Mucho antes de la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, era
palpable la crisis del régimen. La ofensiva del movimiento obrero, la
oleada de huelgas, el desafió de amplios sectores de la juventud,
mostraba la imposibilidad de sostener el capitalismo español sobre la
base de un régimen represivo y desacreditado ante los ojos de millones.
Sectores importantes de la burguesía, que durante casi cuatro décadas
se había beneficiado y había apuntalado a la dictadura, empezaban a
marcar distancias con ella. De la misma forma, en la base de la Iglesia
católica, la misma que había apoyado los crímenes del franquismo
otorgándoles el carácter de “cruzada contra el comunismo”, el efecto de
la lucha obrera se dejaba sentir: la contestación surgía en sus filas.
Incluso en el ejercito, el “glorioso ejército del 18 de julio”
aparecían fisuras y tensiones y se organizaba una oposición democrática
entre sectores de la oficialidad.