Es evidente que la burguesía, a través de su Gobierno y su presidente, está utilizando una maniobra dilatoria porque sabe que ninguno de los aspectos que contempla el acuerdo puede ser resuelto en beneficio de las masas oprimidas. Si de la consulta a las 40.000 familias que malviven de la hoja de coca la respuesta es el reparto de la tierra y el establecimiento de precios dignos para los cultivos alternativos a la coca, ¿la aceptará el Sr. presidente? Si el 60% de la población que es pobre, llegando hasta el 80% en las zonas rurales, es animada por el MAS a “opinar” que lo más razonable es que la explotación de los 52 trillones de pies cúbicos de gas natural que hay en el subsuelo boliviano, y que suponen una riqueza de miles de millones de dólares, sea asunto del Estado para que bajo control obrero se reinvierta esta fortuna en erradicar la miseria, el analfabetismo y enfermedad que padecen casi cinco millones de bolivianos, ¿respetará este presidente “demócrata” educado en USA la opinión de la mayoría?
La debilidad de la
burguesía
No hace falta responder estas preguntas. Mucho más importante si cabe, es intentar comprender por qué quienes mandan tanques contra campesinos desarmados, quienes asesinan y torturan, después de esta sangrienta actuación, se sientan con los dirigentes campesinos y se comprometen a negociar. 10.000 soldados y policías ocupando militarmente carreteras, escuelas y hospitales, han sido incapaces de detener el proceso ascendente de movilización social que vive el país en los últimos años. Proceso que además alimenta la extensión de conclusiones políticas con un valiosísimo contenido revolucionario. Dentro de este desarrollo entenderemos el segundo lugar obtenido en las últimas elecciones presidenciales por Evo Morales, dirigente de humilde origen campesino que opina que “el capitalismo es el peor enemigo de la humanidad”, plenamente consciente de que en esta batalla “se juega la suerte del modelo [económico] y de las trasnacionales, por eso manda [el gobierno] tanques de guerra y por eso ordenaron la militarización del conflicto”. Evo, elegido diputado en las elecciones de 1997 y expulsado del Parlamento bajo acusación de instigación a la violencia, y cuyo voto fue además pública y notoriamente desaconsejado por el embajador estadounidense, no sólo vuelve al parlamento tras la últimas elecciones de junio de 2002, sino que lo hace sumando al voto campesino, muchos votos procedentes de las ciudades y del movimiento obrero.
La masiva y valiente insurrección campesina ha coincidido con la lucha de los mineros y los jubilados, durante un mes de enero muy agitado que también ha vivido un huelga del transporte. La burguesía, consciente de la tendencia natural a la confluencia en la lucha de los campesinos y del movimiento obrero —y de la potencia imparable que el movimiento podría adquirir—, intentó desactivarlos con promesas en sendas mesas de negociación con jubilados y mineros.
En este empeño, de detener y no fortalecer la lucha, Lozada cuenta con el apoyo de sectores de la dirección de la COB, Central Obrera Boliviana, que apoyó oficialmente la movilización campesina, pero limitándose al terreno verbal. Esta actuación está acelerando su crisis interna donde los sectores de la dirección más favorables a la “calma” y la concertación empiezan a ser desautorizados por las centrales obreras departamentales.
Que el capitalismo es cruel e injusto es una terrible realidad cotidiana que las masas latinoamericanas conocen desde hace años y que no necesitan que nadie les cuente. Lo novedoso, el factor auténticamente decisivo que transforma radicalmente el panorama y abre la puerta a la revolución, es que ahora las ideas de transformación socialista de la sociedad pasan de un reducido circulo a contagiar sectores cada vez más amplios de la sociedad en todo el continente, en Argentina, en Venezuela, en Brasil, en Perú y por supuesto en Bolivia que se suma a este auge poderoso de la lucha de clases.