La tarea estratégica del próximo período (un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización) consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de ‘reivindicaciones transitorias’, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.
Hoy 15 de enero se cumplen 95 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, con motivo de este aniversario reeditamos un artículo que publicamos en enero de 2009 en ocasión del 90 aniversario de su muerte. El artículo es un esbozo de su vida política y su contribución al marxismo.
Rosa Luxemburgo dedicó su vida íntegramente a la revolución. Nació el 5 de marzo de 1871 en Zamos, una pequeña ciudad polaca, en el seno de una familia judía de comerciantes. Comenzó precozmente su militancia en el movimiento revolucionario polaco.
Escrito en el año 1900, el libro de Rosa Luxemburgo posee gran importancia para la clase trabajadora y la juventud en la época actual. Fue el primer intento de combatir desde el punto de vista del marxismo a las corrientes oportunistas en el seno de la socialdemocracia alemana, encabezada por Eduard Bernstein uno de los dirigentes de este partido (SPD).
La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una “secta perniciosa”. Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad erigida sobre la lucha de clases no puede haber una ciencia social “imparcial”. De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar una ciencia imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los obreros, en detrimento de las ganancias del capital.
Tras el triunfo de octubre de 1917 ningún otro acontecimiento de la lucha de clases mundial despertó más entusiasmo y cautivó con más fuerza la imaginación de los obreros rusos que la revolución alemana de 1918-1919. Karl Radek describió así el impacto que las noticias de la insurrección de los marineros de Kiel, en noviembre de 1918, causó en Moscú: “Decenas de millares de obreros estallaron en vivas salvajes. Yo no había visto nada igual. Luego por la tarde, obreros y soldados rojos desfilaban aún. La revolución mundial había llegado. Nuestro aislamiento había terminado”.
El camino que Marx y Engels recorrieron para descubrir el método del materialismo dialéctico —una herramienta vital para analizar e interpretar la realidad, y sobre todo, para cambiarla— fue todo un proceso que se basó en la compresión y superación de ideas y descubrimientos de filósofos anteriores. De todos ellos, el que ejerció una influencia mayor fue Hegel.
La gran contradicción del pensamiento de Hegel
Aunque Hegel estaba adscrito al campo del idealismo filosófico y pasó a la historia como uno de sus máximos representantes, logró dar un gran impulso al método dialéctico, superando la visión mecanicista de la naturaleza imperante en su época e interpretando las cosas en su constante movimiento, en su imparable proceso de transformación. “Todo lo que existe merece perecer” afirmaba Hegel, ante lo cual Engels señalaba en su obra Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana: “Y en esto precisamente estribaba la verdadera significación y el carácter revolucionario de la filosofía hegeliana: en que daba al traste para siempre con el carácter definitivo de todos los resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel la verdad que trataba de conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas que, una vez encontradas, solo haya que aprenderse de memoria; ahora, la verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que, desde las etapas inferiores se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en que no pueda seguir avanzando, en que sólo le reste cruzarse de brazos y admirar la verdad absoluta conquistada”.
Este aspecto revolucionario de la dialéctica de Hegel entraba en completa contradicción con la otra pata de su pensamiento, su sistema, que era idealista. Hegel entendía que la naturaleza no era más que un reflejo de las “ideas”, una “enajenación” de la idea absoluta o lo que es lo mismo, una especie de degradación de la “idea absoluta”. Sin embargo, si entendemos que todo está en constante movimiento y proceso de transformación y que nunca se llegará a un “estado final y definitivo”, se hace imposible entonces su famoso concepto de la “Idea absoluta”, esa idea de la que dependen todas las cosas, ese dibujo pálido que es, para él, la naturaleza.
Como explica Engels: “La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un ‘Estado’ perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el contrario: los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias y por tanto legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también le llegará en su día la hora de caducar y perecer”.
Esta enorme contradicción hizo que dentro de los seguidores de Hegel pudiésemos encontrar elementos y pensamientos de lo más dispar. Desde un ala completamente conservadora, que hacía bandera de las conclusiones políticas más reaccionarias de Hegel, que justificaba el régimen monárquico prusiano, hasta un ala progresista que ponía el acento en la parte dialéctica y revolucionaria de su pensamiento. Fue entonces cuando irrumpió Ludwig Feuerbach para tratar de superar la contradicción que Hegel había generado.
Feuerbach y la filosofía del amor
Feuerbach apareció en la escena para resolver la difícil encrucijada, el problema supremo de toda la filosofía: la relación entre el ser y el pensar, entre el pensamiento o espíritu y la naturaleza. Con su aportación a través de su obra La esencia del cristianismo logró devolver el materialismo al lugar que le correspondía, aunque no logró superar completamente el sistema de Hegel, cayendo en los mismos agujeros idealistas de los que provenía.
Feuerbach explicó que la naturaleza existe al margen de toda filosofía, y que es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los hombres, que son también productos naturales; que fuera de la naturaleza y de los hombres no existe nada, y que los seres superiores que nuestra imaginación religiosa ha forjado no son más que otros tantos reflejos fantásticos de nuestro propio ser. Logró dar un golpe y avanzar en aspectos importantes como dar una base material al “pensar”. Explicó cómo el “espíritu” y el pensamiento no eran más que un producto de la materia, el producto de un órgano material, físico, que es el cerebro.
Pero llegado a este punto se atascó y no pudo avanzar una paso más. En su intento por seguir adelante cayó de nuevo en las viejas concepciones idealistas, algo que quedó patente fundamentalmente en su filosofía de la religión y en su ética. Como señala Engels: “Donde el verdadero idealismo de Feuerbach se pone de manifiesto es en su filosofía de la religión y en su ética. Feuerbach no pretende, en modo alguno, acabar con la religión; lo que él quiere es perfeccionarla. La filosofía misma debe disolverse en la religión. (…) La religión es para Feuerbach la relación sentimental, la relación cordial de hombre a hombre, que hasta ahora buscaba su verdad en un reflejo fantástico de la realidad —por la mediación de uno o muchos dioses, reflejos fantásticos de las cualidades humanas— y ahora la encuentra, directamente, sin intermediario, en el amor entre el Yo y el Tú”.
Así, el amor de Feuerbach decide aparecer para resolver todos los males. Los resuelve solamente en su cabeza, claro. Feuerbach alcanza tal nivel de delirio cuando se refiere a la religión del amor y a la moral, que Engels no puede evitar burlarse de sus conclusiones: “¡Pero el amor! sí, el amor es, en Feuerbach, el dios maravilloso que ayuda a vencer siempre y en todas partes las dificultades de la vida práctica; y esto, en una sociedad dividida en clases, con intereses diametralmente opuestos. Con esto desaparece de su filosofía hasta el último residuo de su carácter revolucionario y volvemos a la vieja canción: amaos los unos a los otros, abrazaos sin distinción de sexos ni de posición social. ¡Es la embriaguez de la reconciliación universal!”. Feuerbach no logra salir del mundo de las abstracciones para decir una sola palabra con respecto a la realidad palpable del hombre y la naturaleza. Como dice Engels “Para pasar del hombre abstracto de Feuerbach a los hombres reales y vivientes, no hay más que un camino: verlos actuar en la historia”.
La dialéctica hegeliana estaba cabeza abajo
Aunque, como señala Engels, “la escuela hegeliana se había deshecho, (...) la filosofía de Hegel no había sido críticamente superada (…) Para liquidar una filosofía no basta, pura y simplemente, con proclamar que es falsa (…) había que ‘suprimirla’ en el sentido que ella misma emplea, es decir, destruir críticamente su forma pero salvando el nuevo contenido logrado por ella”. Este fue el papel que jugaron Marx y Engels, arrojando a un lado las viejas ideas preconcebidas del idealismo, huyendo de todo lo que no concordase con los hechos, abordaron el análisis de la naturaleza y la historia tal y como se presentaba. Tomaron el lado revolucionario de Hegel, la dialéctica, y lo aplicaron a la realidad material, entendiendo que el proceso de constante movimiento y transformación de la realidad se daba independientemente de todo cerebro humano pensante. “Con esto, la dialéctica quedaba reducida a la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto el del mundo exterior como el del pensamiento humano (…) con esto, la propia dialéctica del concepto se convertía simplemente en el reflejo consciente del movimiento dialéctico del mundo real, lo que equivalía a poner la dialéctica hegeliana cabeza abajo; o mejor dicho, a invertir la dialéctica, que estaba cabeza abajo, poniéndola de pie”.
Fue este tremendo avance en el terreno de la filosofía el que se fundió y se confirmó cada vez más en los hechos: la revolución de 1848, los pasos adelante en el terreno de la ciencia como el descubrimiento de la célula, la transformación de la energía o la teoría de la evolución de Darwin no hacían más que mostrar de una forma positiva lo que el materialismo dialéctico anticipaba en sus primeros pasos.
El materialismo dialéctico era aplicable tanto a la naturaleza como a la historia y todo lo que se refiere a las cuestiones sociales. Este método permitió por vez primera tratar de comprender las leyes internas y las fuerzas propulsoras que intervenían en el desarrollo de la historia, algo hasta entonces imposible. Pudieron así resolver cómo se había llegado a una división de la sociedad en clases, una división que hundía sus orígenes en causas puramente económicas, materiales, pero que llevaba aparejado la utilización del poder político y la ideología o la religión como instrumento para la implantación de los intereses de una clase sobre otra.
El descubrimiento del materialismo dialéctico fue la aportación más brillante y la piedra angular sobre la que se pudo desarrollar el marxismo: la herramienta de combate más valiosa que la clase trabajadora posee para comprender que el capitalismo —el mismo sistema que nos hizo nacer como clase— ha superado hace mucho sus propias fronteras y que corresponde a los hombres y mujeres que generan la riqueza y mueven el mundo luchar conscientemente por derribarlo, transformando la sociedad y así superar las contradicciones que hoy condenan a millones.
El 9 de julio se cumple el centenario del nacimiento de Ted Grant, uno de los pensadores marxistas más importantes y brillantes del siglo XX. Ted murió hace siete años y nos dejó un legado inmenso, una obra política imprescindible para todo aquel que quiera comprender los acontecimientos más importantes del siglo pasado.
En julio de este año se cumple el 100 aniversario de Ted Grant, un revolucionario comunista convencido que defendió y continuó las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. En momentos como el actual, en los cuales el capitalismo se encuentra en una de sus peores crisis, es necesario retomar y estudiar las ideas del marxismo para armarnos de herramientas que nos permitan asestar el golpe final a un sistema decadente y dar paso a una nueva sociedad, un sociedad superior, el socialismo.
Al calor del auge de la lucha de clases en estos años de crisis, por primera vez en mucho tiempo los activistas de la izquierda discuten sobre la inminencia de un estallido revolucionario en Europa y el papel que les toca en su preparación. Estudiando el Mayo del 68 francés, una de las primeras conclusiones es que intentar prever una posible rebelión social atendiendo a las intenciones de los dirigentes reformistas o burgueses es un error. La revolución que llevó a afirmar a De Gaulle ante el embajador estadounidense en París que “en pocos días los comunistas” estarían “en el poder”, estuvo muy lejos de empezar por la iniciativa de los líderes comunistas y socialistas. Por el contrario, y al igual que en la actualidad, la cúpula política y sindical de la izquierda no sólo había abandonado cualquier perspectiva de transformación socialista integrándose plenamente en el juego del parlamentarismo burgués, sino que se esforzaba en que las luchas sindicales se mantuvieran dispersas y sin el menor contenido anticapitalista.
En cualquier época el capitalismo no se limita a atacar las condiciones materiales de vida de la clase obrera. También desarrolla un esfuerzo ideológico para intentar ocultar su responsabilidad en el surgimiento de las crisis, para difundir conceptos falsos sobre el funcionamiento de la economía y para extender la idea de que no existe alternativa viable al dominio de la burguesía.