis, Gráficas Chilavert, y otras.
Estos trabajadores están dando un ejemplo al conjunto de la clase trabajadora de cómo no aceptar con resignación el destino a que nos condena la clase capitalista.
Pero estas ocupaciones tienen un alcance mayor. La ocupación de fábricas es uno de los puntos más avanzados a que puede llegar la lucha de los trabajadores, y demuestra un elevado nivel de conciencia de clase. Toda ocupación de un centro de trabajo, pone de manifiesto “Quién manda aquí”, pone en cuestión, en definitiva, la propiedad de los capitalistas y hace sacar a los trabajadores una conclusión revolucionaria; “nosotros somos los que producimos, y la fábrica es de los trabajadores que la hacen producir”.
Esto tiene una importancia de primer orden, porque, de una manera práctica, los trabajadores a través de su experiencia llegan a la conclusión de la propiedad colectiva de los medios de producción, es decir los trabajadores llegan a la idea de la propiedad socialista de los medios e instrumentos de trabajo, y del producto de ese trabajo, que son las mercancías producidas por los propios trabajadores.
Es normal, por tanto, que los capitalistas y su corte de empleados a sueldo: los políticos burgueses, los jueces y sus plumíferos en la prensa burguesa estén poniendo el grito en el cielo bramando contra el ejemplo que humildes trabajadores están dando al conjunto de su clase.
Hay que decir también que el fenómeno de las ocupaciones de fábrica está en lo mejor de la tradición de la clase obrera argentina, y los trabajadores que están protagonizando las mismas no hacen sino reanudar el hilo de la historia y de las tradiciones de la clase trabajadora de nuestro país.
Los sindicatos tendrían que hacer suyo lo que, hasta ahora, resultó ser la iniciativa y el coraje revolucionario de unos pocos cientos de trabajadores. Hay que llevar a la práctica el acuerdo tomado en multitud de asambleas piqueteras y populares: “nacionalización sin indemnización y bajo control de los trabajadores de toda empresa que cierre o despida trabajadores”. Es esta consigna la que necesita llevarse a la práctica para conjurar la desocupación y la miseria a que se ven abocadas decenas de miles de familias obreras.
Estatización bajo control obrero o formación de cooperativas
Al calor de estas ocupaciones surgió el debate entre los trabajadores que llevaron a la práctica las mismas y entre el conjunto de los activistas del movimiento obrero sobre qué hacer con las fábricas ocupadas, si exigir su estatatización, manteniendo los trabajadores su control sobre las mismas, o transformarlas en cooperativas gestionadas por sus trabajadores.
La diferencia entre una fábrica estatizada bajo control obrero y una cooperativa es mayor de lo que puede parecer a primera vista y tiene implicaciones políticas muy grandes, inclusive para el destino del proceso revolucionario abierto en la Argentina.
Desde El Militante defendemos la idea de que, incluso bajo el capitalismo, es más correcto exigir la estatización de las fábricas ocupadas manteniéndolas bajo el control de los obreros que su transformación en cooperativas gestionadas por los trabajadores. Consideramos que de esa manera se preparan mejor las condiciones para una transición hacia la economía socialista.
Bajo las condiciones modernas de producción en el capitalismo ningún sector de la producción, ninguna fábrica aislada puede escapar a la división del trabajo que hay establecida. No existe una sola empresa, ni siquiera una sola multinacional en todo el planeta que pueda controlar de principio a fin todos y cada uno de los elementos que intervienen en el proceso de producción de sus mercancías. En otras palabras, ninguna puede ser autosuficiente por sí misma. Ladrillos, cemento, metales, nafta, plásticos, tejidos, cables eléctricos, transporte, venta, etc, es tal la variedad de productos y elementos diferentes que entran en juego en la producción y venta de mercancías que, en mayor o menor grado, cada empresa individual depende de la producción y de la organización del conjunto de la economía capitalista para poder producir y vender sus propias mercancías. Así, por ejemplo, la subida de los precios o la escasez de suministro de la nafta tiene un impacto inmediato en la producción de multitud de empresas; o la escasez de tal materia prima, etc.
Las contradicciones del cooperativismo
Por la propia naturaleza de las empresas capitalistas, en situaciones de crisis aguda, suelen ser las pequeñas y medianas empresas la más afectadas por los cierres patronales. No es una casualidad que, salvo el caso de Zanón, el resto de las fábricas ocupadas pertenezcan a este tipo de empresas. Son las que están más expuestas a estas situaciones. Aunque se transformaran en cooperativas, no dejarían de ser pequeñas empresas sometidas, más agudamente que las grandes empresas, a los vaivenes del mercado capitalista, particularmente en una situación como la actual.
La primera dificultad a la que se enfrentarían los trabajadores de cooperativas sería al boicot que ejercerían contra ellos el resto de la clase capitalista. Los capitalistas considerarían un ataque a sus intereses de clase el que una fábrica sea arrebatada a su propietario por parte de los trabajadores. Tratarían de responder unificadamente, utilizando sus resortes económicos, políticos y judiciales para socavar la viabilidad de la cooperativa. Por ejemplo, los compañeros de Zanón comentaban que la empresa que les vendía unos envases especiales de cartón para empaquetar los productos cerámicos decidió dejar de suministrárselos, tras una petición de los antiguos dueños de la fábrica.
Para resistir las presiones del entorno y del propio mercado en un contexto de crisis, los trabajadores de cooperativas tendrían que recurrir a la autoexplotación para mantener sus productos competitivos en el mercado: con largas jornadas de trabajo, salarios limitados, etc. Es verdad que no habría un patrón individual, pero resultaría inevitable el surgimiento de cierta mentalidad de pequeño propietario entre los trabajadores de la cooperativa, diluyéndose su conciencia de clase. La formación de una cooperativa tendería además a separar a estos trabajadores del resto de la clase, pues la presión cotidiana del trabajo los empujaría más y más a intentar mantener a flote la cooperativa, a espaldas de lo que aconteciera al resto de la clase obrera de su localidad y del país.
El hecho de que hubiera dos o más cooperativas del mismo rubro en su barrio, localidad o provincia llevaría inevitablemente aparejada una competencia entre ellas para ver quien puede sobrevivir por más tiempo, con el riesgo evidente de que los trabajadores de éstas no se vean como hermanos de clase, sino como competidores que hay que desalojar del mercado cueste lo que cueste.
Los trabajadores que ocuparon sus fábricas tuvieron que pelear muy duramente durante meses con huelgas, cortes de ruta y organizando marchas para conseguir sus objetivos. En muchos casos resultó vital la solidaridad de clase que despertaron entre trabajadores de otras empresas o entre los desocupados de su localidad. Pero una vez que intenten poner en marcha sus cooperativas, en las condiciones que antes describimos, pueden ver, a su pesar, como un gran incordio y una molestia el participar cotidianamente en huelgas, marchas y cortes de ruta en solidaridad con compañeros que se encontrarán en su misma situación anterior, porque ello supondrá paralizar durante dos horas o un día entero la producción en su cooperativa.
Si el fenómeno de las cooperativas se generalizase la clase obrera se atomizaría y se dispersaría. El objetivo de la lucha por la transformación socialista de la sociedad se diluiría, porque se perdería la perspectiva y la necesidad de la toma del poder por los trabajadores. La mentalidad que se instalaría, en cambio, sería la de “sálvese quien pueda”, para al cabo de un tiempo volver a la situación inicial porque, salvo excepciones, la gran mayoría de experiencias cooperativas fracasaría con cada nuevo empuje de la crisis capitalista.
En el capitalismo, la formación de cooperativas tiene como única virtud demostrar que los capitalistas no son necesarios para el funcionamiento de la economía, que es posible hacer funcionar las fábricas sin su concurso y que los trabajadores están suficientemente capacitados para hacerlas funcionar por sí mismos. Pero sería un error grave crear ilusiones en que las cooperativas son una alternativa a las empresas capitalistas individuales, sin romper con el propio marco del capitalismo.
El reclamo de la estatización bajo control obrero
La estatización, bajo control obrero, de las fábricas y empresas forma parte permanente del programa del marxismo y de los socialistas revolucionarios en cualquier situación, inclusive en una etapa de funcionamiento “normal” del capitalismo. Con más razón todavía hay que esgrimirla en momentos de crisis capitalista y en situaciones revolucionarias.
Hay que dejar por sentado que esta estatización hay que llevarla a cabo sin rescate alguno, sin pago de indemnización a sus antiguos propietarios. Ellos ya robaron durante muchos años a los obreros en la fábrica llevándose las plusvalías creadas por los trabajadores con su trabajo. Además una indemnización tendría el peligro de descapitalizar la fábrica, o de drenar recursos del Estado, de secar sus fondos, que resultan imprescindibles en manos de los trabajadores para reactivar la producción de las empresas.
Defender la consigna de la estatización bajo control obrero traza en la conciencia de los trabajadores un puente, un vínculo entre su experiencia concreta derivada de la crisis capitalista y sus efectos (desocupación, cierres de fábrica, despidos, reducciones de salario, etc) con la necesidad de expropiar a la clase capitalista (estatización) para solucionar permanentemente los problemas de los trabajadores. Es una consigna que liga la situación que padecemos en estos momentos bajo el capitalismo con la necesidad del socialismo; por eso se denomina a estas consignas: consignas de transición al socialismo, o consignas transicionales, en el lenguaje científico del marxismo.
¿Qué ventajas ofrece a los trabajadores de las fábricas ocupadas este reclamo frente a la reivindicación del cooperativismo?
Lo más importante es que este reclamo fortalece la conciencia de clase de los trabajadores, fortalece sus lazos de solidaridad de clase en toda la nación y empuja a la clase obrera a la lucha unificada por la toma del poder, por la revolución socialista.
Aquí los trabajadores no están reclamando ser una asociación de propietarios individuales de su fábrica, algo que sí se deriva del cooperativismo; sino que quieren seguir siendo obreros, y que sea el Estado (es decir, el conjunto de la sociedad, donde las familias trabajadoras constituimos la inmensa mayoría) el propietario de la misma. Eso sí, la fábrica debe funcionar bajo el control democrático de los trabajadores que la hacen funcionar: controlando la producción, distribución, venta, condiciones de seguridad en el trabajo, salarios, etc. Los trabajadores podrían planificar la producción atendiendo, en un primer momento, las necesidades de su localidad, zona o provincia en colaboración con las asambleas populares y organizaciones de desocupados.
Los obreros que produjeran con este reclamo no verían a los de la fábrica de su mismo rubro en su localidad o provincia como competidores a los que habría que expulsar del mercado sino como hermanos de clase a los que estimularían para que se sumaran a ese mismo reclamo para ser más fuertes. Incluso podrían establecer las bases para una fusión, integración o colaboración de dichas fábricas para avanzar en el desarrollo de la producción, dividirse el trabajo y atender un nivel de necesidades mucho mayor que yendo cada una por sí sola.
Vemos así que este reclamo, asumido por todas las fábricas ocupadas, apuntan a la misma dirección: que sea el Estado quien se haga cargo de las fábricas, bajo nuestro control. Además, la manera más efectiva de hacer frente al boicot del resto de empresas capitalistas contra las fábricas ocupadas sería repetir esa misma exigencia: que las fábricas que ejerzan este boicot sean también expropiadas por el Estado bajo el control de sus trabajadores. De esta manera la lucha se unifica con esta común exigencia y apunta directamente a la necesidad del poder obrero, de un gobierno de los trabajadores en todo el país, ante la segura negativa del Estado burgués a llevar a cabo la expropiación de las empresas capitalistas.
Los compañeros que apuestan por la forma cooperativa justifican su postura diciendo que quieren gestionar sus empresas independientemente de cualquier gobierno burgués y, en concreto del actual gobierno burgués corrupto que padecemos. Esta postura es bastante comprensible. Pero estos compañeros deben tener en cuenta dos cosas. Primero, que la condición que proponemos para la estatización de las fábricas ocupadas es que deben seguir funcionando bajo el control de sus trabajadores, con lo que no aceptaríamos ingerencias o coacciones que viniera de ningún gobierno burgués de turno, apelando como se vino haciendo hasta ahora en estas fábricas ocupadas a las huelgas, marchas, cortes de ruta y llamamientos de solidaridad al conjunto de la clase trabajadora para desbaratar cualquier medida dirigida a socavar nuestro control o nuestros intereses. Segundo, repetimos que nuestro método de gestión y organización fortalece la conciencia y la lucha de la clase obrera en la perspectiva de la toma del poder por los trabajadores, mientras que la forma cooperativa no, al crearse la mentalidad de que la revolución se puede hacer empresa por empresa, o de que los problemas de los trabajadores de cooperativas se acabarán por el mero hecho de que ya no tienen un patrón individual, perdiendo el referente de la lucha unificada a nivel nacional contra el conjunto del sistema capitalista en nuestro país.
Es verdad, que mientras tengamos un gobierno burgués sobre nuestras cabezas, es imposible que se lleve a la práctica, de una forma generalizada, la estatización sin indemnización y bajo el control de los trabajadores de las fábricas ocupadas. No hay que olvidar que la función de un gobierno burgués en cualquier país capitalista es la de actuar como el consejo de administración de los intereses comunes de los capitalistas y utilizarán todas sus armas políticas, económicas y legales para intentar doblar el pulso a los trabajadores para que las fábricas sean devueltas a sus antiguos patronos.
Somos realistas. Probablemente, en la práctica, la mayoría de las fábricas ocupadas y gestionadas por sus trabajadores se vean obligadas a funcionar como cooperativas. Pero no es lo mismo orientar la lucha y el trabajo de estos trabajadores en la perspectiva de la estatización bajo control obrero, aunque en la práctica y forzados por las circunstancias el funcionamiento cotidiano de sus empresas sea como el de cualquier cooperativa, que hacer apología del cooperativismo. No es lo mismo. No es lo mismo en la conciencia de los trabajadores ni en la perspectiva general de la lucha por el socialismo.
El debate entre la estatización bajo control obrero y las cooperativas tiene un calado más profundo. Incluso para comprender qué tipo de sociedad socialista es la que queremos construir.
Las empresas cooperativas bajo el socialismo, entendidas como propiedades particulares de los trabajadores de cada empresa, sería un paso atrás. Lejos de acabar con el individualismo y la competencia entre los trabajadores, los mantendría. Se daría prioridad a los intereses individuales de cada empresa antes que a los del conjunto de la sociedad. Dispersaría la planificación de los recursos productivos y sería una fuente permanente de conflictos y distorsiones en la economía.
Pero nosotros estamos luchando por una sociedad socialista, sin explotación ni opresión de ningún tipo. El socialismo sustituiría la ciega y bárbara competencia entre los individuos que existe bajo el capitalismo por la libre asociación de los mismos basada en la fraternidad, la solidaridad y la cooperación. Bajo el socialismo, las empresas no pertenecerían a los trabajadores que las ponen a producir o las gestionan, sino que pertenecerían al conjunto de la clase obrera, al conjunto de la sociedad. Incluso, nadie se habituaría a trabajar permanentemente en el mismo sitio. El proceso de trabajo tendría así un carácter dinámico y enriquecedor, facilitado por la reducción de la jornada de trabajo y por la disposición del ocio suficiente para que todos puedan participar en la gestión y control de todos los asuntos y aspectos de la vida social y cultural. Todo esto facilitaría la planificación armónica y democrática de todos los recursos para atender el conjunto de necesidades sociales: económicas, sociales y culturales, en la perspectiva de elevarlas indefinidamente.